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sábado, 18 de abril de 2020

Las nubes pegadas a la sierra de Béjar, el pianoforte de Zorrilla y confinamiento literario


Sigo asombrado por lo diferentes que pueden ser unos días que nos parecen todos iguales. Desde hace ya algunos, hemos adquirido unas rutinas que repetimos en cada jornada. Supongo que la rutina nos salva de pensar que estamos confinados. Aunque nos levantemos un poco más tarde o un poco antes, las cosas que hacemos se repiten salvo cuando salimos a comprar, que es muy de tarde en tarde y siempre nos lleva un largo proceso de preparación y un posterior cuidado de limpieza y colocación de lo adquirido. Algún día nos aperezamos más y podemos convertir en un antiguo domingo un nuevo martes; en ocasiones, las llamadas a la familia interrumpen esa rutina cómoda que nos hemos marcado. Pero basta levantar la vista, mirar por la ventana y comprender que ningún día se repite: la luz, el cielo, las nubes, el avance imparable de la primavera hacia el verano.

Desde el primer día no he parado de trabajar en casa: corregir tareas de alumnos, programar las nuevas, cumplir con la odiosa burocracia administrativa en la que se ha convertido en buena parte la docencia, animar proyectos culturales o participar en otros. Alguno de ellos se cumplirán cuando salgamos del confinamiento y no sé cómo se verán afectados por las medidas de distanciamiento social (así lo llaman) que tendremos hasta que venga la vacuna. Me llega la noticia de que avanza a buen ritmo la restauración del pianoforte que perteneció a Zorrilla y que su viuda cedió para la futura Casa Museo del poeta en Valladolid, instalada en su casa natal. Este proyecto impulsado por Paz Altés desde la Casa ha encontrado en el buen hacer de Víctor Javier Martínez López un adecuado camino. En unos meses lo tendremos de regreso y escucharlo sonar y podremos imaginarnos cómo era una reunión en los últimos años de vida del poeta en su salón. Desde este encierro de ahora me imagino acogido entre las paredes de la Casa de Zorrilla.

Otros varios proyectos son para estos días, entre ellos un par de intervenciones en vídeo para dos actos en los que se homenajea a Miguel Delibes, del que se conmemora el centenario de su nacimiento, y que se emitirán los próximos días, y mi colaboración con la participación de los últimos finalistas del Premio de la Crítica de Castilla y León en el Confinamiento literario, una suma de interesantes textos entre los que se han publicado hasta ahora los de Yolanda Izard, José Luis Alonso de Santos, Alejandro Cuevas, Pablo Andrés Escapa, Mauricio Herrero, Adolfo García Ortega y Emilio Gancedo. En las próximas fechas se publicará el resto de intervenciones, incluida la mía. Pueden consultarse y descargarse gratis en la página del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.

Todos estos proyectos no serían posibles sin las poderosas armas digitales con las que contamos actualmente. Por estas herramientas digitales circula mucha cosa despreciable y otra que no tiene más importancia que la anécdota personal, pero también lo mejor de la literatura y de la ciencia. Por ellas se comparte hoy los conocimientos que nos salvarán de este virus. Es una notable diferencia con respecto a otras pandemias anteriores.

No creo que tarde en aparecer una literatura distópica, como se llama ahora, que se desarrolle en un mundo sin el contacto humano porque todo se haga a través de esta o una futura red de trasmisión de datos. Yo, en cambio, soy de los que no puedo imaginarme al ser humano sin sentir el viento fresco de una mañana en el rostro y el contacto suave de otra mano. ¿Que todo esto podrá simularse con herramientas tecnológicas presentes o futuras? Que no me lo cuenten, que me dejen pensar que es imposible, que podremos recuperar lo mejor que tenemos. Quizá sea la verdadera libertad futura. No quiero tardar en subir a donde están estas nubes pegadas a la sierra de Béjar.

martes, 25 de febrero de 2020

XVIII Premio de la Crítica de Castilla y León


Ávila no defrauda nunca al viajero. Entrar en sus calles más allá de la muralla y pasearlas, contemplarla desde la lejanía, comprobar que sigue ahí, sólida y elevada, en un sabio equilibrio entre lo terrenal y lo espiritual. No defraudan tampoco sus alrededores, tan castigados por la despoblación, pero tan cargados de historia y bellezas casi desconocidas hoy entre las nuevas generaciones que han hecho de lo exótico objeto cotidiano y de lo que es más cercano un elemento exótico. Estas tierras luchan ahora por sus derechos más básicos, garantizar una buena sanidad pública, que no se cierren centros educativos, que funcionen correctamente las conexiones a internet y telefonía en todo el territorio, no perder el ferrocarril como medio de comunicación. Ojalá la lucha tenga éxito. De lo contrario, la densidad del pasado sería solo eco al paso del pasajero ocasional y estas tierras merecen la fortuna del futuro.

Hoy he estado en Ávila como miembro del jurado del Premio de la Crítica de Castilla y León. Esta edición presentaba una complejidad extrema: todas las obras seleccionadas en todos los géneros tienen una gran calidad y no podían ser comparadas entre sí porque cada una traza su camino singular en estilo y temática. El jurado ha optado por otorgar el premio a dos obras ex aequo: Mil amaneceres, monólogo teatral de José Luis Alonso de Santos y Fábrica de prodigios, libro de relatos de Pablo Andrés Escapa. Dos géneros que no suelen ser ganadores en premios como este. El resultado ha juntado a un autor que comienza a cerrar su trayectoria junto a otro que ya tiene una trayectoria sólida, pero que aún no había sido reconocido y que, en gran medida, era un autor oculto para el gran público. Ambos tienen una calidad literaria fuera de toda duda. Los dos títulos tienen algo en común: contienen un estilo personal y de gran factura literaria pero resultan accesibles para cualquier lector. Qué difícil suele ser conjugar ambas cosas.

Entre los títulos finalistas se encontraban Sobre María Zambrano, ensayo de Antonio Colinas; Mi corazón visto desde el espacio, novela de Alejandro Cuevas; La Brigada 22 de Emilio Gancedo; Una tumba en el aire, narración de Adolfo García Ortega; Jardín Gulbekian, poemario de Juan Antonio García Iglesias; Todos los tiempos, libro de poemas de Mauricio Herrero; Lumbre y Ceniza, poemario de Yolanda Izard y Juventud de cristal, novela de Luis Mateo Díez. Todos ellos merecen tener el verdadero reconocimiento de los lectores.​ Me propongo reseñarlos individualmente durante las próximas semanas.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Años de mayor cuantía, de Tomás Sánchez Santiago, Premio de la Crítica de Castilla y León


Ayer martes, el jurado del Premio de la Crítica de Castilla y León (mantenido por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua), del que soy miembro, ha decidido otorgar a Años de mayor cuantía de Tomás Sánchez Santiago el correspondiente al mejor de los libros publicados en 2018 por autor castellano y leonés. Coincide, además, que el libro ha sido publicado por Eolas, una editorial leonesa que lleva años con un catálogo de interés e importancia, lo que es una doble alegría aunque esto no haya sido condición ninguna para el premio. Esta nota la redacto de urgencia, camino de Sevilla, en donde me encontraré con mi club de lectura y los miembros de la Alumni Burgos que se han apuntado a la visita a esa ciudad con motivo de las conmemoraciones de la figura y obra del pintor Murillo y la lectura de la novela histórica sobre su vida escrita por Eva Díaz Pérez, El color de los ángeles. Completaré la información más adelante, con una reseña de la obra, que el pasado mes de noviembre obtuvo también el Premio Tigre Juan de narrativa.

Sánchez Santiago (Zamora, 1957) es autor de una larga trayectoria, especialmente en la poesía. El volumen con el que ha obtenido el premio es muy especial y su género puede resumirse en el acertado subtítulo, que ya anticipa la clave del juego entre géneros que establece: Memoria y fábula. En él se reúne el relato de una vida a través de los recuerdos pero también la construcción de lo literario. En palabras del autor:

He aquí depositado en el aire -o casi- el testimonio de un hombre que para hablar ha escuchado antes mucho. [...] Hay, por tanto, un extraño juego de intersecciones entre esos verbos que configuran nuestra relación expresiva con el mundo. Con lo demás del mundo.

Una suma de formas de narrar con un gran peso de la oralidad que arrastra al lector. Aquellos que no conozcan la obra de Tomás Sánchez Santiago pueden entrar en ella de la mejora manera a partir de este texto; aquellos que ya la conozcan, disfrutarán enormemente con él.

El fallo tuvo lugar en Ávila y Ávila lucía hermosa.

jueves, 15 de marzo de 2018

XVI Premio de la Crítica de Castilla y León: Akúside de Ángel Vallecillo y Los refugios de la memoria de José Luis Cancho


Akúside de Ángel Vallecillo y Los refugios de la memoria de José Luis Cancho han resultado ganadores de la XVI edición del Premio de la Crítica de Castilla y León, de cuyo jurado soy miembro como saben los asiduos de este blog.

Entre los libros finalistas, además, se encontraban No habría sido igual sin la lluvia de Rubén Abella, La carroña de Enrique Andrés Ruiz, La librería de Michelle de Verónica Fernández, La vida a medias de Avelino Fierro, Unos ojos en la travesía de Luis Ángel Lobato, Vicisitudes de Luis Mateo Díez, Boreal de Andrés Martín y No hay amor en la muerte de Gustavo Martín Garzo. Una interesante suma de narrativa, ensayo, poesía, diario y memorias en la que se ve reflejada lo mejor producido por castellanoleoneses en los últimos meses y en la que pueden observarse autores ya consagrados y con una larga y exitosa trayectoria y otros menos conocidos por el público, algunos que ya han estado en otras ediciones del premio junto a nombres que aparecen por vez primera, grandes editoriales y pequeños editores. Recuerdo que el premio se otorga a la mejor obra literaria escrita por un autor castellano y leonés publicada en el año inmediatamente anterior. En este caso, a una obra publicada en el 2017.

La convocatoria hubo de aplazarse debido al temporal que azotó la comunidad el pasado 28 de febrero, que impidió la llegada a Ávila de los miembros del jurado. Finalmente, el jurado pudo reunirse a deliberar ayer  miércoles 14 de marzo y comunicar el fallo a la hora acostumbrada, la una de la tarde. Por segunda vez en la historia del premio lo han obtenido dos obras ex aequo. La ocasión anterior fue en el año 2012 (lo obtuvieron El laberinto invisible de Antonio Colinas y El rostro de Cristo de Olgario González de Cardedal).

Akúside de Ángel Vallecillo (Valladolid, Difácil, 2017) es una distopía contra los efectos de los nacionalismos. La construcción de Akúside, sus leyendas y mitos originarios, la forja de su identidad excluyente y obligatoria y todos los acontecimientos que en ella se tratan son inspirados por acontecimientos vividos en el País Vasco durante el período de actividad del terrorismo de ETA pero el resultado final los trasciende hasta llevarlos a un universal que puede recordarnos todos los movimientos nacionalistas de cualquier parte del mundo y de cualquier época. Esta característica del libro le otorga un magnífico valor de reflexión sobre la constitución de los países y de las culturas de forma excluyente y la locura de la espiral posterior. Vallecillo, además, ha demostrado una valentía extrema al escribir un libro con una estructura diferente, original y rupturista, muy interesante y moderna.

Los refugios de la memoria de José Luis Cancho (Madrid, papeles mínimos, 2017) es un libro en el que el autor relata su experiencia personal desde que en la mañana del 18 de enero de 1974 cayera al vacío desde una de las ventanas del tercer piso de la comisaría de policía de Valladolid sita en la calle de Felipe II. Este trabajo de la memoria le lleva a narrar la represión del régimen dictatorial de Franco y sus crímenes contra la libertad pero también la maquinaria de las organizaciones en las que militó, que anulaban al individuo. Aquellos que lean este libro solo como un testimonio antifranquista escrito por alguien que se hizo famoso en España por aquellos hechos de 1974 en los que pertenecer a la oposición era jugarse la vida se equivocan completamente. Cancho abandonó la militancia activa y comenzó la búsqueda de su propia identidad hasta encontrarla en un viajero nómada que pudo desarrollar, finalmente, su dedicación a la escritura. El valor de este libro definido por el autor como un autorretrato fragmentario no está solo en el trabajo de la memoria y el testimonio de un tiempo de transición y una vida sino también en la propia escritura: un estilo depurado, esencial, desnudo casi, lleno de magníficos hallazgos trabajados con la elipsis, la eliminación de lo superficial y el lirismo en ocasiones. También con la reflexión sobre la escritura. Siempre interesante.

Otra cosa que debemos añadir a estos dos libros es que ambos han sido publicados por editoriales pequeñas con un catálogo a tener en cuenta construido con paciencia y sacrificio.

De ambos títulos volveré a dedicarme en las próximas semanas, por separado.

miércoles, 8 de marzo de 2017

El cielo de Ávila. XV Premio de la Crítica de Castilla y León


Ávila me ha recibido con un cielo lleno de matices. Desde el Rastro, un almendro en flor y la nieve en las cimas. Y la luz, esa luz de Ávila que dimensiona la mirada. Hacía fresco a primera hora, pero el sol ya calienta en las solanas y entra en los patios y en las plazas.

En Ávila nos hemos reunido los miembros del jurado del Premio de la Crítica de Castilla y León que organiza el Instituto Castellano y Leónés de la Lengua. Son ya quince ediciones en las que se ha premiado al mejor libro publicado por un autor vinculado a esta comunidad el año anterior. En la presente edición ha resultado ganador Pasos en la piedra de José Manuel de la Huerga (Menoscuarto), una novela de excelente escritura ambientada en la Semana Santa de 1977, cuando se legalizó el PCE. Vuelve el autor a Barrio de Piedra, una ciudad imaginaria pero muy real, construida a partir de espacios reconocibles de varias ciudades castellanas y con una fuerte carga simbólica que, sin embargo, no lastra la lectura. No existe Barrio de Piedra, pero cuando uno se adentra en las páginas de esta narración la reconoce como si fueran las calles en las que ha vivido y sus habitantes aquellos que llenan sus recuerdos de la infancia y la juventud.  Pasos en la piedra es un relato que atrapa al lector desde el primer momento y en el que se enfrenta una ciudad en la que parece que nunca pasa nada con los sucesos que trasformarán España en la época de la transición hacia la democracia. Todo atado con un motor de la condición humana que se explica al final del libro, que ayuda a los personajes -y a los lectores- a reconciliarse con las contradicciones propias y con las circunstancias de nuestro pasado reciente: "que buscamos un Paraíso, porque alguna vez tuvo que haberlo, en algún lugar. Y seguro que ese Paraíso estaba más cerca de lo que uno creía". Como esta novela ya la había incluido desde el inicio del curso en el listado de libros que leeremos en el Club de lectura de los jueves, tendremos ocasión de volver a ella en el mes de junio para comentarla pormenorizadamente.

A la fase final ha llegado una selección de libros inmejorables tanto por su calidad como su variedad. Están representados todos los grandes géneros y entre los diez finalistas se encuentran autores consolidados, con una obra que atraviesa lo mejor de la literatura de esta región de las últimas décadas.

Dos libros de cuentos. Septiembre negro de Carlos Fidalgo (Castalia, XXV Premio Tiflos de cuento) reúne una colección de relatos sobre grandes deportistas viéndolos siempre desde ángulos poco usuales y sorprendentes, algunos de ellos -como los que dan nombre al conjunto o La nieve de Delorez, sobre Florence Griffith- de excelente factura. De Andarás perdido por el mundo de Óscar Esquivias (Ediciones del Viento) poco nuevo tengo que decir porque lo analicé con detenimiento al incluirlo en el mes de marzo de 2016 en el Club de lectura: un gran libro de relatos de uno de los nombres más importantes de la narrativa española actual en el que hallamos los rasgos más significativos de este autor.

Un libro de teatro, la edición del Microteatro de José Luis Alonso de Santos (Irreverentes), colección de textos en los que Alonso de Santos se mide en la modalidad más breve. Situaciones divertidas que, además, dejan un poso de pensamiento sobre las relaciones humanas y entre el arte y el poder.

Un libro de poesía. De la naturaleza del olvido de Arcadio Pardo (La isla de Sistolá) es un excelente poemario sin ningún defecto. Su reflexión sobre la memoria y la palabra, su magistral juego con el ritmo poético y el lenguaje, lo convierten en un libro que quedará para siempre de uno de los autores más importantes de la poesía española desde los años cuarenta al que, por suerte, parece no faltarle todavía el aliento poético.

Aparte de la novela ganadora, otra más. Musa Décima, de José María Merino (Alfaguara), un relato que fluye con la facilidad propia del autor para analizar las relaciones humanas y la importancia de la armonía personal. Todo ello a partir de un excelente juego con la vida y la obra de una escritora española  del siglo de oro, Oliva Sabuco de Nantes Barrera, autora de la Nueva filosofía de la naturaleza del hombre publicada en 1587.

Un ensayo sobre lo poético. El acontecimiento poético de Jesús Hilario Tundidor (Cuadernos del laberinto) es una luminosa indagación sobre la poesía que complementa y explica la obra creativa de una de las voces líricas más personales de las últimas décadas en España.

Finalmente, el grupo más numeroso, los libros de memorias. Antimemorias de un comunista incómodo, de Andrés Sorel (Península) es el testimonio personal de lo vivido por el autor. Un libro tal y como es Sorel, con una escritura acertada siempre, polémico a veces, en el que basta consultar el índice onomástico para comprender su interés. El olvido y otras cosas imposibles de Pilar Salamanca (Menoscuarto), es un libro apasionante para el lector, que contribuye aún más a poner de relieve la importancia de esta autora tanto por lo que cuenta como por la manera en la que lo hace.

He dejado para el final el libro de Antonio Colinas, Memorias del estanque (Siruela). Unas memorias de una escritura poética en la que Colinas profundiza en su vida, en sus ideas y emociones de una manera sobrecogedoramente bella. Un libro que es un broche de la obra de uno de los mejores poetas españoles actuales pero que también puede servir de puerta de entrada para aquellos que no lo conozcan.

miércoles, 2 de marzo de 2016

Almendros en flor, Ávila y XIV Premio de la Crítica de Castilla y León


Desde el tren,  Castilla se extendía ojos marrón y azul. Iba hacia Ávila pensando en si era cierto lo que decían los modernistas de estas tierras. Contemplaban el paisaje y su desnudez y pedían a sus habitantes condición de místicos o soldados. Interpretaba Unamuno que aquí solo podían darse de verdad estos seres y que su falta estaba en la raíz de tantos males de las tierras de España. Es actitud de filósofos exigir condición heroica y ascética a las personas como si no bastara vivir lo cotidiano, como si todos tuviéramos la misión de salvar la historia de España, una bien contradictoria, por cierto. Sea como sea, es cierto que este paisaje es intensamente esencia y en los días de luz abierta en los que las nubes no se presentan todo se extiende en en ojos azules, grises y marrones porque parecería no haber nada donde anclar la esperanza. Pero si nos acercáramos más veríamos pequeños manantiales, fuentes sonoras y regatos frescos que verdean durante quilómetros hasta que mueren en un río. Veríamos pequeñas huertas y personas que van a sus faenas debajo de este inmenso azul.

Desde Valladolid hasta Ávila, el tren atraviesa tierras por donde caminaron Teresa de Jesús y Juan de la Cruz cuando sufrían persecución por la reforma del Carmelo pero insistían en ella. La jerarquía de la iglesia oficial de aquellos tiempos se los apropió pronto tras maltratarlos en vida porque nada hay mejor para el equilibrio del poder que asimilar a los que pueden desestabilizarlo. Tanto los asimiló que los conviertieron en leyendas en las que difícilmente se los reconocía, como ha sucedido también cuando desde ideologías más modernas se ha querido convertirlos en nuestros contemporáneos. Ni lo uno ni lo otro. Teresa de Jesús y Juan de la Cruz fueron personas de su tiempo, enraizadas en una época convulsa y de cambios sustanciales en la forma de entender la espiritualidad y las relaciones entre el individuo y la sociedad.

El motivo de mi viaje a Ávila era intervenir como miembro del Jurado del XIV Premio de la Crítica de Castilla y León, del que formo parte desde su inicio. Como nos encontramos en plenas conmemoraciones del V Centenario de Teresa de Jesús, no es de extrañar que dos de los finalistas del Premio trataran sobre ella. Sobre Teresa de Jesús es, precisamente, el título del escrito en colaboración por José Jiménez Lozano y Teófanes Egido. El primero es autor de un texto en el que se interpreta literariamente esa conflictiva relación entre Teresa y las autoridades eclesiásticas y el segundo construye un monumento histórico que se consolodirá seguramente como el perfil más ajustado a quien fuera aquella mujer desde la afirmación inicial de su ascendencia judeoconversa, consolidada ya de forma indiscutible, y que tanto ayuda a comprenderla.

El título ganador de este año ha sido El castillo de diamante de Juan Manuel de Prada. Desde mi punto de vista, es la mejor novela de este autor. En ella desaparecen algunos rasgos de su escritura que lo hacen excesivamente retórico en muchos de sus textos y construye un sólido y documentado relato histórico en el que nos presenta a Teresa de Jesús y la Princesa de Éboli como personas antes que como leyendas históricas y a partir de sus relaciones levanta un cuadro vivo en el que se caracterizan las relaciones de poder de aquellos tiempos, aparte de jugar con modalidades narrativas propias del siglo en el que vivieron.

Entre los finalistas se encontraban también obras de la calidad de Café Biarritz de José C. Vales (Premio Nadal 2015), Donde nos estás de Gustavo Martín Garzo, El sentimiento de la vista de Miguel Casado, Distintas formas de mirar el agua de Julio Llamazares (que retiró su candidatura al no considerarse reconocido en calidad de castellano y leonés), Las inglesas de Gonzalo Calcedo, ...Y todo lo que es misterio de Andrés Soler, Nunca el olvido de Elena Santiago y Confiado de José Antonio González Iglesias (XXXVI Premio Internacional de Poesía Ciudad de Melilla). Una buena y variada cosecha, sin duda. De muchas de ellas -incuida la obra ganadora- publicaré aquí reseñas en las próximas semanas.

Y al llegar a Valladolid fui a reencontrarme con la extraordinaria humildad de mis almendros en flor, los que año tras año fotografío para este blog. Javier García Riobó me había anunciado que ya habían forecido hace días -un poco después de que yo buscara a sus hermanos en Ayamonte- y casi me pierdo su blancura dulce, quizá ella sí la más apropiada para estas tierras. Encajados desde hace mucho tiempo en plena ciudad en un rincón que se ha salvado del homigón son la mejor expresión del misticismo que necesitamos en estos tiempos que se han decantado hacia el ruido. Y un anuncio de que si ellos han podido salvar los fríos de las últimas semanas, la primavera ya está aquí, franca, democrática y luminosa.

miércoles, 11 de marzo de 2015

La gratitud, de Fermín Herrero, XIII Premio de la Crítica de Castilla y León


El Jurado del XIII Premio de la Crítica de Castilla y León, del que soy miembro, se ha reunido esta mañana en el Palacio de los Verdugo de Ávila para fallar el correspondiente al mejor libro editado por autor castellano leonés en el año 2014.

A la fase final habían accedido libros de una gran calidad y variedad: 

- Rukeli de Carlos Contreras Elvira (Madrid, Centro de Documentación Teatral, Premio de Teatro para autores noveles Calderón de la Barca 2013), una interesante obra de teatro construida a partir de la vida de Rukeli, un boxeador alemán de origen gitano que tuvo un final trágico en la época de la Alemania nazi.

- Mientras nieva sobre el mar de Pablo Andrés Escapa (Madrid, Páginas de Espuma), un bellísimo libro de relatos breves en los que se mezcla la vida y la literatura, la proyección de la imaginación sobre lo real,  la intervención de la literatura en el mundo, todo ello con un trabajo estilístico que dota a la prosa de lirismo y misterio.

in memoriam de Eduardo Fraile Valles (Valladolid, Tansonville), un paso más en el excelente proyecto  poético de recuperación de la memoria que lleva a cabo este autor tras la senda de Proust y en el que traza con precisión no solo pasajes y personajes de su biografía sino senderos en los que se puede reconocer toda una generación.

- Tierra violenta de Luciano G. Egido (Barcelona, Tusquets), una novela ambientada en Salamanca en la que está lo mejor de este autor, que conserva todo el vigor narrativo de sus mejores años. El trazo de personajes y caracteres sociales, de ambientes y de miserias es magnífico, hasta el punto de que el final -con una Salamanca devastada por una inundación bíbilica- no podría ser otro.

- El viento en las hojas de J.A. González Sainz (Barcelona, Anagrama), una colección de cuentos unidos por el valor simbólico de los elementos de la naturaleza. En estos relatos se recrea el ambiente de una urbe de provincias, con sus pasajes y personajes.

- La gratitud de Fermín Herrero (Madrid, Visor, XXIV Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma), un poemario que lleva a la culminación el trayecto estilístico de uno de los mejores poetas españoles actuales.

- Indies, Hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural de Víctor Lenore (Madrid, Capitán Swing), una de las sorpresas del mundo editorial desde que se publicó hace unos meses. A partir de la recreación de los gustos, modos y maneras de estas tribus urbanas de modernos actuales, Lenore lleva a cabo una inteligente crítica cultural y social que busca intencionadamente la polémica y el debate. Un ensayo, además, que se lee de un tirón.

- La puerta de los pájaros de Gustavo Martín Garzo (Madrid, Impedimenta), una novela en la que el autor vallisoletano vuelve a la literatura fantástica para proponer un mundo legendario en el que se hable de valores y comportamientos universales.

- Alabanza de Alberto Olmos (Barcelona, Random House), excelente novela con varias capas de lectura en la que se reflexiona sobre la literatura misma y las relaciones sentimentales. Desde su inicio hasta el final el lector queda atrapado en esta diversidad de propuestas.

- La vida mitigada de Tomás Sánchez Santiago (León, Eolas), un libro en el que se juntan apuntes, notas, relatos, retratos y reflexiones de diferente extensión e intención. Una interesante propuesta que permite su lectura completa o parcial siempre con aprovechamiento.

Finalmente, el Jurado otorgó el Premio al poemario de Fermín Herrero, un libro de sobrecogedora belleza reflexiva en el que el yo poético reflexiona sobre su circunstancia como parte de una cadena de la existencia. El paisaje soriano en su realidad y en su valor simbólico, la condición del individuo como hijo y como padre, la dignidad de la vida incluso en sus momentos más duros y un trabajo lingüístico de gran altura son las claves de este poemario en el que Fermín Herrero utiliza el clasicismo formal para romperlo y proponer una voz personal y honda.

Como me comprometí, este poemario pasa a ser el título que leeremos en el Club de lectura de La Acequia en el próximo mes de mayo.

martes, 3 de junio de 2014

Coloquio con José Antonio Abella, autor de La sonrisa robada, en la Feria del Libro de Burgos 2014.


El sábado pasado participé en los actos de la Feria del Libro 2014 organizada por el Ayuntamiento de Burgos. Siempre es un placer ver las casetas de las librerías tomar la calle -nunca entenderé las Ferias de Libro que se hacen en sitios cerrados-, asomar los ejemplares al mundo en sorpresa del caminante que va a lo suyo y que en muchas ocasiones desconoce el motivo de la celebración y exponer al escritor a la mirada curiosa de su público. Hay muchas anécdotas sobre esto, pero desde hace unos años los escritores saben que es parte de su oficio. Por eso me gustan mucho las presentaciones de libros, sobre todo aquellas que aportan un valor añadido más allá de la mera formalidad del acto.

Participé en la Sala Polisón del Teatro Principal de Burgos en un coloquio con José Antonio Abella (Burgos, 1956), último Premio de la Crítica de Castilla y León junto a Gonzalo Santonja (Director del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, que patrocina el Premio, de cuyo jurado soy miembro). El encuentro fue distendido y se alargó casi dos horas sin que agotáramos los temas. A nuestras preguntas, el autor comentó las circunstancias biográficas que le llevaron de Burgos a Segovia, en donde vive y ejerce la medicina. José Antonio Abella ha cultivado la literatura con regularidad desde 1992, año en el que publicó su primera novela, Yuda. En su currículum figura un premio de relatos tan prestigioso como el ya desaparecido Hucha de Oro, víctima inocente de lo que ha ocurrido con las Cajas de Ahorro en este país o un libro tan vendido como Crónicas de Umbroso (2001). También se habló de su aventura editorial al frente de La isla del náufrago, un ejemplo del camino que tienen que seguir muchos amantes de la literatura ante lo que sucede con los grandes sellos editoriales del país que, por ejemplo, rechazaron el manuscrito de La sonrisa robada, que ha merecido el Premio de la Crítica.


Y se habló mucho de la obra ganadora del premio. La sonrisa robada es una novela arriesgada desde el principio, pero de estos riesgos bebe la verdadera literatura. Se nos presenta como la investigación que el narrador -el propio autor- realiza para completar la información suministrada por su amigo, el poeta pintor y escultor José Fernández-Arroyo (Manzanares, Ciudad Real, 1928) tanto en sus conversaciones como en el diario en el que contó la historia de una apasionante historia de amor que vivió con Edelgard Lambrecht entre los años 1949 y 1953. El lector pronto comprende la necesidad de esta investigación dado que es imprescindible comprender el punto de vista de la joven.

En la novela encontramos una hermosa historia de amor y el panorama de Europa tras la Segunda Guerra Mundial. Edelgard es hija de un militar alemán y víctima de los horrores de la guerra y de la postguerra. Esta es la segunda dificultad de la novela: contar la historia desde una perspectiva no frecuentada, la de la población alemana que perdió la guerra pero que participó de la exaltación militarista de Hitler. El narrador se plantea en varias ocasiones este problema puesto que su planteamiento está muy lejos de ser revisionista o filonazi, pero queda atrapado -como le ocurrió al propio Fernández-Arroyo y le ocurrirá al lector- por la personalidad de aquella joven y el horror que vivió tanto personal como familiarmente, semejante a tantos millones de personas víctimas de los fanatismos y de las ideologías sin rostro humano. La misma Edelgard, como toda la población alemana, hubo de hacer su transición para aceptar lo que pasó y lo que a ella misma le ocurrió. 

Por otro lado, la acertada conversión de José Fernández-Arroyo en personaje literario a partir de su apasionante vida. Un joven que procede de una España nacionalcatólica y que sale de una país aislado en el mundo por el apoyo prestado por el régimen franquista al III Reich para encontrarse con la mujer a la que ama y a la que solo conoce por la correspondencia epistolar y unas pocas fotos. Un joven que también debe hacer su propia transición desde aquella España gris y plomiza, sin horizontes hasta ese personaje anciano que cuenta a su amigo la historia de aquel amor que marcó su vida.

Una historia de amor apasionante entre dos jóvenes de un mundo en ruinas pero que no pierden la esperanza, la aventura de toda Europa para reconstruirse tras el conflicto y el misterio de la enfermedad de la mujer al que hace referencia el título de la novela. Todo ello bien contado a través del relato contemporáneo del narrador que busca los rastros de Edelgard y que adopta la técnica de la novela dentro de la novela, el relato que se va construyendo delante de nosotros pero que también enfrenta al narrador -y a nosotros mismos- a una mirada reflexiva sobre lo transcurrido en estas décadas. No se esconde el horror ni la tragedia, pero se trata todo con la sutileza del lirismo y de una prosa bien trabajada. Agradará al lector que busca la trama argumental, pero también al que busca reflexionar sobre la literatura y las claves del proceso histórico de Europa.

Tiene otra virtud esta novela, rescatar del olvido el excelente diario de José Fernández-Arroyo que es, en sí mismo, una gran pieza literaria. Ha sido reeditado en los meses últimos por La isla del náufrago e invito a leerlo tras la novela porque cuando se cierra el libro de Abella hay cosas que se le quedan pegadas al lector, necesitado de conocer más sobre esta historia.


sábado, 31 de mayo de 2014

Presentación de La sonrisa robada de José Antonio Abella en la Feria del Libro de Burgos


Dentro de los actos programados en la Feria del Libro de Burgos, a esta hora da comienzo la presentación del último Premio de la Crítica de Castilla y León, de cuyo jurado soy miembro. El premio recayó en la presente edición en la novela La sonrisa robada, de José Antonio Abella (Segovia, La isla del náufrago, 2013) y acompaño al autor en la presentación del libro, acto que tiene lugar a las ocho y media en la Sala Polisón del Teatro Principal de Burgos.

Podéis acceder a mi reseña de la novela en este enlace.

miércoles, 5 de marzo de 2014

La sonrisa robada, de José Antonio Abella, XII Premio de la Crítica de Castilla y León


El Jurado del Premio de la Crítica de Castilla y León, del que soy miembro, reunido esta mañana en el Palacio de los Verdugo de Ávila, ha otorgado el Premio correspondiente al año 2013 a La sonrisa robada de José Antonio Abella (Segovia, La Isla del Náufrago, 2013).

La novela reconstruye la historia de las relaciones entre el poeta y escultor José Fernández-Arroyo y una joven alemana, Edelgard Lambrecht a partir del diario del artista y la correspondencia de Edelgard, mantenida entre los años 1949 y 1953. Se enmarca y completa con el viaje del narrador a Alemania con la finalidad de conocer los lugares en donde vivió la joven y encontrar los datos que proporcionen la visión desde su perspectiva. Este doble tiempo (presente-pasado) y doble y hasta triple ángulo (narrador / José Fernández / Edelgard) es sutilmente usado como parte de la fábula y viene a cumplir, en un juego metaliterario, el impulso interno de lo que se cuenta hacia su necesaria construcción como novela.

En La sonrisa robada hay una historia de amor intenso y hermoso que marca la vida de los protagonistas, pero también mucho más. Es también la historia de un sueño que impulsa al protagonista y atrapa al lector, un viaje hacia los sentimientos y hacia la ilusión que mantiene una vida en medio de la devastación propia de una postguerra como la de la II Guerra mundial. Abella nos guía por el extraordinario viaje que lleva a un joven desde la España de los primeros años de la gris dictadura franquista hasta la Alemania que intenta reconstruirse pero vive marcada por las huellas de la guerra en todos los sentidos: el pasado nazi, la irrupción de los soldados soviéticos y la desmembración del país y el presente de Edelgard en el que no todos podrán encontrar un hueco en la nueva realidad. Es un triple viaje: el del narrador, el del protagonista y el de toda una generación de europeos, contado desde una perspectiva poco frecuente. Un riesgo asumido por el autor del que ha salido con éxito gracias, en gran medida, a una narración precisa no exenta de lirismo y pasajes sobrecogedores. Los inicios de cada capítulo son magníficos. Todo, además, lleno de referencias musicales que potencian lo contado.

La sonrisa robada, sin duda alguna, es una novela atractiva para un lector muy variado: atrapa por el argumento -una gran historia de amor-, por las dosis de intriga con las que se desgrana, por la profundidad del análisis de los sentimientos más nobles en tiempos violentos y poco propicios, por la reconstrucción individual y colectiva de una Europa que sale de un conflicto tan brutal como fue la II Guerra mundial y por el estilo narrativo.

viernes, 8 de marzo de 2013

El río del edén, de José María Merino, XI Premio de la Crítica de Castilla y Léon


El río del Edén, de José María Merino, ha resultado ganador del XI Premio de la Critica de Castilla y León. Las deliberaciones del Jurado, del que soy miembro, han tenido lugar en el Palacio de los Verdugo, de Ávila.

José María Merino es un narrador de larga trayectoria, uno de los nombres más consolidados de la novela española actual y ya había sido, con anterioridad, finalista de este Premio. El río del Edén es una magnífica novela cuyo argumento se construye sobre las pocas horas en las que el protagonista, Daniel, acompañado de su hijo Silvio, con síndrome de Down, intenta cumplir la promesa dada a la madre del pequeño antes de morir: esparcir sus cenizas en una laguna situada en el alto Tajo en la que ambos vivieron los mejores momentos de su historia de amor. Bajo esta historia se esconde el drama de Daniel, que el lector conoce a través de sus recuerdos, del diálogo que establece con el hijo y de la evocación de algunos momentos junto a la que fue su esposa,  tanto en su juventud como en los últimos meses, cuando quedó paralítica a consecuencia de un accidente. Dentro de Daniel hay, como en todos nosotros, varias personalidades que luchan entre sí. Esta lucha es la que, en verdad, protagoniza el libro a través de los recuerdos del protagonista: conflicto entre un Daniel que amaba a Tere y otro que la traicionó, uno que rechazó a su hijo y otro que, finalmente, lo asume como parte de su vida.

Merino ha escrito una reflexión sobre la vida vista como ilusión y frustración, como compromiso y traición. Una vida que busca una felicidad que solo puede estar, en realidad, en asumir esa complejidad que es el ser humano y pactar con lo que uno tiene y con lo que uno es para seguir adelante. Asume técnicamente un reto: mantener la narración en una segunda persona del singular sin que resulte monónota, para trasladarnos, precisamente, ese conflicto psicológico del personaje. El paisaje -las montañas, el río, la laguna- y los fragmentos de vida que conocemos del protagonista son claves simbólicas de ese conflicto y su resolución. Es curioso cómo, sin abandonar nunca el pulso realista, consigue un aliento propio de la fábula (especialmente centrada en la laguna) y con una inspiración en el mito de Adán y Eva bíblico. Otro de los rasgos que hacen atractiva esta novela es la indagación en la mente del muchacho (una de las pocas veces en las que la literatura española se acerca con dignidad, decoro y altura de miras a los que tienen el síndrome de Down) y cómo se reconstruye, a partir de ella, la relación entre el padre y el hijo. Y todo ello sin caer nunca en la sensiblería ni derivar nunca hacia la facilidad de las emociones.

viernes, 2 de marzo de 2012

X Premio de la Crítica de Castilla y León

Por primera vez desde su creación, el Premio de la Crítica de Castilla y León, de cuyo jurado soy miembro, ha recaído ex aequo en dos libros: El laberinto invisible, de Antonio Colinas y El rostro de Cristo, de Olegario González de Cardenal. El primero es un libro que viene a poner un punto seguido brillante a las obras completas del poeta leonés, uno de los mejores exponentes de la poesía española actual. El segundo, un ensayo cultural en el que se reflexiona desde la teología para comprender la presencia del tema al que hace referencia el título en el arte plástico y la literatura. Las deliberaciones han tenido lugar esta mañana, en el Teatro del Liceo de Salamanca.

Además de los premiados, entre los finalistas se encontraban los libros de poemas Los pies del horizonte, de José Gutiérrez Román, El eco anticipado de Carlos Contreras Elvira, Tempero de Fermín Herrero y La presencia invisible de la luz de Mauricio Herrero. También los libros de narrativa Cuentos del desamparo, de Tomás Val, Ejército enemigo de Alberto Olmos, El libro de las horas contadas de José María Merino, Apuntes de medicina interna de José Manuel de la Huerga y Baruc en el río de Rubén Abella. Quiero destacar la gran calidad media de los libros finalistas, su variedad estilística y de intenciones y, en especial, que entre los autores se hallan escritores pertenecientes a diferentes generaciones.

domingo, 2 de mayo de 2010

Entrega del VIII premio de la Crítica de Castilla y León

Esta mañana he asistido al acto formal de entrega del VIII Premio de la Crítica de Castilla y León en la 43 Feria del Libro de Valladolid. Como saben los que siguen habitualmente La Acequia, el Premio lo obtuvo Abel Hernández por El caballo de cartón.

Ha sido un acto breve en el que Ángeles Porres, Concejala de Educación, Deportes y Participación ciudadana de la ciudad de Valladolid, en representación del Patronato del Instituto Castellano y Leonés de la lengua, ha entregado el Premio al autor en presencia de Gonzalo Santonja, Director del Instituto y Nicolás Miñambres, miembro del Jurado.

Dedicar unas horas a estar entre libros y aprovechar para reencontrarse con escritores y amigos y hablar de literatura es la mejor forma de emplear unas horas de un domingo, sin duda alguna.

viernes, 26 de febrero de 2010

VIII Premio de la Crítica de Castilla y León


La novela El caballo de cartón (Gadir, 2009), de Abel Hernández, ha resultado ganador del VIII Premio de la Crítica de Castilla y León, mantenido por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua y de cuyo jurado soy miembro. El autor es un periodista de larga trayectoria que ya en la convocatoria del año anterior había sido finalista en el mismo Premio con Historias de la Alcarama.
Abel Hernández (Sarnago, Soria, 1937) fue uno de los periodistas más importantes durante la Transición española a la democracia tras la muerte del dictador Francisco Franco. Fruto de su conocimiento de aquel tiempo es el libro Suárez y el Rey (Premio Espasa de Ensayo 2009), que se encuentra en las listas de los libros más vendidos en España dentro de la no ficción y que debe leerse para comprender algunas de las claves de lo que pasó en aquellos años.

El caballo de cartón, que tanto tiene que ver con Historias de la Alcarama, es un relato en el que el autor vuelve a su infancia. Parte de su regreso al pueblo en el que nació y vivió su infancia, ahora abandonado por sus habitantes. En la casa familiar, cerrada desde hace tiempo, encuentra un diario que escribió cuando tenía 11 años, junto al caballo de cartón que da título al libro. La lectura desde la madurez de esas páginas sirve para jugar técnicamente con dos miradas: la del niño que está a punto de abandonar la infancia y el mundo tal y como lo ha conocido hasta ese momento; la del hombre mayor que puede valorar todo lo que pasó en aquellos tiempos a la luz de su experiencia. De ese contraste salen páginas en las que todo se sugiere sin interrupciones enojosas de la voz madura. La mirada del niño es tan limpia que suele predominar sobre la del hombre mayor, aunque sea inevitable el tono nostálgico porque todo se recupera desde el presente, cuando se han podido valorar las consecuencias de aquellos hechos. Singularmente, la irrupción del mundo exterior (en el que se hace visible la esencia de las circunstancias históricas del primer franquismo) en la vida del niño a partir de un accidente.

Dos cosas llaman la atención sobre otras en este libro. En primer lugar, el excelente trabajo estilístico con el lenguaje de la tierra, que recuerda al Miguel Delibes de Viejas historias de Castilla la Vieja (una obra maestra del vallisoletano, menos leída de lo que merece), pero que no ahoga ni aleja al lector moderno.

En segundo lugar, el análisis –a través de la literatura- de un fenómeno sociológico de la España de los años cincuenta y sesenta, cuando la emigración masiva de los pueblos a los núcleos industriales de las ciudades españoles y europeos vació gran parte de la Castilla rural. Abel Hernández, como decenas de miles de españoles fue uno más de aquellos jóvenes que se marcharon de sus pueblos para no volver. Esa circunstancia cambió en pocos años la geografía humana del país y generó una serie de tensiones sociales y psicológicas que aun perduran. Este libro, por lo tanto, no es sólo un viaje hacia la infancia, sino a un momento histórico del pasado reciente español que aun es visible y contribuye a explicar gran parte de lo que es España hoy.

Este año, la calidad media de los libros finalistas ha sido muy alta y cualquiera de ellos hubiera podido resultar ganador. Además del libro de Abel Hernández, entre los 10 finalistas se hallaban La sima de José María Merino, La carta cerrada de Gustavo Martín Garzo, El paladar a la intemperie de Antonio Sánchez Zamarreño, Jardín perdido. Las aventuras vitales de los Panero de Andrés Martínez Oria, Cuba más allá de Fidel de Jorge Moreta, De la letra menuda de Fermín Herrero, Modernas y vanguardistas. Mujer y democracia en la II República de Mercedes Gómez Blesa, Las cosas como eran de Esperanza Ortega y Otras islas de Manuel de Lope.

viernes, 27 de febrero de 2009

Luis Mateo Díez, VII Premio de la Crítica de Castilla y León.


Este año, el Premio de la Crítica de Castilla y León, patrocinado por el Instituto de la Lengua, ha recaído en Los frutos de la niebla, de Luis Mateo Díez. Este Premio, de cuyo jurado formo parte desde hacia varias convocatorias, selecciona la mejor obra de un autor castellano-leonés publicada en el año anterior. Luis Mateo Díez ha sido uno de los autores presentes en todas las convocatorias y este año, finalmente, lo ha obtenido por una obra compuesta por tres historias: tres novelas breves que cierran un excelente ciclo de su obra, Las fábulas del sentimiento, compuesto por El diablo meridiano, El eco de las bodas y El fulgor de la pobreza.

Sigo a Luis Mateo Díez, uno de los autores españoles más fieles a su propio estilo, desde sus primeras obras y ésta que hemos premiado es una de las que más me han satisfecho, siendo muchas las que me han gustado. Los retratos de los personajes, el ambiente que crea desde la aparente falta de grandes conflictos, por datos que van construyendo el mundo interior con una mirada que impacta al lector para inquietarlo sin alardes técnicos, son algunas de sus mejores características.

De los 10 finalistas, a la ronda final de votaciones pasaron otras dos obras recomendables: Luis García Jambrina, El manuscrito de piedra (un relato que conjuga con acierto la novela histórica y la policíaca para abordar la especial situación de la vida de Fernando de Rojas, el autor de La Celestina, en sus tiempos de estudiante de la Universidad de Salamanca) y Abel Hernández, Historias de la Alcarama (una historia sobre el mundo rural y la despoblación, que atrapa tanto a los que vivieron aquellos momentos en los que se vaciaron tantos pueblos castellanos como a los más jóvenes).

Recodemos que, el mejor premio, es leer estas obras.

viernes, 29 de febrero de 2008

De catarro, correo con aire gaditano y noticias de Salamanca


Tengo un monumental catarro. Desde hace unos días me duele todo, tengo la cabeza congestionada y me llora el ojo izquierdo (en efecto, el izquierdo, ¿premonición?). Como no me gusta parar, no paro y he seguido trabajando y cumpliendo con los compromisos. Pero estoy como si no estuviera: como si viera las cosas desde lejos. A lo mejor podría entenderse como distanciamiento brechtiano pero es algo más prosaico. Es curioso, en la Wikipedia hasta puede verse la definición del resfriado. He de anotar, por aquí, que algún día debo hablar de la Wikipedia. Ayer jueves era tan lamentable mi estado que uno de mis alumnos de la Universidad de la Experiencia se apiadó de mí y me recomendó una receta infalible: tomarme un vaso de leche caliente con una aspirina y beber copas de coñac hasta que dudara del número de dedos de la mano y meterme en la cama. Quizá debí hacerle caso.
Así, a media consciencia, hoy he estado en Salamanca, que aparecía luminosa, rodeada de niebla. Siempre me ha gustado esta ciudad, a la que escapo en cuanto tengo una excusa. Y sin tenerla. Me viene asociada a mi primer viaje con los compañeros del Instituto, pero también a muchos otros viajes para perderme por sus calles y ambiente, admirar el mucho arte que contiene o destapar la construcción del símbolo de esta ciudad o rastrear en local antiguo de la librería Cervantes a la caza de libros que no se podían encontrar en otros lugares.
Mi viaje de hoy se debía a que formo parte del Jurado del VI Premio de la Crítica de Castilla y León. Los nueve finalistas son textos recomendables y cuya lectura aconsejo desde aquí:
-Marcos Ana, Decidme cómo es un árbol. Memorias de la prisión y la guerra. Un emocionado testimonio del luchador antifranquista que comienza a su salida de la cárcel en 1961. Texto que revisa una época y unas sensaciones desde el poso del tiempo, con ganas de mirar hacia el futuro. De obligada lectura para los que vivieron aquellos días y para los que no lo conocen más que por los libros de texto.
-Juan Manuel González, Tras la luz poniente. Poemario que recoge un viaje a Portugal lleno de amor, reflexión y literatura. Lleno de hallazgos.
-Juan Antonio González Iglesias, Eros es más. Poemario sobre el amor, escrito con una sencillez y entusiasmo que atrapa a pesar de contener toda la cultura amorosa.
-Jesús Hilario Tundidor, Fue. Libro de poemas en el que Tundidor profundiza, a partir de la enfermedad, en el lenguaje y el tiempo.
-Andrés Martínez Oria, Más allá del olvido. Novela de trabajado estilo que atrapa en la construcción de un mundo propio, lleno de sombras y nostalgias.
-Luis Mateo Diez, La gloria de los niños. Una de las mejores narraciones de los últimos años de este novelista, en el que se acerca a un tratamiento duro de la infancia con un formato de cuento.
-Juan Manuel de Prada, El séptimo velo. Novela que me ha reconciliado con este autor, del que me había alejado desde hace años. Resultó la obra ganadora en la votación final. Se trata de una narración ambientada en la Francia de finales de la II Guerra Mundial, con una búsqueda de la memoria personal y colectiva.
-Tomás Sánchez Santiago, Calle Feria. Soberbia colección de tipos e historias ambientadas en una calle, con tono costumbrista y deslumbrantes hallazgos.
-Francisco Solano, La trama de los desórdenes. Volumen de relatos breves sobre la existencia humana.
Y al volver a casa, enfebrecido y con la camisa empapada de sudor, me hallo con un libro que esperaba: Lecturas del Pensamiento Filosófico, Estético y Político. Se trata de las Actas del XIII Encuentro de la Ilustración al Romanticismo que con tanto esfuerzo y brillantes resultados sacan adelante todos los años mis amigos de la Universidad de Cádiz. Este Congreso tuvo lugar en noviembre del 2006 y releo aquí los textos que oí, entre los que se encuentra mi trabajo sobre Martínez de la Rosa (Revisión conservadora del siglo XVIII: los últimos años de Martínez de la Rosa). ¡Cádiz! Ya echo de menos esta ciudad y su gente.
Por hoy nada más, voy a sudar en la cama.

martes, 6 de marzo de 2007

Resumen apresurado de doce días


He procurado recuperarme, aunque no he hecho mucho caso al médico puesto que no he faltado a mis clases. Y es que, según parece, necesito reposo para cortar esto.

Doce días.


He dedicado buena parte del tiempo a la lectura en el sofá. Devoré los libros que me faltaban por leer de la docena de títulos seleccionados para la fase final del V Premio de la Crítica de Castilla y León. Y entre los últimos, saltó la sorpresa: Autómata, de Adolfo García Ortega (Barcelona, Bruguera, 2006), que ya tenía en el montón de pendientes antes de que me llegara la lista definitiva.
Los miembros del Jurado nos reunimos en el Teatro Liceo de Salamanca el pasado viernes, día 2 de marzo. Y la mayoría coincidimos. Autómata es una magnífica novela que crecerá con el tiempo -se prepara ya su traducción al inglés-. El autor juega con diferentes niveles de narración. La historia, plagada de referencias literarias, se deja leer con apasionamiento en su ropaje de novela de aventuras que surca varios siglos. No desvelaré más sorpresas, porque animo a leerla. Y más cuando este tipo de literatura no es nada frecuente en este país. Enhorabuena a Adolfo García Ortega.

Entre los finalistas, quiero resaltar Calle del Paraíso, de Gustavo Martín Garzo, que se lee con placer. Y Leyendo las piedras, de Antonio Colinas: novela entreverada de relatos breves, o colección de relatos con consistencia de novela.

El año 2006 ha sido una buena cosecha para la literatura.

Por cierto: Salamanca, bellísima. Hace tiempo que no la visitaba (antes era casi obligada cita anual) y me reencontré con una ciudad que siempre me gustó.

Mi libro de cabecera no es novedad sino una novela de Vargas Llosa que se me pasó en su día: Historia de Mayta. Voy a saltos de cuarto de hora, así que tardaré en terminarla.

Fatigado del tren, del mismo cansancio y de mi cuerpo, he pasado estos días. Gracias a los amigos que se han preocupado. Y perdón a aquellos a los que no he podido dar debida cuenta de los trabajos pendientes. Los plazos de entrega incumplidos pesan sobre mi cabeza. Pero no doy más de mí (por ahora).