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lunes, 24 de septiembre de 2012

El problema de España (I)

España es un tema recurrente y, en los últimos días, ha vuelto a estar de actualidad por la celebración en Cataluña de unas manifestaciones que, con gran éxito en la convocatoria, han reclamado la separación de Cataluña, su independiencia de España. Aunque la amalgama que une a todos los que participaron en estas manifestaciones es aún  muy débil y se ha visto fortalecida tanto por el descontento generado por la crisis económica como por la irresponsable actuación de los políticos de uno y otro signo, que han mirado más por sus intereses electoralistas que por lo que de verdad debería importar en estos momentos, no se puede negar que hay un creciente sentimiento independentista en Cataluña que va mucho más allá de unas demandas de autonomía fiscal. Sentimiento más articulado que el similar de otros territorios españoles.

Dedicaré al tema, pidiendo vuestra paciencia, una serie de entradas, en las que quiero manifestar mi opinión.

Curiosamente, una de las primeras naciones modernas -según algunos historiadores, la primera que se constituyó así con la boda entre Fernando e Isabel, en 1469- ha necesitado repensarse continuamente a lo largo de los siglos, oscilando siempre entre tendencias unificadoras y disgregadoras. Cada cierto tiempo hay una necesidad de saber qué es España. La última vez que se llegó a un gran pacto fue con motivo de la redacción de la Constitución de 1978, que solucionando lo urgente dejó algunos de los aspectos esenciales sin cerrar.

En contra de la visión simplificadora de algunos y del desconocimiento de otros, no han comenzado los problemas en el siglo XX con el auge de los nacionalismos periféricos y su conflicto con el nacionalismo españolista. El mismo rey Fernando II de Aragón (debemos recordar, porque con el interesado revisionismo histórico de algunos nacionalismos parece que todo se revuelve, que Fernando nació en Sos y no fue un rey catalán) estuvo a punto de romper la incipiente unión y lo hubiera hecho con toda seguridad si el hijo que tuvo con su segunda esposa no hubiera muerto al poco de nacer. Es curioso cómo la visión oficial del nacionalismo españolista del franquismo enterró en el olvido a la segunda esposa del Rey Católico y los intentos de Fernando durante años para romper la unión con el Reino de Castilla, con cuyos nobles estaba enfrentado. De hecho, cuando pudo ser regente de Castilla tras encerrar a su hija Juana en Tordesillas, dejó esta labor en manos del Cardenal Cisneros, puesto que sabía de la imposibilidad de acuerdo con la nobleza castellana, fortalecida tras el reparto de los territorios conquistados a los musulmanes en el último siglo y que tan levantisca había resultado contra los intereses de sus monarcas, provocando varios conflictos civiles -uno de los cuales había aupado al trono a su esposa, Isabel I de Castilla, que no era la primera en la línea sucesoria.

Convendría recordar que, en gran medida, esta nobleza se había enfrentado a Fernando porque este quiso imponer un tipo de gobierno moderno en Castilla, a la manera de lo que pretendía para Aragón y más acorde con los tiempos del renacimiento humanista. Forma de gobierno que le convirtió en ejemplo a seguir en las páginas de los grandes tratados de la época, El Príncipe (1513) de Maquiavelo y El Político (1640) de Gracián. Mientras en la visión interesada del nacionalismo españolista, Fernando no fue más que un secundario de Isabel, entre los politólogos de su tiempo y posteriores, el Rey Católico era un modelo de príncipe, es decir, de buen gobernante.

Hubo otros momentos difíciles antes del siglo XX de los que no se salvaron ni el todopoderoso Felipe II ni los gobernantes liberales españoles, que llegaron a bombardear Barcelona en 1842, por no hablar del cantonalismo que tuvo lugar durante los años 1873-1874. Y gran parte de estas tendencias disgregadoras están en otras circunstancias como el apoyo de algunos territorios a uno u otro contrincante durante la Guerra de Sucesión española (1701-1715), el reconocimiento de los derechos forales a algunos territorios por parte de la tan centralista dinastía de los Borbón como agradecimiento tras el final del conflicto, y la implantación del carlismo precisamente en estos territorios, lo que llevó a tres guerras civiles durante el siglo XIX.

La cuestión de España, por lo tanto, no es un problema solo del siglo XX, sino una parte consustancial de la historia de su constitución como nación y nace, de hecho, en la forma en la que se gestó. Los Reyes Católicos, en contra de la visión franquista de la historia, no unificaron España de forma indisoluble e inalterable, sino que pusieron encima de la mesa un pacto: una visión muy moderna mediante la cual una nación no se construye de una sola pieza, sino por colaboración entre las partes.

lunes, 14 de febrero de 2011

A muchos les sobra la vida


Voy de mis preocupaciones a mis clases, con ellas puestas hasta la puerta del aula, puesto que al traspasarla las dejo en el umbral. Pero hay un párrafo del autor que toca hoy -Baltasar Gracián, prolífico y variado escritor barroco, popular en su día por tratados de comportamiento cortesano y hoy solo  mencionado como referente de la teoría barroca del arte- que me llega dentro, tan abrumado como ando estos días con mis cosas:

No vivir apriesa. El saber repartir las cosas es saberlas gozar; a muchos les sobra la vida y se les acaba la felicidad; malogran los contentos, que no los gozan, y querrían después volver atrás cuando se hallan tan adelante; postillones del vivir que, a más del común correr del tiempo, añaden ellos su atropellamiento genial. Querrían devorar en un día lo que apenas podrán digerir en toda la vida; viven adelantados en las felicidades, cómense los años por venir y como van con tanta priesa, acaban presto con todo: aun en el querer saber, ha de haber modo para no saber las cosas mal sabidas; son más los días que las dichas; en el gozar a espacio, en el obrar aprisa; las hazañas bien están hechas, los contentos mal acabados. (Oráculo manual y arte de prudencia.)

Me pregunto cuánto hace que me sobra la vida.

Hoy Gracián sería un prestigioso escritor de libros de autoayuda. Es curiosa y significativa la evolución del género: primero fueron los espejos de príncipes, destinados a la educación del gobernante y la nobleza, luego los manuales de cortesanos, guías de comportamiento de la nobleza y las clases medias enriquecidas. Con la ilustración se popularizaron los tratados de urbanidad, de los que se separaban por igual los libros de etiquetas para las altas clases sociales y los de moral para niños en edad escolar. Ahora, que en teoría somos todos iguales, necesitamos los libros de autoayuda para sobrevivir en el mundo. Parece que andamos siempre cojos y necesitados de consejo para marear el día.

Pero vuelvo a Gracián y, al salir de clase, camino más despacio y me detengo unos minutos en la manifestación en papel contra la violencia que desde hace unos días crece en un espacio de mi Facultad. No hay nada menos apresurado que la papiroflexia. Quien hace pajaritas o grullas o caracoles ha decidido que no le sobra la vida. Al menos, durante unos minutos al día.