El día de la hispanidad tiene mala fama. Se asocia, sin más, con lo más rancio de los conceptos más rancios de lo español. En amplios sectores de los países de habla española en América se rechaza al identificarlo con los peores significados de la conquista y colonización del continente. También en buena parte de la población española se identifica este concepto con el franquismo y una visión imperial de la historia con alta carga supremacista y paternalista, tan propia de aquel régimen dictatorial y de todos los nacionalismos -no hay nacionalismo de izquierdas, es una contradicción terminológica, pero ese es otro tema-, que hablaba de madre patria y países hermanos... En consecuencia, como tantos otros conceptos, la defensa de la hispanidad ha quedado casi de forma exclusiva en manos de una porción de españoles que la exhiben casi como una bandera contra otros y los varios intentos recientes de construir un nuevo significado han sido algo estériles dado que no se han puesto los suficientes medios para conseguirlo. A pesar de eso, también hay una parte de la sociedad que intuye en esta celebración cosas que nada tienen que ver con lo que otros critican, pero quizá no pueden argumentarlo ante la agresividad verbal que suelen esgrimir los que se lo han apropiado y los que lo critican. El antiguo día de la raza o la fiesta nacional por excelencia no ha podido remontar el peso de su apropiación por la dictadura franquista en el imaginario de buena parte de la sociedad y ha quedado marcado de forma negativa. Un concepto no es solo lo que significa, sino también las connotaciones que se le van adhiriendo a lo largo de la historia, pero si no comprendemos su origen y función inicial no deberíamos rechazarlo sin más. A veces es la ignorancia la que habla por nosotros o el dogmatismo y cuando actuamos con las tripas la razón queda aparcada y no lograremos jamás consensos que puedan generar provechosos efectos.
En contra de lo que muchos piensan, la celebración de la hispanidad y su fortalecimiento como concepto moderno no fue obra de Franco ni de españoles con añoranza imperial sino de intelectuales americanos (escritores, publicistas, políticos, intelectuales de todo tipo) entre los que sobresalió por su dimensión pública Rubén Darío (Darío fue mucho más que un poeta). La hispanidad, a principios del siglo XX, no tenía nada que ver con la supremacía española ni con la añoranza del imperio, sino que poseía una teoría actualizada de la historia para competir contra la presencia progresiva del mundo anglosajón en las repúblicas de la América hispana. El núcleo central de la hispanidad se construyó como concepto para defenderse de la entrada de la política y la cultura anglosajona de los EE.UU. en el resto de América. Una actuación que intentaba controlar económica y políticamente el continente corrompiendo voluntades, controlando gobiernos y socavando las tradiciones de las repúblicas de habla española. Frente a ello, muchos intelectuales reaccionaron volviéndose a lo único que los unía: el común pasado hispano.
No se entendía la hispanidad como la herencia de lo español como único motor. A partir de la herencia común del idioma y de determinadas formas de entender la historia, el mundo y las creencias, integraron en ese concepto el mundo indígena y la herencia latina (de ese mismo origen es el concepto de Latinoamérica). Es decir, la hispanidad se pensó como un concepto integrador y superador. Gracias a él se integraron en un mismo plano las culturas indígenas, española y latina. Rubén Darío se sentía orgulloso de todas ellas y las lanzaba en ese concepto a una rabiosa modernidad en la que se incorporaban las mejores novedades fuera cual fuera su procedencia. Como todos los conceptos culturales, su desarrollo posterior dependió de intereses económicos, sociales y políticos que dificultaron su implantación, pero el germen de la hispanidad contenía y contiene elementos que deben tomarse en consideración.
El concepto de hispanidad tal y como fue concebido une y supera las heridas históricas para sumar fortalezas frente a un mundo que ya se intuía cada vez más globalizado y servía de parapeto al nuevo colonialismo de los EE.UU. desde donde se lanzó la que se conoció como doctrina Monroe con la intención de fortalecer su predominio en la región sin esconder el nuevo imperialismo de los EE.UU. basado casi exclusivamente en la población de origen europeo. La doctrina Monroe es, exactamente, el lado opuesto de la idea de la hispanidad. Negar esta es potenciar aquella.
Hoy la hispanidad es una realidad histórica incluso para aquellos que la niegan. El español es un idioma que se ha fortalecido. El trabajo de la RAE en las últimas décadas ha transitado por este camino: ni la ortografía ni la gramática ni el diccionario son ya castellanos o peninsulares sino que acogen todas las variantes y se inclinan por las opciones más comunes aunque estas no sean las que predominen en la península ibérica. Incluso el Diccionario de la Real Academia ha dejado de ser conocido así (DRAE) y ha pasado a denominarse Diccionario de la lengua española (DLE) por esta misma razón. La Nueva gramática de la lengua española es la primera consensuada por todas las academias de la lengua. El Diccionario panhispánico de dudas es una herramienta fundamental. La Ortografía de la lengua española es obra impulsada por la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española...
Mientras tanto, seguirán los ataques de unos y de otros, la apropiación inadecuada del término por otros con pensamiento cerril... pero el concepto de hispanidad ampara algo que existe en la realidad, un elemento integrador y potenciador, que bien usado da los mejores frutos de un pasado, un presente y un futuro común. Negarlo es dejarnos sin una de las mejores armas para un crecimiento que defienda por igual las identidades locales y la suma común. Además, claro, de ponernos ante un espejo irreal que nos afea pero favorecedor de que otros ocupen el campo que dejamos libre.