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jueves, 12 de octubre de 2017

La hispanidad hoy.


El día de la hispanidad tiene mala fama. Se asocia, sin más, con lo más rancio de los conceptos más rancios de lo español. En amplios sectores de los países de habla española en América se rechaza al identificarlo con los peores significados de la conquista y colonización del continente. También en buena parte de la población española se identifica este concepto con el franquismo y una visión imperial de la historia con alta carga supremacista y paternalista, tan propia de aquel régimen dictatorial y de todos los nacionalismos -no hay nacionalismo de izquierdas, es una contradicción terminológica, pero ese es otro tema-, que hablaba de madre patria y países hermanos... En consecuencia, como tantos otros conceptos, la defensa de la hispanidad ha quedado casi de forma exclusiva en manos de una porción de españoles que la exhiben casi como una bandera contra otros y los varios intentos recientes de construir un nuevo significado han sido algo estériles dado que no se han puesto los suficientes medios para conseguirlo. A pesar de eso, también hay una parte de la sociedad que intuye en esta celebración cosas que nada tienen que ver con lo que otros critican, pero quizá no pueden argumentarlo ante la agresividad verbal que suelen esgrimir los que se lo han apropiado y los que lo critican. El antiguo día de la raza o la fiesta nacional por excelencia no ha podido remontar el peso de su apropiación por la dictadura franquista en el imaginario de buena parte de la sociedad y ha quedado marcado de forma negativa. Un concepto no es solo lo que significa, sino también las connotaciones que se le van adhiriendo a lo largo de la historia, pero si no comprendemos su origen y función inicial no deberíamos rechazarlo sin más. A veces es la ignorancia la que habla por nosotros o el dogmatismo y cuando actuamos con las tripas la razón queda aparcada y no lograremos jamás consensos que puedan generar provechosos efectos.

En contra de lo que muchos piensan, la celebración de la hispanidad y su fortalecimiento como concepto moderno no fue obra de Franco ni de españoles con añoranza imperial sino de intelectuales americanos (escritores, publicistas, políticos, intelectuales de todo tipo) entre los que sobresalió por su dimensión pública Rubén Darío (Darío fue mucho más que un poeta). La hispanidad, a principios del siglo XX, no tenía nada que ver con la supremacía española ni con la añoranza del imperio, sino que poseía una teoría actualizada de la historia para competir contra la presencia progresiva del mundo anglosajón en las repúblicas de la América hispana. El núcleo central de la hispanidad se construyó como concepto para defenderse de la entrada de la política y la cultura anglosajona de los EE.UU. en el resto de América. Una actuación que intentaba controlar económica y políticamente el continente corrompiendo voluntades, controlando gobiernos y socavando las tradiciones de las repúblicas de habla española. Frente a ello, muchos intelectuales reaccionaron volviéndose a lo único que los unía: el común pasado hispano.

No se entendía la hispanidad como la herencia de lo español como único motor. A partir de la herencia común del idioma y de determinadas formas de entender la historia, el mundo y las creencias, integraron en ese concepto el mundo indígena y la herencia latina (de ese mismo origen es el concepto de Latinoamérica). Es decir, la hispanidad se pensó como un concepto integrador y superador. Gracias a él se integraron en un mismo plano las culturas indígenas, española y latina. Rubén Darío se sentía orgulloso de todas ellas y las lanzaba en ese concepto a una rabiosa modernidad en la que se incorporaban las mejores novedades fuera cual fuera su procedencia. Como todos los conceptos culturales, su desarrollo posterior dependió de intereses económicos, sociales y políticos que dificultaron su implantación, pero el germen de la hispanidad contenía y contiene elementos que deben tomarse en consideración.

El concepto de hispanidad tal y como fue concebido une y supera las heridas históricas para sumar fortalezas frente a un mundo que ya se intuía cada vez más globalizado y servía de parapeto al nuevo colonialismo de los EE.UU. desde donde se lanzó la que se conoció como doctrina Monroe con la intención de fortalecer su predominio en la región sin esconder el nuevo imperialismo de los EE.UU. basado casi exclusivamente en la población de origen europeo. La doctrina Monroe es, exactamente, el lado opuesto de la idea de la hispanidad. Negar esta es potenciar aquella.

Hoy la hispanidad es una realidad histórica incluso para aquellos que la niegan. El español es un idioma que se ha fortalecido. El trabajo de la RAE en las últimas décadas ha transitado por este camino: ni la ortografía ni la gramática ni el diccionario son ya castellanos o peninsulares sino que acogen todas las variantes y se inclinan por las opciones más comunes aunque estas no sean las que predominen en la península ibérica. Incluso el Diccionario de la Real Academia ha dejado de ser conocido así (DRAE) y ha pasado a denominarse Diccionario de la lengua española (DLE) por esta misma razón. La Nueva gramática de la lengua española es la primera consensuada por todas las academias de la lengua. El Diccionario panhispánico de dudas es una herramienta fundamental. La Ortografía de la lengua española es obra impulsada por la RAE y la Asociación de Academias de la Lengua Española...

Mientras tanto, seguirán los ataques de unos y de otros, la apropiación inadecuada del término por otros con pensamiento cerril... pero el concepto de hispanidad ampara algo que existe en la realidad, un elemento integrador y potenciador, que bien usado da los mejores frutos de un pasado, un presente y un futuro común. Negarlo es dejarnos sin una de las mejores armas para un crecimiento que defienda por igual las identidades locales y la suma común. Además, claro, de ponernos ante un espejo irreal que nos afea pero favorecedor de que otros ocupen el campo que dejamos libre.

lunes, 12 de octubre de 2015

Sobre la Hispanidad (de nuevo).


Desde hace años, suelo publicar en este espacio una entrada sobre la Hispanidad con motivo de la conmemoración del doce de octubre. A estos textos remito para ampliar lo que opino al respecto. Hoy quiero abordar la simplificación con la que se suele tratar este tema en los medios de comunicación y en las redes sociales. En tiempos en los que lo burdo, lo meramente emocional y la brocha gorda parecen imponerse, el análisis pausado y el matiz no solo no están de moda sino que, incluso, están mal vistos. Aquel que no se posiciona en uno de los bandos contendientes suele salir malparado. La falta de información, la reducción de los argumentos a consignas ofensivas y la escasa capacidad para elaborar proyectos de encuentro para el debate ideológico predomina en esta como en tantas otras cuestiones.

Basta una revisión de los informativos y de las redes sociales para ver que el Día de la Hispanidad es tenida todavía hoy por muchos como el Día de la Raza, una celebración especialmente destinada al desfile militar y trufada de una visión idílica del descubrimiento y colonización de América por el Reino de España y un sentimiento de orgullo nacional español.

Basta también una revisión de esos mismos informativos y de las redes sociales para ver cómo otra parte tiene este día como la celebración impúdica de un genocidio programado con fines imperialistas por parte de una potencia colonizadora que actuó en América sin escrúpulos destruyendo una serie de civilizaciones en las que no se reconoce defecto alguno.

Ambas posiciones son radicalmente inadecuadas y falsas y condenadas a enfrentarse sin fruto alguno. Parten de un anacronismo conceptual y de una visión histórica que no se corresponde a la realidad, pero esto sería algo largo de desarrollar aquí: ni la visión ideal indigenista es correcta ni lo es la del imperialismo españolista. En aquellos tiempos existió un Fray Bartolomé de las Casas que defendió a los indígenas americanos pero promovió la esclavitud de los africanos negros para sustituirlos en el trabajo y los mismos gobernantes que favorecieron la colonización elaboraron una de las articulaciones más brillantes del derecho de gentes que se dieron antes de la contemporaneidad; las culturas precolombinas estaban enfrentadas en guerras de dominio como la que protagonizaron luego las tropas españolas que contaron con el apoyo de algunos grupos indígenas contra otros; juzgar con parámetros modernos lo que ocurrió en aquellos tiempos es un error conceptual de gran calibre y juzgar la independencia y construcción de las repúblicas americanas como una victoria indigenista una falsedad. En el fondo, late por un lado un equivocado sentido adanista y romántico de la historia por el cual los indígenas -sean quienes sean- son siempre los que merecen ser defendidos y por otro un no menos errado concepto histórico por el cual el progreso civilizado es siempre bueno -sobre todo el que se basa en las claves del capitalismo nacido a partir de finales de la Edad Media-. No se puede corregir la historia y cuando se juzga con bases tan simples no pueden salir más que consignas, no debates, que no sirven para seguir el camino adelante.

Curiosamente, ambos bandos ignoran un elemento esencial. La fabricación de una celebración de la Hispanidad en este día se debe más a intelectuales hispanoamericanos que españoles y, al igual que el iberismo, no es producto necesariamente de visiones conservadoras. Su origen fundacional, hace algo más de un siglo, se corresponde con la búsqueda una nueva realidad cultural que sirviera como referente a las repúblicas americanas para enfrentarse al peligro del nuevo imperialismo naciente, el de los EE.UU. Y tiene más que ver con un proyecto común basado en un concepto integrador de lo hispánico, lo latino y las culturas indígenas americanas que con un sueño imperial español. Los pensadores hispanoamericanos que lo propiciaron veían en esa suma de raíces una esencia que podría defenderlos frente a la amenaza de dependencia del vecino del norte. La Hispanidad y su celebración en el doce de octubre no fue un intento de recuperación del imperio ni de cantar nostálgicamente sus elogios sino todo un proyecto ideológico de vertebrar desde América algo propio que integrara todas esas realidades -la latina, la ibérica, la española, la nativa- en una diferente a la que se había dado hasta ese momento. Fue, por lo tanto, una construcción en positivo. Aquellos que reniegan de ella desde cualquiera de los bandos que ahora simplifican la realidad lo que hacen, en realidad, es demoler un proyecto integrador debilitando la realidad cultural que pretenden defender con sus argumentos propios de la propaganda. Ni siquiera cuando en los años sesenta del siglo pasado surge una nueva forma de pensar América desde los intelectuales más comprometidos se despreció el sentido de lo hispanoamericano según lo que entrañaba ese concepto de la Hispanidad. No esconde detrás de ella, por lo tanto, una visión meramente española como pretenden algunos.

En esto, como en tantas otras cosas, el sueño imperialista, demagógico y facilón de la dictadura franquista hizo mucho mal al reducir la Hispanidad a un espantajo que, evidentemente, no podía gustar más que a los franquistas. Seguir por ese camino es hacerle el juego al dictador tantas décadas después de su muerte, por lo que convendría recuperar el verdadero sentido integrador de la Hispanidad y actualizarlo a las nuevas realidades contemporáneas porque su existencia tiene más sentido que nunca en un mundo globalizado. Entre otras cosas, porque no se puede negar lo que es evidente, su existencia. Y, para ello, lo más prescindible es la forma anacrónica y estéril con la que se celebra en la actualidad.

domingo, 12 de octubre de 2014

España y América


Desde hace años, en esta fecha, publico una entrada relacionada con el Día de la Hispanidad. He hablado del encuentro entre los dos mundos y lo que pudo suponer para ambos. He hablado también de autores que nos han ayudado a comprenderlo. En otras ocasiones he explicado cómo el Día de la Hispanidad no fue exactamente una festividad creada desde la Península sino surgida, a principios del siglo XX, en ámbitos intelectuales americanos, precisamente en los que estaban más concienciados ante la amenaza que el mundo anglosajón podía suponer para la supervivencia de lo hispánico y quisieron encontrar en este concepto un lugar de encuentro entre la tradición mediterránea que representaba España y lo precolombino americano.

Hoy me resulta muy difícil encontrar un tema. Las relaciones entre España e Hispanoamérica ha pasado históricamente por diferentes ciclos. No estamos en el mejor momento. Tras la crisis financiera, cientos de miles de inmigrantes americanos que habían venido a España han regresado a sus países o han dado el salto a otras naciones europeas. Muchos de ellos se han ido con una deuda de por vida: la hipoteca de la casa que compraron en España engañados por el progreso sin límite que nos vendieron desde las sucursales bancarias. Los lugares de encuentro políticos entre los países también han perdido prestigio: la Cumbre Iberoamericana ya no es más que una mera fachada de un edificio vacío. Una de las primeras cosas que eliminó el gobierno español actual fueron las ayudas de Cooperación Internacional dirigidas al ámbito hispánico. La actuación de los empresarios españoles en Panamá es más que reprochable, como la de nuestros grandes bancos en América. Las grandes empresas españolas que se habían instalado allí en la época de bonanza están siendo sustituidas, como en el resto del mundo, por empresarios chinos o de otras procedencias. Pero esto, con ser malo, no es lo peor: las crisis financieras traen estas cosas y dejan muchas heridas.

Lo peor es que no hay ningún proyecto de cohesión del ámbito hispánico: ni económica, ni política, ni cultural. Al gobierno español actual no le interesa Hispanoamérica y, en justa reciprocidad, a los gobiernos hispanoamericanos no les interesa España. Ya ni siquiera como un aliado estratético para negociar en Europa. De eso se encargan ellos directamente.

Curiosamente solo una institución está labrando un puente: la Real Academia Española de la lengua. Desde que la RAE dejó de creerse la propietaria del idioma y pasó a tener proyectos de colaboración y encuentro con el resto de las Academias de la lengua de los países hispanoamericanos los frutos han ido apareciendo: las reformas sucesivas de la ortografía, de la sintaxis o de los diccionarios lo demuestran. Todos estos frutos tienen un punto en común: el reconocimiento de que la mayoría de los hablantes del español están fuera de España y que la lengua y sus normativas deben servir para unirnos y no para diferenciarnos. De hecho, en estos momentos, el español es, de las grandes lenguas, la menos amenazada de disgregación. En estos momentos, sólo la lengua nos une. Es mucho, pero a uno le agradaría que nuestros políticos se acordaran de tanta herencia común y tantos proyectos interesantes para el presente y para el futuro. Si no generamos una comunidad de intereses de poco nos servirá el trabajo académico.

miércoles, 16 de abril de 2008

Visitantes desde la República Checa y elogio del Hispanismo


Uno de mis últimos actos oficiales como Director del Departamento de Filología de la Universidad de Burgos, ha sido la recepción oficial de un grupo de hispanistas checos que se encuentran estos días en Castilla y León invitados por el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua.


El año pasado, recibí la invitación para acudir a Praga con motivo de unas charlas que conmemoraban los 800 años de la fecha que figura en el manuscrito del Cantar de Mio Cid. Finalmente no pude acudir y cedí el encargo a mi compañero Antonio Álvarez Tejedor, que ahora organiza este Encuentro de Hispanistas checos con Castilla y León. Recibimos por estas tierras, en justa correspondencia, a este grupo de profesores e investigadores checos. Visitarán las Universidades de Burgos, Salamanca, León y Valladolid (por este orden), del martes 15 al viernes 18 de abril.


Tuve el honor de presidir ayer, por la mañana, una extraordinaria sesión académica, que recordaba a un tipo de Universidad que ya se nos ha ido, lamentablemente, en la que intervinieron el profesor Miloslav Ulicny de la Universidad Carolina de Praga, que habló de las Traducciones y adaptaciones checas del Quijote (1840-1900); la profesora Hedvica Vydrová, de la misma Universidad, que disertó sobre La historia de la literatura hispanoamericana en el contexto checho y cerró el acto el profesor Pavel Stepanek, de la Unversidad de Olomouc, que abordó el tema El Camino de Santiago desde Praga (ss. XII-XVIII). Tras la visita a la actual sede del Instituto Castellano y Leonés de la lengua y la comida en la que no faltó ni la morcilla burgalesa ni el buen cordero y el vino tinto de la Ribera del Duero, intervinieron los escritores Antonio Bouza y Óscar Esquivias.


El Hispanismo es uno de los fenómenos culturales de los que nos deberíamos sentir más orgullosos. El amor por nuestra Historia y cultura -no hablo sólo de la peninsular, sino de todo el ámbito hispánico- y el esfuerzo que dedican a entenderla, enseñarla y difundirla estas personas (en algunas épocas sin demasiado apoyo de las instituciones que deberían hacerlo) es digno de todo elogio. El Hispanismo, a pesar de que algunos nacionales han sido recelosos a la intervención de los extranjeros en nuestras cosas, nos ha ayudado a comprendernos mejor, a situarnos en el mundo, a difundir nuestras aportaciones y a corregir miradas demasiado cercanas. En algunos momentos, son hispanistas los que han comenzado a estudiar fases abandonadas de nuestra historia o tratadas de forma tópica o superficial, a desentrañar las claves de nuestros textos literarios, a construir lo que hoy llamamos turismo cultural, etc.


No sólo tengo admiración por estas personas que nos engrandecen, sino que colaboro con ellos siempre que puedo. Actualmente, pertenezco a la Junta Directiva de la Asociación Internacional de Hispanistas (cuyo Primer Presidente de Honor fue nada menos que Menéndez Pidal) y puedo asegurar que es uno de los cargos de los que más orgullo me producen. Desde aquí, mi más sincero agradecimiento a estos hispanistas checos y a todos los otros profesionales que, por el mundo, aman, estudian y enseñan nuestra cultura. Y que nos hacen entendernos fuera de toda vanidad nacionalista y de todo desenfoque local.