
Los lectores más antiguos de La Acequia sabéis que me gusta el llamado arte contemporáneo y de vanguardia. Sabéis que analizo esas manifestaciones del siglo XX que a muchos les provocan aun rechazos e incomprensión y que os he animado a visitar exposiciones y conocer artistas de este tipo. Entre otras cosas, porque son la demostración más exacta de nuestra época y porque merece la pena el esfuerzo de comprensión para poder gozar de él como hacemos con otros tipos de arte.
Hoy os traigo un ejemplo de lo que debe hacerse, uno de lo que debe hacerse pero no se ha hecho del todo bien y otro que, directamente, es una cara tomadura de pelo.
El ejemplo de lo que debe hacerse es la cabeza de acero inoxidable de
Jaume Plensa que se expone en el patio central de la
Casa del Cordón -modelo de buena restauración de un edificio histórico para un uso moderno como el de oficina central de una entidad bancaria- hasta el 18 de enero, como complemento y reclamo de la
exposición del CAB. En sí misma, la obra tiene una entidad asombrosa: vacía el espacio interior de la cabeza y establece un diálogo con todo el entorno a través de su construcción en red y volumen. Situada donde está, la obra adquiere un pleno significado: ese diálogo se abre a un gran espacio vacío, con un magnífico contraste e integración entre el acero de la cabeza y la piedra del patio, entre la postmodernidad reflexiva de la cabeza y el gótico final de las arquerías. Tal es su adecuación, que el visitante piensa que deberían dejarla allí para siempre aunque este tipo de arte debe verse en diferentes lugares para valorar sus nuevos matices.
El ejemplo de lo que debe hacerse pero no se ha hecho bien es la exposición, que anuncié aquí, de
Warhol en Burgos. No responde a las expectativas ni está a la altura de lo requerido. Es, apenas, la muestra de unas series de serigrafías mal explicadas y expuestas (por eso, es mejor el catálogo): como podría hacerse con cualquier joven artista que comenzara su carrera. Todo colgado, como se hace ahora, con un cristal para cubrir las obras y una iluminación tan mal diseñada, que hacen que el espectador se vea a sí mismo más que a la obra (es mal común, no sólo de esta exposición). Lo que no deja de ser toda una interesante reflexión sobre el arte: somos arte pop reflejado en arte pop. Pienso que no era el propósito ni de Warhol ni del comisario de la exposición.
Se completa la muestra, con películas del artista, que fue
uno de los que mejor participaron en la experimentación en este arte en los años sesenta. Es cierto que son, posiblemente, sus mejores obras cinematográficas. Una de ellas,
Empire (1964), aunque sólo se exponga un fragmento de 45 minutos de las más de 8 horas de metraje, correcta pero insulsamente mostrada en un monitor plano, colgado en la pared -lo que está muy bien, pues puede ser tomada como una parte más de su obra total-. Dos,
The Chelsea Girls (1966) y
The Velvet Underground and Nico (1966), proyectadas a través de cañones en una superficie rugosa y cierto efecto reflectante, que provoca que veamos, en ocasiones -dado que las películas son en blanco y negro-, más la pantalla que la película. La opción, además, de mostrarlas sin sillas en donde pueda sentarse el público no animan a la contemplación detenida de obras que influyeron decisivamente en el cine independiente y de autor de los años posteriores -
Pedro Almodóvar ha aludido, en reiteradas ocasiones, al impacto que supusieron en sus comienzos- supongo que, el comisario, tuvo miedo de que alguien pretendiera ver todo el metraje de ambas (210 minutos la primera, 66 la segunda).
Por último, el juego de espejos
que Leandro Erlich muestra ahora en el Reina Sofía, tan aplaudido por los medios de comunicación, es el ejemplo perfecto de cómo no deben hacerse las cosas. Y no me refiero a la calidad del producto, que técnicamente es impecable, sino al intento de vendérnoslo como vanguardia del arte contemporáneo. A nadie debería sorprender ya la mezcla de elementos propios de lo que se llamaba subcultura -aquí, las atracciones de feria-, con el arte más innovador: llevamos más de cien años haciéndolo.
Cuando los juegos de espejos saltaron en las décadas finales del siglo XIX de la atracción de feria al teatro y a museos, sí se hacía algo nuevo. Cuando todo ello se implicó con el precine y, más tarde, con las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX, sí se hacía algo nuevo: la propuesta era rompedora, atrevida y tenía toda una carga de pensamiento cultural e ideología artística detrás.
Que el Reina Sofía lo exponga ahora, no está mal, aunque es irrelevante para el arte actual. Pero que se nos venda como una nueva reflexión, como una nueva forma de hacer arte en el que se ha descubierto la síntesis de elementos, es, sencillamente, una cara tomadura de pelo. Eso sí, ésta gustará incluso a los que rechazan el arte contemporáneo porque dicen no comprenderlo: la instalación de Erlich es puro juego y técnica, artificio y superficialidad, magnífico ejemplo de un tipo de arte muy vivo hoy, demandado por los cientos de museos de arte contemporáneo que han proliferado y deben llenar sus salas como sea y disfrutados por un público que sabe poco ya de cualquier tipo de arte.
Los espectadores saldrán satisfechos y contarán la novedad de esta propuesta: simplemente, porque ignoran que es algo viejo vestido con calidad técnica nueva (el arte contemporáneo está en los últimos capítulos de los libros de texto). Como gran parte de las propuestas de ahora.
Curiosamente, el arte de vanguardia, que rompió con el canon tradicional, ha creado un nuevo tipo de canon. Eso no es incorrecto: en todos los estilos, en todas las épocas, hay iniciadores e imitadores con más o menos calidad. Pero el arte de vanguardia tenía una máxima, que definió bien Rubén Darío en sus Palabras liminares a Prosas profanas y otros poemas (1901):
Yo no tengo literatura «mía» [...] para marcar el rumbo de los demás: mi literatura es mía en mí; quien siga servilmente mis huellas perderá su tesoro personal y, paje o esclavo, no podrá ocultar sello o librea
Y, sobre todo, que no nos vendan como nuevo lo que lleva tanto tiempo creado. Entre otras cosas, para eso sirve estudiar la historia de las manifestaciones artísticas, como les digo a mis alumnos muchas veces: para que no nos den gato por liebre ni los artistas redichos ni sus patrocinadores y los circuitos culturales.
Como las dos primeras exposiciones las vi con mi amigo
Javier García Riobó, hicimos, por el camino, alguna foto. Dejo aquí constancia de una que debería publicar él en breve, para hablar de configuración creativa.