
En la tristeza hay un momento en el que se pierde todo: es mucho antes de que se descubra el mundo con otros ojos. No sé si todos pasamos por la experiencia necesaria de sentirnos tan vacíos que parecemos roídos por dentro con un descorazonador metálico. No hay forma de ser equilibrado sin haber perdido previamente todo lo que se lleva por dentro. Quien no ha sentido ese dolor no sabe lo que es una noche.
Rafael Alberti lo expresó en uno de los mejores poemarios de la poesía española y, quizá, el mejor de los suyos en la línea de la vanguardia.
Sobre los ángeles (1929) cuenta la experiencia de quien ha llegado a ser sólo carcasa para poder volver a la vida a mirarla de otro modo, si sobrevive. Hay algo (el desamor, la soledad, el descubrimiento de que lo que le dijeron a uno antes de la madurez no le vale para el resto de la vida) que nos empuja a la más brillante de las derrotas, la de perdernos por dentro sin hacer nada para impedirlo:
Llevaba una ciudad dentro.
Y la perdió sin combate.
Y le perdieron.
Sombras vienen a llorarla,
a llorarle.
-Tú caída,
tú, derribada,
tú,
la mejor de las ciudades.
Y tú, muerto,
tú, una cueva,
un pozo, tú, seco.
Cuando nos dormimos somos de otra manera nosotros: y es en el sueño en el que se declara la tempestad que puede devastarnos: hasta la ceniza.
Te dormiste.
Y ángeles turbios, coléricos,
la carbonizaron.
Te carbonizaron tu sueño.
Y ángeles turbios, coléricos,
carbonizaron tu alma, tu cuerpo.
Qué pena los que nunca se perdieron por dentro, los que nunca sintieron el dolor del vacío y la soledad más absoluta: la que nos muestra que todo lo que creíamos ser ya no es cierto. No es un alivio sentirse seguros.