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jueves, 5 de diciembre de 2013

El intelectual que opina (prólogo a una lectura de Todo lo que era sólido de Antonio Muñoz Molina) y noticias de nuestras lecturas, con el recuerdo del tercer aniversario de nuestra comida quijotesca


La publicación de J´Accuse el 13 de enero de 1898 en la primera página del periódico L´Aurore suele proponerse como la fecha de aparición del intelectual comprometido en los medios de comunicación modernos. Aunque no sea cierto puesto que toda la historia de la prensa no es otra cosa, la repercusión que tuvo el texto de Émile Zola por la personalidad del autor, la importancia del asunto que se trataba y la rápida difusión de esta carta abierta dirigida al presidente de la República francesa, consagra esta fecha como la cristalización de la idea moderna del intelectual. Desde entonces, esta figura ha tenido múltiples evoluciones y un cierto desgaste que, en algunos medios muy interesados, la han llevado al descrédito.

Cuando la filosofía o el pensamiento se limitaba a hablar de cosas en apariencia nada terrenales o su difusión se daba entre círculos minoritarios, el debate poco podía afectar a las personas que en él intervenían. A pesar de ello, Sócrates tuvo que tomar la cicuta que le tendió la mano del verdugo. A partir de la Ilustración, los pensadores comenzaron a tratar de asuntos muy concretos casi de forma única. Y, lo que es más interesante, usaron de la imprenta y de la prensa desde su inicio de una forma radicalmente nueva: ensayo y artículo de periódico son géneros hermanados desde entonces. De hecho, puede afirmarse que en las páginas de la historia de la prensa periódica está la historia del pensamiento occidental desde el siglo XIX hasta la actualidad y que no hay un solo pensador de relevancia en el último siglo que no haya sido colaborador en algún periódico. Y el diario, por su misma concepción, tiene un compromiso con la actualidad.

La generalización y el acceso a la información a través de Internet ha provocado, además, que aquellos pensadores que nos parecían tan alejados sean ahora una realidad muy próxima. Los vemos en televisión, conocemos su rostro por las fotografías y los avatares más pequeños de su biografía. Por eso, ser un intelectual que opina sobre cosas concretas de nuestra realidad tiene hoy mayor riesgo que nunca. Someterse a la mirada crítica de aquellos a los que les molesta lo que se dice exige una pulcritud y una coherencia que pocas personas tienen.  O ninguna, porque todos somos humanos y cometemos errores y caemos en la incogruencia mayor o menor entre nuestro pensamiento y nuestra vida. El problema no es esto sino cuánto margen nos darán nuestros enemigos y, sobre todo, cuánto nos perdonarán nuestros seguidores. Porque a veces tenemos esa cosa: no perdonamos al que opina aquellas cosas en las que incurrimos a diario.

Antonio Muñoz Molina, novelista de éxito desde la aparición de su segunda novela (El invierno en Lisboa, 1987), es también uno de esos intelectuales que opinan en la prensa sobre cuestiones de actualidad y que también ha utilizado el ensayo con regularidad, especialmente sobre temas literarios. No puede entenderse la obra de Muñoz Molina sin esta faceta suya, tan constante e importante desde los primeros artículos publicados en el diario granadino Ideal (recopilados en el Robinson urbano, 1984). Son miles de páginas las que ha publicado así y que contribuyen a crearnos la imagen de un escritor con un pensamiento cívico cuya raíz es la postmodernidad (es decir, la poca solidez de las grandes ideologías, el individuo como un superviviente de la historia que debe pactar consigo mismo y buscar su integridad biográfica y ética en compromisos con los otros y su entorno) y la relación con una línea de pensamiento que lleva hasta lo mejor del republicanismo democrático español de las primeras décadas del siglo XX, especialemente en la defensa de la sociedad civil como máxima expresión de la democracia y la importancia de la educación y la cultura en el mundo actual.

Como pensador sobre cuestiones de actualidad, sus opiniones durante mucho tiempo han coincidido con lo que se conoce como socialdemocracia. Contrario al franquismo y a su influencia en el pensamiento de la derecha española tras la Transición, opuesto también a los maximalismos de la izquierda que sigue sosteniendo la pureza de las ideas marxistas a la manera del sueño soviético, ha coincidido en vivencias biográficas y en ideas con una mayoría amplia de la población española. Por su posicionamiento, no ha dejado de recibir críticas desde los sectores que quedan a un lado y a otro. Un cierto apartamiento de la vida pública española (junto al hecho de que haya residido durante gran parte de los últimos años en Nueva York) y la evolución de la población española, junto a la radicaliación de la opinión públicada por los medios de comunicación en los últimos tiempos hace que comience a parecer menos coincidente con la opinión mayoritaria, como suele pasar en tiempos de radicalización con aquellos que mantienen ideas más centradas y a los que se les exige un mayor compromiso con las ideas más radicales. Quizá no sea Muñoz Molina apropiado para tiempos de radicalización de opiniones pero, precisamente por eso, siempre es oportuno leerlo. Además, claro, de por estrictos motivos literarios.

Todo lo que era sólido nace como ensayo reflexivo sobre lo que ha ocurrido en España en las últimas décadas. Por eso mismo es arriesgado: todos hemos estado ahí y todos tenemos opinión sobre lo que ha ocurrido y todos podemos recordar dónde estuvo o no estuvo el autor o, mejor dicho, cada uno querrá opinar sobre dónde querría que hubiera estado el autor, como si este fuera un individuo obligado a pensar de una u otra manera. De ahí a la crítica feroz o incluso el ataque personal hay un paso. A Muñoz Molina le ha sucedido en varias ocasiones, tanto por ganar el Premio Pleneta como por haber aceptado el cargo de director del Instituo Cervantes de Nueva York o el Premio Jerusalén, o por no haber sido lo suficientemente crítico con algunos gobernantes próximos a su ideología. Este es uno de los mayores riesgos al que se somete el autor de un ensayo como el que nos ocupará el mes de diciembre. El otro será la relevancia del análisis al que somete a la sociedad española.


Noticias de nuestras lecturas

Cien años hay del comienzo de la entrada pórtico de Paco Cuesta sobre Todo lo que era sólido y su final. Cien años que explican cosas.

No os perdáis la acertada forma en la que enlaza Mª Ángeles Merino la lectura de La estafeta romántica con la de Todo lo que era sólido: una relación epistolar entre dos mujeres burgalesas. Aparte de eso, os recomiendo que prestéis atención a la selección de sus textos y sus enlaces.


Pancho acierta, de nuevo, al abordar La estafeta romántica: con cuánto acierto selecciona, comenta e ilumina los temas, los tonos de los personajes y la técnica epistolar galdosiana.

Luz del Olmo nos demuestra que para Galdós la relación epistolar no solo era una forma de escribir novelas sino parte de su vida. No os perdáis la anécdota reumática...

Myriam publica el colofón a su análisis de las relaciones sentimentales y la psicología de los personajes de La estafeta romántica de Galdós, relatando los casos más significados en los que se comienzan a dar los síntomas por los que se resquebrajará la moral tradicional de aquellos tiempos. Excelente e imprescindible contextualización.

Aniversario de la comida quijotesca


La lectura colectiva del Quijote que comenzamos el 24 de abril de 2008 tuvo como fin de fiesta la reunión en Ibeas de Juarros para comer una buena olla podrida. Ayer se cumplieron 3 años. De aquel proyecto, primera experiencia realizada de lectura completa y colectiva de la novela cervantina en la que se emplearon los medios de la web 2.0, proceden muchas cosas: la amistad entre todos los que tomamos parte, la lectura permanente del Quijote que se mantiene en este espacio, la idea de nuestro club de lectura y un gratísimo recuerdo de las horas que pasamos juntos aquellos que pudimos acudir.

Ya sabéis que recojo en estas entradas de los jueves los comentarios que los seguidores del Club de lectura hacen en su blog hasta el miércoles y aquellos que me dé tiempo del mismo jueves. Si me he olvidado de alguno, os agradecería que me lo hicierais saber.

lunes, 20 de junio de 2011

El Movimiento del 15 de mayo y antiguas y nuevas formas de intelectual.


Se suele fijar la aparición del moderno concepto del intelectual como un pensador que opina sobre las cuestiones de la actualidad más palpitante y toma partido en ella arriesgándose a decir cosas que no son políticamente correctas y afrontando las consecuencias personales que esta toma de partido le acarreen en el año 1898 en el que Émile Zola publicó su famoso artículo Yo acuso (Carta al Presidente de la República) en el periódico francés L'Aurore, manifestándose públicamente en el caso Dreyfus. Aunque es injusto con muchos publicistas que tomaron partido antes que él en cuestiones similares, dada la resonancia del caso y la importancia de Zola podemos aceptarlo como punto de partida. Desde entonces, la figura del intelectual con mayor o menor fortuna, ha sido necesaria para expresar o guiar a la opinión pública, aunque en las últimas décadas tanto por el exceso por el que muchos aparecían como intelectuales sin reunir las características necesarias para serlo como por la aparente falta de necesidad de verdaderos opinantes en momentos de bonanza, la figura del intelectual (es decir, del pensador comprometido públicamente y siempre coherente con su toma de partido arriesgando incluso su posición) había sufrido un fuerte desgaste.

En el caso del Movimiento del 15 de mayo, todos los análisis coinciden en la importancia de Indignaos, texto escrito por Stépane Hessel que en España contó con un prólogo de José Luis Sampedro a la altura del texto original y superior incluso en perspectiva de análisis, que se completó con el libro colectivo Reacciona (cuyo prólogo hizo Hessel en justa correspondencia). Ahora Hessel lanza ¡Comprometeos! Ya no basta con indignarse, que completa y amplia necesariamente su propuesta inicial. Tanto Hessel como Sampedro tienen cosas en común: ambos son ya ancianos y ambos tienen una larga trayectoria como intelectuales en la faceta original del término.

Sin embargo, ha aparecido en el Movimiento una nueva e interesante figura de intelectual que remueve, por ampliación, la del concepto primero: en el Movimiento hay muchos que prestan sus opiniones expertas, su asesoramiento y su esfuerzo para un trabajo colectivo. El concepto de intelectual es necesariamente individual: es un individuo que ha alcanzado una posición, tiene prestigio social y lo usa para intervenir en cuestiones concretas de actualidad. Esta nueva forma tiene una dimensión colectiva. Es interesante estar atento a su evolución futura, que parece coincidir con los muchos logros que en este sentido ha dado la web 2.0.

viernes, 30 de noviembre de 2007

Ser fotógrafo sin serlo.


La exposición Fotógrafos insospechados, que se muestra en la Sala de San Benito de Valladolid ofrece un curioso enfoque. Los autores son personas conocidas por razones muy diferentes a la fotografía: pintores, escritores, actores, cantantes, bailarines, directores de cine. Acudí a verla con mi amigo Javier Garcìa Riobó y pudimos disfrutar al soprendernos por la mirada de esta gente. Una de las mejores es de Picasso, llena de juegos artísticos, pero las fotografías de Richard Gere, Mikhail Baryshnikov o Jeff Bridges son también magníficas. Es difícil desechar ninguna. A mí me sorprendió mucho la modernidad de dos retratos de finales del siglo XIX, del novelista Émile Zola. Javier se entusiasmó con un retrato de Penélope Cruz realizado por Almodóvar. La exposición merece la pena: por curiosidad y por calidad.
Ser fotógrafo sin serlo. Desde que he abierto el blog he ahondado en esta afición mía. Primero con torpeza, poco a poco aventurándome a descubrir cosas a través del objetivo de la cámara o a experimentar riesgos como hago en Nocturno. Qué cálido puede resultar este objeto. Desde el más sencillo, como dice Javier.
Me recuerdo siempre con esta afición, ante la incomprensión de la familia, cuando aun había que esperar a completar el carrete y llevarlo a revelar para ver el resultado, casi siempre decepcionante. Cuántas veces habré oído que para qué hacía una foto de algo que se podía comprar en una postal.
Hagamos fotos: familiares, turísticas, torpes, osadas. Con la foto va el recuerdo, la mirada y un jirón de nosotros.