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lunes, 28 de abril de 2008

Toda labios (el deseo caníbal)

A veces, el deseo se hace vehemente ansia de la carne de la persona deseada. Se trasforma en impulso físico y carnal: queremos saborearla, lamer el sudor salado de los poros de su piel, masticar sus labios al besarlos, morder su cuello en el lugar exacto, tras un beso ardiente que ya anuncia la marca de nuestros dientes sobre su piel desnuda. El deseo se concreta en puro acto físico pero, aunque parezca fruto de la irracionalidad animal, la mente se sacia de sensaciones que le llegan de todos los sentidos a la vez, independientemente de ser la parte activa o pasiva.
Algunos sufren derivaciones que nuestra sociedad considera enfermas y criminales y llegan a devorar, en comunión caníbal, pedazos de carne del ser amado (con o sin asesinato ritual previo). Hay versiones menos drásticas e irremediables, en ese mundo que nadie practica, pero existe, del sadomasoquismo: cortes ligeros en la piel para lamer la sangre de rojo intenso que brota de la herida del cuerpo deseado. Quizá deberíamos leer más a menudo a Sade y Sacher Masoch para comprender lo cercanos que estamos de esos comportamientos en ámbitos distintos a lo sexual.

El que sacia su deseo así, suele entrar en una crisis en espiral que demanda más porque, cuando la mente descubre estas sensaciones físicas, ya no tiene freno y, quien las conoce, las describe no con connotación pecaminosa sino casi como una iluminación en la que la consciencia es más lúcida. El arte se ha hecho mil veces eco de esto pero, sin duda, llegó al refinamiento en la creación de Drácula de Bram Stoker, que tantas secuelas ha tenido: algunas arrebatadoramente románticas e inquietantes para aquellos que se creen a salvo de estas sensaciones, como la película de Coppola. El vampiro, que llega seductor al cuello de la mujer, para dejarla exhausta, quizá nos explique mejor que las bellas historias de amor sentimental. Al menos, esta leyenda expone desnuda nuestra tendencia más oculta a la posesión del otro; también a ser poseído hasta la anulación de uno mismo.

Cada uno deberá encontrar acomodo en uno de los lados, porque vampiros y vampirizados, aunque no lo parezca, están a nuestro alrededor todos los días. Incluso en nuestros espejos, aunque no se reflejen.