Seducido por la noche y su ámbito, el paseante de La Acequia decidió visitar su locus amoenus a horas no habituales. Descubrió algunas razones ya anunciadas pero también otras que le depararon sorpresas y quiere contar aquí, retazo a retazo, como si se cosiera una nueva piel hallada.
Te pido paciencia y comprensión, la lectura será lenta, como lo fue la noche, pero promete aclarar -o quizá oscurecerlas más- algunas de las claves de este cuaderno.
El fraile constructor, que surgió en mayo como efigie de misterios urbanos junto al símbolo del derrumbadero, lo recibió con su enigma. El rostro del fraile aparecía en la noche más severo que de costumbre. El paseante rozó el bronce, húmedo por la lluvia otoñal, con sus dedos, temeroso de la mirada. Sin respuestas, se adentró en el espacio, abierto, como una herida, a la noche, junto al Puente de Malatos.