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miércoles, 21 de noviembre de 2007

Nocturno (I)

Estimado amigo:

Seducido por la noche y su ámbito, el paseante de La Acequia decidió visitar su locus amoenus a horas no habituales. Descubrió algunas razones ya anunciadas pero también otras que le depararon sorpresas y quiere contar aquí, retazo a retazo, como si se cosiera una nueva piel hallada.

Te pido paciencia y comprensión, la lectura será lenta, como lo fue la noche, pero promete aclarar -o quizá oscurecerlas más- algunas de las claves de este cuaderno.

El fraile constructor, que surgió en mayo como efigie de misterios urbanos junto al símbolo del derrumbadero, lo recibió con su enigma. El rostro del fraile aparecía en la noche más severo que de costumbre. El paseante rozó el bronce, húmedo por la lluvia otoñal, con sus dedos, temeroso de la mirada. Sin respuestas, se adentró en el espacio, abierto, como una herida, a la noche, junto al Puente de Malatos.

martes, 26 de junio de 2007

Nominación de estatuas.


En mi paseo, esta mañana, comprobé que al fraile constructor se le ha colocado una placa: "Domingo de la Calzada. Ingeniero del Camino. Escultor: Francisco Ortega". Nominación de la estatua que germinó en primavera.
Aun así, el rostro del fraile constructor sigue hosco, enfurruñado con la ciudad o con las tripas revueltas por tener dentro los pecados de los urbanicidas actuales. Quizá le han explicado lo de Burgos 2016 o se ha enterado de la agresión a Santa María la Real de Las Huelgas.
Lo que me falta por saber es si la placa se había encargado antes o alguien la fabricó para aprovechar esta estatua brotada con las lluvias de mayo e intentar domesticar su furia.
[Francisco Ortega es un buen escultor y la estatua es apreciable. Recomiendo de él un magnífico busto en bronce de Cánovas del Castillo sito en el Congreso de los Diputados de Madrid.]

jueves, 7 de junio de 2007

Las estatuas crecen con la primavera.


Con las lluvias de mayo, en la ciudad brotan las estatuas. Esta de un fraile anónimo, con cara de alunado ceñudo, ha germinado al lado del Puente de Malatos. Apareció de pronto, con una de sus recias manos sujetando, como si fuera un arma, una herramienta de constructor.
No sé quién es este fraile cantero, no sé qué hace allí, no sé quién lo plantó. Me lo encontré de frente un día, paseando junto a este río. Su mirada surge casi como amenaza enloquecida. Se me ocurrió que quizá fuera un maestro constructor de la catedral, molesto con la forma de maltratar la ciudad de sus sucesores.


Quizá, por eso, su lugar no está bien elegido y debería situarse, con esa mirada, frente a los grandes palacios de los responsables.
O quizá, dado que mira hacia los que entramos en la ciudad por este puente, se nos enfrente retador como un fraile negro, receptáculo de las almas de los que han destruido la ciudad, y nos interrogue cruelmente como una esfinge, exigiéndonos abandonar toda esperanza de ser más libres y ciudadanos.

lunes, 16 de abril de 2007

Malatía

A la vuelta de de clase, esta mañana, me acodé, pensativo y triste, en el petril de este puente. El Arlanzón, abajo, corría espumoso y limpio hacia su destino. Contemplé, durante largo tiempo, el agua. Sé que no sólo ellos lo cruzaron desde su construcción en el siglo XII, pero a ellos les debe el nombre. Los leprosos, que eran arrojados por la ciudad al Hospital vecino, seguro que hacían guardia a ambos lados para pedir limosna a los peregrinos. ¿Cuándo hemos dejado de tratar al apestado así, desterrándolo de nuestro lado, si es que hemos dejado de hacerlo? No solemos querer a nuestro lado lo que puede contagiarnos, y mucho menos cuando el enfermo está llagado y en su rostro se observan las huellas de su mal. Sin embargo, cómo ignoramos esas otras llagas que no vemos, las que todos llevamos dentro. Bajé a la orilla y mojé mis manos en el agua fría. Me refresqué el rostro. Cuando Rodrigo Díaz de Vivar caminaba por aquí, no existía este puente, quizá uno anterior más rudimentario, pero él también hubo de encontrarse con un malato según canta su leyenda -que no su historia- haciéndolo ejemplarmente santo en textos que nacen en el Cantar de Rodrigo, pasan por el romancero y llegan, a través de Guillén de Castro y la literatura francesa, a Rubén Darío. Me sequé con el pañuelo, y volví a mirar la corriente. La de Rodrigo es una bonita historia falsa que se hizo necesaria porque la gente necesita creer que hay almas nobles en un mundo tan hostil. Alguna, sin embargo, se encuentra.