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jueves, 13 de marzo de 2025

El año en el que se pudo ver el Himalaya

 


Hace cinco años me asomaba a este balcón sin ser consciente del tiempo que deberíamos permanecer en esta casa, confinados por la epidemia causada por el coronavirus covid-19. Recuerdo los momentos de temor y de incertidumbre, abrumado por las noticias y las informaciones sobre las cifras de muertos, la escasez del material sanitario disponible para evitar los contagios y la progresiva invasión de las teorías más extravagantes y los que buscaban desestabilizar y atemorizar a la sociedad, pero también esperanzado por los avances médicos, la lucha de tantos para combatir la enfermedad y sus efectos, la entrega de los que tuvieron que trabajar exponiéndose al virus y la confianza general de la sociedad en que saldríamos adelante con la cooperación mutua y el respeto a las normas, aunque algunas fueran difíciles de entender. Aquellas semanas en las que apenas se pudo salir a la calle también supusieron un extraño remanso de paz. Embarcado, como estaba, en mis cosas, tuve que detenerlas o derivarlas hacia las nuevas tecnologías que me permitieron seguir con mis clases, la participación en conferencias emitidas por internet o la divulgación de la literatura, pero desde casa. Por fortuna, en mi círculo más cercano no hubo nadie afectado por la enfermedad en aquellos momentos y yo mismo tardé muchos meses en contagiarme. Sin embargo, en la calle en la que me encontraba pasaban con frecuencia las ambulancias para recoger a enfermos o, peor aún, fallecidos. Recuerdo que cada día me asomaba a este balcón o al ventanal que da a la sierra de Béjar y contemplaba el paso del tiempo y cómo se alargaban los días. En la sierra, la naturaleza recuperó un vigor como hacía tiempo que no se conocía en estos lugares, ausente de nosotros. Sin darme cuenta, mi escritura se fue tejiendo de un diario de lo acontecido, de los viajes interiores y de mi contacto con la realidad y la cultura. Fruto de todo aquello publiqué con Eolas y Menos Lobos La metáfora del mirlo. Si lo releo ahora, me reconozco. El título hacía referencia a los mirlos reales que veía en el jardín que se encuentra en la parte trasera de la casa o que me encontraba en el campo cuando pudimos salir a pasear, pero también a uno que hizo su nido en el Cristo de la Inquisición del Museo de Valladolid cuando dejaron de entrar los visitantes. Eran estos mirlos una alegoría de la vida sin nosotros, pero también de nuestra propia extrañeza ante lo que nos ocurría. Nunca perdí la esperanza en los profesionales y en la ciencia. Solo la ciencia podía sacarnos de esa pandemia, como así fue. Fui también de los que pensaron que las circunstancias nos daban un momento para reflexionar sobre nuestra manera de estar en el mundo. Sigo pensándolo, aunque los que nos ha ocurrido desde entonces haya oscurecido el horizonte.

Recuerdo claramente la noticia de un pueblo de la India en el que, un día de aquellos, los habitantes se levantaron al amanecer y pudieron ver la cordillera del Himalaya, que solo los más viejos recordaban. A los más jóvenes, la capa de contaminación les había impedido contemplar hasta ese momento la silueta de aquellas montañas y el parón de la industria y el tráfico había despejado aquella nube. Se habrá cegado ya, pero aquella gente podrá recordar aún el año en el que vieron el Himalaya al despertar y salir a la puerta de su casa.




miércoles, 12 de enero de 2022

Atardecer desde la Puerta del Pico

 


Hoy he venido a ver la puesta del sol en la Puerta del Pico de Béjar, una pequeña apertura en el lado más estrecho de la muralla medieval de esta ciudad inverosímil construida sobre una peña. Desde aquí se contempla el valle del Cuerpo de Hombre camino ya del Alagón, un río atemporal, y la Sierra de Francia. Salta el valle el viaducto de la autovía Ruta de la Plata, que nace en Gijón y termina en Sevilla siguiendo una parte del trazado de la calzada romana de la que toma su nombre y que unía Astorga y Mérida, pasando por Salamanca y Cáceres. Sentado en la roca, he visto caer la luz en medio del silencio. Hasta aquí no llega el ruido del tráfico de la carretera. Solo los balidos de unas ovejas en un prado, más abajo, hacia la Fuentehonda.

Cuando se alivió el confinamiento de la población provocado por la epidemia, alguna vez veníamos a ver atardecer aquí. Como he hecho hoy, recorríamos las calles de la ciudad, sinuosas y en ligera bajada. Recuerdo que uno de los vecinos había instalado en el balcón abierto unos potentes altavoces y emitía música cañí a todo volumen durante una hora. De vez en cuando, tomaba el micrófono y lanzaba todo tipo de improperios contra los políticos y el hundimiento de los valores patrios. Supongo que, al principio, lo hacía asomado a la calle, pero como nadie le hacía mucho caso, finalmente me lo imaginé sentado en el sofá, vestido con un chándal antiguo, una mano metida por la cintura y la otra agarrando el micrófono para gritar sus consignas y desahogos más cómodamente. Seguro que estaba bien pertrechado, con unas cervezas y algo que picar en la mesa.

Hay quien me pregunta si no debería publicar una continuidad de La metáfora del milo, mi diario de aquellos tiempos publicado por Eolas y menoslobos, que aún sigue gozando del favor del público y vendiéndose. Supongo que para quienes lo lean ahora por primera vez o lo lean dentro de unos años, el libro habrá cobrado un sentido de testimonio de una época por una parte y de cómo la literatura afronta un tiempo que se ha detenido por la otra. Si escribiera ahora una continuación no tendría ya la forma de diario. Quizá preferiría hacer un ensayo literario sobre cómo se ha trasformado el mundo desde entonces, haciendo muy visibles todas las grietas de nuestra sociedad, pero también la fortaleza de la unión, que ha sido mucho más poderosa de lo que creemos. Mucho más de lo que la crispación interesadamente alimentada por quienes sacan partido de ella nos permite ver.

Y en lo personal, me digo, cuántas cosas han cambiado. En silencio y soledad, veo cómo avanza la noche. Quizá también lo escriba. Cuando el sol desaparece en el horizonte, miro hacia mi espalda, hacia la muralla. Allá arriba, en la sierra, todavía hay luz. El Calvitero me espera.



jueves, 1 de julio de 2021

Presentación de La metáfora del mirlo en Béjar y texto de Yolanda Izard

 

Con la escritora Yolanda Izard en la biblioteca
 del Casino Obrero de Béjar, unos minutos antes de la presentación del libro.

El final del curso académico y los compromisos urgentes con los actos de Valladolid Letraherido, no solo me han apartado de la publicación regular en este espacio, que me propongo retomar estos días, sino que me han impedido dar cuenta de la presentación de mi libro, La metáfora del mirlo, en Béjar el pasado 19 de junio. El acto tuvo lugar en el salón de actos del Casino Obrero, una institución bejarana con ciento cuarenta años en su historia y que siempre ha sido lugar de reunión y espacio para la palabra y el arte. En sus instalaciones han tenido lugar conferencias, asambleas y debates, presentaciones de libros y exposiciones artísticas. Mantener esta institución en momentos como los actuales es una tarea que honra a los que lo dirigen y a sus socios.

La presentación de mi libro fue promovida por el Centro de Estudios Bejaranos, al que pertenezco desde hace un año, cuando tuvo el cariñoso gesto de acogerme como miembro,  y quiero expresar mi agradecimiento a su presidenta, Josefa Montero, y a su secretaria, Carmen Cascón, que tanto ha hecho para que este acto, el primero con público que celebra el CEB desde que se desatara la pandemia, saliera adelante. Por supuesto, mi agradecimiento se hace extensivo a la Junta Directiva del Casino Obrero en el nombre de su vicepresidente, Iván Parro, siempre abierto a promover la cultura en aquella ciudad.

No escondo que la presentación me emocionó notablemente porque La metáfora del mirlo se escribió en Béjar y tiene a su paisaje natural y urbano como protagonista, así como a muchos de los amigos que me han acogido en la ciudad desde mis primeras visitas. Todavía recuerdo los días más duros del confinamiento de la población del año pasado, en los que tomaba una fotografía diaria desde el balcón de la calle mayor de Sánchez Ocaña y otra desde el ventanal que da a la sierra. Esas fotografías me sirven ahora como testimonio de aquellos días.

Tuve la fortuna de que mi libro lo presentara en ese acto la escritora bejarana Yolanda Izard, novelista y poeta premiada y una de las voces más importantes del panorama literario de los últimos años. A pesar de que había reseñado mi libro para una revista cultural, desconocía cómo iba a enfocar el acto. Me reconocí tanto en lo que dijo y en cómo lo dijo, que no puedo dejar de publicar aquí su texto, subrayado con mi agradecimiento, admiración y mi emoción.

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PRESENTACIÓN

LA METÁFORA DEL MIRLO de Pedro Ojeda en Béjar, Casino Obrero. Sábado 19 de junio 2021. 20:00 horas.

Yolanda Izard

 

Sobre Pedro Ojeda

Presentamos hoy en Béjar un libro muy especial, sobre todo para los bejaranos, y enseguida explicaré por qué, pero antes me gustaría hablar un poco de su autor, Pedro Ojeda, a quienes muchos conocerán porque tiene casa aquí, en Béjar, desde hace al menos once años y porque su presencia ha sido tan importante para nuestra pequeña ciudad como promotor y dinamizador cultural de primera fila que es y porque La metáfora del mirlo es quizá, de entre todas las publicaciones que hay sobre Béjar, una de las más interesantes para nosotros. Primero, porque el punto de vista es el de una persona que viene de fuera pero que se ha implicado en la comunidad hasta los adentros, y por tanto nos ve con esa necesaria perspectiva y al mismo tiempo con cariño y gratitud, como es él.  Y esto no es baladí, pues sabemos que, como decía Tolstoi, la costumbre devora todas las cosas que nos rodean, y no solo nos impide verlas, sino valorarlas y juzgarlas y percibir ese discreto resplandor que nos envuelve.

Por otra parte, de su capacidad de juicio analítico,  de su competencia y erudición, además de su sensibilidad y humanidad, da cuenta su amplia obra, tanto de escritura de ficción como académica y de reflexión acerca de nuestra sociedad actual. Pedro Ojeda nació en Valladolid, ciudad que compartimos ambos como compartimos Béjar, y es profesor de Literatura en la Universidad de Burgos, crítico literario, escritor (ha publicado los libros de poesía Esguevas, Echo al fuego los restos del naufragio y Piel). Además, coordina el programa Valladolid Letraherido del Ayuntamiento de Valladolid con una incesante labor que ha permitido la promoción de muchos escritores, y mantiene un interesantísimo blog cultural en Internet, La acequia, con cerca de cuatro mil entradas en las que, como él mismo señala en este libro, habla de todo, y habla de todo porque de todo sabe y todo le interesa y porque lo que alienta en el fondo de sus preocupaciones es la necesidad de comprender a los seres humanos y el mundo en el que viven y proponer soluciones, como veremos en este  libro, con una visión perfectamente humanista, una incansable capacidad de trabajo y  una extraordinaria generosidad para con los demás.

La metáfora del mirlo

Así que la  palabra que se me ocurre para empezar a hablar de su libro es: Gracias. Gracias por su dedicación a los demás, por compartir su erudición y su sabiduría y por haber escrito este libro en Béjar,  y en cierta forma para Béjar y sobre Béjar,  un brillante trabajo constituido por un buen puñado de entradas diarísticas que abarcan la primera y terrible primera fase de la pandemia, con anotaciones diarias efectuadas desde el jueves 12 de marzo de 2020 hasta el lunes 25 de mayo de 2020. Es decir, casi tres meses de escritura diaria desde su casa en la calle Mayor de Sánchez Ocaña que eligieron Mayca y él para su confinamiento.

Como él mismo señala, escribió La metáfora del mirlo con la intención de no olvidar esos extraordinarios acontecimientos, surgidos con la aparición del Coronavirus y la consecuente pandemia y el confinamiento, que supusieron un abrupto corte en nuestras cómodas vidas. Y también, como veremos, de fijar una mirada de gratitud hacia nuestra ciudad y su maravilloso entorno, una ciudad a la que canta en las más soberbias, plásticas, emotivas y poéticas páginas del libro.

Precisamente, el nombre de la colección en que está editado el libro es Narraciones de un náufrago, y esto es de lo que parte su escritura: una experiencia de naufragio por el confinamiento en  casa  que Pedro despliega en el libro en tres fases temporales: el presente, desde Béjar, adquiere en el libro una especial densidad, como una despedida o la constatación de una pérdida, un canto elegíaco y al mismo tiempo de alabanza contemplativa por el regalo de su belleza natural;  el futuro se ve tanto con una inquietante  incertidumbre como desde el deseo de que el dolor propicie un cambio de verdad fructífero, salvador. Y el pasado regresa a la memoria nostálgica a través de la infancia, la familia, el recuerdo de las vivencias en la naturaleza, los amigos, las lecturas. Y entre todo ello, algún viaje interior (que nos lleva al recuerdo del Viaje alrededor de mi habitación, de Xavier de Maistre),  acezados por la memoria y por la imaginación (como el viaje a Cascais).

La metáfora del mirlo trata de dejar constancia de las debilidades del hombre, pero también de sus fortalezas, y testificarlo desde una visión personal, íntima, distinta por tanto a otros intentos de escritores que como él han escrito sobre su propia experiencia acerca del  Covid. En el caso del diario de Pedro,  mira a los seres humanos no solo a través de los datos objetivos y contrastados sobre la evolución de la pandemia y sus efectos en la sociedad y en el individuo, sino también de la percepción sensorial, la imaginación, la intuición y la memoria, que son las herramientas de todo escritor verdadero, cuyo objetivo, como señala la premio Nobel Svetlana Alexiévich, es el alma humana; en el caso de Pedro, un alma iluminada por la percepción de la belleza de la naturaleza, por el deseo de un mundo mejor, por la nostalgia de lo sentido y lo vivido, por el respeto a la vida y a lo vivo, pues escribe con frecuencia desde lo hondo de su ser.

De alguno de los temas más importantes del libro hablaré a continuación porque el tiempo no da, lamentablemente, para todos:

 

Béjar y su entorno. Además de meditar sobre su propia infancia y su familia (De los emocionantes escombros de la vida surge la motivación del poema, decía Francisco Brines.), y hablar de sus amigos, los escritores que ama y la vida cotidiana en su casa, porque, como escribió María Zambrano, hay que Acoger todo lo que nos sucede como hechos de la vida, Pedro se detiene con especial devoción en nuestra tierra, en Béjar y  su entorno, que acaba constituyendo uno de les temas principales del libro, aparte de la pandemia. Y su mirada hacia ella es esencialmente poética en medio del transcurrir de los días, las horas, las luces y las sombras, el maravilloso espectáculo de ver desde un mismo punto cada día (su casa en la calle Mayor de Sánchez Ocaña) una naturaleza que nunca es igual, que jamás se repite. Una especie de viaje iniciático a la percepción de la belleza del mundo a través de la contemplación de los paisajes bejaranos (por un lado a la ciudad, la calle Mayor desierta; por otro, desde la galería, al Castañar y la sierra) en una geografía que bien podría llamarse espiritual: “Hoy sí que ha caído un golpe de agua en Béjar. He salido al balcón de la calle Mayor a ver la luz después de la lluvia y la calle mojada. ¡Qué luz la de después de  una tormenta!” (pág. 79). O desde el recuerdo: “¿Recuerdas el silencio de Hoya Moros solo roto por el chillido de un águila al pasar? Guardo ese silencio dentro de mí como uno de los tesoros más grandes de mi vida.” (pág. 30) Una mirada que, como vemos en estos ejemplos, y hay muchos, enciende los más bellos pasajes del libro, en los que despliega sus dotes para la contemplación atenta, emotiva y poética de nuestra tierra,  y también sus extensos conocimientos de ella (como esa entrada de la pág. 20 sobre el cuadro El pino de Béjar de Darío Regoyos, que Mayca y él mismo documentaron para el Museo de El Prado). A veces, le basta una entrada brevísima para hablar del mundo y de su propio ser contemplativo: “Asomado a la ventana veo pasar una golondrina”. La mirada encerrada ve el mundo de otra forma: ve el sueño de la libertad en el paso de un ave con esa templanza y esa serenidad que marcan el tono del libro. Y comprende así el dulce paso del tiempo, “hecho de tomillos, relámpagos o cataratas tanto o más que de metafísicas”, como señaló Jesús Aguado.

Béjar, pues, se constituye en uno de los principales motores de su diario y la mención a su belleza se concreta en nombres específicos de lugares amados: el balconcillo de la médica,  “el cambiante color de la sierra”, los “atardeceres y amaneceres prodigiosos sobre La Covatilla”(48), las casas de la calle Mayor, algunas “verdaderos palacios” , “huellas de aquellos tiempos de esplendor”, el teatro Cervantes “de magnífica factura”, Llano Alto y el arroyo de la Paloma, Candelario, la carretera de La Garganta, el Castañar, Santa Ana. Y los nombres de sus amigos, escritores y senderistas bejaranos, de su flora, de sus aves (qué importantes las aves en este libro, como luego veremos). Todo está presente en estas páginas para hablarnos de quiénes somos, qué somos.

Sin olvidar la situación política durante la pandemia con la tolerante actitud  que le caracteriza: “La hermosa ciudad que tanto me ha dado desde que hace once años me comprometí con ella sin mirar el color político de mis amigos ni quién gobernaba la institución con la que colaboraba para fomentar la cultura” (pág. 158). Se trata, sin duda, de lo que él mismo llama “la colaboración para un bien común”, una idea que late siempre en estas páginas y  que le hermanan con escritores como Muñoz Molina o Francisco Brines, escritores de la templanza, de la tolerancia y de la convivencia pacífica. Y que concreta cuando se presiente ya el final del confinamiento: “Desde allí miraré esta ciudad alargada y cerraré un momento los ojos para desearle toda la fortuna en esta incertidumbre que comienza ahora” (pág. 160).

Y abarca además muchos de los aspectos de sus preocupaciones, empezando por la inquietud por este mundo que agoniza. En una entrada de la parte final del libro,  habla de la contemplación de la belleza de las flores (pág. 151) que en Japón es tan importante que hasta tiene su propia palabra, “Hanami”: “Poseer una palabra así define una cultura”.  Y habla del “don maravilloso que es la vida si uno presta atención a las cosas más sencillas y cotidianas. Dura tan poco esa maravilla que no nos deberíamos culpar por admirarla y no se contradice con otras reflexiones sobre la dura condición de vivir”. Y no exagero si digo que este libro es una especie de manual del buen vivir, que nos redime como seres humanos.

Lo que sin duda tiene relación con otro aspecto fundamental en La metáfora del mirlo, lo que él llamó, en una sección de su blog La acequia, “Pensar el mundo a principios de siglo”. Pensar el mundo, para él, parte de un incuestionable sentido de la ética en general y de la ética en tiempos de pandemia en particular. Entendida en el sentido que le da Francisco Brines, la ética para aprender a vivir mejor, que atraviesa todo el libro y  tiene que ver con el concepto de libertad y responsabilidad cívica, con la construcción de un mundo respetuoso, conciliador, sin crispación, de ciudades habitables que es preciso pensar de otra forma, del reconocimiento del poder salvífico de la democracia en la que a veces se deben ceder algunos derechos individuales en pro del bien común. Sobre todo ello, orbita la conciencia de que la incertidumbre en la que vivimos “es lo más radicalmente humano que tenemos. La mayor parte de los conflictos, de las guerras y del dolor que nos hemos causado se debe a las certezas”. (pág. 98)

El título y su metáfora

Como es frecuente en las obras literarias, en el título de este libro, La metáfora del mirlo, alienta una carga semántica de profundidad. No solo los pájaros viven en este diario de elegía por una naturaleza que agoniza a causa del crecimiento desaforado e insostenible,  también están aquí como representantes de la belleza y variedad del mundo natural: el picapinos, el cuco, la oropéndola, los vencejos, el mirlo, las golondrinas bejaranas. Este libro está felizmente lleno de pájaros felices. Pero lo que le llama la atención a Pedro es un pájaro concreto, el mirlo que  a raíz del confinamiento de todos los españoles y de su ausencia de las calles decidió hacer su nido en la estatua del Cristo de la Inquisición del Museo de Fabio Nelli en Valladolid. La metáfora del mirlo es muy bella y al mismo tiempo es aterradora, porque muestra cómo es de necesaria la ausencia del hombre para que la naturaleza sobreviva y cómo la presencia humana arrasa con todos los ecosistemas.

Y tiene trascendencia que Pedro haya elegido como título precisamente el símbolo de la vida que se regenera sin el hombre, pues es una de las preocupaciones que se muestran con frecuencia en sus páginas, en las que se cuestiona cómo será el mundo después de la pandemia, con esas preguntas tan machadianas: “Cuando nos dejen salir, ¿cómo será el anochecer?” (pág. 66). “¿Estará ya apuntando la candela como parece?”, pág. 117, o: “¿Nos buscarán los ruiseñores en las terrazas vacías de nuestras ciudades?”, pág. 73); o si al regreso a la vida normal, “saldremos mejores de esta pandemia”, si “habrá renacimiento después de esta peste”. La progresión del diario permite visibilizar la progresión de la pandemia y por tanto la  anímica y reflexiva de su autor, que en las páginas finales se muestra muy escéptico: “Siento que se alientan los lados más oscuros de los seres humanos” O: “Cuando más cerca estamos de poder salir de la pandemia, más nos parecemos a nosotros mismos”. (pág. 143)

Pero hasta llegar a esta visión pesimista, Pedro Ojeda ha imaginado que la experiencia global y extrema permitiría una reconciliación del hombre  con la naturaleza, desde su mirada puesta en Béjar: (sin la contaminación), “Pocas veces he visto la luz de la sierra tan pura, las plantas con tanta exuberante belleza, el aire limpio” (pág. 121). O esa admiración, en la primera salida al campo, ante una contemplación que se diría iniciática: “lo que más me ha llamado la atención, en contra de lo que yo pensaba, no era lo que estaba lejos (…), sino lo más cercano, la delicada hierba, las escobas, el musgo y los líquenes, la vida entre las piedras y las rocas, la flor violeta y blanca de la vicia, la blanca pura de la arenaria. ¡Qué delicadeza libre la de estas hierbas!” (Pág. 120). Siempre con esa escritura y ese tono claro, emotivo, mesurado, iluminador.

Estoy segura, y acabo ya, de que La metáfora del mirlo es un libro de lectura necesaria porque  nutre tanto el espíritu como la mente con su palabra serena y su clarificadora visión del mundo, por sus elegías por una tierra agónica, sus propuestas para vivir en un mundo mejor, su reivindicación de la tolerancia y contra la crispación, su generosa y poética mirada sobre nuestra tierra. Un libro para repensar el mundo y dentro de él nuestra pequeña patria, y para amarla.

OTROS ASPECTOS DE LA METÁFORA DEL MIRLO

La fragmentariedad como forma de concebir el mundo actual: la fragmentariedad que propicia el género del diario permite una posibilidad casi infinita de entradas, de temas y variaciones,  y resulta tan moderna, tan contemporánea, porque es la forma de escritura más adecuada y pertinente para estos tiempos, como escribe Vicente Luis Mora, de intereses múltiples, de realidad aumentada, de paseantes por Internet.  Pedro Ojeda maneja esta fragmentariedad con habilidad y aprovecha todas sus ventajas para ofrecer un abanico de temas que despliegan una visión del mundo, su visión del mundo. 

El tono de la escritura. Como responde a un libro en el que la mesura, la templanza, la visión humanista y el respeto constituyen sus pilares, también el tono lo es: mesurado y  conciliador cuando trata de temas político-sociales, tan alejado de esa crispación que tanto deplora. Y sereno, emotivo y lírico cuando escribe y fija su mirada sobre la naturaleza, sobre los seres amados, o en los propios poemas que aquí y allá puntean las páginas. Y, en general,  teñido de discreta nostalgia. Una escritura clara, serena, intensa, emotiva.

*También hay en La metáfora del mirlo una lúcida postura crítica, pero siempre templada, razonada, argumentada con claridad y sencillez expositiva: aquel poeta fingidor, la sociedad del escaparate que abarca hasta a los propios políticos, los negacionistas y conspiranoicos…

 

Yolanda Izard

Valladolid, Junio 2021


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Gracias a la eficaz labor de promoción del CEB, se grabó un vídeo promocional unos minutos antes que puede verse en este enlace, así como todo el acto de presentación, incluida mi respuesta a la presentación de Yolanda Izard, que puede consultarse aquí.


lunes, 5 de abril de 2021

Anuncio de la presentación de La metáfora del mirlo en Madrid

 


Este martes 6 de abril presento La metáfora del mirlo en el Ateneo de Madrid. Esta institución, fundada en 1820 gracias a las ideas renovadoras de la sociedad moderna que buscaba la mejora del mundo con la confianza depositada en el progreso científico y en el intercambio de las nuevas ideas que hacían del ser humano el centro del debate a partir de la razón y la libertad, me es muy querida. Como estudioso del siglo XIX, he tenido la oportunidad de investigar sobre los debates y encuentros que promovió y sobre la biografía de sus personajes más importantes. Presentar la segunda edición de La metáfora del mirlo en su sede y con una mesa como la que figura en el cartel es todo un honor que agradezco a la infatigable labor de mi admirado Francisco Cánovas.

A partir del miércoles, volveré a publicar en este blog, tras el descanso de las vacaciones de Semana Santa.

viernes, 12 de marzo de 2021

Hace un año

 


Hace un año, el diario que escribo desde hace tiempo, dio un giro brusco. Releo ahora el texto del jueves 12 de marzo de 2020. Las cosas se han precipitado, comenzaba. Contaba después el vértigo de actividades en las que me veía envuelto: mis clases en la Universidad de Burgos, las que impartía en el programa de la Universidad de la Experiencia, un acto correspondiente a Valladolid Letraherido en el que la Casa de Zorrilla se había quedado pequeña para el público que acudió y en donde abundaron los abrazos, mi viaje a Salamanca para acudir a un congreso de literatura... Noto toda aquella urgencia en la forma de redactar, como si me faltara el tiempo, la percibo también en la falta de aliento a la hora de anunciar el cierre de los espacios en los que se realizaban y la cancelación de todas las actividades anunciadas. Todo esto ha sucedido tan rápidamente que visto desde hoy da vértigo comprobar cómo lo que parecía normal ya no lo es, decía. Ante el anuncio de que se iba a decretar el confinamiento de la población española para unos días después, Mayca y yo decidimos marchar a Béjar. Ordenadas las cosas familiares, no se  nos ocurría mejor lugar para afrontar los días siguientes, con la prodigiosa naturaleza que rodea la ciudad y los amigos, tan cerca. Pensábamos que aquello iba a durar unos días. Como sabemos, no fue así y aún estamos inmersos en mitad de una pandemia que durará todavía muchos meses y de la que solo nos sacará la vacunación de la población mundial. La vida se ha alterado tanto que nuestro existir nos parece más extraño e incierto de lo que ha sido desde que se terminaran los grandes conflictos mundiales, quizá para que comprendamos cómo se vivieron otros tiempos convulsos del pasado o cómo se vive en las zonas más desfavorecidas del planeta, aunque nuestra situación no deje de ser mejor gracias a los avances tecnológicos y científicos. No tanto como debería haber sido si hubiéramos ordenado el progreso de manera más respetuosa con la naturaleza e invertido más recursos en mejorar la vida de los más desfavorecidos del planeta y en el avance de las ciencias médicas.

Lo que escribí se encuentra en La metáfora del mirlo, mi libro editado por EOLAS y Menos lobos a finales de agosto de 2020, el libro más personal de cuantos he publicado. Los editores consideraron que debía inaugurar una colección singular muy bien orientada en sus principios, Narraciones de un náufrago. Ya está a la venta la segunda edición porque parece que ha interesado a lectores y críticos y se ha agotado la primera, interés que agradezco enormemente, más que nunca, dada la condición de este libro. La presentaremos formalmente en dos actos próximos: el miércoles 24 de marzo a las 19:00 h en el Salón de los Reyes (Plaza de San Marcelo, 1) de León; el martes 6 de abril a las 18:30 h en la Sala Nueva Estafeta del Ateneo de Madrid.





martes, 15 de diciembre de 2020

Presentación de La metáfora del mirlo en Valladolid (y a través de emisión en directo del acto por las redes sociales)

 


Mañana 16 de diciembre hablaré sobre mi libro, La metáfora del mirlo (Eolas ediciones y menos lobos, 2020) en la Casa de Zorrilla de Valladolid en un acto conducido por Paz Altés. El acto puede seguirse presencialmente en la Sala Narciso Alonso Cortés o a través de la página de Facebook de la Casa Museo. Será un placer compartir un tiempo con los que queráis estar presentes de una o de otra manera, escuchar vuestras opiniones y responder a vuestras preguntas, que podréis plantear bien en la sala NAC bien mediante comentarios durante la emisión en directo.

Desde el jueves 12 de marzo de este año hasta el lunes 25 de mayo, anoté en mi diario las impresiones de lo que nos estaba ocurriendo durante el confinamiento de la población decretado en la primera ola de la pandemia por COVID-19 que aún nos mantiene con la vida alterada. Esto es algo que diferencia este diario de otros, incluso con el que yo mismo escribo desde hace años. Se trata de una mirada personal sobre una experiencia colectiva. Mi día a día fue similar al de millones de personas en lo cotidiano. Tuve algunas diferencias que me hicieron sentir afortunado: pude elegir el lugar en donde pasar ese confinamiento, la ciudad de Béjar; me fue posible trabajar desde casa impartiendo docencia virtual en mi Universidad y colaborar con muchas actividades culturales que se organizaron aquellas semanas gracias a la tecnología digital.

Desde la calle Mayor de Sánchez Ocaña de Béjar medité sobre nuestro mundo y la equivocada manera que tenemos de entender el progreso. También expresé mis opiniones sobre la crispación actual y tantas otras cosas como han ocurrido en los últimos tiempos, pero sobre todo fue la literatura la que me permitió seguir adelante. La naturaleza, desde la ventana, se presentaba como campo de observación, libre de nosotros, y el tiempo, detenido, nos invitaba a viajar hacia muy adentro. 

Copio aquí el texto de la contraportada, para dar cuenta de la intención del libro:`

La metáfora del mirlo se presenta como un diario de días inciertos en los que la vida parece haberse detenido y las jornadas se suceden casi iguales sin confundirse gracias a la luz especial de cada una, siempre diferente. Aunque en él hay anotaciones propias de la vida cotidiana, el texto presta más atención a la meditación sobre la construcción del mundo actual y la crispación de la sociedad sometida a fuertes tensiones ideológicas y de convivencia, sobre la que triunfa un sentido colectivo de generosa solidaridad. La vida detenida procura también la reflexión sobre el mundo cultural y la literatura, la relación del ser humano con la naturaleza, el recuerdo de otros tiempos y la evocación de todos los paisajes vividos en un texto escrito con clara vocación literaria.

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(Pasado el acto, puede consultarse la grabación del mismo pinchando en este enlace.)
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Miércoles, 16 de diciembre de 2020. Casa de Zorrilla, 20:00 h. Limitación de aforo y medidas sanitarias.
El acto puede seguirse en directo a través de la página de Facebook de la Casa de Zorrilla (en este enlace).

El libro puede adquirirse en cualquier librería de España, a través de la página de la Editorial Eolas o a través de todostuslibros.com, la excelente página de las librerías españolas, pinchando sobre este enlace (disponible a fecha de hoy en 166 librerías, que pueden verse en el mapa del enlace).

Son muchos los lectores que han dejado sus impresiones sobre este libro en las redes sociales. Me sería imposible recogerlas aquí todas y hacerlas accesibles para su lectura. Aquí van solo algunas de las reseñas que pueden leerse sin entrar en Facebook, Twitter o Instagram, espero no olvidarme de ninguna porque todas son igual de importantes para mí.


miércoles, 16 de septiembre de 2020

La metáfora del mirlo

 

Sale ya a su encuentro con el público mi nuevo libro, La metáfora del mirlo. Siempre que sucede esto con un libro mío -incluso con los académicos, pero más con los de creación-, siento la incertidumbre lógica de cómo será recibido. Hasta el momento de dar el visto bueno a la última versión, se es dueño de lo escrito. A partir de ese momento será también de los lectores o, sobre todo, de ellos. En este libro late mi acercamiento al mundo actual, mi relación con la naturaleza, mis recuerdos, afanes, temores y esperanzas. Quiere dialogar con cada una de las personas que lo tengan en sus manos, compartir con ellos emociones o sentarse a debatir en tono pausado.

Lo publica Eolas & menoslobos y el trabajo de maquetación del texto y el diseño de la cubierta son exquisitos. No puedo dejar de agradecer el buen trato recibido. Este libro, además, tiene una singularidad. Por decisión editorial, abre una nueva colección, Narraciones de un náufrago y he de reconocer que esa decisión encaja muy bien con lo que contiene, porque al escribirlo me sentí náufrago. Esto de los naufragios me acompaña desde hace muchos años. Tan es así que en 2014 publiqué Echo al fuego los restos del naufragio. En gran medida, solo después de naufragar se tiene la oportunidad de comprenderse mejor y de entender el mundo en el que se vive, de otra manera, al menos. Sobrevivir a un naufragio es renacer, en gran medida. Se halla uno primero en la perplejidad, intentando encontrar las razones que lo han llevado hasta ese momento, para después comenzar a sobrevivir con lo que tiene más a mano, hasta que puede volver al mundo. Se vuelve otro que es y no es el que naufragó. En gran medida, todavía no sé si he regresado después de mis naufragios. En esta colección, el colofón de cada uno de los títulos publicados contará un naufragio distinto, que puede leerse como un microrrelato perfecto, lleno de interés y sugerencias.

Ahora es el momento de los lectores.

El libro puede encontrarse o pedirse ya en librerías, también a través de la página web de la editorial en este enlace.