

Escribir cuentos infantiles que se salgan de lo común hoy en día es todo un arte. Se ha instalado en el género un canon en el que todo está diseñado para su venta al por mayor y, por lo tanto, para su fácil digestión tanto por los niños como por los padres.
De hecho, la presión es tanta que la pacatería propia de nuestra época ha modificado la trasmisión textual de los relatos tradicionales de tal manera que se han limado todas las aristas. Yo mismo, al contar por la noche estos relatos a mi hija cuando era pequeña, me descubría eliminando aspectos que quizá me escandalizaran más a mí que a ella.
La primera intervención decidida en los relatos para niños se produjo en el siglo XVIII, con las fábulas y continuó en los libros de lecturas para niños que se publicaron en el siglo XIX. En este proceso intervinieron algunos de los que fiijaron, a finales del siglo XIX y principios del XX, (
Andersen,
Calleja) un canon escrito de la narrativa infantil suplantando definitivamente a la trasmisión oral de estos relatos. Ya en este fase, dado el salto a la impresión masiva, se produjo una extraña simplificación de los mensajes, en los que la lección que siempre existía en ellos, propia de las preocupaciones más arraigadas en todas las culturas, pasó a convertirse en moral de una sociedad cada vez más igual, hipócrita y burguesa. La adaptación cinematográfica de muchos de estos relatos, especialmente por la factoría
Disney, terminó por provocar un formato casi único de relato infantil con su propia imaginería.
Por eso nos sorprende tanto cuando encontramos versiones antiguas de los relatos que aun hoy seguimos contando a los niños: la gran mayoría son crueles, inaceptables en los códigos oficiales de buena conducta actuales, llenos de los temores irracionales más permanentes del ser humano y con una diversidad mucho más amplia de lo que se estila. De un mismo relato podían coexistir cientos de variantes.
Hoy, la extensión del mercado del cuento infantil ha matado la variedad. En apariencia nos puede parecer que no es así si vamos a cualquier librería especializada, en la que hallaremos cientos de títulos, pero un ojo experto podría reducir todos los volúmenes de las estanterías a unas pocas modalidades. Es de resaltar cómo hoy la que triunfa es el relato de la historia de un niño o una niña que es aprendiz de mago o tiene acceso a un mundo en el que la fantasía le hace vivir experiencias alejadas de la realidad. A fuerza de fomentar en la mente del niño eso que se ha llamado la fantasía, se le ha alejado del mundo en el que vive.
Especialmente sorprendete es, por ejemplo, la escasa calidad del lenguaje de la mayor parte de los escritos dirigidos a los niños. No me refiero a los muchos y buenos textos que existen para niños en la etapa de aprendizaje de la escritura (en los que parece no regir las normas de las que aquí hablo), sino a los de etapas siguientes, en los que parece escribirse pensando que el niño no debe aprender nada con la lectura autónoma. Supongo que los editores tendrán un código secreto en el que figuren las palabras que los niños dominan en cada edad según estudios sesudos de pedagogía y prohiben expresamente la impresión de toda palabra, expresión o estructura sintáctica que no encuentren en él, porque de otra manera no puedo entenderlo. Actualmente, en el mundo occidental, los niños leen más que nunca pero este hecho constatable no garantiza que sigan leyendo cuando llegan a la adolescencia. Ya he expresado en alguna entrada que uno de los factores posibles es que las lecturas que hacen habitualmente no son nada complicadas en cuestiones lingüísticas ni en conceptos: es una literatura muy directa y adaptada que no tira de ellos hacia ningún otro tipo de libro excepto hacia los best sellers, escritos con la misma intención. Algo similar ocurre con las series de televisión y las películas.
Por eso mi temor inicial cuando mi amigo
Fernando Portillo me dijo que escribía un libro de cuentos por encargo de la Biblioteca Pública de Burgos y mi satisfacción cuando recibí su envío de
El gordo Sasamón y el lobo. El Príncipe destronado (Burgos, Junta de Castilla y León, Biblioteca Pública de Burgos, 2009), dos cuentos llenos de inteligencia y calidad literaria. Enlazan con los cuentos de príncipes y princesas del folclore para subvertirlos de una forma aun más radical si pensamos en el canon actual de este tipo de relatos: Un gordo que se casa con una bella princesa tras cazar a un lobo y enamorarla con el humor; un príncipe insufrible que se enamora de la hermosa hija de un leñador por su único defecto. Estos dos relatos son divertidos, irreverentes en algún momento y, sobre todo, alejados de la pulcritud aséptica de tanto como se escribe. Van precedidos de una advertencia del autor que alejará a unos pero significará un tesoro para quien vaya una página más allá:
Los niños (y las niñas, sí) que deseen comprender correctamente estos cuentos, deberán tener a su lado un diccionario de la lengua española cuanto más gordo mejor. Ya que el autor, amantísimo de nuestro idioma, ha decidido dejarse de tontunas y de tratar a los niños (y a las niñas, sí) como si fuesen bobitos y ha utilizado toda la munición necesaria para contar una historia como dios manda, que no es poca.
Los relatos cuentan con otro atractivo: las ilustraciones de Juan Mons, excelente dibujante, nada correcto ni convencional, que ha sabido captar lo que pretendían las dos historias.