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martes, 3 de diciembre de 2013

Noticias de Fernando Portillo Hombre


Por suerte, La Acequia siempre me ha deparado sopresas agradables. Nunca he tenido la tentación de entender el mundo de los blogs -el de Internet, en general- como una realidad aparte sino como una herramienta de comunicación. Una más de las que utilizo diariamente. Para mí, este espacio es muchas cosas, una miscelánea en la que compendio gran parte de las cosas que me interesan en la vida. Y La Acequia se ha convertido en un proyecto en el que vuelco otros y del que salen más aún. De aquellos primeros tiempos de los blogs recuerdo sobre todo la alegría de conocer a decenas de personas que aportaron muchas cosas a mi vida y que me ayudaron a ampliar mi horizonte, personas que tenían una gran inquietud, opiniones y creatividad. La gran mayoría de los blogs de esa época han cerrado pero los recuerdo a todos y lo que me aportaron.

Fernando Portillo Hombre ha venido hoy a mi despacho. Los más antiguos lectores de La Acequia lo recordarán: tuvo su propio blog durante un tiempo, primero asociado a un medio de comunicación burgalés, luego independiente. Terminó cerrándolo por causas que ahora no hacen al caso. Participó en la lectura del Quijote y nos regaló su autorretrato quijotesco -el que encabeza esta entrada- como hicieron muchos otros -una de las cosas de las que me siento más orgulloso de aquel proyecto, la primera experiencia de lectura colectiva y virtual completa de la novela cervantina, que ha pasado a ser estudiada como modelo de club de lectura a través de la web 2.0- y acudió a la comida con la que celebramos su final.

Hoy ha venido a hablar de la vida y del tiempo, de la amistad. Ambos nos hemos intercambiado las últimas vivencias y las nuevas ilusiones. Venía con un excelente novedad que presentará en breve en Burgos, uno de esos proyectos que a uno le acompañan toda la vida y en el que no se escatiman esfuerzos. Por ahora no puedo decir más, pero daré noticias suyas en unos días. Me quedo hoy con la alegría del reencuentro y la emoción de sabernos vivos y en el camino, a pesar de todo.

sábado, 20 de junio de 2009

Acuse de recibo: El gordo Sasamón y el lobo. El príncipe desafinado, de Fernando Portillo Hombre



Escribir cuentos infantiles que se salgan de lo común hoy en día es todo un arte. Se ha instalado en el género un canon en el que todo está diseñado para su venta al por mayor y, por lo tanto, para su fácil digestión tanto por los niños como por los padres.

De hecho, la presión es tanta que la pacatería propia de nuestra época ha modificado la trasmisión textual de los relatos tradicionales de tal manera que se han limado todas las aristas. Yo mismo, al contar por la noche estos relatos a mi hija cuando era pequeña, me descubría eliminando aspectos que quizá me escandalizaran más a mí que a ella.

La primera intervención decidida en los relatos para niños se produjo en el siglo XVIII, con las fábulas y continuó en los libros de lecturas para niños que se publicaron en el siglo XIX. En este proceso intervinieron algunos de los que fiijaron, a finales del siglo XIX y principios del XX, (Andersen, Calleja) un canon escrito de la narrativa infantil suplantando definitivamente a la trasmisión oral de estos relatos. Ya en este fase, dado el salto a la impresión masiva, se produjo una extraña simplificación de los mensajes, en los que la lección que siempre existía en ellos, propia de las preocupaciones más arraigadas en todas las culturas, pasó a convertirse en moral de una sociedad cada vez más igual, hipócrita y burguesa. La adaptación cinematográfica de muchos de estos relatos, especialmente por la factoría Disney, terminó por provocar un formato casi único de relato infantil con su propia imaginería.

Por eso nos sorprende tanto cuando encontramos versiones antiguas de los relatos que aun hoy seguimos contando a los niños: la gran mayoría son crueles, inaceptables en los códigos oficiales de buena conducta actuales, llenos de los temores irracionales más permanentes del ser humano y con una diversidad mucho más amplia de lo que se estila. De un mismo relato podían coexistir cientos de variantes.

Hoy, la extensión del mercado del cuento infantil ha matado la variedad. En apariencia nos puede parecer que no es así si vamos a cualquier librería especializada, en la que hallaremos cientos de títulos, pero un ojo experto podría reducir todos los volúmenes de las estanterías a unas pocas modalidades. Es de resaltar cómo hoy la que triunfa es el relato de la historia de un niño o una niña que es aprendiz de mago o tiene acceso a un mundo en el que la fantasía le hace vivir experiencias alejadas de la realidad. A fuerza de fomentar en la mente del niño eso que se ha llamado la fantasía, se le ha alejado del mundo en el que vive.

Especialmente sorprendete es, por ejemplo, la escasa calidad del lenguaje de la mayor parte de los escritos dirigidos a los niños. No me refiero a los muchos y buenos textos que existen para niños en la etapa de aprendizaje de la escritura (en los que parece no regir las normas de las que aquí hablo), sino a los de etapas siguientes, en los que parece escribirse pensando que el niño no debe aprender nada con la lectura autónoma. Supongo que los editores tendrán un código secreto en el que figuren las palabras que los niños dominan en cada edad según estudios sesudos de pedagogía y prohiben expresamente la impresión de toda palabra, expresión o estructura sintáctica que no encuentren en él, porque de otra manera no puedo entenderlo. Actualmente, en el mundo occidental, los niños leen más que nunca pero este hecho constatable no garantiza que sigan leyendo cuando llegan a la adolescencia. Ya he expresado en alguna entrada que uno de los factores posibles es que las lecturas que hacen habitualmente no son nada complicadas en cuestiones lingüísticas ni en conceptos: es una literatura muy directa y adaptada que no tira de ellos hacia ningún otro tipo de libro excepto hacia los best sellers, escritos con la misma intención. Algo similar ocurre con las series de televisión y las películas.

Por eso mi temor inicial cuando mi amigo Fernando Portillo me dijo que escribía un libro de cuentos por encargo de la Biblioteca Pública de Burgos y mi satisfacción cuando recibí su envío de El gordo Sasamón y el lobo. El Príncipe destronado (Burgos, Junta de Castilla y León, Biblioteca Pública de Burgos, 2009), dos cuentos llenos de inteligencia y calidad literaria. Enlazan con los cuentos de príncipes y princesas del folclore para subvertirlos de una forma aun más radical si pensamos en el canon actual de este tipo de relatos: Un gordo que se casa con una bella princesa tras cazar a un lobo y enamorarla con el humor; un príncipe insufrible que se enamora de la hermosa hija de un leñador por su único defecto. Estos dos relatos son divertidos, irreverentes en algún momento y, sobre todo, alejados de la pulcritud aséptica de tanto como se escribe. Van precedidos de una advertencia del autor que alejará a unos pero significará un tesoro para quien vaya una página más allá:

Los niños (y las niñas, sí) que deseen comprender correctamente estos cuentos, deberán tener a su lado un diccionario de la lengua española cuanto más gordo mejor. Ya que el autor, amantísimo de nuestro idioma, ha decidido dejarse de tontunas y de tratar a los niños (y a las niñas, sí) como si fuesen bobitos y ha utilizado toda la munición necesaria para contar una historia como dios manda, que no es poca.

Los relatos cuentan con otro atractivo: las ilustraciones de Juan Mons, excelente dibujante, nada correcto ni convencional, que ha sabido captar lo que pretendían las dos historias.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Fernando Portillo y la sensación de estar en casa


Hace unos días, comí con Fernando Portillo, al que tenía ganas de conocer personalmente. Tuvo la amabilidad de invitarme a un excelente cocido casero, de esos que hay que comer con pausa y orden y la conversación necesaria en una larga sobremesa: sopa, garbanzos y carne (un codillo que, por sí solo, bastaría para llenar una comida) y un buen café.

Fernando, memorialista, escritor, hombre dedicado a la música (el jazz, en Burgos, le debe mucho), el mundo de la comunicación y la literatura, que ha colaborado en su larga trayectoria profesional en varios periódicos y ahora lo hace en La Palabra, es un gran conversador, de esos en los que cualquier diálogo se convierte en verdadero intercambio de ideas y emociones y no una confrontación de monólogos.

Hablamos de blogs, de prensa, de cuestiones locales y de fuera, de literatura, de conocidos y desconocidos, del pasado y el presente. Y de proyectos. Fueron horas en las que yo me sentí muy a gusto, como si estuviera en casa, en esa casa que nunca he tenido de verdad después de que salí de la de mis padres: Fernando y su familia me acogieron con la naturalidad y el cariño de los que abrazan a alguien como si lo conocieran de siempre. Y lo hicieron en la casa en la que nació el mismo Fernando, puesto que antes uno nacía en el hogar y tenía más cerca sus raíces.

Desde hace muchos años, mi vida es una suma de quilómetros y paisajes, de habitaciones en diferentes ciudades, de mudanzas en las que los libros aguardan su destino en cajas. Se me ha ido royendo el tiempo, pero no el ánimo. No lo llevo mal porque me echo al viaje, a la manera del vilano, como quien sabe que es parte de su vida. Pero cuando se encuentra un hogar como el de Fernando, uno tiene la tentación de quedarse en él y que lo adopten.