Quitameriendas, robameriendas, lirios de otoño. El prado, junto al refugio, estaba lleno. Al fin pude escaparme para subir, con los amigos, al inicio de la sierra, a celebrar el comienzo de la estación en la dehesa de Candelario. Hubo jolgorio y risas, también comida abundante, buen vino, orujo y su pizca de mezcal mexicano. Se celebraban cosas diversas pero especialmente la vida en todos sus tránsitos y etapas. Tenía yo ganas de sierra, que es como decir tener ganas de los amigos. Fue tal la alegría del reencuentro que el silencio se hizo imposible: se habló de todo para ponernos al día y en la sobremesa del tema serio del día, las relaciones entre el individuo y la sociedad, sobre la consideración de la bondad en ese ámbito y de lo que se debe o no ceder para vivir en grupo. Esperábamos al amigo Rousseau pero Juan Jacobo debió perderse por los caminos que suben a la sierra y bajan al Cuerpo de Hombre y no apareció en todo el día. Al final de la tarde -¡cómo se han acortado ya los días!- recordaba yo los quitameriendas del prado junto al caseto, la elegante manera que tienen de anunciar el otoño sin dar voces, dejando que la vida siga su curso.
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lunes, 24 de septiembre de 2018
miércoles, 7 de junio de 2017
De romería
Arriba, hasta la peña desde el valle del río Cuerpo de Hombre: San Juan, la Corredera, por el camino de los registros entre castaños con la candela aún verde. Arriba, de cruz en cruz, camino del Castañar y más arriba, hasta la Peña. Detrás del músico de dulzaina y tamboril y el cohetero, allá va el buen abad, que da el convite: hornazo y vino en la Cruz del Peladillo, para reponerse desde la subida de la iglesia (¡Viva la Virgen bellísima / del Castañar bejarano!, gritan con ganas los romeros, ¡Viva el bueno del abad / vivan los romeros buenos!). Algo ha aliviado la sombra de los robles. Qué bueno ese hornazo y el vino embocado, fresco y alegre. Y luego la ancha pista de tierra, hacia la Peña, descanso bajo los pinos y juntarse a comer: buenos entremeses de la tierra salmantina, calderillo, tarta de san Marcos, bombón helado y café. El abad pasando de mesa en mesa, asegurándose de que nada falte y nadie llore por ausencia de vianda. El buen romance del poeta, que saluda tímido al final aplaudido por los presentes. Conversaciones que se van apagando en el momento de la siesta, a la sombra, echados sobre la manta, mientras algunos gallean envites al mus. Buen tiempo, la brisa justa, la gente necesaria, yo tirado a lo largo mirando el azul del cielo hasta que se me cerraron los ojos. ¡Azul de la sierra, cielo vivo y cercano! Que vivan el abad y la buena gente, la sierra, los castaños y el aire que morenea la cara de sol a mi amor, hacia arriba, más arriba, castaños, robles y pinos. Horizonte y brisa de primavera.
lunes, 5 de junio de 2017
Un calderillo bejarano regado con rufete en un día lento y humano
Mirar el cielo echado sobre una manta en el prado mientras te viene el sopor después de haber comido un calderillo bejarano bien regado con el sabroso líquido de la rufete. Los compañeros uno allá, el otro acá, el más listo unos metros alejado, quien iniciando ya el ruidoso sueño, otro en el silencio del suyo. Poco a poco, lentamente, cada uno. Todos a la sombra de los robles menos alguna que quiso anticipar el verano. La jornada era apropósito, ni fría ni calurosa, la compañía perfecta porque todos tienen condición diferente pero buscan la concordia y no desperdiciar la amistad por esas quisicosas que no interesan a pie de tierra ni nos resuelven el día a día.
El guiso tiene condición humilde y poco secreto pero algunos trucos de mano experta en cocina: buena patata, una carne adecuada, si puede ser de morcillo, mejor aceite, cebolla, ajo, pimientos, algunas hierbas y ese milagroso pimentón de la vera que trasforma toda comida en placer casi pecaminoso o pecado sin matices. Y el tiempo justo en la preparación, sin pasarse ni quedarse corto. Uno lo sabe por la calidad del color y la densidad del caldo. Y por el olor, claro. A tan extraordinaria altura se llega con poco gasto. Esos guisos que antes se preparaban en las casas más humildes y que hoy te sirven en los restaurantes con adornos de caja registradora. Por encargo y en grupo, poco bolsillo y mucho deleite.
El día se había destinado para no hacer nada más que lo importante, echarse al monte en plena Dehesa de Candelario. Comenzó con un bocadillo de panceta elaborado a la sartén por el hermano cocinero y un paseo para hacer hambre antes de la comida hasta la presa de Navamuño. Paseo ligero, que no era cosa de matarse en domingo ni estropear la conversación sobre las cosas de la vida. La sierra estallaba en lucientes amarillos, señoriales morados y sencillos fucsias. La candela en los castaños, las cerezas en sus ramas al alcance de la mano, las mariposas libando de las flores de los cardos, dientes de león, margaritas, plantas aromáticas. Arriba, Peña Negra, con su caseto y su falda de pinares.
Sentarse ante un calderillo tiene su liturgia y el hermano presidente se empeñó en leernos cómo narraba otro guiso similar Camilo José Cela, quien lo probó en sus viajes a la zona y lo escribió con su mejor prosa. Algunos, como si le hiciéramos caso por el respeto que se tiene ganado, esperábamos que nos sirvieran la ración cumplida mientras escuchábamos las palabras; otros, como el hermano vicepresidente y ecónomo del día ni disimular quiso. Y la decena de comensales dimos cuenta de los platos, con su consabida segunda cata y el tintillo de la sierra de Salamanca. Vino después una sandía puesta a refrescar en la fuente, té moruno -especialidad del hermano alquimista a quien dios guarde su saber por muchos años- y varios licores serios y digestivos.
El reposo de los comensales esparcidos por el prado, en silencio o no, dejó la tarde despejada para una partida de tute -discutida y acalorada-, buen café caliente de los termos y un poco más de licores blancos, de hierbas y otros. Las hermanas, tras mirar con conmiseración cierta a sus compañeros, paseando quizá en busca de un fauno entre las fuentes; los hermanos cantando las cuarenta y los renuncios del más inexperto que ya no veía las cartas ni para acompañar a su pareja. Dejaron de jugar al empatar a dos de seis para no estropear la armonía que venía algo coja y desequilibrada de la jornada anterior, tras la que decidieran estrenar baraja en cada campaña. Se volvió a juntar todo el grupo ante el manjar del melón con jamón y dos tortillas de patatas, aunque ya no registraron las actas si con cebolla o sin cebolla.
Y el cielo abierto y ligero, la primavera como debe y el mundo lento y humano.
domingo, 23 de abril de 2017
La dehesa literaria
Antonio y yo nos preguntábamos las razones por las que entre los jóvenes poetas la naturaleza no exista y todo sea paisaje urbano y sensaciones apocalípticas que no llegan a la esquina del barrio. Yo recuerdo que Raúl Alcanduerca fue el primero que me habló del trastorno por déficit de naturaleza que comienzan a sentir las generaciones más jóvenes. Personas para las que la naturaleza no ha sido nunca más allá de un jardín o un parque, una visita de domingo o unas vacaciones playeras. Millones de personas de este mundo occidental tan desarrollado para las que la naturaleza no es más que una postal. Pierden elementos sensoriales y experiencias y también la verdadera conciencia de lo que somos en este planeta. Los jóvenes poetas urbanos españoles no pueden llevar el paisaje a su obra porque para ellos no existe. De hecho, voy pensando que, en gran medida, el que aparezca la naturaleza en la obra de un escritor es verdadero síntoma de madurez. No como mera referencia o telón de fondo, sino como esencia misma de la obra.
Con mis compañeros de la Asociación Cultural Libre Albedrío he disfrutado de un día del libro diferente al que he vivido otros años. Sumamos dos cosas que nos apasionan: la salida a la naturaleza y la literatura. En la Dehesa de Candelario nos hemos juntado a hablar de las relaciones entre ambas en la literatura española. Un repaso rápido desde Gonzalo de Berceo hasta la actualidad, del tratamiento simbólico a la vivencia real de la naturaleza en los textos literarios. No han faltado Garcilaso, Fray Luis, Antonio Machado, Miguel Hernández, Dionisio Ridruejo... y así hasta el reciente ganador del Premio de la Crítica en lengua castellana, Fermín Herrero. También la lírica popular o la referencia al menosprecio de corte y alabanza de aldea. Tantas cosas...
Me ha gustado cómo sonaban esos versos cuando el sol estaba en su cénit, rodeado de robles o junto al centenario castaño con forma de alma sufriente o amenazadora advertencia para aquellos que no respetan ese mundo que les pertenece más a ellos, los árboles, a las aves y a los jabalíes que remueven la tierra con sus hocicos buscando la secreta golosina.
Y pasaron las horas. Cayeron también bocadillos de panceta, buen hornazo y sabrosas empanadas, queso, jamón y uvas, varias botellas de buen vino tinto, una bota con la que saludábamos al cielo. Porque nada es incompatible y mientras se pueda hay que llenar el estómago igual que el intelecto. Jugamos al tute en confrontación discutida que traerá cola hasta la próxima partida. Y estuvimos juntos: subimos juntos a la sierra y de ella bajamos juntos. Y brindamos porque estamos vivos, que no es poco.
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