Se conmemora el X Aniversario de la Reapertura del Teatro Principal de Burgos, con una buena programación. Ahora bien, los comentarios vertidos en torno a esta efeméride me dejan un tanto perplejo. Todo el mundo que se ha manifestado, sin objeciones que yo haya podido constatar, se ha congratulado por la recuperación de este edificio. Algunos se han entusiasmado. Nadie parece recordar las quejas continuas que se oyen en la ciudad: dificultades para conseguir entradas, problemas para poder ver correctamente el escenario desde todas las localidades, poco número de representaciones de los montajes de interés, etc. Hay quejas que no corresponden exactamente a la gestión del Teatro Principal. Conozco a varias de las personas que se encargan de ella y sé de su buen hacer, de su profesionalidad y de su entrega. Algunos de esos gestores podrían, sin duda, contratarse en los mejores teatros europeos. Pero, y aquí comienzo a ser políticamente incorrecto, topan con varias de las inercias que la programación cultural española tiene planteada.
Hablaré en general, para que nadie se ofenda, porque no quiero ofender, sino plantear un debate sobre una cuestión de la que algo sé: demasiadas presiones de todo tipo, representaciones escasas por las que ni las compañías ni los programadores se arriesgan a jugársela económicamente con lo que se fomenta la cultura de la subvención, excesiva dependencia de los circuitos teatrales, poco apoyo a la gestión cultural en comparación con otros ámbitos ciudadanos, etc.
Pero el principal problema sucedió cuando alguien convenció a la ciudad de que había que apostar por la recuperación de este edificio como teatro. Sé que algún lector habrá torcido el gesto y seguirá pensando que la mejor forma de rehabilitar el Teatro Principal era para dar espectáculos teatrales. Sí y no.
La reapertura del Teatro Principal como teatro se entiende sólo como conciliación de la memoria histórica y estética de la ciudad, no como dotación cultural adecuada para el siglo XXI. Un teatro decimonónico condiciona los espectáculos que se pueden dar en él y la forma de asistir al teatro. La recuperación de un teatro del siglo XIX como teatro debería desaconsejarse en toda ciudad que tenga sólo ese local teatral para la gran escena. De rehabilitarse en las mejores condiciones lo que tendremos es un buen teatro del siglo XIX... en el siglo XXI.
Si en aquellos años se hubiera hecho caso a los pocos que dijeron que se debería haber construido un gran teatro moderno en otro lugar, apto para cualquier tipo de espectáculo, técnicamente impecable y con una programación completa en todos los sentidos, hoy tendríamos un espacio teatral del siglo XXI y un magnífico edificio -el del Teatro Principal- que podría ser una señorial sede de la gestión cultural municipal, una biblioteca maravillosa, una sala de exposiciones, un museo envidiable, o una excelente sede central de alguna Caja de Ahorros, yo qué sé. A no ser que se hubiera conseguido el dinero para los dos locales teatrales y fomentar la cultura con la creación de un público suficiente para ambos o atraer ese público con una buena programación.
Ahora tenemos un teatro del siglo XIX, con problemas gestionados con la mejor voluntad posible, que impide una programación completa. Dentro de unos meses, un Auditorio. ¿Tendremos un teatro del siglo XXI?
Quizá los gestores de Burgos 2016 , a los que tanto animo, me sorprendan y lo incluyan en su ambicioso proyecto. Pero si lo hacen así, por favor, que se asesoren adecuadamente, que se vea y se oiga desde todas las butacas, que el nuevo local sea apto para las necesidades del teatro moderno, que tenga una puerta de descarga amplia y accesible, espacios para teatro de cámara, locales para ensayo, buenos vestuarios... y que no reciban la obra antes de tiempo porque se acerquen unas elecciones.