Todos somos principantes en los sentimientos. Y en la vida. Esta es el pensamiento que sostiene Beginners, la última película de Mike Mills, uno de los grandes nombres del cine independiente norteamericano de hoy.
El protagonista, Oliver Fields, dos meses después del fallecimiento de su padre conoce a una actriz de origen francés, Anna, con la que comienza una relación sentimental. Aquellos que busquen en el cine solo sopresas de guión y trucos argumentales, no deben ir a ver esta película: no va con ellos y se aburrirán. Tampoco es aconsejable para los que busquen formas fáciles de tratar la homosexualidad o las historias sentimentales de este tipo: no las hay, no se recurre al chiste fácil ni a las situaciones habituales de estos géneros. Todo en ella es previsible desde que se ponen las bases de la historia: Oliver ha llegado a un momento en su vida en el que hace balance de su pasado, lleno de inseguridades afectivas y fracasos sentimentales. Así, la historia entremezcla el presente con los recuerdos de su infancia y de los últimos años de vida del padre. Este, tras la muerte de su madre, le confiesa que es homosexual y, a los 75 años, se decide a vivir con libertad su condición sexual: pone un anuncio en el periódico, mantiene una relación con un hombre mucho más joven que él, da fiestas en las que celebra el orgullo gay y se convierte en un activo defensor de los derechos de los homosexuales. Tras enfermar de neumonía se le diagnostica un cáncer que acabará con su vida en pocos meses. Es conocido que el director se ha basado, en esta parte de la película, en su propia vida. La historia de Oliver con Anna tampoco presenta grandes sorpresas, excepto la forma en la que se conocen.
A pesar de lo previsible, la película es una buena y recomendable película: precisamente por ello, porque se dedica a esas otras cosas que muchos apreciamos en el cine más que un buen truco de guión. La narración, que parte de la primera persona del protagonista, es sincera y se dedica a una introspección de las emociones y los sentimientos. El director no tiene prisa en contarnos la historia y deja que esta se convierta en un excelente juego de interpretación, en el que Cristopher Plummer, en el papel del padre del protagonista, sobresale. Era difícil contar esta historia tal y como se nos presenta sin caer en un alegato en defensa de los derechos de los homosexuales, sin recurrir a gracietas cómicas que la llevarían al terrerno de la bufonada o sin elevarla a cotas pretensiosas o extremar la degradación producida por la enfermedad. La película es sincera y se basa, en especial, en la evolución de los afectos y trata a todos los personajes con dignidad (hago aquí especial mención de la madre del protagonista). Adopta un tono apropiado de comedia dramática. Ni siquiera podemos estar seguros de que el final sea definitivamente feliz.
En efecto, todos somos principantes en nuestras relaciones. Aprender de nuestras experiencias y de nuestros errores nos cuesta. Pero solo los que pueden hacer balance sincero de su vida son capaces de reconciliarse con su presente y darse nuevas oportunidades, aun a riesgo de volver a fracasar. De estos riesgos está hecha la verdadera vida.