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lunes, 19 de noviembre de 2018

Señor Ruiseñor. Els Joglars, fiel a sí mismo


Desde su inicio, la compañía teatral Els Joglars se ha caracterizado por desenmascarar todos los tipos de dictaduras e ideologías excluyentes: políticas, religiosas, artísticas, culturales. Son bien conocidos los problemas que ello les ha traído: condenas, juicios, exilios, denuncias, amenazas, boicots, vetos y un largo muestrario. También éxito de público, parte del cual ha sido fiel a su propuesta desde el inicio, mientras que otra parte iba o venía según quiénes fueran los satirizados. Siguen fieles a sí mismos, sin duda.

La compañía nació en 1962, en tiempos de renovación del teatro europeo y bajo la dictadura de Francisco Franco. En España, fueron pioneros de las nuevas formas, que pedían un trabajo colectivo y una mayor importancia del teatro físico sobre el predominio casi exclusivo de la palabra. De aquellos tiempos son de los pocos grupos que siguen en activo. Ya en los primeros montajes pusieron de manifiesto su actitud crítica frente a todos los poderes, pero, especialmente, contra los que impedían la libertad de expresión. Fueron implacables contra el franquismo y el postfranquismo, pero también contra la unión de la iglesia católica y el estado, el férreo control de los gurús culturales y de los medios de comunicación, etc. Elaboraron para ello obras con sátira directa, explícita, en la que volcaban elementos teatrales diversos que se sumaban para denunciar los abusos de los poderosos, fácilmente reconocibles siempre. Desde los años noventa comenzaron a denunciar el nacionalismo catalán excluyente que derivaba hacia el control de la vida en Cataluña, la manipulación educativa y de los medios de comunicación, así como a la construcción de una realidad identitaria basada en la mistificación de la historia. Fueron de los primeros en hacerlo, implacablemente, hasta el punto de que quienes les aplaudían solo unos años antes, cuando atacaban el postfranquismo, comenzaron a vetarlos al sufrir las sátiras en propia carne. Quizá sea la mejor demostración del éxito y la eficacia de su denuncia, así como la demostración de que si en su día fueron valientes en el combate contra el franquismo, lo siguen siendo contra los gobernantes de la comunidad autónoma de la que proceden y en la que tantas dificultades tienen para representar sus obras. Lejos de una dictadura militar del carácter de la franquista, hoy no corren el riesgo de ser encarcelados o multados pero sí el de no poder representar en Cataluña, ser apartados de cualquier apoyo institucional, ninguneados en los medios de comunicación y señalados, viviendo en un cierto ostracismo. También han corrido otro riesgo: que aquellos que antes se sentían atacados o que no comprendían o aceptaban sus propuestas escénicas, ahora los acojan con entusiasmo solo porque señalan hacia otro lado.

Señor Ruiseñor, dirigida por Ramón Fontserè, profundiza en su sátira implacable del nacionalismo catalán excluyente y separatista. Estrenada el pasado viernes en el Teatro Calderón de Valladolid, yo pude asistir a la representación del domingo. El teatro se llenó en todas las funciones.

Un antiguo jardinero con reuma trabaja ahora en un museo dedicado a la figura del artista catalán Santiago Rusiñol (1861-1931), conocido como Ruiseñor, encarnando al pintor en las visitas guiadas, cuando los responsables quieren trasformarlo en un nuevo espacio como museo de la identidad catalana. Ese es el punto de partida para satirizar la sinrazón del nacionalismo catalán independentista, su carácter excluyente y los mensajes racistas y supremacistas de algunos de sus dirigentes. En la caracterización de los personajes son fácilmente reconocibles los políticos actuales más famosos de Cataluña, aquellos que salen todos los días en la televisión, o el abad del monasterio de Santa María de Montserrat (de nuevo la unión de intereses entre la iglesia y el poder político), como parte de la sátira directa que practica El Joglars: tanto los nombres como su aspecto físico, las actitudes y las frases que dicen nos los recuerdan. La imitación se lleva frecuentemente a la farsa, como herramienta de denuncia. Desde ese punto de partida la obra camina a la caricatura de los argumentos independentistas para hacer más evidente su falsedad, incluso los más enraizados en la mentalidad colectiva, o la instrumentalización de los medios de comunicación que tienen a su disposición. Frente a ellos, el jardinero/Rusiñol/Ruiseñor propone una mirada al arte como punto de encuentro. Se provoca así un conflicto entre lo burdo de los argumentos independentistas y la belleza, del que nacen las mejores escenas de la obra, así como el mensaje final.

El joglars no escatima nada para hacer eficaz la sátira, mezclando todo tipo de estrategias y procedimientos teatrales, lo que contribuye a dar variedad a la obra a la que quizá le sobran algunos minutos: caricatura de los personajes, escenarios simbólicos, saltos en el tiempo, lirismo, canciones, sombras chinescas, mezcla de humor y drama, medios tecnológicos, incluso recursos fáciles para provocar la risa, todo sirve para conseguir apelar a la mente y a los sentimientos de los espectadores. Quizá en las próximas funciones se mejoren algunas de las desconexiones entre las escenas o el ritmo de las iniciales. Los actores demuestran, una vez más, su competencia en este género, resaltando por encima de todos Fontserè, eficaz y propio como siempre. Un actor que es capaz de encarnar los personajes de tal manera que nos olvidemos de que es él quien los representa.

Si hay una escena que puede resumir el punto álgido de la sátira, se trata, sin duda, de la canción en la que se ensartan las propuestas del independentismo catalán en la música del himno fascista Faccetta Nera. El resultado es brillante y brutal. Si alguien puede pensar que es exagerada o injusta, basta con leer alguno de los escritos o declaraciones de los políticos a los que se alude o la base ideológica construida desde finales del siglo XIX, para comprender que la realidad está a un pequeño paso de cumplir lo denunciado en la farsa.

Quizá algunos echen de menos en la obra la sátira de los políticos españoles que han contribuido eficazmente a lo que ocurre hoy en Cataluña por ceguera, incompetencia o intereses electoralistas. Yo mismo, como espectador, estuve pensando en esta cuestión durante toda la función: ¿dónde están los que desde la política nacional han conseguido que la cuestión catalana se encuentre hoy como se encuentra? (También pensaba en cuántos de los espectadores allí presentes rechazaban a El joglars cuando satirizaban otras actitudes). Concluí que lo que yo echaba de menos rompería la unidad de la sátira directa tal y como se nos presenta en Señor Ruiseñor y que representar tanta estulticia como se ha dado en estos últimos años da para para varias obras de teatro.

La actualidad de la sátira política en el teatro pone en evidencia las carencias y peligros manifiestos de nuestra sistema, sobre todo en tiempos en los que los populismos, nacionalismos y otros procesos ideológicos similares mueven tan fácilmente las emociones más primarias y pueden conducirnos a situaciones dolorosas y a retrocesos en la democracia. También la necesidad de que los bufones, farsantes, juglares y comediantes sigan en activo. Algunas de esas cuestiones ya han sido puestas en escena por esta compañía con anterioridad. Me temo que la realidad política de este país da para un género teatral entero.

domingo, 24 de noviembre de 2013

Vivir es fácil con los ojos cerrados, de David Trueba


David Trueba supo captar la película que había en una anécdota real. Juan Carrión, profesor de inglés en la Universidad de Cartagena y en su propia academia de idiomas, daba clases con un método extraño en aquella España de 1966: usaba las canciones de moda para que sus alumnos se motivaran. En concreto, las de los Beatles, que tomaba al oído en la radio. Se enteró, a través de la prensa, de que John Lennon rodaba en Almería la película Cómo gané la guerra de Richard Lester. Y no dudó en hacer todo lo posible para entrevistarse con él. El encuentro duró apenas media hora y en él Lennon le corrigió de su puño y letra las canciones que Carrión había anotado en un cuaderno escolar y este le dio una brillante idea que acogió Lennon con agrado y que se incorporó pronto a la costumbre de la edición de los discos de los Beatles y de los grandes grupos pop: publicar la letra de las canciones en los discos. Carrión relató la anécdota en público por primera vez en el año 2006 y tenía tanta fuerza que recuerdo perfectamente haberla leído.

A partir de esa anécdota, David Trueba ha construido una sólida película. En ella, la historia de Carrión pasa a ser la de Antonio, un profesor de inglés de un colegio de frailes. En su camino hacia el desierto de Almería montado en un utilitario que no puede subir las cuestas pronunciadas, recoge a otros dos personajes: Belén, una joven soltera embarazada que se ha escapado de la institución en la que se encontraba internada a la espera de dar a luz y dar su hijo en adopción; y Juanjo, un muchacho de 16 años que se fuga de su casa debido a la tensión con su padre, un policía. El punto de partida de las historias de los jóvenes son un tanto forzadamente tópicos, pero al cruzarse con el sueño de Antonio de entrevistarse con Lennon todo adquiere una dimensión que salva a la película de Trueba de caminos previsibles y trillados. Los tres personajes, viajando en un pequeño utilitario, recorriendo las carreteras de la España de 1966 para llegar frente al mar a Almería, construyen un tejido en el que se retrata la grisura del país bajo la dictadura franquista y la esperanza de poder construir algo nuevo. Antonio, con su ejemplo y sus palabras les enseña algunos significativos valores: la bondad en la acciones con otros seres humanos, a que nadie les quite la libertad como individuos y a no tener miedo. Esto último se debe sobre todo a la presencia de una violencia institucionalizada: el estado franquista represor se generaliza en el uso de la violencia en la educación, en la familia, en las relaciones personales.

Al pequeño grupo que viaja por las carreteras españolas se les suma cuando llegan a Almería un personaje sumamente interesante, que regenta un bar junto al hotel en el que se hospedan Antonio y Belén. Los cuatro son perdedores, víctimas de su propia vida y de una sociedad que margina a las personas bondadosas que no quieren sumarse a la violencia insititucionalizada.Trueba ha sabido dar a esta historia una dosis justa entre comedia y drama para, finalmente, darnos la esperanza de que la bondad puede salvar el mundo. Antonio es un antihéroe al que le impulsa una ilusión que contagia a todos los que, como él, no están a gusto en ese tipo de sociedad en la que viven. Algo esencial de la película es que Trueba -autor también del guion- dedica el suficiente tiempo para construir la biografía de todos los personajes, no solo la de Antonio, cosa poco habitual en el cine comercial actual y que se agradece. Es una historia que no tiene prisa en ser contada. Gana mucho con ello esta película cuyo título procede de la estrofa inicial de Strawberry fields forever, una de las canciones más importantes de la última etapa del grupo de Liverpool y que Lenon comenzó a escribir en Almería.

La interpretación de Javier Cámara (Antonio) es extraordinaria en el papel de este antihéroe bueno que supera todas las dificultades para construir su propio sueño. A destacar la de Ramón Fontserè en el papel del dueño del bar, a caballo entre lo teatral y lo cinematográfico, para constuir un personaje extraño que permanece en la memoria del espectador precisamente por esa singularidad. Los jóvenes, Natalia de Molina y Francesc Colomer, ganan poco a poco al público. La factura técnica de la película es excelente

En un momento como el presente, una película como Vivir es fácil con los ojos cerrados, tan llena de sabiduría cinematográfica como de emociones certeras, puede mostrar que el único camino para la esperanza es creer en las propias ilusiones a pesar de la grisura del mundo o precisamanete por ella. Y tejer una red entre las víctimas de una violencia estructural que, de una forma más sutil, aun permanece. Porque la película no esconde que la vida es una suma de alegrías y tristezas, sino que parte de ella. Entre tanta desesperanza aún queda un héroe que camina hacia el horizonte en un utilitario que no puede subir las cuestas más pronunciadas.