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martes, 27 de marzo de 2007

Guillén en la calle de la Constitución

Luis Santiago también es el autor del relieve que retrata a Jorge Guillén en la fachada de la que fue su casa en la Calle de la Constitución de Valladolid, como lo es del conjunto escultórico del Parque del Poniente. La placa se colocó conmemorando el centenario del nacimiento del poeta, el 18 de enero de 1993. Menos lucida, retrata mejor tanto el aspecto como el gesto de Guillén en sus años finales.
Ahora, que ya no se lee a don Jorge, quizá es tiempo de recuperarlo. Trabajó su obra (esencialmente Aire nuestro) en la rigurosa exigencia de la poesía moderna, y contiene en ella una voz original dentro de la vanguardia, a pesar de que muchos se empeñaron en negársela.
Pasó de la luz geométrica y exaltada de Cántico a la conciencia reflexiva de Clamor. En este volumen hay un poema que casi lo resume: Luzbel desconcertado y que debería encontrarse en toda antología de la poesía española del siglo XX.
La voz de Luzbel toma conciencia de sí mismo ("Yo, yo"), ironizando sobre su nacimiento, sobre Dios y sobre los hombres:
Yo amanezco también
Con este sol, que sólo anuncia el gallo,
Como nadie sospecha mi llegada,
Un gallo es suficiente.
¡Estúpidos rincones soñolientos!
También ahí las calles se confían,
Se abandonan durmiendo a los contornos
Vigilados por alguien. ¿Él quizá?
Pero ¿le importa a Él
Que esas desventuradas bestias - hombres
Y gallos-
Descansen, cacareen?
Le bastará la adulación rezada.
¡Ay, vanidad de Dios!
Que me acusen de orgullo: lo prefiero.
Luzbel critica la creación divina ("Niebla boba") y le recrimina no haberse conformado con los ángeles y el cielo y haber creado a la humanidad caótica ("¿Puede tener buen gusto un creador?"). Y afirma que su pecado es haber visto claro el verdadero móvil de la vanidad de Dios. En sus palabras, acusa al delirio de Dios la falta de armonía del ser humano, cuyo infierno es la incomunicación y la guerra. De la masa se distingue un solitario en una ventana:
Se vuelve hacia luz y ve un vacío
Tan absoluto que se ahoga, tiembla.
Visión del gran vacío. Puro el éxtasis.
Acaba, con lógica, arrojándose por la ventana ("Saeta hacia lo oscuro"):
Ese suicida, noble,
Tiene tanta razón como un gran loco.
En presencia del Músico sin par,
¡Cómo va fracasando la Armonía!
Rezad, rezad a Dios. Es su consuelo.
Sigue el largo poema, como epopeya del artista enfrentado al clamor de un armonía resquebrajada. Y el sol se pone:
La luz de este modesto sol poniente
Se extingue por las calles
De la ciudad, caótica sin trampa.
(Curioso:
Esas primeras iluminaciones,
Fantasías eléctricas,
Oponiéndose adornan el crepúsculo.)
Venus está. Se anuncia el orfeón
De estrellas, las tan fieles, que proclaman
La gloria de Quien es.
Venús, adiós.
¿La gloria?
No. La niego.
No, no.
Luzbel envidia la armonía divina, por eso la niega, aunque no debe hacer demasiado para que se destruya, puesto que el ser humano es un colaborador voluntarioso y avezado. En el fondo, Luzbel, como el ser humano, se desorienta ante la soledad. Poema complejo, con una lectura ortodoxa, que permite ver el impacto del tiempo histórico en el poeta y jugar con lecturas parciales. Pide ya mismo, de algún postmoderno, una glosa que lo invierta o lo actualice.
[Guillén, tan pulcro con la arquitectura física del poema, a la que consideraba con lógica parte integrante del mismo, se enfadaría con el sangrado de los tres últimos versos citados, pero no logro que la técnica lo ampare.]

viernes, 23 de marzo de 2007

Jorge Guillén en el Poniente


El conjunto escultórico Jorge Guillén y niños botando barcos de papel (1998), situado en el estanque central de la Plaza del Poniente de Valladolid, es obra del escultor Luis Santiago (1962). Ocupa sabiamente el espacio, sin intentar monopolizarlo. Tienes que mirarlo detenidamente para saber que está allí. De gran perfección técnica, juega con la línea realista de las esculturas del poeta y los dos niños y la simbólica del conjunto, materializada en los tres barcos de papel metálico botados en el agua (con los nombres de los poemarios del autor), lo que no sé si le gustaría a Guillén. Los niños que juegan en el Poniente, parque que todos los que hemos crecido en la ciudad recordamos a pesar de sus continuas trasformaciones, se suben a las esculturas y caminan por el borde del estanquillo. Los padres se asustan ante la osadía de los más pequeños y les suelen contar, con voz misteriosa, que un niño se ahogó allí en un tiempo de leyenda, para impedir un chapuzón a destiempo. Quedan así, las dos esculturas de los muchachos, alejadas de la claridad de Cántico y se convierten en espectros de los ahogados, retenidos por el tiempo cincelado en los gestos previos a su muerte. De noche quizá cobran vida y se susurran el uno al otro las ensoñaciones de las vidas cortadas. El poeta, girado en escorzo, no las hace mucho caso, y prefiere mirar más allá, quizá hacia el mar de Málaga, porque no sabe bien qué hace en una tierra a la que no quiso volver.
Cuando estudiábamos Hispánicas, un amigo, Ramiro F. Mayo, y yo le felicitamos a Guillén uno de sus últimos cumpleaños. Le remitimos, desde la Oficina Central de Correos, un telegrama. Quizá ande ahora entre los papeles del poeta, tan ambicionados en su día por alguno y sobre los que ha caído el olvido. Quizá por allí también se encuentre la copia de unos espantosos poemas adolescentes que le mandé años antes. Me contestó con esa amabilidad suya no exenta de fina ironía, remitiéndome dedicado el volumen de una antología publicada por Plaza & Janés en 1975 (que le solicitaba), con selección y prólogo de Manuel Mantero. En las páginas en blanco del libro venían unas palabras de ánimo. Cuánto tiempo hace ya de aquello.