Granadilla es un pueblo hermoso. La villa, amurallada, está rodeada de un paisaje que nos prepara poco a poco para esa belleza, como si supiera que dárnosla toda de golpe podría provocarnos mareos. Abandonado por decreto cuando se construyó el pantano de Gabriel y Galán, lleva décadas en un programa de recuperación que merecería impulsarse con más ánimo para dedicar esta villa a usos relacionados con el turismo cultural y la promoción del entorno. Bajar a Granadilla desde Castilla es como asomarse a otro mundo, un mundo de frontera que nos anuncia que incluso el clima cambia. En Granadilla, hasta la sombra en noviembre tiene otra intensidad, que nos pregunta dónde está su gente.