Este fin de semana he visto dos imágenes de la antigua Birmania. En una de ellas, un fotógrafo japonés, tumbado en el suelo, boca arriba, toma fotografías con su cámara de un grupo de manifestantes, contrarios a la política del gobierno dictatorial de su país, mientras son reprimidos por las fuerzas policiales. Un joven soldado, armado con un fusil, lo mira mientras corre también hacia los manifestantes. En la segunda, el fotógrafo yace moribundo o ya muerto tras haber recibido un disparo. El soldado le da la espalda y sigue corriendo hacia los manifestantes, como si ésa fuera su condena.
Un hecho similar, falso o inventado por el protagonista, construyó la imagen del falangista Sánchez Mazas en la Guerra Civil española y construye el inteligente núcleo desde el que se escribe la obra maestra de Javier Cercas, Soldados de Salamina. En esa ocasión, el miliciano que apuntaba miró a los ojos de su víctima y decidió no disparar y salvarle la vida. Javier Cercas, con inteligencia, no nos dice la razón de ese acto, a pesar de que la búsqueda de una explicación es, en gran medida, la novela. Sánchez Mazas creó o agrandó y utilizó este hecho crucial de su vida en beneficio propio.
No sé si el soldado que disparó miró a los ojos del fotógrafo, no sé lo que pensaron los dos protagonistas de la imagen.
La brutalidad de la instrucción despersonalizadora nos vacía por dentro y nos conduce a la realización mecánica de las acciones mil veces ensayadas en los ejercicios. Es muy difícil salirse de ese camino. Así ha funcionado, en gran medida, la Historia de nuestro mundo: es muy difícil ser individuo. Aun no hemos aprendido.