He oído a un experto advertir sobre las consecuencias que tendrá para nuestra vista este período sin horizonte que se ha llenado de pantallas digitales y mirada corta. He oído a otro contar los problemas para nuestra salud del sedentarismo obligado. Los psicólogos advierten el desgaste que supondrá el aislamiento o la soledad. Los sociólogos explican los problemas de la dependencia de las redes sociales de internet. Todos ellos echan una mano con sus consejos y recomendaciones: es la fortuna de estar comunicados. Sería peor salir a la calle y jugar con nuestra salud o la de los demás. No habría suficiente policía si determináramos abrir la puerta de casa y tomar las plazas. Sin embargo, seguimos confinados. Solo para algunos es una obligación que llevan mal, para la mayoría es la voluntad de respeto al otro y un rasgo de generosidad: es lo más importante que podemos hacer ahora, la mejor manera de sentirnos parte de esta historia y colaborar para solucionar la epidemia cuanto antes. A diferencia de otras pandemias, en esta tenemos la información suficiente para controlarla, aunque se tarde unos meses, pero se necesita más que nunca que actuemos con la solidaridad que ha distinguido a la humanidad en casi toda su historia. Aunque no lo parezca en algunos momentos, la historia de la humanidad es una historia de éxito, progreso y libertad consciente. Solo aquellos que se creen en posesión de la verdad de manera fanática son capaces de negarlo. Esta es la primera epidemia verdaderamente global. No porque otras no afectaran a la humanidad entera, sino porque en esta somos conscientes y hay una rápida comunicación de una parte a otra, incluso en contra de la opacidad o el menosprecio de algunos líderes políticos. En el mundo hay diferentes regímenes y aunque manifestaron sus divergencias al inicio, la realidad de este virus se termina imponiendo. Incluso a los países con menos recursos llegan las noticias y la información, aunque su situación económica y sanitaria no augura nada bueno en las próximas semanas. En lo que no seremos iguales será en lo que ocurra cuando salgamos del confinamiento. La historia enseña que de situaciones similares se suele salir mal y con graves diferencias. Veamos en esta.
Me acuerdo hoy del poeta Eladio Orta, en su parcela de Isla Canela. Resistió a la presión urbanizadora del entorno y acertó. Y hoy goza de luz y aire y tierra. Eladio es necesario por muchas cosas más que como poeta, es necesario sobre todo para recordarnos que para hacer aquello que queremos hacer basta con proponérselo. Y lo que muchos entendieron como renuncia a eso que se conoce como calidad de vida hoy se demuestra en luz y aire y tierra. Está confinado en su pequeño trozo de tierra y puede mirar hacia donde está el mar. Me imagino a Eladio haciendo su vida como siempre en esa parcela junto a la marisma, con el cabello despeinado y su mirada sabia.
Asomado a la ventana veo pasar una golondrina.
Comienza a invadirme la melancolía. Recuerdo que mi padre, cuando ya no podía salir de casa porque el cáncer había hecho estragos con él, caminaba de un lado a otro del pasillo durante quince minutos varias veces al día. Cuando no pudo solo, se apoyaba en los hombros de mi madre (¡mi madre, cuánto amor y entrega!). Qué constancia de saberse vivo.