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sábado, 22 de febrero de 2020

Menos campanas y más silencio. Meditación a la vista de Hervás


Hervás perteneció al ducado de Béjar hasta 1816, año en la que fue declarada villa libre. Con la reordenación del territorio, en 1833 pasó a la provincia de Cáceres y, por lo tanto, a la región de Extremadura. Durante la rebelión cantonal de 1873 a 1874, en la primera república, se declaró cantón, lo que era lo mismo que proclamar la república federal por su cuenta y riesgo. Cuántas cosas interesantes se pueden leer en estas líneas de arriba: ser parte de un señorío anacrónico hasta el siglo XIX y convertirse, en el inicio de la modernidad, en villa libre; tener conciencia de tierra fronteriza, hoy castellana y mañana extremeña; ver que el futuro debería ser federal o no serlo y con poco más de cuatro mil habitantes declararse osada y orgullosamente cantón sin esperar a las resoluciones del parlamento nacional. Todo ello ha dejado huella en la villa, así como la fuerte herencia judía de su pasado.

Desde la plataforma del ferrocarril, a la altura del río Balozano, se contempla Hervás desde arriba y piensa uno en todo esto y cómo explica gran parte de nuestra historia como país, que tanto oscila entre lo particular y lo general como una campana lanzada al viento casi de forma alocada. Necesitamos menos campanas y más silencio, pero así somos. En qué pocos casos hemos avanzado con los pasos acompasados para no echarnos las zancadillas ni trabucarnos.

Una parte del atractivo de esta villa -que es mucho y variado- se debe a ese complejo pasado. Es Hervás una localidad singular y muy viva en una tierra en la que todo merece una visita con calma: sierra, ríos, pueblos, gente. Abajo, el valle del Ambroz se presenta hermoso en esta primavera adelantada e invita a dejar los pensamientos. Arriba, el Pinajarro impasible me reta. El humo de algunas quemas se pega al terreno. Es hora de buscar el amparo de las viandas.

viernes, 21 de febrero de 2020

Análisis de la cuestión y soluciones al problema: España invertebrada de Ortega y Gasset y noticias de nuestras lecturas


En la entrada anterior sobre esta obra de Ortega quedó claro algo que solo la ceguera de quien lee sin aceptar lo leído puede negar: España solo existió tras la unión de la corona de Castilla -que había lanzado la idea- con la corona de Aragón y, por lo tanto, su pasado, presente y futuro no es castellanista. No debe serlo. Cuando la idea se concreta en esa nueva realidad, deja de ser un proyecto de Castilla para ser algo mucho más ancho y solo así puede seguir.

En su ensayo, Ortega procura un análisis de la construcción de España para comentar las razones de la decadencia y su tendencia a la disgregación en los momentos en los que escribía su ensayo. La pérdida de vigor del motor centralizador castellano es solo uno de los puntos, la falta de verdadera generosidad de los nacionalismos periféricos con el impulso común, otro. Pero hay rasgos más profundos que a Ortega le interesaban mucho más puesto que en su solución ve la única forma de corregir la tendencia a la disolución de España y aquí es en donde justifica el pesimismo de partida puesto que los considera elementos esenciales del español de muy difícil modificación. Los visibiliza en el apéndice que acompaña al texto central, una serie de artículos en los que aborda lo que él llama poder social. En ellos concluye que todo conduce a la fragmentación porque esa es la tendencia natural de la sociedad española, poco dada a la unión sea cual sea el carácter de esta. Leyendo a Ortega casi parece prodigioso que haya existido España durante tantos siglos y que parece muy difícil hallar una solución en tiempos de desagregación en los que las masas predominan sobre los individuos. Recordemos que su pensamiento iba ya encaminado hacia la construcción del concepto de La rebelión de las masas, un análisis de la situación que iba más allá de la cuestión española. En ese camino, anticipa:

En España ha llegado a triunfar en absoluto el más chabacano aburguesamiento. Lo mismo en las clases elevadas que en las ínfimas rigen indiscutidas e indiscutibles normas de una atroz trivialidad, de un devastador filisteísmo. Es curioso presenciar cómo en todo instante y ocasión la masa de los torpes aplasta cualquier intento de mayor fineza. 

Este es uno de los núcleos del pensamiento orteguiano en aquella época y sobre esta cuestión, algo en lo que se mostraba intransigente y en lo que parece no distinguir tonos grises:

Si España quiere resucitar es preciso que se apodere de ella un formidable apetito de todas las perfecciones. La gran desdicha de la historia española ha sido la carencia de minorías egregias y el imperio imperturbado de las masas. Por lo mismo, de hoy en adelante, un imperativo debiera gobernar los espíritus y orientar las voluntades: el imperativo de selección. 

Qué hubiera pensado Ortega y Gasset de asomarse en los últimos tiempos a las redes sociales.

Algunos aspectos del análisis que observamos en España invertebrada pagan excesivo peaje a la época en que se escribieron, al miedo a las masas que manifestaban los liberales al estilo de Ortega en unos tiempos en los que la mayor parte de la sociedad no tenía acceso a la educación y a la información y en los que muchas ideologías políticas estaban fuera de cualquier tipo de gestión política del poder. Sin embargo, otros puntos de su pensamiento son absolutamente lúcidos, como la necesidad de construir un pensamiento de sociedad que vaya más allá de los particularismos (de clase, de cultura, de oficio, de religión, etc.). Entre otras cosas porque la tendencia a la desagregación es absolutamente peligrosa para la convivencia y nos desarma frente a los intereses que se nutren precisamente de la desafección y de la disolución. Ser menos sociedad nos deja en situación muy débil. Suele ocurrir que la disolución parte de una situación de descontento y los pasos que se dan como reacción son más emocionales que racionales, con lo que las causas del descontento no se solucionan sino que se agravan. De hecho, quienes fomentan la disolución y la desagregación suelen ser los verdaderos enemigos y detrás de ellos hay intereses espurios. Y en eso, como en algunas otras cosas, Ortega tenía toda la razón y estaba en el camino correcto de la solución.


Noticias de nuestras lecturas

Hace tiempo que las entradas elaboradas por Mª Ángeles Merino en su blog se han convertido en la memoria de nuestras reuniones, la forma de recordarlas o de que los que no estuvieron en ellas las vean por dentro. Además, las ilustra estupendamente. Sirva como ejemplo la que dedica a nuestra reunión para comentar España invertebrada de Ortega y Gasset.

De cuando leímos el Quijote...

Seguro que la mayor parte de los lectores de este blog conocen que este club de lectura nació a partir de una locura colectiva. El 24 de abril de 2008 lancé la idea de la lectura colectiva del Quijote. La primera experiencia mundial en la que se abordaba esta novela de Cervantes, capítulo a capítulo (a razón de uno por semana) utilizando las posibilidades de la red 2.0. Con motivo de aquella locura nos enlazamos y conocimos los autores de los blogs que colaboramos. La cosa nos llevó hasta el 29 de noviembre de 2010 y festejamos su éxito comiéndonos una olla podrida el 4 de diciembre de aquel año. Pues bien, María Ángeles Merino, que participó en ella -en la lectura y en la olla-, acaba de reactivar el blog en el que ha ido publicando sus colaboraciones, con la aportación para el capítulo 50 de la primera parte. Y a mí se me han despertado las ganas de repetir experiencia...


Ahora leemos Poeta en Nueva York de Federico García Lorca.



Estamos leyendo ahora Poeta en Nueva York, uno de los poemarios más importantes del siglo XX en cualquier lengua. Las colaboraciones correspondientes aportadas por los que se suman a este club se publicarán en la próxima entrada.

La tarde del próximo lunes 2 de marzo celebraremos la reunión del formato presencial del club de lectura en la sede burgalesa del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, en sesión conjunta con el Aula de Historia de Alumni UBU. El encuentro tendrá lugar a las 17:00 hs., con entrada libre hasta completar el aforo. Te esperamos para comentar Poeta en Nueva York de Federico García Lorca.

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.

Para conocer la forma de seguir las lecturas de este club y la lista del presente curso, este enlace.

ADVERTENCIA: Las entradas de La Acequia tienen licencia Creative Commons 4.0 y están registradas como propiedad intelectual de Pedro Ojeda Escudero. Pueden ser usadas y reproducidas sin alterar, sin copias derivadas, citando la referencia y sin ánimo de lucro.

jueves, 30 de enero de 2020

España invertebrada: más que una visión castellanista de España y anuncio de la lectura de Poeta en Nueva York.


Castilla ha hecho a España y Castilla la ha deshecho, dice Ortega en su ensayo. Y como todas las frases sencillas, sacadas de contexto, se convierten en un mantra que se repite sin saber muy bien qué hay detrás. Dice Ortega eso que se entiende fácilmente y no lo dice. No olvidemos algo esencial si queremos comprender no solo este ensayo sino a todo Ortega: el pensamiento no está prefijado, se construye. En este ensayo el pensamiento evoluciona según se reflexiona y se expresa, es un método, no un fin en sí mismo. Por eso mismo la condición de bosquejo que figura desde el mismo título de la obra.

Ortega dice que Castilla, renunciando a la condición angosta que predomina en el resto de los pueblos ibéricos, proyecto la idea nacional de España a la que se fue incorporando a través de la historia el resto:

Núcleo inicial de la incorporación ibérica, Castilla acertó a superar su propio particularismo e invitó a los demás pueblos peninsulares para que colaborasen en un gigantesco proyecto de vida común.

Es decir, fue la única que puso en el tapete algo que iba más allá de sus propios límites, pero que en realidad solo pudo construir España cuando ganó para la causa a Aragón y, singularmente, a Fernando el Católico. La famosa frase no puede entenderse, por lo tanto, sin esta otra cara de la moneda: España no hubiera existido sin la incorporación de la corona de Aragón al proyecto, España solo nace con la suma de Castilla y Aragón. Castilla, sola, no hubiera podido. Por lo tanto, en ese mismo momento, España se convierte en otra cosa que ya no es Castilla y su futuro será producto de la generosidad de todos o no será. Aquellos que ven España exclusivamente desde lo castellano, se confunden, pero de eso hablaremos en la próxima entrada.

Noticias de nuestras lecturas
Autorretrato de Federico García Lorca para Poeta en Nueva York
Durante el mes de febrero leemos Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca (se cumplen 80 años desde su publicación). Son conocidas las circunstancias de su composición: en 1929, García Lorca marcha a Nueva York con la excusa de impartir unas conferencias en los EE.UU. y en Cuba y aprender inglés. En realidad, buscaba alejarse de unas circunstancias que le ahogaban. En la libertad de Nueva York encontró una nueva forma de expresar su voz poética y escribió la mayoría de los poemas que componen el libro. Aunque hay alguna duda sobre cómo entendía este poemario el autor, lo que sabemos es que dejó el manuscrito en manos de José Bergamín en 1936. Aquel manuscrito no era tal, sino un conjunto de páginas mecanografiadas y manuscritas cuyo orden real ignoramos, oscilando las opiniones en que Bergamín respetara las indicaciones de Lorca o trabajara con sus propias decisiones. El levantamiento militar, el asesinato del poeta y la guerra civil impidieron que el libro se imprimiera hasta 1940 en una doble edición: en México y en los Estados Unidos, esta última con traducción al inglés.

Sea como fuere, estamos ante uno de los grandes poemarios escritos en español. Sin duda, el más libre del autor. Esta libertad abarca todo, desde la forma métrica hasta los temas y la crítica social y moral que incluyen los poemas. Significa también otra cosa igualmente importante: el giro desde el surrealismo hacia el compromiso. García Lorca hizo en Nueva York lo mismo que el grupo de surrealistas de París en Europa.

Sé que para muchos de los que siguen estas lecturas abordar la de Poeta en Nueva York es un reto. No es una poesía fácil por las imágenes y la libertad de la que he hablado, pero aquellos que venzan el reto se encontrarán ante uno de los grandes libros de la poesía universal de todos los tiempos. Merece la pena.

La tarde del lunes 3 de marzo celebraremos la reunión del formato presencial del club de lectura en la sede burgalesa del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, en sesión conjunta con el Aula de Historia de Alumni UBU, con entrada libre hasta completar el aforo. Te espero.

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.

Para conocer la forma de seguir las lecturas de este club y la lista del presente curso, este enlace.

ADVERTENCIA: Las entradas de La Acequia tienen licencia Creative Commons 4.0 y están registradas como propiedad intelectual de Pedro Ojeda Escudero. Pueden ser usadas y reproducidas sin alterar, sin copias derivadas, citando la referencia y sin ánimo de lucro.

viernes, 24 de enero de 2020

Para entender España invertebrada de José Ortega y Gasset


Desde su publicación primera como artículos en el periódico El Sol en 1920, el ensayo España invertebrada de José Ortega y Gasset fue un éxito y se convirtió en un texto de referencia para explicar la cuestión española. El éxito sorprendió al propio autor, que así lo manifestó en los prólogos a las sucesivas ediciones del libro que, para él, no era un libro como tal y tampoco lo había escrito para ser de fácil lectura. Esta es una de las claves de cualquier análisis. España invertebrada no es un estudio sistemático del complejo problema de la constitución de la España moderna como nación. Por otra parte, como gran parte de los trabajos publicados de Ortega, el fragmentarismo es una manera de pensar y una metodología que permite al autor razonar mientras escribe, y no contiene la solución al problema sino el análisis de las circunstancias. Solo volviéndolas al contrario se puede hallar la salida. Su carácter de bosquejo, de anotaciones, consiste precisamente en ese primer gran valor del texto: a partir de un puñado de ideas, se propone la reflexión y se avanza en el conocimiento de un tema sin cerrarlo. Para comprenderlo mejor, debemos leer otros textos que Ortega publicaría por aquellos años y, singularmente, La rebelión de las masas, que enfoca el problema desde un ángulo más amplio y un espacio europeo.

A la altura de 1920 Ortega comenzaba a consolidarse como uno de los pensadores principales del país. Formado en Alemania, catedrático de la Universidad Central de Madrid, entraba en su madurez personal. Desde su regreso a España tenía intención de intervenir en las grandes cuestiones de actualidad y gran parte de su pensamiento se dedicó a esto: encarnaba a la perfección la idea del intelectual desde una posición liberal; conocía perfectamente la importancia de los medios de comunicación y la visibilidad social y gran parte de su tiempo lo dedicó a fomentar las agrupaciones de intelectuales con fuerte perspectiva política y social y a tratar con todos aquellos que él considerara importantes para la tarea de occidentalizar España.

Los artículos publicados en El Sol y recogidos como libro en 1921, pretendían resumir las claves de su pensamiento sobre la formación histórica de España, su decadencia y los problemas que habían aparecido con el surgimiento de los nacionalismos periféricos: sobre todo el catalán y el vasco, pero también el gallego y el andaluz (No he comprendido nunca por qué preocupa el nacionalismo afirmativo de Cataluña y Vasconia y, en cambio, no causa pavor el nihilismo nacional de Galicia o Sevilla, dice Ortega). No es un análisis amable con Castilla, la entidad sobre la que Ortega deposita el motor necesario para la unión; tampoco con los diferentes sectores que deberían haberla cuidado: ejército, iglesia, burguesía, etc., a los que acusa de no estar a la altura de su misión histórica y en los que reside la culpabilidad del fracaso y otra fuente de amenazas serias para el futuro, con algunos apuntes tan lúcidos como el siguiente:

Desde aquel momento [se refiere a la guerra del Rif] viene a ser el grupo militar una escopeta cargada que no tiene blanco a que disparar. Desarticulado de las demás clases nacionales -como éstas, a su vez lo están entre sí-, sin respeto hacia ellas ni sentir su presión refrenadora, vive el Ejército en perpetua inquietud, queriendo gastar la espiritual pólvora acumulada y sin hallar empresa congrua en que hacerlo. ¿No era la inevitable consecuencia de todo este proceso que el Ejército cayese sobre la nación misma y aspirase a conquistarla? ¿Cómo evitar que su afán de campañas quedara reprimido y renunciase a tomar algún presidente del Consejo como si fuera una cota?

Algunos fragmentos de la obra podrían haber sido escritos hoy mismo. Sin embargo, a pesar del pesimismo manifestado por el propio Ortega y de la confusión en la que hoy vivimos, hay dos cosas que nos separan radicalmente de 1920, como aviso a los navegantes que quieran ver los mismos horizontes: en primer lugar, la ahora tan contestada Constitución de 1978 que es, no lo olvidemos, la única Constitución española de consenso entre todos los sectores políticos y sociales y no una imposición de una parte del país sobre la otra, por muy necesitada de reformas que se nos antoje; y en segundo lugar, la también contestada hoy en día construcción de Europa como verdadera entidad política y no solo económica, que puede necesitar cambios, pero se nos presenta como el gran lugar de encuentro y protección de los derechos civiles. Ambas cosas le hubieran entusiasmado a Ortega y Gasset, todo sea dicho.

Aunque en el formato presencial del club ya hemos comentado esta obra, mantendremos aquí durante unos días este comentario y publicaré algunas entradas más.

Noticias de nuestras lecturas

Mi querido, ingenioso e inteligente Jaime González nos ha regalado uno de los mejores comentarios de lo que significa de verdad que nuestro país sea un país invertebrado. Sin palabras, es el siguiente:


Se echaban de menos las aportaciones de Carmen Ugarte a las lecturas del club. En su recomendable blog publica una entrada sobre esta España invertebrada. Como siempre, su texto es lúcido y su análisis del ensayopone el énfasis en sus carencias para el mundo de hoy.

Paco Cuesta escribe una excelente aportación resaltando los puntos de análisis más certeros de Ortega sobre la cuestión española.

Luz del Olmo aborda el ensayo de Ortega desde su misma condición de escritura y reflexiona luego sobre los aspectos esenciales y su actualidad.

María Ángeles Merino sabe enlazar la lectura de Sidi con la de España invertebrada y analiza en esta última obra la posición de Castilla en la construcción de España según Ortega... y nos hace un regalo con Lola Flores que te invito a disfrutar en su entrada.

Recojo en estas noticias las entradas que hayan publicado los blogs amigos. Entrada del Club de lectura cada jueves (salvo casos excepcionales) en este blog.

Para conocer la forma de seguir las lecturas de este club y la lista del presente curso, este enlace.

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domingo, 27 de mayo de 2018

¿Cómo nos imaginamos dentro de diez años?


¿Alguien recuerda el llamado milagro español de las últimas décadas del siglo XX? Salíamos de una dictadura, se llegaban a acuerdos políticos, se trasformaba la mentalidad social, construíamos un país creativo y dinámico, la esperanza en un futuro mejor se instalaba en todas las casas, se consiguió salvar la amenaza de un golpe de estado... ¿Queda algo de eso hoy en un país atirantado, inactivo, perplejo? Y, sobre todo, ¿cómo nos imaginamos dentro de diez años? Me gustaría decirte que de todo sale, que el tiempo se hace rueda de la fortuna, que hay que tejer cada día para que mañana tengamos la  labor hecha. Mientras tanto, a mi trabajo voy, a mis soledades y mis compañías me atengo, en el día a día me encuentro con el mejor de los ánimos.

martes, 12 de diciembre de 2017

La España abandonada


Sergio del Molino ha escrito un excelente libro, La España vacía, que hay que leer fijándose en el subtítulo: Viaje por un país que nunca fue. Aunque a mí me parece mejor definición la de la España abandonada. Que cada uno busque los culpables.

domingo, 1 de octubre de 2017

Cuando el sabio señala la luna el necio mira el dedo


Hay una antigua frase que dice que cuando el sabio señala la luna el necio mira el dedo. Hoy, en España, tanto la luna como el dedo son trampantojos. Nos han querido meter en una vía única y allá que hemos ido. Además, ninguno de los que levantaba el dedo era sabio. En la luna falsa también había dedos señalando en dirección contraria.

miércoles, 20 de septiembre de 2017

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Me asomé al mar de Cádiz


Me asomé al mar en el Parque Genovés de Cádiz . Cádiz es la ciudad en donde arranca la historia constitucional de España, con la promulgación allí, en 1812, de la primera Constitución española. Han venido después unas cuantas más, no siempre producto de un consenso. España no ha sido país de muchos consensos sino de victorias de unos sobre otros. La última, la más trágica, que cerró en falso la violencia de la guerra civil. Esto ha hecho que los textos constitucionales españoles no se suelan modificar sino derogar por las armas o sustituirlos por otros. Tampoco conviene sacralizar una Constitución, es solo un marco de convivencia que define lo que un país es en un momento determinado. Lo que sucede en España es que no nos solemos fiar los unos de los otros e introducimos en los textos constitucionales artículos que deberían estar en reglamentos y leyes, no en la Constitución, con lo que atamos las manos a las generaciones siguientes si no consiguen establecer nuevos consensos suficientes para modificarlos. Hay tanta carga de heridas históricas en este país, temores, suspicaciones y deseos de dejarlo todo atado, que gastamos demasiada tinta para que no se nos escape nada. Para cuando gobiernen los otros, claro. El caso es que luego, curiosamente, se nos olvida desarrollar algunos de los puntos sustanciales de una Constitución, que quedan así en un limbo legal y, como tales, en papel mojado. Los que atañen a derechos irrenunciables de un ciudadano en una sociedad moderna. No tenemos tiempo para ello, estamos demasiado ocupados en reescribir todas las leyes cada cierto tiempo o echar mano del decreto ley cuando no se consigue la mayoría necesaria en el parlamento.

Dicen los que creen en esa superchería de la homeopatía que el agua tiene memoria. ¿Qué memoria tiene de nosotros este mar de Cádiz y de aquellos debates que condujeron al texto de 1812? ¿Qué memoria del continuo conflicto de nuestra historia? ¿Guardará memoria de mi gesto, de mi forma de asomarme al mar, como yo la guardo de su rumor constante?

domingo, 20 de noviembre de 2016

La niebla. Mientras medito sobre la historia de España


En unos minutos, la niebla ha cubierto la sierra. Hago pausa aquí -unas horas- para bajar al sur. A pocos quilómetros, pasando Puerto de Béjar, el terreno desciende veloz camino de Extremadura y todo cambia. Voy a Cádiz. Participo en un congreso que aborda el exilio español en las primeras décadas del siglo XIX. El exilio de los liberales más significados en su compromiso con el parlamentarismo y en contra del absolutismo. Aquel mediocre y despreciable rey que fue Fernando VII es ejemplo de muchas cosas que aún ocurren en España. Tuvo apoyos, muchos, representó los intereses de clase, la permanencia de una forma de enfocar la vida en la que se aliaba la religión y el poder político. Muchos pensaron que aún se podía detener la trasformación del mundo que se había iniciado en el siglo anterior con las ideas revolucionarias. A veces ocurre, hay un sector de las clases dirigentes que piensa que se puede detener el tiempo. La tradición, la costumbre, el miedo a la libertad, los pequeños intereses, aseguran el apoyo de grandes sectores de la sociedad. Entonces, como hoy, los que tenían pensamiento más avanzado, más propio de su tiempo, ilustrado y racional, se preguntaban cómo era posible que una buena parte del pueblo quisiera el absolutismo, se negara a la modernización del país y prefiriera encogerse en lo conocido y en la falta de libertades. Los sociólogos lo explican bien, sobre todo por la incultura. No hay mejor forma de dominar el miedo de las personas que hacerlos incultos aunque sepan leer, escribir y cuenten con un móvil con rápida conexión a Internet. Encuentro personas que hoy son muy conservadoras en su forma de pensar que admiran los hechos revolucionarios del siglo XIX. A toro pasado se avanza mejor, claro, da menos miedo. A veces, en algunas conversaciones, me pregunto si el que me habla hoy defendiendo aquel inicio del constitucionalismo e incluso admirando alguno de sus héroes no estaría en aquellos tiempos gritando, ante el paso del Rey, Vivan las cadenas o alegrándose del fusilamiento del general Torriijos, porque en su ideología actual es lo que más les cuadra. Como tantos que se apuntan a la defensa de nuestra última Constitución y yo conocí en aquellos tiempos pidiendo la intervención de los militares ante lo que ocurría. De aquel siglo XIX me llama la atención muchas cosas pero sobre todo las partidas de reaccionarios que se echaban al monte, cogían las armas y no dudaban en exigir el final de las libertades, todo aquello que hoy damos por hecho, como si no tuviéramos que defenderlo cada día. Practicándolo, claro. Como los consensos. La historia de España está hecha de ellos aunque hoy parece que prestamos más atención a las rupturas y somos incapaces de dialogar. Dialogar con el otro, escuchar sus razones, ofrecerle pactos y no exigir, sin más, que nos apoye. A veces amenazamos con una revolución que nunca llega. A veces nos basta con sacar la bicha de nuevas elecciones sabiendo que muchos votan con el temor ante el otro. Dos extremos. Cuando la historia se extrema termina siempre mal. La niebla, digo. Camino del sur, para hablar de exilios y libertades.

miércoles, 27 de abril de 2016

El guerracivilismo español y el cuento de los alcaldes que rebuznaban


Dicen algunos que uno de los males españoles es la tendencia al guerracivilismo. De hecho, no sé si hay muchos países como España que tengan su historia tan tamizada de conflictos por todo, por cualquier cosa, desde las más graves hasta las más superfluas, que afectan a todo el territorio o solo a una parte. Incluso inventamos aquí un matiz del honor que empujaba a todo un grupo -linaje, barrio, pueblo, al país entero- a liarse a mamporros con los otros. En muchos conflictos al español no le importa tener o no razón (a veces porque ni se plantea no tenerla), sino tan solo defender lo que es suyo. No es exclusivo de españoles, pero sí de sociedades en los que la ilustración auténtica está por llegar.

Cervantes parodió este concepto del honor y la negra honrilla que nos lleva a armar una guerra civil por nada cuando parodiarlo era tener valor porque se atacaba uno de los fundamentos del imaginario colectivo obligatorio para ser español. Me gustaría a mí ver a muchos que presumen de valientes y de independientes hoy hacerlo en aquellos tiempos. Se burló en el Quijote, en la aventura del rebuzno (a partir del capítulo XXV de la segunda parte): la historia de dos alcaldes que rebuznan admirablemente para encontrar un asno perdido y de los que se mofan los pueblos de las comarcas vecinas, con lo que todo acaba en conflicto armado. Y, como suele suceder en la realidad -sabio, Cervantes-, el que aparece por allí y no tiene nada que ver ni con los unos ni con los otros, recibe una lluvia de piedras solo por mediar.

El guerracivilismo español no tiene nada de heroico ni admirable. Suele tender a localista y paleto. Las crónicas de verdad sobre las muchas guerras civiles del XIX nos hablan de escaramuzas a traición más que de batallas. Ironizó con ello Valle Inclán a la hora de contar en la Sonata de invierno cómo perdió el brazo el marqués de Bradomín.

Cuando las furias se desataron en 1936 por la sublevación de unos militares de medio pelo (nunca habían ganado una batalla de verdad frente a un ejército organizado) contra el gobierno de la República, en la retaguardia de ambos bandos se organizaron patrullas que sacaban a la gente de sus casas para fusilarlos sin trámite al amanecer. Estos asesinatos, que sembraron España de sangre, solían ocurrir más por rivalidades personales y enconamientos locales que por causas ideológicas. Incluso aunque la patrulla viniera de fuera preguntaba primero a los suyos del lugar a quién había que dar un paseo y no se sometía a criba de verdad lo que tantos delataban solo por envidas y enconamientos familiares. Algunos expertos avalan la hipótesis de que Franco prolongó más tiempo del necesario la guerra para asegurarse ser el indiscutible triunfador entre los suyos, no fueran a darle problemas si la victoria ocurría de forma rápida. Por esa misma razón, tantos aún no quieren que se saquen de las fosas comunes y de las cunetas los miles cuerpos de los asesinados que aún quedan por estas tierras. Por esta razón tenemos esta tendencia a destruir cualquier construcción común. Como en el cuento medieval en el que el diablo concede a un labrador la mitad de lo que desee para su vecino y no dudó en pedir que el vecino se quedara ciego.

El guerracivilismo se extiende a todos los campos de acción en España -en especial en los momentos en los que el proyecto de país colapsa- y provoca, en gran medida, que seamos una nación tan poco productiva. Los partidos políticos caen frecuentemente en este mal español y no son capaces de pactar nada, los medios de comuncación pueden incendiar el territorio si con eso ganan audiencia, los de un pueblo siguen apedreando a los del vecino y los chavales jugábamos a canteas contra los de la calle de al  lado solo porque eran de la calle de al lado. 

No hay peor enemigo que el de misma madera (Cuerpo a tierra, que vienen los nuestos, exclamaba Pío Cabanillas refiriéndose a la UCD), porque como el guerracivilismo es personalista y ruin, no hay nada más peligroso que un colega, un compañero o un vecino o un afín ideológico que te declara la guerra. Porque el guerracivilismo español no busca el triunfo de una idea sino el control de la cuota de poder y espacio que corresponda y pasar factura de rencores a veces inconfesables productos de la miseria moral y la envidia.

Y en cosas de menos enjundia pero que hacen daño: en los sindicatos, en las organizaciones colectivas, en las empresas o en las instituciones todo son banderías que impiden el trabajo en equipo (la Universidad pública española es un buen ejemplo) porque lo que importa es que el otro caiga, no que todos salgamos adelante. Una reunión de vecinos se convierte pronto en un campo de batalla y un partido político antes de fundarse tiene ya varias familias dentro. En el mundo literario andamos en conflicto permanente por la negra honrilla: un premio de más o de menos, por ejemplo; un éxito de ventas; una referencia en un periódico o medio minuto en una emisora de gran audiencia. O negar que alguien tenga calidad literaria solo porque no nos gusten sus opiniones o su aspecto. Y si tomamos el control de la cultura de nuestro pueblo, al enemigo ni agua. Como lo hicieron los unos, lo hacemos los otros.

Eso sí, si se te ocurriera quedarte en medio y usar la razón e intentar el consenso por el bien de todos, recibirás una nube de piedras o una cuchillada trapera. Guárdate las espaldas o emigra, como han tenido que hacer tantos antes para evitarse males.

Qué país España.

viernes, 8 de abril de 2016

Ahora que estamos en tiempos de Declaración de la Renta leo el artículo 13 de la Constitución de Cádiz


Estos días ando, por varias razones, entre finales del siglo XVIII y principios del XIX. Me llevan allí aficiones, mi condición de escritor, cuestiones académicas -es un ámbito de investigación que siempre he tenido, desde mi ya lejana Tesis Doctoral sobre Francisco Martínez de la Rosa- y Cadalso, al que nos acercamos ahora en el Club de lectura.

Muy lejos te vas, diréis. O muy cerca. Soy de los que buscan llamar la atención sobre la labor intelectural de un buen puñado de pensadores, escritores y artistas de aquellos tiempos equiparables a los mejores de Europa. En ellos está lo que pudo ser España y en las dificultades que tuvieron y la traición de la burguesía como clase social a la revolución que iniciaron, las raíces de la penosa historia contemporánea española.

Es curioso que se nos olvide tan frecuentemente que el concepto original de liberalismo tiene raíz española en todos los idiomas en los que se usa y que el liberalismo pone siempre al individuo como objetivo y define cualquier tipo de organización como el pacto entre los individuos y el grupo regido por el respeto entre ambos platillos de la balanza. El equilibrio entre ambos es sinónimo de buena sociedad, basada siempre en la libertad y no en el poder que ejercen unos sobre otros. La Nación protege los derechos legítimos de los individuos y estos corresponden respetando el bien común y contribuyendo según sus recursos a su mantenimiento.

Ahora que estamos en época de Declaración de la Renta debemos recordar eso, precisamente, que la base de toda buena sociedad es la proporcionalidad de los impuestos y el respeto al bien común, a la cohesión social y la solidaridad. De hecho, en donde se demuestra el amor a la patria no es en las declaraciones retóricas ni en la forma de agarrar una bandera sino en el cumplimiento honesto de esa proporcionalidad a la hora de sostener a toda la sociedad. Como todos los individuos y todas las sociedades parten de situaciones desiguales, observar esta honestidad en la proporcionalidad es buscar que las diferencias se atenúen en vez de aumentarse. Quizá es algo que no comprenden tantos como se llaman liberales hoy en día y que solo buscan el medro propio y un lugar opaco en el que esconder el dinero ocupando la admninistración del estado en beneficio propio o de su forma de entender la vida y los negocios. Es una de las muchas diferencias entre el verdadero liberalismo y el capitalismo salvaje.

La Constitución de Cádiz de 1812, la primera promulgada en España, fue fruto de una situación excepcional que provocó la necesidad de pacto entre sectores ideológicos muy diferentes. De ahí que no sea un texto armónico y que se resienta de ese pactismo obligado desde el mismo nombre del rey que figura en su portada: quizá por eso mismo es un buen y mal texto a la vez. En ella se recogen muchas de las grandes ideas liberales junto a cosas que las contradicen por lo convulso del momento, pero a mí siempre me llamó la atención el artículo 13:

El objeto del gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen.

Algunos lo tacharán de ingenuo, utópico o, como se dice ahora, de querer crear una cortina de humo. Pero a mí me parece el mejor objetivo que puede tener una nación y el mayor deber de un gobierno. Una formulación bien temprana del estado del bienestar. Que una nación sea o no feliz se define precisamente en ese bienestar de todos y cada uno de los individuos que la componen. Y para eso se necesita honestidad, políticas de cohesión y solidaridad. Ahí es donde se deben aplicar los legisladores. Lo demás es papel mojado.

lunes, 15 de junio de 2015

España necesita espacios de encuentro


En España se necesitan hoy espacios de encuentro entre las personas de diferentes ideologías (medios de comunicación, plataformas, tertulias, seminarios, etc). La evolución de los últimos años los ha anulado: no existen o, al menos, no son visibles ni tienen eco. La falta de respeto de unos nunca se debe combatir con la falta de respeto de otros. La intolerancia, la soberbia y el sectarismo de unos nunca debe ser sustituido por los de otros. Algunos medios de comunicación  y la acción directa de las redes sociales alientan el ataque fácil, se rebusca lo que unos u otros dijeron hace años como antes se ha hecho con los del bando contrario. Ojo por ojo y todos ciegos. El listón que unos pusieron tan alto ahora afecta a los propios. Está tan alto que nadie habrá tan puro y si lo hay es porque no ha tenido nunca interés en la vida pública. Tenemos que comprender que lo que me molesta de los contrarios es lo mismo que a ellos le molesta de mí. Cuando la política de ambos bandos se mueve por consignas nadie razona. Una victoria que nos lleva a la revancha y a la alegría por la derrota ajena, incluso a festejar el encarcelamiento o la inhabilitación de quienes nos molestaban, no es una victoria. Alguien debe frenar esto, es la hora de trabajar por el bien común, que no suele estar nunca en los extremos sino en la negociación que nos acerca a los intereses mayoritarios. Impulsar con fuerza el péndulo solo lo hace pasar con más veloz de un lado a otro para volver antes o después, con igual fuerza, al punto de partida. Hay tanto que hacer. Y todo comienza por hablar y mucho con quien no piensa como nosotros no para convencerlo sino para entender sus razones y sus miedos e incorporarlos en las decisiones de gobierno. Hay que hablar con el contrario más incluso que con el que está a nuestro lado.

En estos días, en España, se festeja el triunfo de la izquierda tras las últimas elecciones y, en especial la aparición en el poder de grandes ciudades de las plataformas ciudadanas nacidas de aquel movimiento del 15M que tantos despreciaron y en el que muchos vimos las esperanzas de una regeneración y limpieza de la sociedad y la política española, que tantos síntomas de fatiga y fin de ciclo daban. Es una variable radicalmente nueva en la historia política nacional, tal y como algunos vaticinábamos.

Es la hora de la serenidad y de la toma de decisiones motivadas. Del trabajo diario para resolver los grandes problemas sociales. No solo los generados por la última crisis y las políticas aplicadas desde hace cinco años siguiendo las directrices marcadas por la Unión Europea y el FMI sino de los problemas estructurales que afectan a la sociedad española desde hace décadas. Pero esto no se debe hacer desde la trinchera. Me temo que el futuro horizonte electoral de España -elecciones en Cataluña, elecciones generales- nos deparan meses de ruido, alteración y sordera. Muchos de los pactos actuales (bienvenida sea la desaparición de las mayorías absolutas de gobierno, que tanto daño han hecho en los últimos años), que a tantos les parecen firmes, se mudarán según los intereses resultantes tras las próximas elecciones generales. Los próximos meses serán de desasosiego porque todas las decisiones políticas nacionales, autonómicas y locales serán puestas en cuestión por los contrarios y dificultadas por el poder que no se corresponda con el mismo color político. O creamos esos espacios de encuentro o nos esperan meses de bloqueo administrativo e institucional. Que nadie me entienda mal: lo reclamo de todas las fuerzas políticas. Un bloqueo intencionado diseñado hábilmente por los estrategas electorales -sea cual sea su signo político- puede dar fruto, pero, ¿a qué coste para los ciudadanos? ¿O los tomarán como carne de cañón? Estemos atentos a lo que sucede las próximas semanas.

Por suerte, varias de las figuras ascendentes tras las últimas elecciones parecen aplicar la pausa a la toma de decisiones, pero a su lado hay demasiado ruido en uno y en otro lado. Esto es independiente de su filiación política y se necesita hoy en España, de forma urgente, crear espacios de encuentro entre quienes piensan diferente. Hay momentos en la historia de un país en el que las trasformaciones reclaman personas que sepan hacerlo. En la última década han escaseado en España, en estos años en los que partidos políticos y medios de comunicación han incentivado el desencuentro para sacar provecho. Tengamos esperanza de que pueda lograrse, que aparezcan para evitar que los bandazos quiebren el barco en el que navegamos todos. Y que no tengamos que esperar unos meses para esto.

martes, 12 de mayo de 2015

Paternalismo, personalismo, caciquismo y democracia española (y IV)



Entrada I. Panorama histórico.
Entrada II. Desconfianza mutua.
Entrada III. Desde 1978.

No hay más opciones. Si las inercias no cambian, España estará condenada como país a vivir su historia democrática a empujones como hasta ahora. Períodos sosegados en los que coincida una buena coyuntura económica o un enemigo común que haga difícil expresar la discrepancia, en los que la ciudadanía esté más o menos conforme y asimilada con la situación porque todo aparezca tranquilo y se modernicen las infraestructuras y la calidad de vida a pesar de la corrupción latente, frente a períodos de inestabilidad provocados por crisis internas y coyunturas económicas negativas, en los que la ciudadanía se indigne ante lo que ha pasado como si no lo hubiera sabido y protagonice asonadas más o menos generales. Tras los períodos de inestabilidad, la tendencia natural de todas las sociedades es buscar, a cualquier precio, la tranquilidad y la paz social. Independientemente del color político. Esto lo saben los que diseñan las estrategias electorales y los programas políticos.

Estas inercias no llevarán a la democratización de la vida pública sino a la permanencia de los elementos mencionados en el título de esta serie: paternalismo en el ejercicio del poder; personalismo que lleva a estructuras presidencialistas en las que se identifica al líder con la institución, la ciudad o la nación; caciquismo en las estructuras jerárquicas de todas las instituciones que controlen cada uno de los pasos -desde lo local hasta lo nacional- y que se alimenten de forma piramidal para que nada cambie por mucho que se modernice el paisaje.

Como consecuencia, estos vicios morales seguirán instalados en el país y seguirán siendo los rectores mayoritarios de una sociedad que termina tomándolos como algo natural y en la que los individuos críticos suelen ser apartados con formas expeditivas mientras que se delega el voto mayoritario en uno u otro partido que, de esta manera, no tienen que pactar y negociar cada decisión que toman. En España, salvo en momentos verdaderamente excepcionales, no estamos acostumbrados al pacto. De ahí el miedo que tienen las organizaciones tradicionales ante el panorama que se puede presentar tras las elecciones de este año.

Aquellos que por la decisión de los votantes tienen que pactar para gobernar suelen buscar estrategias de última hora para romper el pacto en los meses finales de la legislatura para presentarse sin eso que consideran un lastre; aquellos que por un resultado democrático se ven abocados a la negociación continua la toman como un mal y no como una ventaja y suelen repartirse el poder por áreas procurando no entrometerse en la del aliado: entre perros no se pisan las colas, mientras haya para todos y todavía falte tiempo para la siguiente convocatoria electoral. Así no se gobierna tanto con consensos como con parcelas que son manejadas de forma independiente pero con los mismos vicios. Los socios solo se ponen de acuerdo para defenderse ante un enemigo común. Y, a la mínima oportunidad, se rompe el pacto de gobierno intentando hacer todo el daño posible al antiguo aliado.

Mientras tanto, el ciudadano se acostumbra a que las cosas sean así porque siempre han sido así: busca la forma de atajar en las pequeñas cosas (saltarse una lista de espera o determinados trámites administrativos gracias a un familiar), la pequeña evasión de impuestos (no pagar el IVA al electricista que viene a arreglarte algo a casa), no reclamar porque no sirve de nada, no enfrentarse con el poder porque el poder siempre usará de las armas más innobles -legales o no- para hacerle la vida imposible, etc. Esta asimilación del ciudadano a la situación provoca que nada cambie, que los políticos o los cargos públicos no se sientan presionados para ser honrados y que, si es esa su tendencia, ejerzan su cuota de poder de forma arbitraria, paternalista, personalista y caciquil. Incluso aunque toda su actuación fuera ilegal cuentan con que el ciudadano no va a reclamar (porque es caro, porque se pierde el tiempo, porque no sirve para nada) o que si lo hace no siempre ganará aunque tenga razón (puede no cumplir con los trámites como marca la  normativa, puede encontrarse con una institución con los mismos vicios que busca recurrir) o que si gana haya pasado ya tanto tiempo que el mal de origen ya sea incorregible y tenga difícil o imposible reparación. También cuentan -hasta ahora- con otra baza: si generan el suficiente temor ante la inestabilidad provocada por los críticos, la mayoría buscará la tranquilidad del mal conocido.

No hay más opciones si queremos que la historia de la España democrática genere impulsos verdaderamente democráticos. Por una parte, los políticos deben comprender su papel como líderes sociales, a los que les corresponde una pedagogía democrática antes que la mera gestión:

  • Deben impulsar en la educación desde los primeros niveles una forma de entender la democracia que alimente al individuo crítico y consciente tanto de sus derechos como de sus deberes, fomentando la participación ciudadana en la vida pública.
  • Deben asumir, por lo tanto, su verdadera condición como representantes designados por la sociedad -por toda y no solo por sus votantes-, buscar pactos de Estado, actuar con honestidad, impulsar cambios legislativos para fomentar el control en la gestión y hacer verdaderamente trasparente toda la administración pública. 
  • Deben limitar por ley los mandatos sea cual sea el cargo, incluso aquellos internos de las organizaciones políticas.
  • Deben aprobar leyes que amparen las iniciativas legislativas populares y la presencia de los ciudadanos en las instituciones bien directamente bien a través de las asociaciones y plataformas.
  • Deben aprobar las listas abiertas en todas las convocatorias electorales.
  • Deben abrir oficinas -para los votantes suyos y los que no lo son- en sus circunscripciones, con medidas que hagan públicas estas reuniones, las demandas de los ciudadanos y el resultado de sus gestiones.
  • Debe impulsar la supresión de toda institución y organismo que no sirva para mejorar la sociedad española y que solo esconda la colocación de los afines, el premio a los leales o la huida del control necesario en la gestión pública.
Por otra, la sociedad debe ser consciente de que está compuesta de ciudadanos y no de súbditos, individuos libres con derechos y deberes que deben ejercer a pesar de todos los inconvenientes:

  • Debe ejercer esta condición de ciudadano tanto de forma individual como de forma colectiva, asociándose tanto para las causas permanentes como las concretas y circunstanciales.
  • Debe exigir de sus políticos que se faciliten los medios, las medidas legislativas y las facilidades administrativas para que todo sea trasparente, eficaz, legal y ético.
  • Debe comprender que la democracia no es el resultado de unas votaciones cada cuatro años sino la labor diaria que se manifiesta en la vida real, en el compromiso, en la aceptación del otro, en la reclamación ante las irregularidades pequeñas o grandes. Por lo tanto, debe comprender que asociarse, agruparse, es algo normal y necesario en una democracia en la que el individuo debe luchar contra fuerzas económicas poderosas de carácter global que tienen el suficiente poder como para comprar voluntades y torcer decisiones de los gobiernos.
  • Debe comprender que ser ciudadano es también instruirse, formarse, ocupar una parte de su tiempo en la educación propia y en la participación activa en la vida colectiva.
  • Debe actuar de tal manera que, ante la inclinación a la corrupción, al paternalismo, el personalismo y el caciquismo no sirve de nada reproducir en menor escala los mismos vicios. La única forma de combatirlos y mejorar su vida y la de las generaciones futuras es actuar en un sentido totalmente contrario.
No hay más opciones. A no ser que queramos perpetuar los tropiezos de la historia democrática española y vayamos de desilusión en desilusión, de crisis en crisis, de panorama de la corrupción en panorama de la corrupción y de asonada en asonada. Es tiempo ya de cambiar esta inercia histórica y de modernizar España de una vez por todas.

lunes, 11 de mayo de 2015

Paternalismo, personalismo, caciquismo y democracia española (III)


Siendo las cosas como van en la primera entrada y en la segunda de esta serie, es lógico que la situación española sea la que es. Tras un impulso democratizador y una corriente de entusiasmo de los dirigentes y de los ciudadanos en la transición española hacia la democracia en los años setenta y ochenta del pasado siglo, todo se asentó como marcaba la inercia histórica en el país. No solo la inercia de las etapas históricas pasadas sino la impronta dejada por el régimen dictatorial de Franco. Este se asentó tras un golpe de estado, una guerra civil y la purga y eliminación de todos los opositores. En España, durante décadas, se instaló mayoritariamente el temor a opinar, el miedo a la discrepancia y el pensamiento de que no se podía cambiar la situación y que era mejor asimilarse para sobrevivir y medrar en la vida. Ganó también la propaganda que hablaba de los veinticinco años de paz y del enemigo exterior ante el que había que cerrar filas dejando para otro momento las discrepancias internas. Es legendaria la recomendación de Franco a Sabino Alonso Fueyo (a la sazón, director de Arriba, diario falangista de la época): Usted haga como yo y no se meta en política. La anécdota se cuenta también con otros interlocutores. Es totalmente cierto, Franco no se metía en política sino que ejercía el poder con ese sentido del que venimos hablando, de forma paternalista y personalista. España era él y los españoles lo debían considerar como un padre que sabía lo que convenía a todos en cada momento incluso para pedirles el sacrifico del período de autarquía o mirarlos con cierta indulgencia cuando se descarriaban. La estructura se basaba también en una jerarquía que controlaba por una parte las fuerzas armadas y los medios de comunicación pública y por la otra en una red clientelar que dominaban los caciques de cada zona revestidos de presidentes de Diputación, alcaldes o empresarios o propietarios de latifundios tan paternalistas como el propio jefe del Estado. En el fondo, es de todo esto cuando se habla de la herencia franquista y el postfranquismo en la actual España.

Tras el impulso democratizador de los años setenta y ochenta, el amplio abanico de partidos políticos, la necesidad de grandes pactos de estado y de gobierno provocada porque todo estaba por hacer y nadie garantizaba por sí mismo la estabilidad del sistema, este se asentó en una dinámica pactada que trajo la necesaria tranquilidad histórica para la modernización del país y su ingreso en la Unión Europea pero que, a la vez, resultó perversa para un amplio sentido de la democracia. Igual que se optó por esta organización se podría haber optado por otra, con mayor implicación de la población española en la toma de decisiones concretas a través de consultas generales o particulares, la educación en las claves democráticas (derechos y deberes) y el establecimiento de todo un entramado de organismos que favorecieran y estimularan los movimientos ciudadanos o que, al menos, no los dificultaran por no estar encauzados en un sistema partidista y presidencialista como el que tenemos. En España, los partidos mayoritarios -incluso los más afines al liberalismo- conciben un país con una fuerte intervención del Estado en todas las decisiones individuales de los ciudadanos. Precisamente porque los políticos no se fían de estos como estos no se fían de ellos. Por eso en España no terminamos de asumir la necesidad de pedir una factura a quien nos viene a arreglar un grifo, disculpamos al evasor de impuestos para el que de vez en cuando se legisla una amnistía fiscal y todos consideramos una especie de castigo el que tengamos que formar parte de una mesa electoral. Por eso en España la aparición de plataformas ciudadanas o movimientos de barrio que intervienen en las cuestiones socio-políticas se ve con tanta extrañeza y parecen fenómenos revolucionarios en vez de ser considerados como lo que son, intervenciones de los ciudadanos en cuestiones que les competen y que no pueden esperar a la siguiente convocatoria electoral porque o bien las instituciones no dan salida a las demandas sociales o bien el sistema se ha degradado. En España los partidos políticos conciben como lobby legítimo a las empresas eléctricas o los grandes grupos de comunicación pero ven como molestos a sectores sociales organizados que plantean reivindicaciones.

Los partidos políticos ocuparon el amplio espacio que les otorgaban las leyes que ellos mismos redactaban y controlaron todas las instituciones que venían de antiguo más las nuevas que se gestaron. Es un hecho que los partidos políticos, desde 1978, han ocupado cada vez un mayor espectro de la sociedad española y esta ha tenido cada vez un menor margen de presencia directa en la vida pública hasta el movimiento del 15M.  Los partidos no solo se convirtieron en estructuras políticas sino que quisieron también ser asociaciones de barrios, rectorados universitarios y asociaciones profesionales, ocupando espacios que en una democracia debe corresponder al ciudadano y no a las estructuras políticas.

En cada una de esas estructuras se reprodujo frecuentemente el sentido de paternalismo y personalismo que es una característica histórica del país. En vez de limitar los mandatos, se ha dejado ocupar casi cualquier cargo de forma vitalicia a quien sabe controlar las estrategias de votación. Independientemente de que se haga bien o no la gestión, esto no lleva a la pureza democrática sino al ejercicio del poder de una forma contraproducente para la democracia. Es frecuente, así, que en España la persona se identifique con el cargo: desde un presidente de una comunidad de vecinos hasta las más altas instancias. Criticar a un alcalde, a quien ocupa un cargo, se toma como un ataque a la propia institución cuando no debería ser así. Al crítico se le termina haciendo el vacío, acosando laboralmente en cualquier organismo de la administración pública, expedientándolo, expulsándolo del partido o de la organización a la que pertenece o complicándole la vida para que desista en su crítica y sea él quien se calle o abandone por no buscarse más problemas en una batalla que solo parecen ganar los que saben dominar las estructuras y no los individuos libres. Quien expone sus críticas en un debate se arriesga a ser acusado de poco patriota, de contrario al bien común, de deslealtad institucional. Aquel que controla el poder, en cambio, suele envolverse con la bandera, esconderse detrás de las siglas del organismo que preside, clamar que sin él todo caerá en el caos y poner en marcha la maquinaria estructural para aplastar a los disidentes.

Este sistema suele basarse en los instintos peores del ser humano: fomenta la envidia, la delación y la denuncia arbitraria, el arribismo, el servilismo, la picaresca y la trampa. Todo el mundo tiene a buscar al cuñado o al amigo que le ayude a saltarse una lista de espera, obtener recursos que de otra manera nunca alcanzaría y agilizar o paralizar un expediente, según convenga. Fomenta, sobre todo, la figura del tiralevitas (pelota, adulador, trepa, en todas sus variantes) que hace toda su carrera alabando esa identificación del cargo y la persona, el paternalismo y la ejecución caciquil de la política española. Y, como todo vicio moral, este es el modelo que se ha extendido como mancha de aceite por el suelo de España en las últimas décadas. Mancha que se superpone a las anteriores, las que vienen de lejos. A veces, hasta son las mismas.

(Mañana termino esta serie de entradas)

domingo, 10 de mayo de 2015

Paternalismo, personalismo, caciquismo y democracia española (II)


Por las razones apuntadas en mi entrada de ayer, la historia de los períodos democráticos españoles está llena de espadones y hombres fuertes a los que se recurría cuando la marea popular parecía ingobernable a los políticos de uno y otro bando o a los dos -el caso de Primo de Rivera o las investigaciones que afirman que unos meses antes del golpe de estado fallido del 23 de febrero de 1981 se documentan movimientos de varios partidos del arco político parlamentario de ideología diversa que buscaban un hombre fuerte, militar incluso, que presidiera un gobierno de salvación nacional para desatascar la situación provocada por el desgaste de Suárez.

Estos prohombres actuaban con paternalismo, que es en realidad algo muy alejado de la democracia aunque a veces conserve las formas. Por las mismas razones, la historia de la democracia española está llena de personalismos por los que las instituciones se identificaban con personas concretas y su permanencia en el cargo parecería razón de estado. Es curioso cómo en el siglo XIX se recurría una y otra vez a personas como Narváez o Espartero -por poner solo dos ejemplos de signo contrario- que habían demostrado su incapacidad para gobernar con consensos y conciencia democrática. De la misma manera, este pensamiento dejó que arraigara en España el caciquismo, que está en el origen de muchas de las tramas de corrupción actuales.

Pero lo peor de esta mentalidad es que ha generado un perverso círculo vicioso según el cual los políticos no se fían, en realidad, del pueblo y este no se fía de sus políticos. Aquellos ven al pueblo español como inmaduro para asumir la democracia y de ahí que deba ser dirigido o sangrado convenientemente en beneficio de los corruptos puesto que es burro y vota al que promete llevar la playa a un municipio alejado del mar varios quilómetros; el pueblo español siempre ha tenido recelos evidentes sobre la honradez de sus políticos y su capacidad para gestionar las cosas, salvo excepciones muy concretas. Estas excepciones abarcan un corto período de tiempo porque al que se ensalza hoy se le defenestra mañana para glorificarlo cuando ya está fuera de toda posibilidad de volver a la política, como ha demostrado el caso evidente de Adolfo Suárez.

Este círculo vicioso ha generado una desconfianza radical de unos con otros. Los ciudadanos españoles se desentienden de la política salvo de vez en cuando, cuando se indignan o protagonizan asonadas, dejan que sus políticos sean corruptos mientras todo vaya bien y han pensado siempre sin exigir medidas correctoras que todo aquel que llega a la política lo hace, en primer lugar, para beneficio propio y no del común. De ahí que todo político pueda ser ensalzado cuando lo hace bien pero también cuando lo imputan ante la justicia por corrupción siempre y cuando todos se hayan beneficiado de la fiesta. Hay fotografías en los periódicos de estas décadas pasadas de vecinos de una localidad apoyando a su alcalde cuando entra a declarar en un juzgado por corrupción y ovacionándole cuando ingresa en prisión. Unas imágenes que son pura definición del caciquismo enquistado en la sociedad española. Por eso mismo, a los partidos políticos no les interesa suprimir ni reformar el Senado, que se ha convertido en cementerio de elefantes en el que se pagan los servicios prestados en las estructuras internas de las organizaciones, ni las Diputaciones, una institución heredada de los viejos tiempos de los caciques. Con ellas hacen regalías, colocan personas, subvencionan los pueblos fieles, pagan festejos populares y dominan buena parte de las páginas interiores de los periódicos locales.

Los políticos, por su parte, han generado estructuras de partido alejadas de una razón democrática, fuertemente jerárquicas y personalistas y más alejadas aún del pueblo que les vota. España es un país de diputados cuneros o de paracaidistas impuestos por las jerarquías del partido a costa de divisiones internas y descontentos de los afiliados que sostienen el día a día en una localidad, una democracia en la que el diputado solo va de fin de semana a su circunscripción pero no tiene abierta oficina en ella porque la foto que le importa para permanecer en el cargo es la de la ejecutiva, no la de sus reuniones con los votantes.

sábado, 9 de mayo de 2015

Paternalismo, personalismo, caciquismo y democracia española (I)


En las épocas históricas en las que en España hemos gozado de un sistema democrático siempre se ha concebido al pueblo español, por parte de sus dirigentes, como menor de edad y con un cierto grado de incapacidad para tomar sus propias decisiones. No solo en las etapas de gobiernos conservadores sino también en los tiempos de gobiernos progresistas. Los liberales temían al pueblo al que teóricamente definían como depositario de la voluntad nacional porque lo consideraban proclive a arrojarse en los brazos de los absolutistas. Estos lo temían por considerarlo tendente a la asonada revolucionaria y a formar en cuanto podía juntas de barrio que se gobernaban de forma asamblearia. Los liberales conservadores propugnaban un sistema de orden y control de las masas; los liberales progresistas temían que una revolución les terminara por eliminar del panorama político para entregar el poder a sectores republicanos. La I República se improvisó porque todos querían gobernar al pueblo pero sin contar demasiado con este, que se tiró al ruedo cantonalista en cuanto pudo -en manos de políticos que hablaban a sus tripas antes que hablar a la razón- o asistió desde lejos a la confusión política en la que pronto se convirtió todo. Tras los sustos del sexenio revolucionario, la Restauración fue una componenda entre conservadores y progresistas para repartirse por turnos el poder independientemente de los resultados electorales. El chiringuito les duró varias décadas a pesar de la corrupción generalizada y la pérdida de las provincias de Ultramar. Cuando todo parecía irse hacia el desgobierno, unos y otros se pusieron de acuerdo -ahí están las hemerotecas- para poner en el poder a un general autoritario, Primo de Rivera, que pudo estirar un poco más el sistema gracias a la bonanza económica. Con la venida de la II República, los conservadores temían al pueblo amotinado que quemaba iglesias y los progresistas lo temían porque estaba dominado por los sacerdotes católicos. De hecho, muchos diputados de izquierda estaban en contra de conceder el voto a la mujer porque la creían dominada por el confesionario o incapaz de tomar una decisión propia. Tras la Transición a la democracia y la aprobación de la Constitución de 1978, los partidos políticos mayoritarios surgidos de ella han montado estructuras jerárquicas en las que al pueblo solo se le consulta cada cuatro años pero no tanto para saber su opinión como para contar con su voto. En España, los dos partidos mayoritarios que han insistido en lo difícil que resulta cualquier modificación de la Constitución, se pusieron de acuerdo en unas horas para modificarla sin hacer un referéndum. En el parlamento español es casi imposible que triunfe una propuesta legislativa de iniciativa popular y no se convocan consultas populares de importancia más que de forma esporádica. Lo mismo ocurre en las autonomías o en los municipios.

Esta opinión de los dirigentes políticos no es solo de ellos. Las banderías tienen un poder penetrador en la mentalidad: una parte del pueblo español sospecha de la otra parte, un barrio del barrio de al lado, una ciudad de su vecina, los que tienen gafas de los que no las tienen. Y así se ha hecho proverbial que los españoles pensemos de nosotros mismos que somos incapaces de llegar a acuerdos, de gobernarnos sin ira, sin picaresca ni corrupción, como si fuéramos un país que no tiene remedio, proclive siempre, como diría don Antonio Machado, al caínismo y la división. Ante eso se rebelaba en un esperanzador poema Gil de Biedma al pedir que España expulsara a esos demonios.

Las estructuras políticas españolas sospechan de cualquier movimiento ciudadano. Entre otras cosas, porque los desconocen. Están más habituadas a las intrigas palaciegas, los quiebros de pasillo o los acuerdos de sobremesa. No importa lo que digan teóricamente puesto que lo que debemos examinar son sus prácticas cotidianas, la manera en la que toman las decisiones y cómo consultan a la ciudadanía y no a las encuestas de opinión pública. No lo dirán, pero la mayoría piensa como ese político valenciano que prometió llevar la playa a su pueblo si conseguía la alcaldía: "Dije: Traeré la playa a Xátiva. ¡Y se lo creyeron! ¡Si yo mando, traeré la playa! Y van y se lo creen todo. ¡Serán burros! Y me votaron".

Si fueran verdad sus temores, es decir, que el pueblo español no es mayor de edad y no puede tomar decisiones, estaríamos ante un gravísimo caso de democracia sin pueblo y convendría urgentemente reformar la Constitución española para dejar claro que nuestro régimen debe pasar inmediatamente a ser un despotismo ilustrado y no confundir con los términos: no nos mereceríamos una Constitución sino una Carta otorgada con la que ellos, que sí saben lo que nos conviene, puedan dirigirnos sin el dolor de cabeza que les supone decirnos lo que tenemos que votar. Si los políticos no se creen de verdad las bases de una democracia, es decir, que esta consiste en mucho más que dejar que los ciudadanos voten cada cuatro años, el sistema se convierte inevitablemente en una estructura de fuerte carácter jerárquico y personalista. 

Y si fuera verdad que el pueblo español no está preparado para un sistema verdaderamente democrático por inmadurez o una tara genético-histórica, ¿en qué han empleado su tiempo nuestros gobernantes desde 1978? ¿Por qué no han hecho pedagogía política? ¿Por qué no han reformado nuestro sistema de educación para hacernos conscientes desde niños de la importancia de una democracia? ¿Por qué no han procurado cambios legislativos para aumentar las consultas populares que son la única forma de que el pueblo tome conciencia de su papel en el sistema? ¿Por qué no han usado de todos los recursos del Estado para educar al pueblo y acostumbrarlo a la mejor raíz de la democracia? Es decir, a ejercer como ciudadanos en cada uno de sus actos cotidianos, a ser conscientes de que actuar en democracia es un derecho pero también una obligación. Quizá con ello la corrupción no se hubiera extendido tanto estos últimos años y no se hubiera votado una vez tras otra a políticos -sea cual sea su color- que la han favorecido.

domingo, 22 de marzo de 2015

Redes internacionales de la cultura española (1914-1939)


Tras su reciente montaje inicial en la Residencia de Estudiantes llega a Valladolid una excepcional exposición que nadie debería perderse en la gira que comienza ahora fuera de Madrid: Redes internacionales de la cultura española (1914-1939 (Sala Municipal de Exposiciones del Museo de la Pasión, hasta el 10 de mayo). Se enmarca dentro de la oportuna y amplia programación con la que la Residencia conmemora el centenario de su fundación. En este enlace el lector podrá comprobar por sí mismo la importancia de esta exposición que viene a poner en su lugar la trascendencia que para la sociedad y la cultura española tuvieron la Institución Libre de Enseñanza (ILE, hoy Fundación Francisco Giner de los Ríos en homenaje a su fundador), la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas (JAE, inspirada en la anterior y sobre la que la dictadura franquista construiría el CSIC) y la Residencia de Estudiantes.

Pocas veces en la historia de España un proyecto como el que supuso la ILE ha dado tantos beneficios a la sociedad y pocas veces como en esta está tan claro lo que una guerra y una dictadura feroz, vengativa y moralmente mediocre puede cercenar. El período que va desde 1914 hasta 1939, contemplado en esta exposición, supuso una apertura de España a lo mejor del mundo occidental y su conexión en red con la cultura y la ciencia europea. Gracias a este impulso -nacido, recordémoslo, de iniciativa privada y fuera del ámbito del viciado sistema universitario y político español- al que se sumarían instituciones españolas y extranjeras y terminaría siendo apoyado por algunos de los Gobiernos del período, España volvió a situarse en el primer plano de los países occidentales. Contribuyó, por supuesto, el auge económico a partir de la neutralidad española en la I Guerra Mundial, pero sin el eficaz esfuerzo en educación, ciencia y cultura el país jamás hubiera dado el salto cualitativo que dio y que vino a cortarse con lo acontecido en 1936 y la coyuntura de tensiones sociales y políticas que recorrían toda Europa. Un modelo que debe recuperarse hoy más que nunca.

Fruto de aquel esfuerzo fueron los viajes becados por todo el mundo de científicos, artistas, pensadores, maestros, etc., con la finalidad de aprender las novedades metodológicas en sus respectivos campos y establecer relaciones personales y profesionales sobre las que construir esta red de la que nos habla la exposición. Fruto de aquel proyecto también fue la aparición de individualidades y equipos de trabajo que hoy, en gran medida, definen lo que fue la España de aquellos tiempos y de los que nace la modernización del país en todos los sentidos. También fueron fruto de todo ello algunas de las mejores publicaciones científicas y culturales que se han publicado en el país, la incorporación de España a los grandes circuitos de conferencias sobre descubrimientos y teorías científicas que definen el siglo XX, etc.

La exposición, además, nos muestra los precedentes, los esfuerzos anteriores a 1914 relacionados con la ILE y de los que la Residencia se beneficiaría. Pero a mí me ha emocionado más la forma de tratar lo que sucede tras 1936 y la acogida que tuvieron estas personalidades en países del todo mundo, en los que fueron apreciados. Repúblicas como México vieron incrementada notablemente su producción científica gracias a la aportación de las personas que acogió con tanta generosidad, muchos escritores y profesores universitarios españoles encontraron acomodo en centros universitarios norteamericanos en los que supieron reconocer su importancia y formación, etc. La guerra y el triunfo de Franco supuso el destierro de miles de personalidades formadas al amparo del proyecto que muestra esta exposición. Fue dramático el que afectó a cientos de miles de españoles de todas las clases sociales. Pero para el país fue doblemente traumático el exilio de periodistas, científicos, escritores, artistas, profesores de universidad, maestros, etc. De hecho, algunos pensamos que España todavía no se ha recuperado de aquello porque las inercias que se instalaron en el régimen de Franco para favorecer al covachuelista antes que al que tiene los méritos parecen haberse instalado en muchos ámbitos de la sociedad española impidiendo el triunfo de los mejores y el establecimiento de una forma de entender el gasto en educación, investigación científica y cultura como inversión necesaria que no debe tocarse ni en tiempos de crisis como los que atravesamos porque de este esfuerzo como país depende nuestra construcción presente y -sobre todo- futura como una nación que tiene algo que ofrecer a sus habitantes y algo que aportar al mundo.

lunes, 26 de enero de 2015

Un año de todos los demonios. (Sobre Grecia y España.)


Syriza ha ganado con contundencia las elecciones en Grecia. En España, desde hace tiempo, los analistas y los medios de comunicación comparan la situación de ambos países y los movimientos políticos y sociales que se producen en ellos. Hay, por supuesto, más diferencias que similitudes: la situación económica griega era y es mucho peor que la española (lo que no es un consuelo), en Grecia ha surgido con fuerza en el arco parlamentario un partido político de extrema derecha y el desmoronamiento de los partidos tradicionales lleva un tiempo de adelanto con respecto al panorama español. España no es Grecia pero hay similitudes: el descrédito de la política tradicional y la aparición de nuevas formaciones, la corrupción extendida del sistema, la profundización en la brecha social, la reducción del nivel de vida de la clase media, el duro coste social para una parte considerable de la sociedad en lo referente al estado de bienestar, etc. España no es Grecia pero una parte de la fotografía de ambas sociedades tiene parecidos razonables.

De ahí que los medios de comunicación españoles hayan seguido con tanta atención lo que sucedía en Grecia desde el inicio de la crisis. De ahí también que se haya sido tan sensible a las amenazas continuas de expulsión de la zona euro de Grecia o de una condena a los infiernos de este país si desobedecía la política única que se instaló en Europa como remedio a la crisis y se atrevía a dar el poder a Syriza cuando todo dejaba claro que, fuera cual fuera el resultado, deberán entenderse los partidarios de una nueva forma de política que nos haga salir de la crisis y la Comisión europea puesto que no va a venir el apocalipsis. De hecho, los verdaderos expertos en el panorama político griego ya habían anticipado antes de las elecciones que si Syriza necesitaba pactar para subir al gobierno lo haría con Griegos Independientes, un partido de la derecha nacionalista al que le une su visión sobre la necesaria renegociación de la deuda en defensa de intereses exclusivamente nacionales y le separan muchas cosas, antes que con otros partidos de la izquierda tradicional. No se pueden trasplantar las cosas tan fácilmente de un país a otro y, sobre todo, con la deficiente y sesgada información con la que se nos sirve por los medios de comunicación que, no lo olvidemos, son empresas con intereses concretos.

En Grecia ha ocurrido algo que los sociólogos ya habían anticipado porque late en situaciones similares de la historia. Los cambios y las apuestas como la que ha hecho la ciudadanía griega por Syriza no se producen exactamente en los peores momentos de una crisis. En estos momentos la parte indignada de la población está desunida y atemorizada y piensa solo en lo más urgente y el resto se echa en manos de opciones asentadas que prometan solucionar la situación con medidas conservadoras y nada revolucionarias (en esto se parecen mucho Grecia y España). Es justo cuando todo se calma, bien porque la situación comienza a mejorar -lentamente, siempre más lentamente de lo que ocurrió en la caída-, bien porque se ha estancado y las personas terminan buscando sus propias soluciones para las cuestiones más inmediatas sin esperar que ningún político se las solucione, cuando se produce la reacción y se busca el cambio. En esto también se parecen Grecia y España cada vez más.

España tiene un año 2015 que a cualquier historiador futuro le parecerá una confabulación interesante de todos los demonios: en marzo, elecciones anticipadas en Andalucía (con el duelo por la lucha interna en el PSOE); en mayo, elecciones autonómicas y locales; en septiembre, elecciones anticipadas en Cataluña (con el telón de fondo del nacionalismo independentista); y en diciembre -si no se modifican los planes- elecciones generales. Por mucho que ahora nos parezca que no, nada será igual a principios del año 2016. Pero hasta entonces nos espera un año lleno de propaganda. Estemos muy atentos y vigilemos los movimientos en el campo de batalla.