Aunque Calderón deje todo cerrado dentro de la ortodoxia ideológica y teológica en El alcalde de Zalamea y defienda la sociedad estamental, no puede evitar el reflejo de una época en la que ciertos valores modernos comienzan a agrietar el sistema, singularmente, el poder del dinero que subvierte el orden establecido.
En la primera jornada aparece un claro precedente del figurón, el hidalgo don Mendo, acompañado de su criado Nuño. El hidalgo es un personaje ridículo que viene a tomar parte de la función del gracioso de la comedia barroca pero sin su baja extracción social. Calderón nos presenta en él a los hidalgos empobrecidos que poblaban España con su hambre y su vanidad y que tanto juego dieran en la literatura crítica desde el escudero de El Lazarillo. Su requerimiento amoroso es ridículo pero es aprovechado por el autor para reflejar una realidad social cuando Nuño le dice que tendría fácil la solución de su hambre si se casara con Isabel. El criado no ve más que ventajas porque el hidalgo comería y Pedro Crespo vería hidalgos a sus nietos. Sin embargo, el carácter de don Mendo no puede llevarle al matrimonio porque él representa la caricatura del hidalgo español orgullos de su sangre y que no está dispuesta a mezclarla con el dinero. Sabemos que la realidad española era muy diferente porque estos matrimonios eran frecuentes. No lo desaprobaba Calderón directamente al hacer ridículo a don Mendo precisamente por lo contrario, por su manía de nobleza y así lo convierte en una especie de doble cómico de don Álvaro.
También hay una sutil crítica moderna a la obligatoriedad de dar alojamiento en las casas particulares a los soldados porque esta obligación no se extendía ni a los hidalgos ni a los ricos que pudieran pagar la exención. Otros aspectos modernos los observamos en algunos matices del personaje Isabel y en la posibilidad de un respetuoso diálogo no exento de admiración mutua entre Pedro Crespo y don Lope. No menos moderna es la libertad a la hora de dictar justicia que tienen las villas libres, como Zalamea.
Curiosamente, la mejor respuesta a los desórdenes modernos establecidos por los nuevos tiempos la da Pedro Crespo. Él sabe qué estamento social le corresponde y, por lo tanto, no quiere subvertir el orden con algo que le sobra, el dinero:
¿qué gano yo en comprarle
una ejecutoria al rey
si no le compro la sangre?
Para hacer más poderosa esta defensa del orden estamental en boca de un villano rico como Pedro Crespo, en contra de la habitual compra de hidalguías de aquellos tiempos bien a través de ejecutorias bien a través de matrimonios desiguales, Calderón introduce la teología (el alma como ámbito que corresponde solo a Dios) y dos motivos procedenes de la tragedia griega. Por una parte, la soberbia de don Álvaro -similar a la hibris clásica-, por otra, la aparición del rey Felipe II como un auténtico deus ex machina que sanciona finalmente el conflicto reestableciendo el orden propio de la sociedad estamental.
Si quitamos, desactivamos o reducimos estos tres elementos, los sacamos del contexto ideológico en el que se producen, es fácil adaptar la obra a nuestros tiempos, modernizarla y hacer un montaje de El alcalde de Zalamea revolucionario, radicalmente moderno y hasta feminista. Ya no sería Calderón, claro. Y no estaríamos ante el mismo conflicto dramático.
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encuentro que cuando abordamos su trilogía dantesca no pudimos tener. Lo
compensaremos y el autor se reunirá con nosotros en una fecha que
anunciaré más adelante. Como siempre, este encuentro, organizado por el
Club de lectura, será abierto a todos los que nos quieran acompañar.