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martes, 1 de julio de 2014

Gregorio Mayoral Sendino, natural de Cavia, Burgos.


El burgalés Gregorio Mayoral Sendino tenía ya sobrada experiencia. Dos segundos y listo, solía decir. Pero hasta allí había llegado perseguido por la brutal escena de su primera ejecución en solitario tras aprender junto a Lorenzo Huertas, su maestro en la Audiencia de Valladolid y que aquel día le ayudó a superar el fracaso emborrachándolo. Él estaba nervioso por no quedar mal y la parte metálica del garrote se encontraba oxidada, la correa poco fiable y la expectación causada porque el reo fuera mujer no ayudaba. Higinia Balaguer no tuvo una muerte digna de un buen profesional. Desde entonces trabajó en su propio artilugio, que llevaba siempre consigo, y limpiaba y engrasaba todas las noches.

Aquel 20 de agosto de 1897 todo estaba tranquilo. Por la noche había refrescado algo y la temperatura era la adecuada. Tampoco había ninguna duda de la culpabilidad del reo. Unos pocos días antes, Michele Angiolillo Lombardi, el joven anarquista italiano, había descerrajado tres tiros sobre el Presidente del Gobierno, Antonio Cánovas del Castillo, cuando este leía plácidamente el periódico en el balneario de Santa Águeda en Mondragón. Un juicio sumarísimo y el día de la ejecución fijada lo antes posible para dar ejemplo a los grupos revolucionarios que proliferaban en España. Pero eso, a él, Gregorio Mayoral Sendino, natural del pequeño pueblo de Cavia, en la provincia de Burgos, le traía sin cuidado. No podía pararse a pensar. Cuando recibió la orden, actuó con pulcritud. Dos segundos y listo, sin rasguños ni dolor innecesario. Después, levantó la mirada al cielo que podía verse desde el patio de la cárcel de Vergara. Haría calor al mediodía, así que recogería pronto la herramienta, cerraría todos los papeles y se marcharía lo antes posible del pueblo para que nadie lo señalara por la calle, ni con miedo ni con admiración. Encendió uno de los cigarrillos que había liado por la noche, por si acaso le temblaba el pulso.