
Soy un apasionado del cine de Julio Medem, de su mirada artística sobre las cosas, del pensamiento que nutre sus películas, de su tratamiento del silencio, de la pausa narrativa, del color y de la luz y, en especial, de la mujer (su misterio, su piel, el símbolo enigmático de su sexualidad). Desde Vacas (1992), todas sus obras encierran algo que avanza en el conocimiento de la esencia del ser humano: La ardilla roja (1993), Tierra (1995), Los amantes del círculo polar (1998), Lucía y el sexo (2000), La pelota vasca, la piel contra la piedra (2003) y Caótica Ana (2007). Tras su polémico acercamiento al conflicto vasco, vuelve ahora, en un camino que retoma el de Lucía, sobre el enigma de la mujer.
La película no está destinada al público que gusta del cine llamado comercial, puesto que es experimental, fragmentaria y voluntariamente confusa. No es una obra maestra: le falla el guión en demasiadas ocasiones y el mayor defecto argumental es que el final resulta demasiado fácil, no encaja bien estéticamente en el resto del film y resulta inocente para todo el planteamiento previo. Es uno de los males de nuestro cine. Y es una pena que estos fallos dejen sin redondear una película que tiene las virtudes de ésta.
En Caótica Ana, la protagonista descubre, a través de la hipnosis, que lleva dentro -o ha sido en vidas anteriores- las voces de mujeres de épocas pasadas que han tenido una existencia heroica y significativa para su comunidad y que termina siempre de manera trágica en plena juventud. Las historias que componen el caos de Ana están sólo apuntadas, excepto la más reciente, que es una de las pocas intervenciones valientes que tiene el cine español con respecto a la cuestión saharaui. Es una perspectiva de género de la Historia, en la que lo masculino representa el error y el horror frente al potencial salvador de lo femenino, truncado siempre por la violencia. Ana se convierte así en la madre de los hombres buenos, que volverá siempre a aparecer en la Historia a pesar de que reiteradamente se la asesine. No entiendo el final después de la elaboración de esta premisa.
Quizá Medem haya querido contar demasiadas cosas: la experiencia artística, el amor -en todos sus niveles, hasta el incestuoso-, el revisionismo de la Historia, la fábula de la reencarnación de la mujer-madre, la intervención norteamericana en Irak. Creo que le sobran minutos a esta interesante película, aun a costa de sacrificar apariciones de Charlotte Rampling -es muy artificiosa su presencia en los EE.UU.
En cambio, qué apasionante toda la reflexión a partir del arte, que se convierte en parte esencial de la película hasta que ésta se dispersa. La actividad de los artistas seleccionadas por una extraña mecenas no es un decorado ante el que trascurre el argumento sino que se integra en él. Todo subrayado por una excelente banda sonora.
Los actores, irregulares: Manuela Vellés alterna magníficas secuencias con otras en las que se limita a estar; Charlotte Rampling hubiera ganado más creyéndose el papel; de Bebe no sé qué decir; Asier Newman, correcto; Nicolás Cazalé está bien y sus ojos llenan la pantalla.
Una película que hay que ver, pero llenando mentalemente sus carencias para disfrutar de su propuesta.