
Este
pruno, que me encuentro en mi camino a clase, ha estallado en primavera. La primavera es esto: la rabiosa decoración natural del espacio cuando uno no se lo espera. Lo saco aquí porque su radical belleza es tan efímera que, a la vuelta de vacaciones, habrá recuperado la prudencia de arbusto que lo define. Para entonces, sin embargo, el
peral sabio de Humanidades que, como saben los que me siguen desde el principio, es uno de los símbolos de este
blog, ya habrá florecido porque lo dejé con las yemas apuntando en flor. Si estos fríos sobrevenidos no las queman. No sé por qué, pero estos botones siempre me traen el recuerdo del pecho de la mujer amada, adivinado en la trasparencia de su blusa. Me he dado cuenta, al subir estas fotos, de mi insistencia en los árboles florecidos que ahora contemplo con la serenidad de los años, como si en ellos consistiera la suavidad de la vida: acariciar su corteza como se hace con la piel querida, aun en la distancia del ensueño. Suelo acercarme a estos árboles que refieren mi camino, como los que facilitaron mi narración
Nocturno, y poso en ellos la palma de la mano, para sentir su latido en cada estación. Creo que me estoy haciendo viejo.
La primavera, dicen, es la exaltación de la vida que se renueva a sí misma. No estoy seguro: me gustan sobre todo las frutas otoñales. En primavera lo que se afirma es la naturaleza individual de las cosas, por eso uno puede tomar decisiones radicales en ella. Los ancianos suelen temer el invierno, cuyo frío airado puede llevárselos, porque saben que tras el paso de esta estación su vida es suya y podrán hacer con ello lo que quieran. Algo así ha debido pensar
Chantal, que ha decidido su vida, con coraje y firmeza y contra esta insistencia insana de nuestras autoridades que nos castigan a no ejercer nuestra afirmación de individuos y marcharnos sin hacer daño a nadie. A qué tienen miedo.
En una semana, el pruno volverá a su humildad y el peral me ofrecerá su imagen y metáfora. Yo seguiré caminando junto a ellos, cada día.