Mostrando entradas con la etiqueta árbol y cielo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta árbol y cielo. Mostrar todas las entradas

miércoles, 17 de marzo de 2010

Cuando el almendro anuncia la primavera


Ya no más. Ya no más.
Se hace la noche íntima
para madrugar blanca primavera.


No es sólo un rito (1, 2, 3): el invierno por estas tierras ha sido largo y ha degradado a gris los cielos. Me conocéis: no hay nada más frágil y certero que pese tanto en mí.

jueves, 20 de marzo de 2008

Primavera y vida

Este pruno, que me encuentro en mi camino a clase, ha estallado en primavera. La primavera es esto: la rabiosa decoración natural del espacio cuando uno no se lo espera. Lo saco aquí porque su radical belleza es tan efímera que, a la vuelta de vacaciones, habrá recuperado la prudencia de arbusto que lo define. Para entonces, sin embargo, el peral sabio de Humanidades que, como saben los que me siguen desde el principio, es uno de los símbolos de este blog, ya habrá florecido porque lo dejé con las yemas apuntando en flor. Si estos fríos sobrevenidos no las queman. No sé por qué, pero estos botones siempre me traen el recuerdo del pecho de la mujer amada, adivinado en la trasparencia de su blusa. Me he dado cuenta, al subir estas fotos, de mi insistencia en los árboles florecidos que ahora contemplo con la serenidad de los años, como si en ellos consistiera la suavidad de la vida: acariciar su corteza como se hace con la piel querida, aun en la distancia del ensueño. Suelo acercarme a estos árboles que refieren mi camino, como los que facilitaron mi narración Nocturno, y poso en ellos la palma de la mano, para sentir su latido en cada estación. Creo que me estoy haciendo viejo.

La primavera, dicen, es la exaltación de la vida que se renueva a sí misma. No estoy seguro: me gustan sobre todo las frutas otoñales. En primavera lo que se afirma es la naturaleza individual de las cosas, por eso uno puede tomar decisiones radicales en ella. Los ancianos suelen temer el invierno, cuyo frío airado puede llevárselos, porque saben que tras el paso de esta estación su vida es suya y podrán hacer con ello lo que quieran. Algo así ha debido pensar Chantal, que ha decidido su vida, con coraje y firmeza y contra esta insistencia insana de nuestras autoridades que nos castigan a no ejercer nuestra afirmación de individuos y marcharnos sin hacer daño a nadie. A qué tienen miedo.

En una semana, el pruno volverá a su humildad y el peral me ofrecerá su imagen y metáfora. Yo seguiré caminando junto a ellos, cada día.

lunes, 10 de marzo de 2008

Rama de almendro en flor


Esta foto tiene más de veinte años: la hice con una cámara casi de juguete y la recupero ahora, de una caja en la que se enlaza y anuda con mis entrañas. A veces conviene abrir estas cajas y verse. Ya hablé aquí de los almendros en flor de mi memoria, que vuelven con insistencia en los últimos años, con reiteración de edad y de fatiga, cada vez que el misterio de la primavera tiñe de un blanco dulce otras ramas florecidas. ¿Qué queda del que fui entonces? ¿Qué queda de cada uno de nosotros tras el vendaval de los años? Cerramos los ojos y nos creemos revivir en la distancia, pero no hacemos más que reinventarnos. A pesar de ello, la melena nevada de un almendro y el olor denso de sus flores nos remueve algo por dentro. De aquel tiempo todo está bajo toneladas de cemento y hormigón. Vivía a las afueras de la ciudad, pero la ciudad creció sobre mi infancia. Quiero mentirme y trepar hoy a esos almendros. No fuimos mejores ni peores. Fuimos otros que ya no somos.

domingo, 13 de enero de 2008

Una puesta de sol robada.

Siempre es de agradecer que a uno le afirmen en su fe por los jóvenes. En contra de las voces que se alzan contra ellos, sé que son lo mejor que tenemos. Lo único que tendremos. Por eso, cuando alguno de ellos manifiesta su deseo de vivir la aventura del arte y comienza a desbrozar los caminos para encontrar su forma propia de andarlos, hay que saludarlo si, además, le acompaña ya desde sus primeras manifestaciones la marca del instinto. Eso pasa con Sandra, que busca su mirada con serenidad y aptitudes en el blog Sinfonía de escaleras, recién nacido. Con ella, en contra de la tradición del paseante de La Acequia quizá deba tomar un refresco mejor que un café. No pude el viernes, cuando estuve en su casa pero ella estaba fuera. Por eso me apresuré a hacer yo la fotografía de la puesta de sol que tanto le gusta, para que no se la perdiera. Vaya como regalo y bienvenida.


domingo, 6 de enero de 2008

El fin de los cielos

Los irreductibles galos de Uderzo creían que el cielo podría venírseles encima en cualquier momento por la furia de los dioses. Durante días he observado con calma los cielos en busca de algo que me salve o me condene. Hubo incluso un simpático comentario anónimo que me pidió dejarme de tanto árbol y cielo porque era Navidad. De Alfonso X el Sabio se contaba que, de tanto mirar al cielo para estudiarlo, se le cayó la corona. Le gano: no tengo corona. Así que no tengo nada más que perderme que a mí. Y aun estoy por encontrarme.

Ha pasado la Navidad, retiran las luces de las calles y los comerciantes se han afanado en preparar los escaparates para las rebajas: todo baja un tanto por ciento. En el fondo, nuestra vida la establecen las alegrías reguladas por nuestros calendarios y las rebajas de los comercios: todo mercadería. Después de las rebajas vendrán las elecciones. También nuestros políticos están de rebajas.

Mientras tanto, por ahora, me despido de estos cielos que me han acompañado, buscando en ellos los hilos de nuestra conducta.

sábado, 5 de enero de 2008

Árboles abrazados

En una danza lenta, los árboles han levantado sus ramas y se han abrazado. Sé que es falso: que es industria humana que busca la enramada, que, como en todo lo que tocamos, provoca la apariencia y juega con la falsedad demostrando su inútil dominio sobre la naturaleza. Queremos lo bonito sin la tentación del abismo, lo cómodo sin los estragos previos del caos: la escasa realidad de nuestra ignorancia sobre la profundidad amarga de la duda.

Sé que es falso, pero ahora, desnudos, estos árboles son un hilo telegráfico hacia la lección más honda que he aprendido estos días, al mirarlos. Ya percibo cómo se rehacen por dentro y proclaman un nuevo ciclo. Siento cierto temor, porque mañana se me terminan las imágenes tomadas para esta serie que el azar denominó árbol y cielo. Y pasado mañana se anuncia, de nuevo, la oscuridad y el vacío, como amenaza.

Mientras tanto, contemplo la serenidad de estos plátanos callados, abrazados y desnudos.


viernes, 4 de enero de 2008

La creencia del miedo.


He paseado, a poco de amanecer, cuando la luz está más limpia, y me he parado a ver los perfiles de las cosas. Y de las aristas y los límites me ha surgido la duda sobre la triste Historia del ser humano. Cuando todo era miedo, construimos creencias y códigos para darnos seguridad ante el otro y una naturaleza indomable. Nos salvamos construyendo fosos y murallas y creíamos nuestras victorias propiciadas por los ídolos recientes. Si alguna vez nos sentimos fuertes y superiores, miramos con sentimiento apenado a los que nos rodeaban e intentábamos salvarlos de lo que pensábamos errores o miserias o atrasos con nuestras certezas, casi siempre hijas vanas de la soberbia. Sin embargo, también ha sido posible, en ocasiones, tender la mano al otro, sin más. Y acompañarlo.

jueves, 3 de enero de 2008

Árbol en niebla.


Desde ayer, un frente de nubes ha barrido las nieblas. Vengo de una ciudad en la que, de niño, las nieblas duraban semanas, con una visibilidad de unos pocos metros aureolados de vez en cuando por la luz débil de una farola. Ya no hay nieblas como aquellas. Salíamos a la calle abrigados por nuestras madres, como si fuéramos los pioneros expedicionarios al Polo Norte. Recuerdo cómo me gustaban aquellos documentales en blanco y negro en los que se los veía andar con la torpeza de los alunizados y los saltos de los fotogramas. Todavía hoy me gusta ver películas basadas en sus aventuras no siempre exitosas. Sobre todo me llamaban la atención aquellos que no volvieron y quedaron congelados hasta que meses después los encontraban, agarrados a sus diarios como si fueran el único testimonio de sus logros. ¿Qué se puede escribir cuando la muerte es cierta e inminente? ¿Mentir sobre los logros o decir la verdad, incluido el compañerismo o la lucha entre los miembros del grupo? Por otra parte, qué muerte no lo es.
Cuando vi este árbol sometido al ensimismamiento de la niebla, sin más color que el de su propia silueta asombrada, reviví aquellas sensaciones de la infancia y cómo me recuerdo, en aquel tiempo, refugiando las manos en los bolsillos y el rostro en la bufanda, anudada como sólo lo saben hacer las madres.

miércoles, 2 de enero de 2008

Razón de árboles y cielo.


Me pregunta un amigo la razón de tanto árbol y tanto cielo en los últimos días. Podría explicar que busco un calendario solar primitivo, más acorde con los ritmos naturales de estas tierras y menos convencional que el que nos hemos dado y que nos organiza la soldada. Es más fácil. Como sabéis, hace tiempo que he desistido de nuestra cultura de trampantojo, de engaño a la vista, que nos ha convertido la vida en falsedad y mercadería. Se nos ha trucado la existencia, en Occidente, y nos han dado a cambio un parque temático en el que nos obligan a vivir y a relacionarnos con el otro: la diversión se ha organizado para que consumamos a un ritmo pachanguero e inevitable y no seamos conscientes de nuestras cadenas. Hasta se nos ocupan las ciudades para que no podamos meditar ni en los paseos. Así, se pasa la vida de diversión en diversión en una rueda aparente pero falsa, llena, eso sí, de gasto superfluo que nos amarra al truco escénico: aun no hemos terminado la Navidad y ya vamos por los carnavales, después vendrá Semana Santa y comenzaremos a pensar en las vacaciones de verano y en las fiestas locales.

Nuestro calendario se ha llenado de plazos apremiantes y un ocio que no lo es: si alguno se cree que lo merece, quizá lo merezca. Que lo disfrute si le da placer: estamos por aquí tan poco tiempo que no voy a ser moralista de las deudas de otros. Mientras tanto, pasamos por la vida sin enterarnos de verdad de lo que hay en ella.

Por eso observo tanto el ritmo interno de los árboles, y del cielo.

martes, 1 de enero de 2008

No perder la esperanza


Sé que es difícil entre tanta noticia del mundo. Mirar nuestra Historia es sentirse desamparado y el desánimo nos llega también de nuestro presente. Sin embargo, el paseante de La Acequia ha tenido siempre vocación de viajero: en quilómetros, en tiempos y sobre la dimensión interior que más asusta. Esa vocación se hace esperanza y busca, a pesar de todo tipo de distancias, los abrazos y los cuerpos, las miradas y las palabras.
Este año es como todos, una sucesión convencional de días, y el calendario, hoja a hoja, nos deparará muchas decepciones y unos pocos motivos para la esperanza. Pero el viaje nos hará mirar a los ojos de muchos para quedarnos con aquellos que sirven de verdad para afrontar el frío con palabras, gestos y silencios. Y mientras tanto, el milagro continuo de lo cotidiano nos salvará de toda desesperanza.

lunes, 31 de diciembre de 2007

Fragilidad ante el tiempo

Apenas hay protección bajo la desnudez de nuestro interior. Pese a la fragilidad, el árbol afronta el cielo mientras se gana por dentro,
a la espera.
Que la inclemencia del tiempo nos sea, a todos, leve.
Os deseo lo mejor para este 2008 inminente.

domingo, 30 de diciembre de 2007

Restos del naufragio


A veces el cielo nos amenaza, fragmentado en cuajarones de derrotas: se espesa, cuarteado, sobre las copas de los árboles invernados y nos sobrecoge, desprevenidos como vamos a nuestras cosas. Si el cielo viene herido así es más inminente el peligro: se desprenderá a grandes trozos, como el yeso del techo afectado por una gotera. En esos momentos, no sirve ya ni el ligero y cálido refugio del hogar y quedamos indefensos al vendaval y al frío. Sólo un mínimo gesto puede hacer nuestra propia derrota más digna. O más cobarde.

sábado, 29 de diciembre de 2007

Sol frío entre cristales


En realidad, esta entrada la escribí esta noche, ya madrugada, pero no me sentí con fuerzas para publicarla: miraba este sol entre cristales y su frialdad me llegaba tan adentro que no sabía muy bien qué hacer con las palabras. Esta mañana me dediqué a borrar las palabras nocturnas, como los jóvenes poetas de Viene la noche, de Óscar Esquivias, para dejar la auténtica poesía, esencial y desnuda. Tras el esfuerzo, comprobé el resultado. Todas y cada una de las palabras aparecían meticulosamente tachadas, salvo esta frase: A veces estamos tan dentro de nosotros que tenemos el alma aterida. Sobre ella, la fotografía, pura, fría y distante.

jueves, 27 de diciembre de 2007

Nubes altas.


El sol de invierno nos engaña, y como el árbol quieto, que abandona un instante su reposo, hemos salido a verlo, pero es como si no estuviera.

A veces suceden estas cosas: ver algo o sentirlo y que nos lo escamoteen. Eso no quiere decir que no debamos perder la ingenuidad: es lo único que nos hace humanos en estos tiempos cínicos. Prefiero salir varias veces engañado al mundo por este sol y esperar la primavera a pesar del frío.

Es curioso el invierno. Hay quien dice que no se puede fotografiar, que no tiene colores. Quizá por eso las formas son más puras y esenciales: como un grito en una ladera nevada. Todo sucede por dentro. Sólo hay que mirarlo con la suficiente atención porque todo está tan quieto que parece no moverse.

¿Es la primera vez que contemplo con tanta atención estos árboles y el cielo? Quizá me esté haciendo viejo. Pero ha merecido la pena.

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Arañazos.


He sentido, en mi paseo, ganas de levantar las manos para arañar el cielo. La noticia del mundo es cruel y contradictoria: la festiva alegría come de la desgracia. La violencia diaria, los muertos de los que está hecha la arcilla que pisamos, la destrucción de la naturaleza, la sinrazón de nuestas gastadas palabras. Nuestra Historia no va ya a ningún sitio y sólo la salvan pequeños gestos cotidianos de gente sin nombre: por ellos se alienta aun. Los árboles, desnudos por este invierno, han abierto todo lo posible sus yemas inertes y entrelazadas en fatal laberinto para rasgar las nubes que pasan.

No hace demasiado frío: no lo hace, pero lo siento. Qué lejos aun la primavera.

martes, 25 de diciembre de 2007

Cielo


Estos días he mirado el cielo. No he visto rastros de estrellas ni de esperanzadas salvaciones. Quizá como ningún año me he dado cuenta de que todo está dentro de cada uno: y que desde allí parten las redes que nos alargan la vida y nos la explican.

Es la mirada reposada la que ha pintado la bóveda.
Por eso, este nuevo ciclo que comienza ahora deberá ser mejor que el año anterior, a riesgo de no tener sentido. Así os lo deseo a todos los que habéis pasado por La Acequia estos meses.

lunes, 24 de diciembre de 2007

Red de ramas y cielo


En el camino invernal, las ramas en espera se han ensimismado y ofrecen sus puras líneas al espectador que se atreve a mirar hacia arriba. El rostro del que observa, escarchado de asombro, se levanta hacia la red de nervios, que resalta en el azul del cielo. Es un mensaje de espera hacia el nuevo ciclo. Pero no se engaña el que mira: la actividad está por dentro, circula y retuerce con la savia el cuerpo entero. A veces, del ensimismamiento, no se sale. Pero hay que hacerlo.

domingo, 23 de diciembre de 2007

Árbol y cielo.


El invierno es tiempo de recogerse. La naturaleza parece hacer una pausa necesaria para retomar el pulso de la vida. Antiguamente, en el hogar de las casas, se narraban historias al chisporroteo de la leña que se consumía y el olor a ceniza y calma inundaba la estancia. Las manos se apoyaban en la mesa de la cocina, en reposo, y los ojos se teñían de nostalgia e incertidumbre ante el nuevo año.
Hoy he paseado junto a los árboles y he visto sus ramas desnudas extendiéndose en el cielo como si fueran los nervios de una neurona agonizante. El cielo se había teñido de sombras. Y todo me empuja dentro, muy adentro, sin saber el camino cierto por entre las paredes de mi casa.

sábado, 22 de diciembre de 2007

El peral, en invierno


El peral de Humanidades, una de las referencias más constantes de este blog, entra en el invierno: desnudo, a la espera, alzándose humilde hacia el cielo nuboso y frío. Volveré a verlo en enero, camino ya de la primavera. Este año, en La Acequia, he aprendido a verlo de otra manera. Ahora sé, entre otras cosas, que, al tomar la imagen me sobra incluso el edificio: el impulso de su ciclo lo lleva adentro y le basta un poco de lluvia y sol en su momento justo.
Feliz invierno a todos. Dediquémonos, como el árbol, a vigilarnos por dentro.