Hoy las redes sociales se han llenado de la generosidad de todos para celebrar el día del libro en unas circunstancias tan especiales como las que vivimos. Yo mismo he colaborado en varias iniciativas. Con el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua he participado en un homenaje a Miguel Delibes con motivo del centenario de su nacimiento, presentando su figura y analizando uno de los textos más radicalmente actuales de este autor, su discurso de ingreso en la Real Academia en 1975, junto a mis colegas Carmen Morán y Natalia Álvarez (puede consultarse aquí), y un diálogo vivo e interesante con los ganadores del Premio de la Crítica de Castilla y León de este año, José Luis Alonso de Santos y Pablo Andrés Escapa (aquí); a Miguel Delibes también se le ha homenajeado desde el Ayuntamiento de Medina de Rioseco, con la lectura de fragmentos de sus obras y yo he seleccionado la parte del mencionado discurso que me ha parecido más emotiva y personal (aquí); a petición del escritor y promotor cultural José Ignacio García, he mandado un fuerte abrazo y un libro a la buena gente de Portillo, en una iniciativa del Ayuntamiento de esta localidad (aquí); he apoyado la campaña de la Asociación de libreros de Burgos recomendando la lectura del poemario Material de contrabando de José Gutiérrez Román, estupendamente editado por Difácil (aquí); también he compartido la lectura del famosísimo fragmento 7 de Rayuela de Julio Cortázar con la emisora municipal de Ayamonte, gracias a mi querido amigo José Luis Rúa y los Poetas del Guadiana. Además, he compartido públicamente algunos vídeos dedicados a mis alumnos en los que explico la narrativa cervantina (pueden verse en mi canal de Youtube, aquí). Ha de recordarse que este día del libro se celebra el día 23 de abril porque se creía que en esta fecha falleció Miguel de Cervantes, cosa que la investigación ha desestimado. Cervantes murió el 22 y fue enterrado tal día como hoy. En todo caso, ha sido un día del libro intenso, como nunca lo había vivido. Posible gracias a la tecnología actual, que nos acerca a todos los lugares y nos permite conversar con tanta gente querida.
Ahora solo es necesario un nuevo paso: no abandonar el impulso, apoyar la cultura en los duros tiempos que se avecinan de crisis económica gravísima en el sector y comprar en las librerías de toda la vida.
En Castilla y León hoy ha sido fiesta. Se rememora la derrota en la batalla de Villalar de 1521, en la que las tropas comuneras fueron vencidas por las del emperador Carlos V y ejecutados inmediatamente Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Cada vez está más clara la importancia de la Guerra de Comunidades y lo que supuso para la historia moderna no solo española sino europea. Como en todas las cosas de la vida, su significado es más complicado de lo que parece y por eso ha podido analizarse como la última revuelta medieval o la primera revolución moderna, pero la trascendencia de lo que ocurrió es innegable. Lo cierto es que a partir del siglo XIX se recuperó como un símbolo de la libertad frente al absolutismo por los sectores progresistas del liberalismo y algunas sociedades secretas. De aquella época parece venir la sustitución del rojo carmesí de las banderas por el morado con el que identificamos hoy el movimiento. La recuperación de los comuneros en los años setenta tuvo un claro significado antifranquista, de lucha frente a la dictadura de Franco y su intención de continuismo, y fue la seña de identidad castellana para proclamar la libertad y la igualdad. De allí me viene mi sentimiento comunero. Un sentimiento que no es nacionalista, sino todo lo contrario, porque hace mucho que aprendí a amar el terruño propio para admirar todos los ajenos sin jerarquizarlos ni excluirlos. No debe haber un nosotros frente a un ellos. El extraordinario poema del berciano Luis López Álvarez que relataba los hechos alcanzó pronto la condición de cantar de gesta musicado por el Nuevo Mester de Juglaría y para muchos es parte de la memoria personal y colectiva. Es mi caso.
Así que me he imaginado en la campa de Villalar, añorando el horizonte abierto de mi tierra. Y en casa lo hemos celebrado con una tortilla de patata y vino.
Cuando ha anochecido, hacia la Peña de Francia, el día se ha puesto tan hermoso que solo por eso ya ha merecido la pena.