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martes, 15 de octubre de 2019

La raíz de la esperanza. Significado de Campos de Castilla de Antonio Machado.


En cada relectura crece la importancia de Campos de Castilla de Antonio Machado. El poemario comienza siendo una meditación poética sobre las causas de la decadencia de España. Dado que en la revisión que hacen los modernistas de la historia Castilla fue el motor sobre el que construyó la nación española, Machado fabrica el símbolo del Duero como corazón no ya de Castilla ni de España sino de Iberia. Sería interesante debatir sobre todo esto. Al incorporarse al iberismo, Machado supera la visión tradicional del problema de España y amplía su análisis y soluciones.

Para el poeta, la raíz del problema consiste en que los seres humanos son inferiores al paisaje y, además, lo agreden, pero hay una esperanza. En la edición de 1912 sitúa significativamente La tierra de Alvargonzález en la parte final del libro. Recordemos que en ella los dos hijos mayores se convierten en parricidas, rompen con la tradición y no tienen la voluntad ni la inteligencia que pide la naturaleza, pero el hermano menor sí. Ha viajado, ha hecho fortuna, respeta la tradición pero trae también todo lo aprendido y la voluntad del esfuerzo. Este es el cierre de esperanza de la primera edición: un modelo de comportamiento positivo. Si queremos solucionar el problema debemos ser como este indiano. Luego viene el poema A un olmo viejo, que podría leerse en el mismo sentido, pero la referencia que encontramos en él al corazón del poeta introduce ya el relato autobiográfico. La esperanza de primavera es algo más personal.

La edición de 1917 amplía mucho el poemario con los poemas compuestos ya en Andalucía, pero también su significado. Abandona la severidad crítica y el tono de meditación profunda de 1912 y traza nuevos caminos que abren sendas de gran fecundidad en la poesía española posterior. Por un lado, introduce la experiencia autobiográfica de forma directa, sencilla y sincera (el proceso de duelo por la muerte de Leonor); por otro, la meditación sobre las causas de la decadencia española son evidenciadas de manera más irónica y juguetona -aunque igualmente críticas- que en 1912 en el retrato de unos tipos sociales rentistas y con la cabeza vacía representantes de una España de charanga y pandereta a la que se enfrenta otra más joven, dinámica y con ganas de cambiar la situación, la España de la rabia y de la idea. La crítica va contra estos personajes pero también contra todas las instituciones que los alimentan, incluso contra la visión de una religión de la sangre y de la muerte frente a una religión de la acción, del amor y de la vida, que es la que quiere Machado (es ejemplar la Saeta, tan mal comprendida por muchos que no se paran a pensar lo que verdaderamente dice). En todo esto, la esperanza se concentra en una tercera España que no es ni la que muere (la decimonónica) ni la que bosteza (la que no tiene voluntad ni pensamiento). Con estas dos Españas no dice Machado lo que tantos creen: 



Ya hay un español que quiere
vivir y a vivir empieza,
entre una España que muere
y otra España que bosteza.
Españolito que vienes
al mundo te guarde Dios.
Una de las dos Españas
ha de helarte el corazón.


Esa tercera España no está marcada en el poema por las ideologías sino por su capacidad de dinamismo y progreso. Es la España de Abel frente a la de Caín. Y por si hubiera alguna duda, suma los Elogios para proponernos ejemplos concretos, con nombres y apellidos, de españoles que caminan por las nuevas sendas y abren esa España joven y moderna.

Hay un tercer motivo de celebración en el giro que introduce Machado en Campos de Castilla: lo popular. No es una mera imitación de las formas, el tono y las expresiones del pueblo que él conoce tan bien en el folclore, sino que Machado se hace pueblo en los Proverbios y cantares como ningún otro gran poeta lo ha sido antes. Y un cuarto: en algunos textos, como En tren o  Poema de un día juega con lo prosaico e incluso el ripio, deja fluir el pensamiento y descubre definitivamente para la gran poesía española el valor de lo cotidiano de una forma muy diferente y más poética que Campoamor, por ejemplo (otra cosa son los poetas que antes lo practicaban incapaces de ir más allá).

Qué maravilla aquel año de 1917 para la poesía española: las Poesía completas de Antonio Machado conteniendo estos descubrimientos  se juntaban con Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez para abrir todas las sendas por las que ha trascurrido desde entonces.

lunes, 7 de octubre de 2019

La sombra de un pino y lectura ecologista de Campos de Castilla de Antonio Machado.


En este semestre, el mes de octubre es el mes en el que toca Machado: en el que hablo de Antonio Machado en clase. Estos días comento Campos de Castilla. En sus primeros poemas (A orillas del Duero y Por tierras de España), el autor aborda el problema de España, las causas de su decadencia y las posibilidades de regeneración del país a partir de la idea de que el corazón de Iberia se encuentra en el río Duero (El Duero cruza el corazón de roble / de Iberia y de Castilla). Ve Machado el paisaje agredido por sus pobladores, que están lejos de ser los que desde aquellas tierras hicieron España y se han convertido en quienes incendian los pinares y abandonan el campo, faltos de voluntad y esfuerzo modernizador. Aunque el poeta construye la idea a partir del simbolismo con la finalidad regeneradora propia de aquellos tiempos, estos poemas permiten hoy una lectura desde un cierto ecologismo:

El hombre de estos campos que incendia los pinares
y su despojo aguarda como botín de guerra,
antaño hubo raído los negros encinares,
talado los robustos robledos de la sierra.

Hoy ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares;
la tempestad llevarse los limos de la tierra
por los sagrados ríos hacia los anchos mares;
y en páramos malditos trabaja, sufre y yerra.

El ser humano no está a la altura que requiere el paisaje, es inferior a él y lo agrede. Como consecuencia, su presente está maldito y su futuro incierto. No son los únicos poemas en los que Machado refleja esta preocupación por la naturaleza y la relación que establece el ser humano con ella.

Curiosamente, estos días en los que toca Machado se ha caído un pino en el jardín de mi Facultad. Si no me falla la memoria, es el tercero en pocos meses. No sé a qué se debe pero es preocupante que suceda. Este pino se plantó aproximadamente cuando Antonio Machado escribía los poemas anteriores que se publicarían en la edición de 1912 del poemario. Siempre he tenido una cierta ensoñación según la cual alguien que pasara un tiempo en este jardín por entonces -un enfermo, el personal sanitario, el familiar de un enfermo-, tuviera en sus manos un ejemplar de Campos de Castilla y se sentar a leer en alguno de los bancos:

El pino es el mar y el cielo
y la montaña: el planeta.

Este pino, como los otros dos que se cayeron antes que él hace unos meses ya no están. Queda la sombra de ese pino vagando por los rosales del jardín de mi Facultad, sin saber dónde agarrarse y se irá hacia el río para ir camino del padre Duero. ¡Cuánto deseo que sea la última sombra que perdamos!

sábado, 8 de junio de 2013

Lo que nos queda de Campos de Castilla de Antonio Machado y noticias de nuestras lecturas.


En su formato definitivo -el publicado en las Poesías completas de 1917- Campos de Catilla se ha trasformado con respecto al proyecto inicial, tan vinculado a la reflexión sobre las circunstancias de España y su ser histórico. Ya lo hemos dicho: la autobiografía irrumpe en el plan y lo hace evolucionar. Esta evolución lo desborda y le da una radical modernidad. Machado, a partir de 1917 no es solo un gran poeta, es ya un imprescindible: de esta evolución nace buena parte de la poesía contemporánea española.

Se ordena el poemario por crecimiento. Los primeros poemas responden a ese plan inicial, concebido ya a partir de 1907, al menos, y que se concreta en su estancia en Soria. Hay un puñado de poemas centrales que literaturizan la experiencia autobiográfica de la enfermedad y la muerte de Leonor: la mejor expresión del duelo por la pérdida de un ser amado que se ha escrito jamás en la poesía española. Este segundo bloque de poemas, que comienza en A un olmo seco se cierran con la epístola a José María Palacio fechada en Baeza el 29 de abril de 1913 -la datación, que cumple con el requisito de una carta,  le da también un necesario aire de diario artístico a este grupo de poemas-. Después, Machado continúa con la verdadera unidad de este poemario: la reflexión sobre el paisaje a partir de los conceptos de individuo, sociedad e historia. De ahí que muchos poemas de esta parte se encuentren con lo popular. ritmos, imágenes y formas de decir. Y nacen los proverbios y cantares, en donde se condensa lo esencial de la voz poética que afirma a Machado definitivamente como poeta esencial: filosofía humana y cívica, ritmo poético basado en la aparente sencillez y lo popular. Machado sale de Campos de Castilla hacia la Historia literaria.

Noticias de nuestras lecturas

Pancho comenta el poema Pacua de Resurrección de una forma inmejorable, no dejéis de leer esta entrada.

Kety une, en sus versos, a Cervantes y Machado por tierras castellanas.

Luz del Olmo recoge en su poema una de las mejores cosas de la herencia machadiana: su condición de poeta cívico compremetido con su tiempo.

Mª Ángeles Merino divaga a partir de Campos de Castilla y consigue una emocionante y machadiana entrada por la que hace suyos los versos de don Antonio.



Pancho comenta la fase final de Aurora roja: la vida en familia -en verdadera familia- que ha conseguido Manuel tras tanta amargura.


A partir de la próxima semana y hasta el 3 de julio, como final de curso del Club de lectura de La Acequia, leemos El Hereje de Miguel Delibes. Como sabéis, terminaremos con un encuentro en Valladolid, el sábado 13 de julio. Haremos la ruta urbana organizada en esa ciudad que recorre los principales escenarios de la acción de la novela y terminaremos con una comida. Aquellos que aún no os hayáis apuntado y queráis hacerlo, debéis remitirme un correo electrónico antes del día 19.

Como sabéis, la propuesta de leer este libro surgió del formato presencial de este club de lectura que mantengo en la Universidad de Burgos con la Asociación de Antiguos Alumnos. Pancho se nos había adelantado -o, mejor, nosotros lo seguimos- y ya comentó esta novela de forma magnífica, por lo que nos servirá de guía. Yo seguiré publicando aquí la correspondiente entrada semanal en el que daré cuenta de vuestras aportaciones.

Después del día 13 de julio cerraremos la edición de este curso del Club de lectura y planificaremos las lecturas del próximo curso para que aquellos que queráis las adelantéis al verano.

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Gelu se pone ya a la tarea de comentar El Hereje de Miguel Delibes y ayudarnos a comprenderlo con sus enlaces y selección de frases.

viernes, 31 de mayo de 2013

Campos de Castilla gira en Baeza y noticias de nuestras lecturas.

 
Esta entrada debió publicarse ayer, jueves, 
pero unos problemas informáticos me lo impidieron. 
Os pido disculpas.

Campos de Castilla gira en Baeza. La enfermedad y muerte de Leonor, cambia el poemario, arrasa al poeta por dentro y descoyunta el plan inicial. Antonio Machado -que concibe para España la forma moderna de las Obras poéticas completas publicadas en vida del autor y que con él van evolucionando- comprende que la experiencia biográfica por la que está pasando debe ser introducida en el mismo poemario y no en otro diferente: esta opción no solo trasforma Campos de Castilla, haciéndolo crecer mucho sino que inicia en España una línea poética basada en la literaturización intensa pero reconocible de los hechos vividos. Ya escribí aquí que no conozco mejor expresión literaria del duelo que la que se contiene en estos poemas. La tonalidad de la voz se hace más íntima, el ritmo más ligero pero, a la vez, más profundo. Y Machado, desde Baeza, recuerda con tanta intensidad Soria que la sueña despierto. Campos de Castilla queda así, partido en dos miradas al paisaje: la que se da de forma presente en él, antes de la muerte de Leonor, la que se da en el sueño, después de ella. Y todo queda atado con la epístola a su amigo José María Palacio. En ella se va graduando la pregunta -¿es ya primavera?- para suplicar un gesto -que lleve flores a la tuma de su esposa-. Queda, así, constituida una de las formas más fecundas de la poesía española del siglo XX, que aún perdura.

Noticias de nuestras lecturas

Pamisola comenta la acertada forma epistolar que elige Machado para escribir a José María Palacio y nos trae el recuerdo de la voz machadiana de Serrat.

Paco Cuesta también comenta con todo acierto la epístola a José María Palacio y sabe cómo situar Campos de Castilla en la obra de Machado.

Gelu sigue con su selección de poemas y enlaces machadianos. También nos trae a Serrat y un enlace con un video de la sobrina de Machado que no os podéis perder, para fijars después en el territorio castellano...

Luz del Olmo se sube a un viaje vagón de tercera, con Machado...

Mª Ángeles Merino llega a una de las honduras temáticas de Campos de Castilla: hombre y Dios en el paisaje castellano, sueño y realidad. Imprescindible.

Kety recuerda y conversa con Machado, Unamuno y Azorín, nada menos.

Excelente entrada de Pancho uniendo biografía y ritmo. el poeta, el agua y las campanas...

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Pancho llega al retrato más hondo de Juan, el hermano del protagonista de Aurora roja. Inmejorable forma de abordar la construcción de este personaje por Baroja.
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Si me he olvidado de alguna de las aportaciones, hacédmelo saber. Gracias.

La próxima semana terminamos con el comentario de Campos de Castilla. Recordad que, como final de curso, leeremos en junio El Hereje de Miguel Delibes. Terminaremos con un encuentro en la ruta que sigue en Valladolid las trazas de esta novela. Tendrá lugar el 13 de julio. Aquellos que aún no me hayáis escrito para participar, hacedlo cuanto antes. En los próximos días os responderé a todos personalmente.

jueves, 23 de mayo de 2013

Campos de Castilla como meditación de excursionista del 98 y noticias de nuestras lecturas.


Campos de Castilla, en su versión de 1912, se diseñó, como hemos dicho con parámetros ideológicos concretos: una meditación sobre los problemas de España a partir de la metáfora de Soria -en realidad, el Duero en su curva de ballesta soriana- como núcleo de ese corazón castellano que hizo a España. Es decir, que impulsó el motor del país que se construyó hacia la modernidad en el siglo XV.

En el poemario de 1912 Machado tiene mucho de sentido excursionista (el mismo Machado siempre pareció estar de paso en Soria, Baeza o Segovia). El excursionismo, como concepto, no es algo que se haya inventado recientemente. La Sociedad Española de Excursiones se fundó en 1893 y trató de fomentar el estudio del arte, la geografía y las costumbres de las provincias españolas. Recogía de forma sistemática el legado que los románticos habían iniciado, especialmente en revistas como el Semanario Pintoresco Español. Por todo el país se fundaron sociedades y grupos con similares objetivos. No era un turismo a la moderna, sino un verdadero espíritu de conocimiento científico que construyó una herramienta metodológica para contarnos España en un momento en el que se hacía evidente el tránsito hacia la modernidad.

Machado pasea por los alrededores de Soria con esa mirada del curioso excursionista que quiere comprender lo que ve. Imbuido como estaba por las ideas de su tiempo, quiere ir un poco más allá y comprender las razones espirituales de la decadencia española.

La vieja teoría de la Generación del 98 se sostiene, en la práctica, sobre la edición de 1912 de Campos de Castilla. Es aquí en donde se cumplen escrupulosamente las características marcadas para la generación que tanto gustaron, especialmente, a los jóvenes pensadores falangistas que les dieron la versión definitiva que heredaron nuestros planes de estudios franquistas y postfranquistas de Bachillero y Universidad y que hoy arrastran, lamentablemente, muchos profesores en sus explicaciones y varios manuales cómodamente escritos. En efecto, Machado medita con seriedad sobre los males de España y encuentra en la intrahistoria -permítaseme el concepto unamuniano en este contexto- y en la ruptura de la necesaria armonía entre paisaje y paisanaje -es decir, en la traición a la tradición- las claves del mal español que habían llevado al desastre del 98. De esta lectura es fácil desprender -es la lección final de La Tierra de Alvargonzález- que solo volviendo a la tradición espritual se podrá salir de la decadencia.

Sin embargo, hemos de descartar esta vieja teoría que tanto ha distorsionado la lectura limpia de muchos autores. Nada hay en la llamada Generación del 98 que se diferencie del Modernismo: en especial, esa visión espiritual del paisaje y de la historia permanente. Rubén Darío, antes que Machado, sería un buen ejemplo de todo esto.

Pero era el caso que por aquellos años Machado meditaba con esas claves de mirada al paisaje y en sus excursiones en torno a Soria todo está condicionado por ellas. Hasta que llega el amor y la muerte, que giran el poemario para contradecir a los noventayochistas y hacer más grande a Machado. De esto hablaremos en la próxima entrada.

Noticias de nuestras lecturas

Paco Cuesta comenta las claves que nos pueden ayudar a comprender las razones de La Tierra de Alvargonzález en el poemario. No os podéis perder esta entrada.

Gelu enlaza todo el material necesario para comenzar la lectura del poemario machadiano y hace su primera antología.

Pancho aborda Campos de Castilla y lo hace con los poemas de meditación filosófica en una de sus más importantes claves de comprensión.el patriotismo comprometido de Machado.

Luz del Olmo se inspira en la temática del sueño tal y como la trata Machado en el poemario. Y lo hace
 con acierto.

Mª Ángeles Merino comenta -e ilustra con tanto acierto que solo por esto merecería la pena visitar la entrada- la forma en la que Machado ve los casinos de provincias de aquel tiempo.

Kety Morales también se inspira en Machado para sus versos, cumpliéndole un merecido homenaje.

jueves, 16 de mayo de 2013

Campos de Castilla en 1912 y noticias de nuestras lecturas.


Los lectores de la primera edición de Campos de Castilla no leyeron el mismo libro que hoy tenemos en nuestras manos. En 1912 se cerraba con un secreto íntimo: la esperanza de que Leonor, la joven esposa del poeta, mejorara de su enfermedad, pero el poemario consiste en otra cosa, fundamentalmente en la idea filosófica inicial que lo impulsa.

Cuando el libro se publica, de nuevo, en la primera edición de sus Obras completas (1917) el poemario ha cambiado en el sentido en el que dijimos en la entrada anterior del Club de lectura, incorporando los nuevos poemas escritos tras la muerte de Leonor y su destino en Andalucía. Desde 1912 hasta 1917, además de todo lo comentado la semana pasada, había ocurrido otra cosa: Antonio Machado desarrolla algo esencial para la modernidad poética española. De la lectura que Rubén Darío había hecho de los poemas becquerianos, nos había llegado a la poesía española la necesidad de que un poemario tuviera unidad y no consistiera solo en una selección de los mejores poemas escritos en un tiempo determinado. Con las Obras completas de Machado se introduce el crecimiento de la obra en torno a la voz poética del autor con la fuerte exigencia de que tampoco sea solo una recopilación de la obra sino una ajustada visión de la obra propia a la altura de un estado concreto de la evolución poética de esa voz (de ahí que en cada edición de las Obras completas se modifiquen los textos). Por eso, cada libro incorporado a las Obras completas tiene una nueva vida, diferente a su edición suelta.

En 1912 los lectores tuvieron en su mano la relación que el poeta -que se nos presenta ideológica, moral y estéticamente en ese modélico autorretrato inicial para que conozcamos quien nos conduce a través de los versos- sostiene con el paisaje. Venía Machado de una poesía intimista y su estancia en Soria le asoma a un paisaje y unas gentes desconocidas que mira de forma curiosa porque quiere comprenderlos en su raíz más honda, preocupado como estaba por la reflexión filosófica sobre los males de España que habían iniciado los regeneracionistas a finales del siglo XIX de una manera positivista y que el modernismo trasformó en mirada espiritual.

Usa para ello esa mirada propia del modernismo: descubrir las claves esenciales del paisaje en las que hallar lo permanente de un pueblo, sus grandezas y sus miserias. De ahí el valor simbólico del paisaje y el uso de la mitología popular, la relación tradicional con la agriculta o la ganadería o el acercamiento al folklore. Llega a Soria en un momento de decadencia de aquella zona castellana, afectada por la emigración y el abandono de las tierras. Y pone el acento en lo que para él es la clave del problema: entre los castellanos presentes y la Castilla eterna hay una desconexión. Se ha roto el pacto de respeto que deben los habitantes al paisaje y han roto con las tradiciones, dejándose llevar por un espíritu de ruindad, miseria y cainismo. De ahí las imágenes constantes de estos poemas iniciales de Campos de Castilla y de La Tierra de Alvargonzález, el texto más largo del poemario, que resume su planteamiento ideológico inicial.

Machado, además, toma una imagen construida tiempo atrás y que él eleva a la categoría definitiva por la fuerza poderosa de sus versos: el Duero, a su paso por Soria, es el corazón de Castilla y Castilla es el núcleo desde el que se construyera España. Es muy duro al describir esa ruptura de la armonía entre hombre y paisaje en la Castilla soriana. Esta dureza se marca aún más porque la voz poética toma distancia de lo que mira. Todo lo que ve en aquel paisaje es la clave para comprender los males que afectan a la nación.

En La Tierra de Alvargonzález da la solución a lo problemas: es el personaje del indiano que, tras conocer tierras lejanas, vuelve para recuperar el pacto con la tierra y las tradiciones. Es decir, regresar a la esencia espiritual que marca el paisaje sin desconocer lo que existe fuera de la propia tierra.


Noticias de nuestras lecturas

Paco Cuesta nos muestra cómo es caminar de la mano de Machado, con guiño cinematográfico incluido y valiente.

Kety nos regala, en verso, una semblanza completa de Machado que es toda una hermosa forma de comenzar a leerlo.

Ele Bergón se inspira en Machado para pasear los campos castellanos y después cantar a una olma muerta...

Gelu nos lleva por Campos de Castilla, antología de rimas y conclusiones que nos ponen ante el espejo del trato que se le ha dado a don Antonio.

Pancho nos ayuda a situar Campos de Castilla en el contexto vital de Machado y analiza el autorretrato que supone el prólogo en el que el poeta se presenta.

Mª Ángeles Merino escribe una entrada imprescindible dando cuenta de la exposición que conmemora el centenario de la publicación de Campos de Castilla. No os la podéis perder.

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Gelu enlaza Lorenzo Silva con Verónica Lake: aquí está el secreto.

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Pancho avanza hacia el final de Aurora roja y comenta con todo el acierto una las claves estructurales de la novela: el acto anarquista del teatro.

jueves, 9 de mayo de 2013

Propósito inicial de Campos de Castilla de Antonio Machado, balance final de La marca del meridiano de Lorenzo Silva y noticias de nuestras lecturas


Campos de Castilla de Antonio Machado -de cuya primera edición se cumplía el año pasado el primer centenario- supone uno de los avances más significativos en la construcción de una de las líneas poéticas de la modernidad española que más han perdurado. Este poemario, que iba a ser una cosa y terminó siendo otra tiene, precisamente en ese giro, la clave de muchas cosas que iremos desgranando en este mes que dedicaremos a su lectura.

Cuando Antonio Machado compone los poemas primeros de Campos de Castilla, cuando concibe el plan inicial del libro, está inmerso en las ideas que circulan en aquel momento en España. La evidente decadencia del país, su pérdida de peso en el contexto internacional y las manifestaciones de que el sistema creado por la Restauración borbónica era insuficiente están en la gestación inicial.

Machado, que va a Soria por motivos laborales (acaba de obtener la cátedra de francés y ocupa la vacante del instituto de Soria), profundiza en una de las ideas claves del modernismo: la mirada al paisaje como símbolo de la historia, de una historia en la que coinciden pasado, presente y futuro. Comprendiendo el paisaje y la relación que con él guarda el ser humano que lo habita, se hallarán, según piensan, las claves de lo que sucede, las razones de esa decadencia española y la forma de superarla. Unamuno lo había llamado intrahistoria y publicó en 1895 un ensayo fundamental que se convirtió en herramienta metadológica de todos: En torno al casticismo. Puede decirse que Campos de Castilla cerraba en poesía el ciclo que había abierto Unamuno en ese ensayo, aunque ambos libros tengan tonos y posiciones ideológicas -y, sobre todo, actitudes vitales- diferentes como diferentes eran ambos autores.

Pero entre 1895 y 1912 había ocurrido algo: Ortega y Gasset había regresado de Alemania y, a pesar de su juventud, consiguió un gran impacto en el pensamiento español por los años en los que Machado escribía Campos de Castilla. Gestaba Ortega su teoría sobre las generaciones como método de análisis histórico y polemizaba con Unamuno sobre la posición de España en Europa y la forma de modernizarla. De hecho, los famosos artículos de Azorín sobre la Generación del 98 -tan llenos de ese impacto que supuso en él el pensamiento de Ortega- se publican en el ABC en 1913. Campos de Castilla es, inicialmente, la aportación de Antonio Machado a este debate abierto sobre España desde unas décadas antes y que se había agudizado por aquellos años porque llegaba, pujante, una nueva generación, más moderna, más libre de trabas y que aspiraba, con ambición, a una modernización española basada en la introducción de los elementos nuevos que cambiaran sustancialmente lo que había predominado hasta ese momento en el país.

Pero la vida tiene sus propias reglas. Antonio Machado se enamora de Leonor y Leonor enferma y muere. Machado se va de Soria. Y el libro se trasforma y gira. Y Antonio Machado no renuncia a construir el poemario con ese material autobiográfico ni hace dos libros diferentes, como hubieran hecho otros: comprende que deben ser uno mismo, enlazado todo por el paisaje. La irrupción literaturizada de lo biográfico en el propósito filosófico inicial de Campos de Castilla lo ensancha por el lado de la intimidad de la voz poética. De esa tensión entre la reflexión histórica y el sentimiento biográfico, en la que triunfa finalmente la voz poética en su drama íntimo de la expresión del duelo a través del paisaje, nace una de las revoluciones más importantes de la poesía española.

Balance final de la lectura de La marca del meridiano




La marca del meridiano es la obra de un verdadero profesional de la escritura que ha sabido crear su público. El lector de esta obra encontrará las marcas tradicionales de la novela policiaca y la contextualización histórica en la España actual de una manera suficiente, enhebrada con facilidad pero sin que llegue, en ningún momento, a molestarle. La lectura se hace amena y rápida. El personaje protagonista -más aún si lo conoce de las novelas anteriores- tiene la suficiente humanidad como para que podamos empatizar con él -marcado aquí con el hecho de que cada vez nota más la edad y el esfuerzo físico que le supone su trabajo. No esconde nada: la corrupción policial, las desavenencias entre los diferentes cuerpos de seguridad, los problemas burocráticos, la presencia del mundo criminal en la vida cotidiana, los problemas políticos planteados por el nacionalismo catalán, etc. Nada está presentado con la suficiente hondura como para que moleste al lector medio que lee para entretenerse pero todo está presente para que no se eche en falta. No hay ningún experimento formal que aparte de la lectura al no avisado como tampoco hay caídas en el ritmo narrativo que aburran. Un término medio precisado en balanza. Silva consigue lo que busca: dar una novela más a su público.

Noticias de nuestras lecturas

Coincidiendo con nuestra lectura de Campos de Castilla, se ha inaugurado en el Monasterio de San Juan de Burgos hoy día 9 de mayo la exposición Campos de Castilla. Hoy es siempre todavía, que se había mostrado con anterioridad en Soria y Segovia para celebrar el centenario de la primera edición del poemario machadiano. Ha sido organizada por el Institituo Castellano y Leonés de la lengua en colaboración con la Institución Fernán González, depositaria de un imprescindible fondo machadiano.

Paco Cuesta comenta con acierto el poema inicial de Campos de Castilla -verdadero prólogo- de una forma inteligente y sutil, que os soprenderá.

Mª Ángeles Merino comienza presentandonos el autorretrato del autor de Campos de Castilla y comenta e ilustra el poema Campos de Soria, desde el ritmo hasta la ideología. Todo un magnífico arranque para 
centrar en el poemario.


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Pancho cierra su comentario de La marca del meridiano con una entrada sobre la acción final, que precipita el desenlace. No os perdáis su referencia cervantina, en la que da un verdadero pase de pecho... No es de extrañar que sus aportaciones hayan llamado la atención del mismo autor, Lorenzo Silva: aquí tenéis lo que dice.

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Pancho, en su lectura de Aurora roja, comenta ese estado crítico en el que comienzan a despertar ideas peligrosas sobre hombres mesiánicos que saquen a los países de los atolladeros...  Después,  llega al momento en el que Manuel, el protagonista de Aurora roja, opta por el eclecticismo en su posición ideológica y en su actitud vital. Baroja nos ha conducido certeramente hasta ese momento. No os perdáis ni las ilustraciones de esta entrada ni el video con el que termina. Excelente.

Os pido disculpas por el retraso en la publicación de esta entrada. Como sabéis los lectores habituales de La Acequia, he tenido circunstancias que me lo han impedido. Hemos fijado fecha definitiva para el cierre, por este curso, del Club de Lectura de La Acequia. Como recordaréis, en junio leeremos El hereje de Miguel Delibes. Con este motivo, nos veremos el sábado 13 de julio en Valladolid. Haremos la ruta teatralizada de El Hereje que se organiza en la ciduad por los lugares citados en la novela y tendremos una comida. Aquellos que queráis participar, escribidme un correo electrónico.

martes, 5 de marzo de 2013

Con los primeros lirios y las primeras rosas: Antonio Machado y el duelo por la muerte de la persona amada


No conozco mejor expresión del duelo en la literatura que aquella con la que Antonio Machado nos sobrecoge en Campos de Castilla. Todo el proceso es descrito con una profundidad lírica de tensión tan alta que no puede dejarnos indiferentes. Precisamente es en estos poemas en los que Machado se hace definitivamente un poeta universal. Abandona la inicial apuesta de un poemario ideológico entorno a la reflexión sobre los males de España centrados en la curva de ballesta del Duero entorno a Soria -símbolo, como dice, del corazón del Castilla- para labrar una obra maestra atemporal. Aquella primera parte es brillante, pero tiene un contexto de época y un pie forzado de pensamiento demasiado evidente: Machado respondía a un movimiento ideológico de aquellos años, que mandaba reflexionar sobre España y las causas de su decadencia para hallar posibles soluciones. Y lo hace en clave modernista -lo de la Generación del 98 es un invento que ya no deberíamos seguir manejando en la historia de la literatura-, el paisaje y su relación con los seres humanos que lo habitan y habitaron, como valor simbólico de la historia. Pero una vez iniciado el poemario, le sobreviene la vida, esa cosa tan inesperada que se nos echa al cuello cuando menos se la espera. Y es justo por la introducción en Campos de Castilla de la dura experiencia vital que supuso la enfermedad y muerte de su jovencísima esposa, Leonor, por lo que Machado hace nacer, sin saberlo, una de las líneas poéticas más importantes de la literatura española del siglo XX, tanto en forma métrica -qué acertado pulso en las silvas arromanzadas y en los romances líricos-, como en el tono y en la temática.

Todo comienza con el poema A un olmo seco, que hay que ver como la esperanza de posible salvación de Leonor. En el fondo, Machado se niega a ver lo evidente, que Leonor se muere. No quiere creeerlo porque aún se aferra a la posible curación: 

Mi corazón espera
también, hacia la luz y hacia la vida,
otro milagro de la primavera.

El poemario ya ha cambiado hasta en la forma métrica, pero lo que viene a continuación profundizará todo esto y lleva Campos de Castilla muy lejos de su proyecto original y mucho más lejos de lo que cualquier poema había llegado hasta ese momento. Machado hace literatura el proceso del duelo que sufre tras la muerte de Leonor. Como en toda la gran literatura, la experiencia personal es experiencia universal y todos los que hayan sufrido un duelo similar reconocen los pasos. Lo hace Machado, además, con sabiduría de gran poeta. Como si se escribieran por vez primera y de forma sencilla estos sentimientos, cono si nadie lo hubiera sentido antes, como si ningún otro artista lo hubiera relfejado en su obra. Pero debajo de esa aparente sencillez está toda la literatura española que había tratado este tema con anterioridad, desde el folklore popular hasta los místicos pasando, cómo no, por Garcilaso (alguno de estos poemas dialoga directamente con la parte de Nemoros de la Égloga I). No falta, en ese proceso de duelo, ni la interrogación a Dios, como les sucede a todos los creyentes ante la muerte de un ser querido que nos deja en absoluta soledad: esa conciencia de soledad que es inmensa y parece no acabará nunca porque hay un momento en el que parece que el dolor no se calmará nunca:


Señor, ya me arrancaste lo que yo más quería.
Oye otra vez, Dios mío, mi corazón clamar.
Tu voluntad se hizo, Señor, contra la mía.
Señor, ya estamos solos, mi corazón y el mar. 

Hay un momento en el que Machado, ya en Andalucía, se niega a olvidar a Leonor. Esta negativa le provoca una ensoñación, que no lo saca de su tristeza y su melancolía, sino que la hace más honda. Machado refleja a la perfección ese estado del que no puede olvidar a quien perdió:

Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...

¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.

Hasta el formato métrico, la silva arromanzada, parece recién creado para la ocasión. A la evocación del paisaje castellano, tan lejano ahora pero tan interiorizado, y la de su mujer muerta -que se hace presente en la sensación física del tacto-, sucede la abrumadora realidad que canta la enumeración final: una graduación de estados depresivos que concluyen en ese terrible viejo.

Como glosa de esa ensoñación se entiende el poema siguiente:

Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.

   Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campana virgen
de un alba de primavera.

¡Eran tu voz y tu mano,
en sueños, tan verdaderas! ...

Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!.

El poeta ha encontrado, en ese proceso de duelo, un espejismo de felicidad que le permite la esperanza. Quizá haya, de verdad, algo más allá de la muerte -la vida eterna, la energía, el propio recuerdo- que permita pensar no todo se ha perdido. La mayor parte de la gente que sufre este proceso de duelo se queda aquí. Las religiones que prometen una vida eterna permiten este consuelo en la fe. Sin embargo, en Antonio Machado el proceso continúa hasta asumir, como última fase de esa muerte, que no hay más que una tumba en la que reposan los restos del ser amado. El único consuelo viene de ese mismo paisaje castellano cantado desde el inicio, que ofrece las primeras flores de la primavera que llevar a aquella tumba:


Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra...

No es que haya que volver todos los años a Machado, es que Machado jamás se ha ido. Por cosas como esta.

miércoles, 22 de febrero de 2012

por donde cruza errante la sombra de Caín



Tocaba Machado también hoy, comentar Por tierras de España, el poema en el que construye con solidez una idea que le acompañará durante mucho tiempo: el cainismo español, la visión de la historia de España como un conflicto permanente. Primero, con el paisaje -contra el paisaje- puesto que el habitante de estas tierras ha roto definitivamente con él y lo destruye. Segundo, con su vecino, con su igual: la historia de España como guerra civil permanente para la que trae a su poesía el pasaje bíblico entre Caín y Abel. Machado supo hallar la imagen para una certeza: 

Veréis llanuras bélicas y páramos de asceta
—no fue por estos campos el bíblico jardín—:
son tierras para el águila, un trozo de planeta
por donde cruza errante la sombra de Caín.

Veo la televisión estos días, oigo las noticias, los comentarios y las consignas de estos tiempos en España a partir de un suceso puntual pero que puede constituirse en un símbolo. Unos jóvenes estudiantes de un instituto valenciano decidieron -sin permiso de la autoridad pero con su consentimiento en los días previos- cortar el tráfico para protestar contra los recortes en los presupuestos de educación que, en su instituto, el Luis Vives -qué buen nombre para un centro de estudio- se significaban en la falta de calefacción. Una mala actuación policial provocó un conflicto desmedido. Una peor argumentación del jefe superior de policia, que calificó como el enemigo a los ciudadanos que pagan su sueldo, lo agravó. Independientemente del origen del conflicto y de la poco profesional actuación de la policía (que alguien decidió), se ha desatado una guerra dialéctica en la que ya la verdad no importa puesto que se acusa a estos jóvenes de ser lo que no son: unos extremistas violentos al servicio de la ideología de izquierdas, que los manipula. Los jóvenes siguen sin calefacción, con recortes en la educación en una Comunidad que ha derrochado el dinero y que aun sostiene un premio de Fómula 1 inasumible por su alto coste y una televisión autonómica con un déficit económico apabullante. Mientras tanto, cruza la sombra de Caín.

miércoles, 15 de febrero de 2012

Hoy tocaba Machado



Hoy, en clase, tocaba Antonio Machado. He querido comentar A orillas del Duero con mis alumnos sin dejar que se fijaran en el significado de las palabras para comprenderlo mejor. Es decir, para comprenderlo del todo. Normalmente, en las clases de literatura los profesores insisten en comentarios temáticos. Hacen bien, pero solo hacen bien parcialmente: la consecuencia es que cojeamos al enfrentarnos a cualquier poema. Da lástima oír conferencias o clases en las que el profesor se enreda al comentar las metáforas o la intención del autor o el significado del poema evidenciando una sordera ante el ritmo poético. Incluso los poemas de la literatura social, tan prosaicos a propósito, buscaban el ritmo que les era propio. Incluso los antipoemas buscan el suyo o la poesía visual o el caligrama.

A mis alumnos les he pedido que me escucharan recitarlo sin prestar atención a lo que se dice en el poema: la poesía es, primero, ritmo. Ritmos: cada tipo de poesía tiene el suyo propio, cada poema cuenta con uno. Si no logramos que la idea encuentre su ritmo apropiado o que del ritmo nazca la idea justa, el poema será un poema fracasado.

Machado, en A orillas del Duero, busca el alejandrino para desarrollar el ritmo de la idea y lo rima en pareados para darle esa monotonía necesaria. Huye de cualquier efecto propio de los rapsodas al uso. La cadencia de las catorce silábas partidas por la cesura en dos hemistiquios de siete sílabas, la monotonía del pareado, es propicia para el desarrollo filosófico de la idea que contiene: una meditación profunda sobre la decadencia de Castilla a  partir del paisaje que contempla en la excursión fatigosa -mutas mutandis una vía ascética- que emprende, a mediados de julio, a las alturas que rodean Soria. Pero no es solo eso en lo que yo quería que se fijaran mis alumnos: el título nos da la clave. Con los alejandrinos pareados, Machado imita el monótono trascurrir del agua del río Duero. Ese sonido misterioso del agua, la cadencia del río, contiene la clave simbólica -modernismo, al fin y al cabo- a partir de la cual interpretar el poema. En el ritmo de A orillas del Duero está ya todo el poema.

martes, 15 de diciembre de 2009

Hoy era Machado


Hoy el frío en Burgos tiene un sabor metálico. Ha venido con violencia de mordisco, agarrándose a la piel como si necesitara hacerse notar ante su larga ausencia. Entrar en clase lo alivia. Hoy tocaba Antonio Machado: Campos de Castilla. Qué mala vida han dado a este poemario los defensores del noventayochismo: de tanto forzar la lectura lo han dejado en el esqueleto y se han olvidado de que el libro creció, como el poeta. Machado participaba de una nueva idea sobre la obra, entendida como algo vivo que no se cerraba nunca.

Llega un momento en que Machado gira el volumen: el famosos poema A un olmo seco es la bisagra. Fue escrito en Soria el 4 de mayo de 1912, es decir, después de la primera edición de Campos de Castilla. A partir de ahí se introduce lo autobiográfico, una de las claves de la poesía moderna (no en vano el volumen se iniciaba con un autorretrato a lo Rubén Darío). No es ya la vida cronológica del poeta la que se pasa al verso como se hacía antes, sino el centro mismo de la existencia la que llega al núcelo de lo poético. Y ahí descubre Machado, para la poesía contemporánea, una línea que aun perdura. Y para hacerlo recoge como estrofa la silva más humilde, esa que esconde ser poesía para llegar a serlo de la forma más certera. La poesía española ya no podrá ser la misma: algunos se empeñarán, pero Machado ha encontrado su voz más auténtica y nos la lega.

La clave, lo sabemos, es la muerte de su esposa Leonor el 1 de agosto de 1912 y su marcha a Baeza. Desde allí se ensueña la Castilla soriana. Y sobrecoge:

Allá, en las tierras altas,
por donde traza el Duero
su curva de ballesta
en torno a Soria, entre plomizos cerros
y manchas de raídos encinares,
mi corazón está vagando, en sueños...
¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?
Mira el Moncayo azul y blanco; dame
tu mano y paseemos.
Por estos campos de la tierra mía,
bordados de olivares polvorientos,
voy caminando solo,
triste, cansado, pensativo y viejo.


La poesía española cambia en estos poemas. El paisaje se ha teñido de algo que llega desde muy adentro del poeta. Sentimos con él ese contacto de la mano amada:

Soñé que tú me llevabas
por una blanca vereda,
en medio del campo verde,
hacia el azul de las sierras,
hacia los montes azules,
una mañana serena.
Sentí tu mano en la mía,
tu mano de compañera,
tu voz de niña en mi oído
como una campana nueva,
como una campaña virgen
de un alba de primavera.
¡Eran tu voz y mi mano
en sueños tan verdaderas...!
Vive, esperanza, ¡quién sabe
lo que se traga la tierra!


Sólo podremos salvar de todos los naufragios la experiencia sensorial, sublimada con la ausencia: las manos que se enlazan, el sonido de la voz amada en el oído. Perderemos los rostros, pero no el recuerdo de los sentidos. Qué se salvará de nosotros si nadie nos recuerda así.

sábado, 2 de febrero de 2008

El vértigo de la envidia.

Aquellos que hayan conocido o sufrido a un envidioso saben de lo incontrolable de su sentimiento. El diccionario define la envidia como tristeza o pesar del bien ajeno o emulación y deseo de algo que no se posee, pero se queda corto. Conozco personas paralizadas por la envidia, que no pueden disimularla ni en presencia de otros. De ella nacen odios y acciones vengativas, hermanos que dejan de hablarse, compañeros que aplastan al que trabaja con ellos, aunque el envidiado no tenga ninguna culpa. Envidiamos la belleza del otro, su dinero, su inteligencia o su fortuna.
De niños todos hemos sentido envidia de un juguete o de una chuchería y sabemos la tristeza que nos causaba. Todos hemos visto niños que han perdido el control de sus actos porque se comen de envidia. La familia y la sociedad nos da recursos para reducirla o eliminarla y nuestra misma psicología suele encauzar la envida hacia la competitividad o el conformismo, pero todos terminamos comprando las mismas cosas que tiene nuestro vecino.
Dicen que en España tiene terreno abonado. No lo sé. No conozco ninguna encuesta internacional que lo recoja ni olimpiadas de envidiosos con escudos e himnos nacionales, aunque aquí siempre andamos mirando al otro con ánimo cotilla y al que se sale de lo común se le critica sobre todo porque tiene o hace cosas que los demás no comparten. Antonio Machado hablaba de tierra de caínes, concepto que fabricó en su obra maestra Campos de Castilla (1912). Y por ella y la avaricia explica el asesinato del padre en La Tierra de Alvargonzález. Aunque ya sabemos que Caín puede ser explicado de otra manera, como hizo Herman Hesse en Demian (1919), obra aun conmocionada por la Primera Guerra Mundial y que fue durante mucho tiempo la guía de lectura de los jóvenes que se sentían diferentes. Así que Caín pudo tener sus razones. Los envidiosos suelen explicarse siempre su envidia y a veces inventan teorías sociales -nunca asumimos nuestra responsabilidad- que los justifican o implican a otros.
Pero la envidia extrema, sea cual sea el objeto que la promueve, es un vértigo que destroza a quien lo lleva por dentro. Pobres envidiosos, qué mala vida llevan.

jueves, 11 de enero de 2007

por los rincones del sueño

En algunos poemas que ya no frecuentamos te asaltan, de vez en cuando, versos que parecían escondidos hasta encontrar su momento. Me ha sucedido con La tierra de Alvargonzález, el largo poema de Antonio Machado que llevaba tiempo sin leer y que he comentado estos días en clase. ¿Se lee ahora este poema? Hubo un tiempo en que Campos de Castilla era de obligada lectura en clase. Sirvió, durante mucho tiempo, para reconciliar políticamente a Machado con el régimen de Franco. Se leía desde las claves ideológicas que se querían encontrar tras aquello que se denominó como Generación del 98. Hoy lo podemos leer de otras maneras.
Me he encontrado con un poema lejano a la sensibilidad actual pero con grandes hallazgos plásticos vigentes. La entrada del indiano en la narración es de un impacto de gran efecto visual, casi cinematográfica, como dije a mis alumnos. No menos se puede decir de muchos versos de este poema.
No sé por qué, desde el día del comentario en clase, no puedo quitarme de la cabeza ese verso: por los rincones del sueño. Los dos hijos mayores de Alvargonzález acaban de asesinar a su padre en el sueño que éste tiene junto a la fuente:
Los dos mayores se alejan
por los rincones del sueño.
Entre los fugitivos
reluce un hacha de hierro.
Luego descubriremos que cuando el padre soñaba esto, los hijos le asesinan realmente:
Soñando está con sus hijos,
que sus hijos lo apuñalan;
y cuando despierta mira
que es cierto lo que soñaba.
Seguí mi comentario: hablé del tratamiento de la voz popular en el poema, del romance, de la utilización simbólica del paisaje, de cómo la naturaleza rechaza a los parricidas por haber roto con la tradición que les ata espiritualmente con el verdadero orden de las cosas al matar al padre y no darle tierra, del premio al hermano menor que sí vive respetando el fuego central de la casa y del terruño. Hablé de muchas cosas, pero no pude quitarme de la cabeza ese verso:
por los rincones del sueño.
Y puse nombres actuales a los asesinos de la esperanza. Los vi alejarse con miradas recelosas y fanáticas, por los rincones del sueño, convirtiendo en estériles las antes feraces tierras:
¡oh, pobres campos malditos,
pobres campos de mi patria!