En cada relectura crece la importancia de Campos de Castilla de Antonio Machado. El poemario comienza siendo una meditación poética sobre las causas de la decadencia de España. Dado que en la revisión que hacen los modernistas de la historia Castilla fue el motor sobre el que construyó la nación española, Machado fabrica el símbolo del Duero como corazón no ya de Castilla ni de España sino de Iberia. Sería interesante debatir sobre todo esto. Al incorporarse al iberismo, Machado supera la visión tradicional del problema de España y amplía su análisis y soluciones.
Para el poeta, la raíz del problema consiste en que los seres humanos son inferiores al paisaje y, además, lo agreden, pero hay una esperanza. En la edición de 1912 sitúa significativamente La tierra de Alvargonzález en la parte final del libro. Recordemos que en ella los dos hijos mayores se convierten en parricidas, rompen con la tradición y no tienen la voluntad ni la inteligencia que pide la naturaleza, pero el hermano menor sí. Ha viajado, ha hecho fortuna, respeta la tradición pero trae también todo lo aprendido y la voluntad del esfuerzo. Este es el cierre de esperanza de la primera edición: un modelo de comportamiento positivo. Si queremos solucionar el problema debemos ser como este indiano. Luego viene el poema A un olmo viejo, que podría leerse en el mismo sentido, pero la referencia que encontramos en él al corazón del poeta introduce ya el relato autobiográfico. La esperanza de primavera es algo más personal.
La edición de 1917 amplía mucho el poemario con los poemas compuestos ya en Andalucía, pero también su significado. Abandona la severidad crítica y el tono de meditación profunda de 1912 y traza nuevos caminos que abren sendas de gran fecundidad en la poesía española posterior. Por un lado, introduce la experiencia autobiográfica de forma directa, sencilla y sincera (el proceso de duelo por la muerte de Leonor); por otro, la meditación sobre las causas de la decadencia española son evidenciadas de manera más irónica y juguetona -aunque igualmente críticas- que en 1912 en el retrato de unos tipos sociales rentistas y con la cabeza vacía representantes de una España de charanga y pandereta a la que se enfrenta otra más joven, dinámica y con ganas de cambiar la situación, la España de la rabia y de la idea. La crítica va contra estos personajes pero también contra todas las instituciones que los alimentan, incluso contra la visión de una religión de la sangre y de la muerte frente a una religión de la acción, del amor y de la vida, que es la que quiere Machado (es ejemplar la Saeta, tan mal comprendida por muchos que no se paran a pensar lo que verdaderamente dice). En todo esto, la esperanza se concentra en una tercera España que no es ni la que muere (la decimonónica) ni la que bosteza (la que no tiene voluntad ni pensamiento). Con estas dos Españas no dice Machado lo que tantos creen:
Esa tercera España no está marcada en el poema por las ideologías sino por su capacidad de dinamismo y progreso. Es la España de Abel frente a la de Caín. Y por si hubiera alguna duda, suma los Elogios para proponernos ejemplos concretos, con nombres y apellidos, de españoles que caminan por las nuevas sendas y abren esa España joven y moderna.
Hay un tercer motivo de celebración en el giro que introduce Machado en Campos de Castilla: lo popular. No es una mera imitación de las formas, el tono y las expresiones del pueblo que él conoce tan bien en el folclore, sino que Machado se hace pueblo en los Proverbios y cantares como ningún otro gran poeta lo ha sido antes. Y un cuarto: en algunos textos, como En tren o Poema de un día juega con lo prosaico e incluso el ripio, deja fluir el pensamiento y descubre definitivamente para la gran poesía española el valor de lo cotidiano de una forma muy diferente y más poética que Campoamor, por ejemplo (otra cosa son los poetas que antes lo practicaban incapaces de ir más allá).
Qué maravilla aquel año de 1917 para la poesía española: las Poesía completas de Antonio Machado conteniendo estos descubrimientos se juntaban con Diario de un poeta recién casado de Juan Ramón Jiménez para abrir todas las sendas por las que ha trascurrido desde entonces.