
Lógicamente, hay que aplaudir la idea inicial No sólo porque sea buena y pueda servir de vertebración a los próximos años de esta ciudad. Burgos tiene muchos de los rasgos que le hacen merecedora de obtener la capitalidad cultural europea (historia, monumentos artísticos, nombre con proyección internacional, mito, etc.).
Ahora bien, para contribuir al debate de salida (espero que en una cuestión de este tipo, una vez he dejado clara la adhesión, no se pida que esta sea inquebrantable y sin matices), permítaseme algunas cosillas.
En primer lugar, en todas las cuestiones que las instituciones, estas y otras, manejan a partir del concepto de cultura caben cosas demasiado heterogéneas pero que, por lo general, conducen en exclusiva a entenderlo como motor del urbanismo especulador y proyección mediática. Se piensa con demasiada alegría que no importa hacer cosas sino hacerlas para que produzcan dinero como primer objetivo y para salir en la televisión y en los periódicos en segundo. Por eso, se suelen idear costosos edificios emblemáticos, macromuseos, espacios culturales, etc., sin un auténtico proyecto cultural. Y, luego, traer un heterogéneo plantel de artistas en el que figuren por igual la Filarmónica de mayor prestigio que se consigue a doble precio del que se hubiera pagado por traerla dentro de un proyecto sólido y de largo aliento, y a Isabel Pantoja o a Ronaldo a firmar autógrafos.
Espero que este empuje institucional -que aun no ciudadano- a la candidatura, no se quede en fotos y reportajes o encargos millonarios de proyectos que, en demasiadas ocasiones, se guardan en el cajón. Espero también que no se piense en unos Juegos Florales con mucho empaque.
A la capitalidad cultural hay que aspirar, como objetivo único, por la cultura. Para eso, en primer lugar se debe tejer una red cultural ciudadana que satisfaga todos los niveles sociales y económicos. Y después, pero sólo después, tensionar las alturas con grandes proyectos. Lo contrario sería hacer un gigante de pies de barro y lleno de pequeñas miserias y anécdotas demasiado caras: teatros que, por lo mal pensados no permiten ver u oír; grandes auditorios para programaciones de barrio o sin programación ninguna en dos tercios de los días del año; museos cosotosos a la deriva; grandes congresos que se hacen sólo para salir en el periódico pero que no interesan ni a los expertos que sólo acuden a repetir lo mil veces publicado y cobrar el cheque, etc. Todos estos ejemplos han sucedido en capitales culturales anteriores (y en otras circunstancias). Y, de esos gigantes, la historia nos da sobrados ejemplos.
Sigue.