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miércoles, 30 de septiembre de 2020

Paisajes

 


Asomarse a un paisaje es fijar un recuerdo. Ya nada volverá a ser lo mismo: ni las nubes, ni los ríos, ni los edificios, ni tus recuerdos. Ni tú.
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La fotografía está tomada en la dársena de Medina de Rioseco del Canal de Castilla, una gran obra de ingeniería comenzada en 1753, pero no terminada hasta 1849, aunque solo parcialmente porque algunos brazos no llegaron a comenzarse nunca. Unos pocos años después, el ferrocarril hizo que la finalidad original del canal, transportar los cereales de las tierras de Castilla en barcazas, no tuviera sentido. El canal hubo de reconvertirse para el riego. En la historia de España hay varios proyectos así, arbitrados con ilusión y mirada progresista hacia el futuro por unos cuantos visionarios, realizados con problemas y lentitud a causa de la corrupción y la falta de confianza de los gobernantes y abandonados sin concluir del todo porque el tiempo ha buscado otros cauces. En todos los ámbitos sociales.
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Yo entré en esa fábrica de harinas de la fotografía cuando la regentaba su último propietario. Las máquinas, algunas de finales del siglo XIX, funcionaban a la perfección. Años después, se ha convertido en un Museo. Si me dejo ir por un momento, creo escuchar el ruido de la molienda y el eficaz trabajo de las tolvas.
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Recuerdo paisajes que no existieron, pero también algunos que no existieron nunca. Los que me dan más temor son algunos de los paisajes que no existieron, pero que recuerdo como serán.

jueves, 23 de abril de 2020

El día del libro y el morado comunero


Hoy las redes sociales se han llenado de la generosidad de todos para celebrar el día del libro en unas circunstancias tan especiales como las que vivimos. Yo mismo he colaborado en varias iniciativas. Con el Instituto Castellano y Leonés de la Lengua he participado en un homenaje a Miguel Delibes con motivo del centenario de su nacimiento, presentando su figura y analizando uno de los textos más radicalmente actuales de este autor, su discurso de ingreso en la Real Academia en 1975, junto a mis colegas Carmen Morán y Natalia Álvarez (puede consultarse aquí), y un diálogo vivo e interesante con los ganadores del Premio de la Crítica de Castilla y León de este año, José Luis Alonso de Santos y Pablo Andrés Escapa (aquí); a Miguel Delibes también se le ha homenajeado desde el Ayuntamiento de Medina de Rioseco, con la lectura de fragmentos de sus obras y yo he seleccionado la parte del mencionado discurso que me ha parecido más emotiva y personal (aquí); a petición del escritor y promotor cultural José Ignacio García, he mandado un fuerte abrazo y un libro a la buena gente de Portillo, en una iniciativa del Ayuntamiento de esta localidad (aquí); he apoyado la campaña de la Asociación de libreros de Burgos recomendando la lectura del poemario Material de contrabando de José Gutiérrez Román, estupendamente editado por Difácil (aquí); también he compartido la lectura del famosísimo fragmento 7 de Rayuela de Julio Cortázar con la emisora municipal de Ayamonte, gracias a mi querido amigo José Luis Rúa y los Poetas del Guadiana. Además, he compartido públicamente algunos vídeos dedicados a mis alumnos en los que explico la narrativa cervantina (pueden verse en mi canal de Youtube, aquí). Ha de recordarse que este día del libro se celebra el día 23 de abril porque se creía que en esta fecha falleció Miguel de Cervantes, cosa que la investigación ha desestimado. Cervantes murió el 22 y fue enterrado tal día como hoy. En todo caso, ha sido un día del libro intenso, como nunca lo había vivido. Posible gracias a la tecnología actual, que nos acerca a todos los lugares y nos permite conversar con tanta gente querida.

Ahora solo es necesario un nuevo paso: no abandonar el impulso, apoyar la cultura en los duros tiempos que se avecinan de crisis económica gravísima en el sector y comprar en las librerías de toda la vida.

En Castilla y León hoy ha sido fiesta. Se rememora la derrota en la batalla de Villalar de 1521, en la que las tropas comuneras fueron vencidas por las del emperador Carlos V y ejecutados inmediatamente Juan de Padilla, Juan Bravo y Francisco Maldonado. Cada vez está más clara la importancia de la Guerra de Comunidades y lo que supuso para la historia moderna no solo española sino europea. Como en todas las cosas de la vida, su significado es más complicado de lo que parece y por eso ha podido analizarse como la última revuelta medieval o la primera revolución moderna, pero la trascendencia de lo que ocurrió es innegable. Lo cierto es que a partir del siglo XIX se recuperó como un símbolo de la libertad frente al absolutismo por los sectores progresistas del liberalismo y algunas sociedades secretas. De aquella época parece venir la sustitución del rojo carmesí de las banderas por el morado con el que identificamos hoy el movimiento. La recuperación de los comuneros en los años setenta tuvo un claro significado antifranquista, de lucha frente a la dictadura de Franco y su intención de continuismo, y fue la seña de identidad castellana para proclamar la libertad y la igualdad. De allí me viene mi sentimiento comunero. Un sentimiento que no es nacionalista, sino todo lo contrario, porque hace mucho que aprendí a amar el terruño propio para admirar todos los ajenos sin jerarquizarlos ni excluirlos. No debe haber un nosotros frente a un ellos. El extraordinario poema del berciano Luis López Álvarez que relataba los hechos alcanzó pronto la condición de cantar de gesta musicado por el Nuevo Mester de Juglaría y para muchos es parte de la memoria personal y colectiva. Es mi caso. 

Así que me he imaginado en la campa de Villalar, añorando el horizonte abierto de mi tierra. Y en casa lo hemos celebrado con una tortilla de patata y vino.

Cuando ha anochecido, hacia la Peña de Francia, el día se ha puesto tan hermoso que solo por eso ya ha merecido la pena.

domingo, 2 de diciembre de 2012

Rúa Mayor


En los soportales, los escaparates de los comercios lucían como en una estampa de hace medio siglo. Ayer hacía frío en Medina de Rioseco, pero toda la Rúa Mayor olía al anís de las rosquillas de Cubero y en el secreto de tu bolso guardabas almendras garrapiñadas en su justa medida de azúcar. Habías soñado ya esta calle de mi mano y por los sueños transitamos. Hubiera querido comprar castañas asadas para que llevaras el cucurucho de papel de periódico en tus manos para calentarlas y ayudarte a pelarlas y dártelas a probar para que no tuvieras que quitarte los guantes de lana y jugar con el gesto de tus labios queriendo alcanzar la promesa del fruto para obtener, a cambio, un beso furtivo. Te brillaban los ojos. Quizá todas las tardes de paseo bajo el frío de este ya casi invierno se resuman en esa tarde en la que hacía frío en Medina de Rioseco pero no nos importaba.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Los difuntos.


A la familia Fernández Magdaleno, con mi abrazo.


En realidad, la festividad católica que conmemora nuestros muertos no es la de Todos los Santos sino la de los Fieles Difuntos, que se celebra hoy día 2, pero eso es lo de menos. La pérdida de uno de nuestros seres queridos nos deja perplejos ante la ausencia, cuando no una enorme herida. Pocas culturas, pocas épocas, han podido mirar esto con alegría. Ni siquiera el catolicismo, que siempre vio la vida como un tránsito hacia Dios, ha conseguido evitar el duelo por la muerte y la pregunta por la ausencia.

Levantamos, desde la prehistoria, túmulos para recordar a nuestros muertos. La leyenda de Don Juan, explicación antropológica de muchos de nuestros miedos y de nuestras ansias, ha dado obras para representar hoy que se centran, en gran medida, en las tumbas. A pesar de todos sus defectos el Don Juan Tenorio de Zorrilla, es un virtuoso ejemplo de engranaje teatral que siempre funciona. En la obra, Don Juan vuelve a Sevilla tras una larga ausencia. Sus muertos le esperan en lo que fue Palacio familiar y ahora es cementerio y jardín. Pocos reparan en el diálogo de este don Juan ya maduro y reflexivo con el escultor que ha labrado las figuras de los muertos del antiguo galán, con el que arranca la segunda parte del drama y la posterior meditación del burlador. La acción transcurre, señala Zorrilla, en una noche tranquila de verano y con la luz de una inmensa luna. El escultor, que desconoce la identidad de don Juan, le cuenta su propia historia llamándole "aborto del abismo". Todavía le queda mucho de su antigua altanería y, como el cementerio se ha construido con su herencia, dice aquello de:

No os podréis quejar de mí,
vosotros a quien maté;
si buena vida os quité
buena sepultura os di.

Pero ya no es el mismo, la huella del amor de Inés es profunda y en el silencio y la soledad del lugar siente esa trasformación interna y llora ante la tumba de la joven:

En ti nada más pensó
desde que se fue de ti;
y desde que huyó de aquí,
sólo en volver meditó.
Don Juan tan sólo esperó
de doña Inés su ventura,
y hoy que en pos de su hermosura
vuelve el infeliz don Juan,
mira cuál será su afán
al dar con tu sepultura.


¿Es tarde para don Juan? Luego sabremos que Zorrilla quiere que no, que tiene un punto de contrición y una oportunidad recién muerto para salvarse tras hablar con Inés y don Gonzalo.
Pero nosotros, que no somos don Juan, ¿tenemos una oportunidad última para hablar con nuestros muertos? Estas tumbas que hoy visitamos, ¿son pequeños receptáculos de las frases que nunca dijimos y que ahora venimos a exclamar para tranquilidad de nuestra conciencia?
Qué poco somos y cómo necesitamos consuelo.

domingo, 21 de octubre de 2007

Meditatio mortis

Bajada del cementerio municipal de Medina de Rioseco.

No solemos pensar en la muerte más que cuando nos roza suave o nos golpea inmisericorde, cuando nos acaricia el rostro o nos hurga en las entrañas con la dureza de un puño armado. Tengo algunos ritos que me relacionan con la muerte, ritos que nacen de mi propia perplejidad ante el hecho de estar vivo. Uno de ellos, el que puedo contar hoy, es acercarme a visitar la tumba de Ventura García Escobar siempre que voy, con tiempo, a Medina de Rioseco. Mi relación con este escritor riosecano del siglo XIX no es familiar. Realicé mi primer trabajo de investigación serio sobre él. He cumplido siempre esta visita. En la última, el panteón familiar olía a velón y flores que alguien había colocado en recuerdo de un descendiente suyo muerto hace poco.
En esta reciente visita, bajando la cuesta del cementerio de Rioseco, hacia el Sequillo, pensaba en lo poco que nos ocupa la muerte hoy en nuestro primer mundo a diferencia de lo que sucedía en tiempos de nuestros padres. Hace tan poco que parece sorprendente el cambio, España era un país enlutado: se vestía luto o alivio de luto (¿los jóvenes de menos de 20 años conocen el significado de esta expresión?), las novias se casaban de negro en demasiadas ocasiones por la muerte de un familiar, los hombres llevaban bandas negras en las americanas. Mucho de aquello era sólo por mera costumbre o evitarse comentarios, pero la muerte estaba presente de forma cotidiana en las reuniones de las familias y los muertos parecían tener siempre un plato en las mesas.
Hemos expulsado de nuestro entorno la muerte y pensamos poco en la única certeza del ser humano, como si nunca fuera a suceder. La muerte de uno, en sí mismo, no es buena ni es mala, sucede. De la muerte de los próximos hemos creado la religión consoladora y la fiesta superadora. De la muerte de los enemigos el canibalismo o la saña del vencedor. Algunos son capaces de la piedad y el perdón, otros guardarán siempre el rencor por el desaparecido. De la muerte del ser amado surge la locura o la negación. A veces, la aceptamos y somos sombras.
En el cementerio de Rioseco había cumplido mi visita y recitado un breve poema de don Buenaventura. Con respecto a mi última visita, alguien había mandado limpiar la piedra del panteón y adecentado su interior, quizá intuyendo su propia muerte.
Por la pequeña cuesta del cementerio, con las torres de las iglesias de Rioseco al fondo, iba pensando yo en la muerte y en lo extraña e incoherente que se me hacía la vida en aquel mediodía soleado de octubre. Ensimismado, solo y perplejo.

domingo, 14 de octubre de 2007

En Rioseco, con la familia Fernández Magdaleno.



Hoy he vuelto a Medina de Rioseco. Mi vinculación con esta villa tiene más de veinte años. Motivos personales me hicieron visitarla como turista asombrado cuando aun no se había puesto en marcha ningún plan de recuperación de los muchos monumentos de interés con los que cuenta. También el que, en aquella época, fuera lugar de fiesta de los jóvenes de los pueblos cercanos (y uno tenía veinte años menos). Después vino Ventura García Escobar, el autor romántico sobre el que escribí mi Memoria de Licenciatura y sobre una de cuyas obras colaboré recientemente en la composición de un Oratorio Profano que, con música del maestro Blas Emilio Atehortúa, se estrenó en la Plaza Mayor de Valladolid el 20 de mayo de 2006. Es como si Don Ventura, nacido y muerto en Rioseco, me llamara para preparar mi vuelta.


Cuando la vida te lleva por otros caminos, siempre hay asignaturas pendientes. Y Medina de Rioseco era una. La llamada emotiva explotó con mis contactos con una familia muy interesante: Diego, Pablo (que resultó haber participado en algún Curso Superior de Filología que yo organicé junto a Irene Vallejo) y Álvaro Fernández Magdaleno.


Diego es un gran pianista, cuyos conciertos se han contado por éxitos en toda España. También es un notable escritor y en breve daré cuenta aquí de dos magníficos libros suyos. Pablo es profesor en Andalucía. Álvaro va camino de un gran músico y es un joven inquieto e inteligente, como demuestra su blog. La conversación ha ido de García Escobar a viejos amigos comunes, de gestión de la política cultural a la música, los blogs y los medios de comunicación. Un tiempo magnífico.
Y gracias a ellos he vuelto a pasear por estas calles, visitar los viejos lugares del recuerdo y conocer las cosas nuevas de esta tierra de vacceos, pero esto es cosa de mi celtíbero predilecto.