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domingo, 12 de febrero de 2012

Horas de tutoría. Historia de 2 de Eduardo Galán.


Un profesor de instituto, a punto de pedir la prejubilación porque la enseñanza ya no le motiva, recibe en su hora de tutoría a la madre de uno de sus alumnos, expulsado temporalmente del centro por indisciplina. Este es el motor de arranque de Historia de 2, la comedia de Eduardo Galán, dirigida por Gabriel Olivares y Jesús Bonilla y  estrenada el pasado 21 de enero en el teatro Circo de Albacete, que pude ver en el teatro Zorrilla de Valladolid ayer sábado. No pueden ser dos personajes más diferentes: un hombre mayor, que se siente fracasado en la vida y en su profesión, con la sensación de que el mundo ha girado tanto en los cuarenta años que lleva dedicado a la docencia y de que ya no puede adaptarse a las novedades tecnológicas, los continuos cambios de planes de estudios y a los comportamientos de los adolescentes a los que tiene que educar y una mujer joven, sin educación, cajera de supermercado, agobiada por la realidad del día a día y que tiene que luchar sola por sacar adelante a su conflictivo hijo. A partir de ahí, la obra se estructura en secuencias que corresponden con cada uno de los viernes (uno al mes, de diciembre a julio) en los que la madre acude a entrevistarse con el tutor de su hijo para comprobar su evolución escolar. Entre ambos surge pronto una corriente afectiva que, negada y aceptada, supone un aliciente en sus vidas: ambos esperan con ganas esa hora de tutoría. En ella comienzan a crecer las ganas por aprender, vestirse y comportarse mejor. En él se despiertan las ilusiones perdidas tanto por su profesión como en lo sentimental. Hay una evidente resonancia del mito de Pigmalión -inevitable, pero que no llega a molestar por evidente-. Al hilo, en la comedia se tratan temas muy de actualidad: la situación de la educación pública española, el maltrato, la soledad, la crisis económica y de valores, etc.

La obra gana en interés según se desarrolla la hora y media que dura. El monólogo inicial no está bien resuelto y cabría perfeccionarlo, en especial en su ejecución, para que resulte más natural. Incluso podría prescindirse de él porque anticipa demasiado el final y no aporta nada que no contenga la primera secuencia. El diálogo del resto de las secuencias está bien resuelto, evolucionando adecuadamente junto a los cambios que se introducen verosímilmente en los personajes.

Jesús Bonilla, que encarna al profesor de instituto, está correcto en su interpretación, aunque debería cuidar algunos gestos demasiado evidentes. Ana Ruiz, en el papel de la madre del joven adolescente, realiza una interpretación excelente y marca con sutileza la evolución del personaje que siente, a partir de la relación en las horas de tutoría, ganas de mejorar tanto en su educación como en su personalidad. En la confrontación de ambos, gana siempre la actriz precisamente porque sabe marcar mejor que Bonilla estos matices que hacen evolucionar a su personaje.

El decorado es adecuado y funcional: figura un aula que podría pertenecer a cualquier centro de secundaria español y se aprovechan las ventanas para representar lo que ocurre fuera del aula en los tiempos intermedios entre las tutorías.

Galán propone un final optimista al conflicto. Por mucho que las circunstancias (personales, sociales) sean malas, siempre queda la esperanza si uno recupera la ilusión y lucha por aquello que quiere sin arrojar la toalla. Tutor y madre, trabajando para salvar al adolescente terminan salvándose a sí mismos de la desesperanza y, quizá, contribuyen a mejorar una sociedad que ofrece un panorama tan duro como el actual. Quizá el final pueda sonar a cuento de hadas, pero, en estos momentos, se agradece de vez en cuando pensar que puede ser posible la mejora. De hecho, al público le gustó y pudo salir con una sonrisa del teatro a la fría noche vallisoletana.