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lunes, 31 de enero de 2011

El payaso y la trapecista. Balada triste de trompeta de Alex de la Iglesia


Vaya una cosa por delante: Balada triste de trompeta, de Alex de la Iglesia es una película irregular, fragmentaria, que une mal la trama principal del payaso triste enamorado de la trapecista con el fondo histórico de España desde la Guerra civil hasta la etapa final del franquismo para el que podría haber servido como metáfora (cosa que se intuye), que profundiza en algunos personajes pero deja otros como guiñoles maniqueos, que soluciona con trazo grueso muchas de las transiciones.

Pero es una película que a mí me atrapó desde su inicio por su estética del feísmo; los trazos grotescos y nada refinados; por el tratamiento de fábula de la historia de España y  la de sus personajes que se convierte en una salvaje tragicomedia; por la forma de expresar la violencia; por la historia de tantos fracasos como se cuentan -no hay nadie que triunfe ni individual ni colectivamente-; por todas las esperanzas rotas a las que, sin embargo, no debemos renunciar; por el retrato de la supervivencia bajo una situación de asfixia; por algunos de los mejores golpes de guion que he visto en el cine español últimamente (como cuando el payaso protagonista les pregunta a los etarras que huyen tras el atentado a Carrero Blanco de qué circo son) y por algunos planos que despiertan todas las emociones sin necesidad de palabras (en el cine, el payaso asiste a la proyección de la película Sin un adiós en un momento en el que Raphael  canta la canción del título); por los homenajes implícitos al cine en un amplio espectro que va desde la comedia española más casposa hasta Hitchcock; por la tristeza del protagonista (qué descubrimiento el de Carlos Areces) y su intensa vivencia biográfica de la violencia y la venganza y el amor; por el arriesgado tratamiento del personaje de la trapecista (cuántos registros de sensualidad consigue trasmitir la cámara a pesar del poco oficio de Carolina Bang); por el recorrido que se hace de la historia del franquismo desde la Guerra civil a través de la música y las imágenes (estos fragmentos, diseminados a lo largo de la película, si se juntaran darían uno de los mejores cortometrajes de la historia del cine español), etc.

Es curioso cómo uno se puede sentir hipnotizado por una película a la que ve los defectos y los trucos. Quizá porque Alex de la Iglesia no miente ni en la propuesta, ni en la dirección ni en el montaje final: deja todo a la vista. Es una película hecha con las tripas más que con el cerebro. Hoy pueden hacer cine académico muchos, pero un cine como el de Balada triste de tompeta sólo es posible para unos pocos sin incurrir en la bufonada de poca calidad. Por eso mismo, por huir del academicismo pero por contener dentro mucho cine y mucha verdad biográfica e ideológica, atrae esta película o repele, pero no deja indiferente a nadie. Alex de la Iglesia siempre ha hecho un cine muy personal, que hunde sus raíces en todo tipo de referencias sin renunciar nunca al cine español más despreciado por la crítica.

Todos los personajes son destruidos: por sus propias pasiones, por el pecado de origen que se encuentra en la España que les toca vivir (cuánto sarcasmo brutal en las escenas ambientadas en la cruz del Valle de los Caídos, que cierran el círculo de la infancia del protagonista). Apenas encuentran retazos de felicidad. Ninguna apuesta colectiva sale adelante. Hay mucho amor en la película, pero nunca tendrá final feliz: no puede tenerlo, no hay esperanza. La historia de España contiene muchos payasos tristes.