Desde el inicio de lo que ahora llamamos fotografía, en el siglo XIX, uno de sus valores máximos ha sido fijar lo que se vive y, por este motivo, su fusión con la antropología fue rápida. Es llamativo cómo los fotógrafos primitivos ya tenían interés por reflejar la vida más próxima y cómo se utilizaron estas imágenes en publicaciones periódicas y libros que divulgaban las curiosidades del mundo, pero también contribuían a su comprensión y estudio. En el siglo XX, el progresivo abaratamiento de las cámaras y los revelados extendió el reflejo de lo cotidiano y pronto aparecieron fotógrafos que buscaban imágenes más allá del posado tradicional. La aparición de la técnica digital ha hecho crecer exponencialmente este uso. Sin embargo, las imágenes anteriores a la divulgación masiva de la fotografía siguen despertando en nosotros un interés, mezcla de curiosidad y de necesidad de comprender el pasado que quedó allí fijado para siempre. Agrupar temáticamente y explicar estas imágenes es una necesaria labor de quien estudia el pasado. Sin estas fotografías, gran parte de la comprensión del mundo desde el siglo XIX se mostraría insuficiente.
Joaquín Díaz es uno de los grandes nombres europeos relacionados con el estudio del folclore y la cultura tradicional. Reconocido internacionalmente por su labor como músico folclorista, en su amplia discografía se encuentran algunos de los más importantes trabajos españoles de todos los tiempos en este campo. Desde la Fundación que lleva su nombre, asentada en la localidad vallisoletana de Urueña, promueve el estudio y la conservación del patrimonio cultural en este sentido. Su actividad es constante en la exhibición, divulgación y puesta en valor del material relacionado con su campo de estudio. El legado que dejará será una de las huellas más duraderas de nuestro tiempo.
Miradas del pasado. Fotografías antiguas de personajes y lugares vallisoletanos es un libro magníficamente editado por el Ayuntamiento de Valladolid, que inexplicablemente no tenía al autor hasta ahora en su catálogo de publicaciones y ha sabido corregir el vacío. En él se publican fotografías antiguas de Valladolid reunidas en torno a los fotógrafos que las tomaron, los escenarios de la ciudad que retratan y su gente. Se acompañan de textos breves de Joaquín Díaz que explican con gran profundidad, pero de forma clara, lo que en ellas se ve. Estas imágenes tienen interés porque nos dejan ver la ciudad antigua, pero también las personas que la vivían y su comportamiento ante la novedad técnica que suponía la fotografía que las retrataba. Por sus características, hay que valorar muy positivamente el trabajo de Ana Moyano en el diseño y la maquetación y el retoque fotográfico de Víctor Hugo Martín Caballero para que el formato y la presentación resulten atractivos.
Lo que en su día tenía intención de recuerdo de alguien que se quería conservar o de un espacio que se quería divulgar, se trasforma ahora en una memoria colectiva, como dice el autor: Hablamos siempre, por tanto, de un escudo antropológico contra el olvido, de un aceite esencial contra la herrumbre del tiempo. El estudioso nos va indicando esas diferentes posiciones ante el fotógrafo, desde el que es consciente de que está siendo fotografíado y posa a la manera de la época (sería interesante un estudio sobre la evolución del posado desde el inicio de la fotografía o aquellas imágenes que se usaban en el siglo XIX como tarjeta de visita, hasta la pronta utilización propagandística o el postureo actual, cuando ya ni necesitamos que sea otro el que nos tome la fotografía). Quizá quien posa lo hace para alguien en concreto, el destinatario de la imagen (el álbum familiar, un amor que está lejos con la esperanza de que nos porte siempre en el bolso o en la cartera), otros, los más conscientes de su personalidad e importancia, para la inmortalidad, como aquellos escritores o políticos que posaban como tales. De muchos, ahora, no sabemos sus nombres, pero queda su posado, que nos ilustra una época y una forma de estar ante el fotógrafo que, en el fondo, es una forma de querer ser en el mundo. Pero el estudioso también nos indica el interés de algunos que no posan, de niños curiosos observando a quien retrata una escena, de aquellos que están ante el objetivo sin saberlo. Cómo nos ayuda todo esto a comprender no solo la imagen sino las actitudes individuales y colectivas.
El volumen se organiza por secciones, comenzando por la que se dedica a los primeros fotógrafos de la ciudad, agrupados aquí ya para siempre junto a una selección de sus trabajos y un texto explicativo. Sigue la que aborda Las formas de mirar, que nos ilustra sobre ese estar ante el hecho de la fotografía y que se trasforma en un interesante juego de tres miradas: la del fotógrafo que toma la imagen, la de aquellos personajes capturados en ella y la de nosotros, que los miramos y nos interrogamos sobre todos ellos. Estas imágenes se reúnen por espacios significativos de la ciudad de Valladolid (la plaza de toros, las calles, la antigua Puerta del Campo, Fuente Dorada). En Lo material y lo inmaterial se agrupan imágenes que nos invitan a reflexionar sobre la mentalidad colectiva y las creencias ante la muerte, ferias y fiestas, el patrimonio y la educación y la relación de la modernidad con los edificios relacionados con el hierro como elemento constructivo, pero también definitorio de una época. Las miradas personales y los avances industriales nos hace entrar en cómo la sociedad fue cambiando con el progreso técnico y esa evolución afectó a las cosas, pero también las personas y los colectivos que posaban orgullosos para dejar constancia de su presencia como grupo. De gran interés es la sección final del libro, dedicada a Los lugares y la memoria, que parte de una profunda y oportuna reflexión sobre lo que significa la ciudad como memoria individual y colectiva: Las ciudades crecen y se modifican, por tanto, en virtud de las necesidades de sus habitantes o de las ideas de quienes trabajan para ellos (...). Pero una ciudad puede ser algo más. Puede estar constituida también por el conjunto de imágenes que albergan las memorias de su moradores. Se agrupan por lugares imprescindibles: la Plaza Mayor, los templos, el centro de la ciudad y los nuevos edificios de la burguesía de finales del siglo XIX, el río Pisuerga...
Miradas del pasado es un libro que puede abordarse por mera curiosidad, pero a poco que el lector se moleste en comprender, queda tocado por una reflexión continua sobre las relaciones del espacio con las personas que lo habitan y lo trasforman, gracias a la mirada de los fotógrafos que nos han dejado fijados para siempre momentos que de otras maneras no conoceríamos.
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Siempre es un motivo de alegría asistir a la presentación de cualquiera de los trabajos de Joaquín Díaz, pero, en la mañana del pasado viernes, la alegría se aumentaba porque era el primer acto que tenía lugar en la Casa de Zorrilla de Valladolid después del estado de alarma causado por el COVID-19. El jardín romántico de la Casa se ha acondicionado con todas las medidas de higiene, distancia y seguridad indicadas por las autoridades y su protocolo garantiza la confianza del público que asistió a la presentación, conducida entrañablemente por la directora del Servicio de publicaciones municipal, Paz Altés, y en la que el autor leyó un texto breve de gran calidad sobre el valor antropológico de las imágenes fotográficas y su evolución a lo largo del tiempo. El jardín romántico de la Casa de Zorrilla, uno de los lugares vallisoletanos más agradables para celebrar actos públicos en verano, cuenta con una programación bien atractiva, aunque con las limitaciones de aforo lógicas.
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Paz Altés y Joaquín Díaz en la presentación del libro el pasado 26 de junio, en el jardín de la Casa Zorrilla de Valladolid |