No sé por qué hoy me ha rondado la cabeza el recuerdo de
José Agustín Goytisolo. Fue la imagen del
rostro que conjura, la que se me vino, poema que cierra toda su obra con tanta fuerza que le da sentido, poema de despedida
y de amor y de final:
Cuando llegue la hora de partir
que a su lado esté ella: que le mire
y que apriete su mano. No le asusta
regresar a la nada. Mas quisiera
llevar al otro lado su figura.
La eternidad no existe. Cuando supe
amar a esta mujer y cuando mira
a quien le mira sabe que el infierno
estuvo aquí; también su paraíso.
Al fin y al cabo nadie le invitó
a entrar en este mundo que sabía
no iba a durar por siempre para él.
Pero ha tenido el rostro que conjura
ver al final. El viaje no le importa.
Este juego de primera y tercera persona del poema, de ir y venir de lo general a lo particular, agarra al lector como agarra la aceptación del final aunque se tenga plena conciencia de que lo es porque más allá no hay nada. Esa mano que aprieta la mano del que marcha y ese rostro que se lleva grabado hacia el final. Nadie nos invita a venir a este infierno y paraíso, como dice el poeta, que, además se termina cuando apenas comenzamos a comprenderlo.
De allí salté a la visión esperanzadora de un hombre que en su autobiografía se definió siempre como triste, esperanza que con tanta fuerza expresó en uno de los mejores poemas del siglo XX español,
Palabras para Julia, escrito
para su hija -llamada así en recuerdo de su madre, muerta en los bombardeos de la guerra civil española-. Con la vida nos hallamos sin poder hacer nada, como marea que nos empuja. Cuando tenemos conciencia de que estamos vivos ya el tiempo se nos acelera:
Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.
El padre no puede más que legarle la poca sabiduría adquirida en el camino, apenas un puñado de palabras. Pero qué ciertas:
Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.
La vida es bella tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor tendrás amigos.
Con qué emoción, con el camino a medio andar, ve el poeta iniciar el suyo a Julia.Cómo se enredan los caminos de la vida. En eso pensaba cuando pensaba en José Agustín Goytisolo. Cómo se nos enredan las tristezas y las esperanzas y qué poco y qué mucho es legar un puñado de palabras a nuestros hijos. Cuánto se pierden los que no piensan en la tristeza de la vida. Cuánto se pierden los que no piensan en la belleza de la vida. Hermanadas: solo la tristeza nos hace conscientes; solo la belleza nos hace felices. Tú, hija mía, no digas nunca no puedo más y aquí me quedo. La vida es bella. Y triste. Y bella.