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lunes, 30 de abril de 2012

No: no puedes irte.

En Marcial entre el amor y la miseria, el poeta sabe que la labor aun no ha terminado, que hay algo que se le impone y le impide la marcha:

No: no puedes irte. Debes terminar
los escritos que tienes empezados
y has de quedarte aún.
(..) Pero aún
hay veneno y jazmín en tu tinta: y ni la muerte
les va a librar de tu arte despiadado y purísimo.

Condición del poeta ante el anfiteatro. Dónde han quedado los intelectuales en España. Qué se ha hecho de los que tanto han escrito en el último cuarto de siglo que apenas se les oye.

domingo, 29 de abril de 2012

tomados de uno en uno

Pero la verdadera lección de Palabras para Julia viene tras constatar que la vida nos la hallamos sin sentido si dejamos que nos la expliquen otros:

Yo sé muy bien que te dirán
que la vida no tiene objeto
que es un asunto desgraciado.

Aquí es donde José Agustín Goytisolo introduce la clave generacional, puesto que el sentido de la vida es aquel que estemos dispuestos a darle con la conciencia que nos caracteriza como seres humanos. Una vida con sentido explica la de todos:

Un hombre solo una mujer
así tomados de uno en uno
son como polvo no son nada.

(...)

Tu destino está en los demás
tu futuro en tu propia vida
tu dignidad es la de todos.

Llegó un momento en que este tipo de literatura cayó en desuso como las armas superadas por otras más modernas. Es natural. Siempre pasa y es bueno que así sea: el arte se ajusta a cada tiempo histórico. pero el tiempo ha vuelto a cambiar y el arte debe repensarse. Desde hace décadas hemos perdido la conciencia social en occidente: éramos ricos y parecíamos progresar de forma continua y nada podía pararnos. Todo nos llevaba hacia nosotros mismos en un carrusel de consumo que nos creaba la ilusión de una juventud permanente, trampantojo tras el que se ocultaba la verdadera cara del sistema que habíamos aceptado. Suele suceder que las épocas de abundancia son las de mayor epicureísmo: no queríamos el dolor, ni el sufrimiento, ni los problemas. Y la mala conciencia la lavábamos con donaciones siempre que nos desgravaran en los impuestos. Pensábamos que jamás retrocederíamos y que el mundo nos sonreía con sincera amabilidad y que los banqueros eran nuestros amigos. Cerrábamos los ojos ante la corrupción de nuestros políticos porque había suficiente en nuestro plato. Curiosamente, toda la ideología que se nos ofrecía en los estantes más vistosos de los supermecados tendía a disgregarnos. Incluso cuando comenzó la crisis nunca parecía que pudiera llegar hasta nosotros. Pero ha llegado. Y ahora miramos en la despensa de nuestra casa y no hay más productos que los que compramos en aquellos días de abundancia. Todavía hoy, cuando abrimos las cajas en las que vienen empaquetados, leemos las instrucciones que nos informan de cómo consumirlos en solitario para obtener los beneficios en nuestra libreta del banco y podernos distinguir del resto porque, se nos dice, el esfuerzo siempre es recompensado a cada uno en su justa medida. Como si fuera cierto. Se ha creado una nueva religión según la cual cada uno tendrá el paraíso en la vida si cumple las normas impuestas, pero ¡ay! de aquel que no cumpla, que vivirá el infierno en vida. Como si hubiera un paraíso terrenal así, bajo esas reglas que ahora campean invictas, con el suficiente espacio para todos y sin querubines que guarden los accesos.

A diferencia de lo que sucede en la religión, en la historia de la humanidad no hay posible salvación individual: tenemos hijos, tenemos amigos, tenemos amores. Somos sociedad y un individuo solo existe si hay otro individuo. Solo aquellos que se amputen de la vida las emociones podrán vivir en sí mismos. Es una opción. Pero qué vida más triste, qué vida más indigna. Otra cosa es aquel que se aparta para llevar en sí todas las tristezas del mundo para penarlas. Igual que hay eremitas en todas las religiones, los hay en la conciencia social y son necesarios para ayudarnos a pensar el mundo de otra manera.

El momento es tan extremo que ni siquiera huyendo con todos los tuyos podrás encontrar un lugar en el que no te atrapen, como podía suceder en otros tiempos. No puedes estar ya ciego porque aquello que antes sucedía en países lejanos ocurre ahora en tu barrio. Ya no hay lugares a los que no lleguen las manos que puedan helarte el corazón. Si aun lo tienes.

sábado, 28 de abril de 2012

nunca digas no puedo más y aquí me quedo

No sé por qué hoy me ha rondado la cabeza el recuerdo de José Agustín Goytisolo. Fue la imagen del rostro que conjura, la que se me vino, poema que cierra toda su obra con tanta fuerza que le da sentido, poema de despedida y de amor y de final:

Cuando llegue la hora de partir
que a su lado esté ella: que le mire
y que apriete su mano. No le asusta
regresar a la nada. Mas quisiera
llevar al otro lado su figura.
La eternidad no existe. Cuando supe
amar a esta mujer y cuando mira
a quien le mira sabe que el infierno
estuvo aquí; también su paraíso.
Al fin y al cabo nadie le invitó
a entrar en este mundo que sabía
no iba a durar por siempre para él.
Pero ha tenido el rostro que conjura
ver al final. El viaje no le importa.

Este juego de primera y tercera persona del poema, de ir y venir de lo general a lo particular, agarra al lector como agarra la aceptación del final aunque se tenga plena conciencia de que lo es porque más allá no hay nada. Esa mano que aprieta la mano del que marcha y ese rostro que se lleva grabado hacia el final. Nadie nos invita a venir a este infierno y paraíso, como dice el poeta, que, además se termina cuando apenas comenzamos a comprenderlo.

De allí salté a la visión esperanzadora de un hombre que en su autobiografía se definió siempre como triste, esperanza que con tanta fuerza expresó en uno de los mejores poemas del siglo XX español, Palabras para Julia, escrito para su hija -llamada así en recuerdo de su madre, muerta en los bombardeos de la guerra civil española-. Con la vida nos hallamos sin poder hacer nada, como marea que nos empuja. Cuando tenemos conciencia de que estamos vivos ya el tiempo se nos acelera:

Tú no puedes volver atrás
porque la vida ya te empuja
como un aullido interminable.

El padre no puede más que legarle la poca sabiduría adquirida en el camino, apenas un puñado de palabras. Pero qué ciertas:

Nunca te entregues ni te apartes
junto al camino nunca digas
no puedo más y aquí me quedo.

La vida es bella tú verás
como a pesar de los pesares
tendrás amor tendrás amigos.

Con qué emoción, con el camino a medio andar, ve el poeta iniciar el suyo a Julia.Cómo se enredan los caminos de la vida. En eso pensaba cuando pensaba en José Agustín Goytisolo. Cómo se nos enredan las tristezas y las esperanzas y qué poco y qué mucho es legar un puñado de palabras a nuestros hijos. Cuánto se pierden los que no piensan en la tristeza de la vida. Cuánto se pierden los que no piensan en la belleza de la vida. Hermanadas: solo la tristeza nos hace conscientes; solo la belleza nos hace felices. Tú, hija mía, no digas nunca no puedo más y aquí me quedo. La vida es bella. Y triste. Y bella.