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lunes, 6 de julio de 2020

Javier Porto. Los años vividos


Recala en Valladolid la exposición Javier Porto, Los años vividos (Sala municipal de exposiciones de las Francesas hasta el próximo 23 de agosto). Comisariada por el también artista visual, editor y muchas otras cosas, Pablo Sycet, ha tenido una larga circulación desde que se montara por vez primera en el año 2013. Consta de un centenar de fotografías de Javier Porto ordenadas en dos secciones. En la primera, La noche se mueve, se recogen imágenes de la llamada movida madrileña de los primeros años ochenta del pasado siglo.  Cada vez estamos más cerca de comprender lo que supuso aquella época de la cultura española y su evolución e influencia posterior y muestras como esta nos ayudan a hacer balance de sus luces y sombras.

Javier González Porto (Madrid, 1960) no es tan conocido por el gran público como otras figuras de aquellos tiempos que han quedado en el imaginario popular. Como sucede en todos los movimientos culturales, con el paso del tiempo parece que se redujera a un puñado de nombres y manifestaciones en diferentes campos artísticos, a los que se suele juzgar por su mejor o peor trayectoria posterior. Dadas las características de la movida de los años ochenta y su fundamentación en las corrientes nacidas del pop art, esto nos lleva a un gran desajuste con la realidad. Si bien es cierto que del nutrido grupo de personas que la protagonizaron, han quedado los de mayor calidad o los que supieron aprovechar la popularidad obtenida para convertirse en una presencia habitual en los medios de comunicación -incluso sistemática-, estos no hubieran sido posibles sin un substrato amplio de creatividad, de ruptura y de arriesgada apuesta personal de muchos, de afán de continuo movimiento y novedad, que es el verdadero sentido que tuvo todo aquello. Algunos, por las razones que todos sabemos, se quedaron por el camino, otros no alcanzaban la calidad ni la constancia suficiente para perdurar, ni supieron crearse un personaje con el que proseguir en la primera fila, a riesgo de caer en la caricatura de sí mismos en ocasiones.

En realidad, la movida madrileña y otras manifestaciones similares que se dieron en gran parte de España, supuso el momento álgido en la ebullición de la postmodernidad española que ya había aparecido en los años sesenta y que por entonces derivó hacia una mezcla de la búsqueda de una libertad completa individual, la ruptura con todas las trabas morales e ideológicas, con una agudizada visión de que el mundo ya no era el de las grandes ideologías que habían estado en conflicto. Fue un movimiento cultural menos reflexivo que de acción, que había roto con la obligatoriedad del compromiso político tradicional y con cualquier idea de perdurabilidad en el tiempo. La mayoría aprendía sobre la marcha los rudimentos técnicos de las manifestaciones artísticas en las que se involucraban (la fusión de artes es una de las señas de identidad del movimiento). La recuperación de la libertad con la democracia y la apertura definitiva de España al mundo, junto a una necesidad de novedad absoluta en la juventud, llevó al país a quemar frenéticamente etapas hacia un nuevo sentimiento de creatividad y experimentación desinhibida, un pastiche de estéticas y posturas vitales en las que se mezclaban corrientes expresivas de todo tipo. Su explosión convirtió a España en un país de moda y en un llamativo centro de la cultura joven occidental.

Javier Porto estuvo presente en aquellos años y retrató el mundo de la movida desde una perspectiva diferente a como lo hicieron otros como Alberto García Alix. En sus fotografías resalta un cierto carácter de espontaneidad, de adelgazamiento del lenguaje académico tradicional de la fotografía en busca del reflejo personal de lo que supuso aquel mundo creativo, personal, directo y sin complejos. Su gran acierto estriba en la intuición de por dónde caminaría en gran medida la fotografía posterior dedicada a reflejar el mundo cultural desde dentro, más que a una intención primera de crónica de lo vivido que puede suscitar ahora la nostalgia y la curiosidad por lo que sucedió.

La segunda sección de la exposición, la suite Grace, Andy, Keith, Robert y cía, es el testimonio extraordinario de las circunstancias de una sesión de fotografías celebrada el 28 de julio de 1984 en el estudio de Robert Mapplethorpe en Nueva York, convocada por Andy Warhol y que contó también con la intervención del artista Keith Haring (Warhol había lanzado a la popularidad a Haring, pero en ese momento ambos se encontraban en claro distanciamiento personal). La modelo era Grace Jones y las fotografías estaban destinadas a la revista Interview, fundada por Warhol en 1969, uno de los pilares del pop art. Para entonces, Porto había dejado Madrid y se había lanzado a una aventura de aprendizaje y desarrollo personal como artista, convirtiéndose en ayudante de Mapplethorpe. Vistas hoy, estas imágenes ayudan a comprender la alta densidad del encuentro de artistas muy conscientes de su propio significado y trascendencia para el mundo cultural del momento. Por eso mismo, alguien como Javier Porto pudo pasar más desapercibido en aquel estudio y dejar oportuno testimonio de lo sucedido, como le había ocurrido unos años antes en Madrid.

miércoles, 1 de julio de 2020

Joaquín Díaz, Miradas del pasado. Fotografías antiguas de personajes y lugares vallisoletanos


Desde el inicio de lo que ahora llamamos fotografía, en el siglo XIX, uno de sus valores máximos ha sido fijar lo que se vive y, por este motivo, su fusión con la antropología fue rápida. Es llamativo cómo los fotógrafos primitivos ya tenían interés por reflejar la vida más próxima y cómo se utilizaron estas imágenes en publicaciones periódicas y libros que divulgaban las curiosidades del mundo, pero también contribuían a su comprensión y estudio. En el siglo XX, el progresivo abaratamiento de las cámaras y los revelados extendió el reflejo de lo cotidiano y pronto aparecieron fotógrafos que buscaban imágenes más allá del posado tradicional. La aparición de la técnica digital ha hecho crecer exponencialmente este uso. Sin embargo, las imágenes anteriores a la divulgación masiva de la fotografía siguen despertando en nosotros un interés, mezcla de curiosidad y de necesidad de comprender el pasado que quedó allí fijado para siempre. Agrupar temáticamente y explicar estas imágenes es una necesaria labor de quien estudia el pasado. Sin estas fotografías, gran parte de la comprensión del mundo desde el siglo XIX se mostraría insuficiente.

Joaquín Díaz es uno de los grandes nombres europeos relacionados con el estudio del folclore y la cultura tradicional. Reconocido internacionalmente por su labor como músico folclorista, en su amplia discografía se encuentran algunos de los más importantes trabajos españoles de todos los tiempos en este campo. Desde la Fundación que lleva su nombre, asentada en la localidad vallisoletana de Urueña, promueve el estudio y la conservación del patrimonio cultural en este sentido. Su actividad es constante en la exhibición, divulgación y puesta en valor del material relacionado con su campo de estudio. El legado que dejará será una de las huellas más duraderas de nuestro tiempo.

Miradas del pasado. Fotografías antiguas de personajes y lugares vallisoletanos es un libro magníficamente editado por el Ayuntamiento de Valladolid, que inexplicablemente no tenía al autor hasta ahora en su catálogo de publicaciones y ha sabido corregir el vacío. En él se publican fotografías antiguas de Valladolid reunidas en torno a los fotógrafos que las tomaron, los escenarios de la ciudad que retratan y su gente. Se acompañan de textos breves de Joaquín Díaz que explican con gran profundidad, pero de forma clara, lo que en ellas se ve. Estas imágenes tienen interés porque nos dejan ver la ciudad antigua, pero también las personas que la vivían y su comportamiento ante la novedad técnica que suponía la fotografía que las retrataba. Por sus características, hay que valorar muy positivamente el trabajo de Ana Moyano en el diseño y la maquetación y el retoque fotográfico de Víctor Hugo Martín Caballero para que el formato y la presentación resulten atractivos.

Lo que en su día tenía intención de recuerdo de alguien que se quería conservar o de un espacio que se quería divulgar, se trasforma ahora en una memoria colectiva, como dice el autor: Hablamos siempre, por tanto, de un escudo antropológico contra el olvido, de un aceite esencial contra la herrumbre del tiempo. El estudioso nos va indicando esas diferentes posiciones ante el fotógrafo, desde el que es consciente de que está siendo fotografíado y posa a la manera de la época (sería interesante un estudio sobre la evolución del posado desde el inicio de la fotografía o aquellas imágenes que se usaban en el siglo XIX como tarjeta de visita, hasta la pronta utilización propagandística o el postureo actual, cuando ya ni necesitamos que sea otro el que nos tome la fotografía). Quizá quien posa lo hace para alguien en concreto, el destinatario de la imagen (el álbum familiar, un amor que está lejos con la esperanza de que nos porte siempre en el bolso o en la cartera), otros, los más conscientes de su personalidad e importancia, para la inmortalidad, como aquellos escritores o políticos que posaban como tales. De muchos, ahora, no sabemos sus nombres, pero queda su posado, que nos ilustra una época y una forma de estar ante el fotógrafo que, en el fondo, es una forma de querer ser en el mundo. Pero el estudioso también nos indica el interés de algunos que no posan, de niños curiosos observando a quien retrata una escena, de aquellos que están ante el objetivo sin saberlo. Cómo nos ayuda todo esto a comprender no solo la imagen sino las actitudes individuales y colectivas.

El volumen se organiza por secciones, comenzando por la que se dedica a los primeros fotógrafos de la ciudad, agrupados aquí ya para siempre junto a una selección de sus trabajos y un texto explicativo. Sigue la que aborda Las formas de mirar, que nos ilustra sobre ese estar ante el hecho de la fotografía y que se trasforma en un interesante juego de tres miradas: la del fotógrafo que toma la imagen, la de aquellos personajes capturados en ella y la de nosotros, que los miramos y nos interrogamos sobre todos ellos. Estas imágenes se reúnen por espacios significativos de la ciudad de Valladolid (la plaza de toros, las calles, la antigua Puerta del Campo, Fuente Dorada). En Lo material y lo inmaterial se agrupan imágenes que nos invitan a reflexionar sobre la mentalidad colectiva y las creencias ante la muerte, ferias y fiestas, el patrimonio y la educación y la relación de la modernidad con los edificios relacionados con el hierro como elemento constructivo, pero también definitorio de una época. Las miradas personales y los avances industriales nos hace entrar en cómo la sociedad fue cambiando con el progreso técnico y esa evolución afectó a las cosas, pero también las personas y los colectivos que posaban orgullosos para dejar constancia de su presencia como grupo. De gran interés es la sección final del libro, dedicada a Los lugares y la memoria, que parte de una profunda y oportuna reflexión sobre lo que significa la ciudad como memoria individual y colectiva: Las ciudades crecen y se modifican, por tanto, en virtud de las necesidades de sus habitantes o de las ideas de quienes trabajan para ellos (...). Pero una ciudad puede ser algo más. Puede estar constituida también por el conjunto de imágenes que albergan las memorias de su moradores. Se agrupan por lugares imprescindibles: la Plaza Mayor, los templos, el centro de la ciudad y los nuevos edificios de la burguesía de finales del siglo XIX, el río Pisuerga...

Miradas del pasado es un libro que puede abordarse por mera curiosidad, pero a poco que el lector se moleste en comprender, queda tocado por una reflexión continua sobre las relaciones del espacio con las personas que lo habitan y lo trasforman, gracias a la mirada de los fotógrafos que nos han dejado fijados para siempre momentos que de otras maneras no conoceríamos.

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Siempre es un motivo de alegría asistir a la presentación de cualquiera de los trabajos de Joaquín Díaz, pero, en la mañana del pasado viernes, la alegría se aumentaba porque era el primer acto que tenía lugar en la Casa de Zorrilla de Valladolid después del estado de alarma causado por el COVID-19. El jardín romántico de la Casa se ha acondicionado con todas las medidas de higiene, distancia y seguridad indicadas por las autoridades y su protocolo garantiza la confianza del público que asistió a la presentación, conducida entrañablemente por la directora del Servicio de publicaciones municipal, Paz Altés, y en la que el autor leyó un texto breve de gran calidad sobre el valor antropológico de las imágenes fotográficas y su evolución a lo largo del tiempo. El jardín romántico de la Casa de Zorrilla, uno de los lugares vallisoletanos más agradables para celebrar actos públicos en verano, cuenta con una programación bien atractiva, aunque con las limitaciones de aforo lógicas.

Paz Altés y Joaquín Díaz en la presentación del libro el pasado 26 de junio,
en el jardín de la Casa Zorrilla de Valladolid


viernes, 27 de abril de 2018

Acercando orillas. Expectativa y memoria: España-Marruecos / XX-XXI


Después de su exhibición en 2016 en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid (en donde se ilustró con una serie de conferencias), llega a Valladolid la muestra de fotografías Expectativa y memoria. Acercando orillas. España-Marruecos / XX-XXI (sala municipal de exposiciones de la iglesia de las francesas hasta el próximo 10 de junio), organizada con la colaboración de la Fundación Ankaria y comisariada por Sema D´Acosta.

La muestra arranca con los trabajos fotográficos de Nicolás Muller (1913-2000) y Bartolomé Ros (1906-1974). Muller, de origen judío, tuvo una vida de compromiso y perenigraje hasta que se asentó en Tánger, entonces parte del protectorado español, y diera el salto posterior a España. Aquí colaboró en la Revista de Occidente y en libros con autores de la talla de Azorín, Ridruejo, etc. Sus fotografías de corte documental sobre Marruecos nos reflejan un mundo cotidiano alejado de la  mera estampa turística. Bartolomé Ros se asentó desde muy joven en Ceuta y a él se deben buena parte de los reportajes más conocidos en España sobre aquella ciudad y el norte de Marruecos desde 1918 hasta 1931. Algunas de ellas, vistas desde hoy, hielan la sangre, como la del famoso abrazo entre los generales Millán Astray y Francisco Franco en el traspaso de mando de las tropas, que ha suscitado muchos comentarios.  Dialogando con ellos tenemos la obra más reciente de fotográfos españoles (Miguel Trillo, Atín Aya, Juan Manuel Castro Pireto, etc.) y marroquís (Bruno Barbey, Omar Mahfoudi, Leila Alaoui, Yasmine Taferssiti).

Las relaciones entre España y Marruecos han sido conflictivas de forma permanente. Por no remontarnos al pasado más antiguo, la dos guerras de Maruecos (1859-1860 y 1911-1927, aparte de otros pequeños conflictos en 1893-1894 y 1909), el protectorado español (1912-1958) y el infausto proceso de descolonización del Sáhara, han marcado  una relación difícil en la que España ejercía el papel de potencia neocolonial según se entendía desde el siglo XIX. Quizá sea en las dos últimas décadas la época de mayor estabilidad, complicidad y colaboración, tras las duras negociaciones que afectaron a la flota pesquera y el inicio de fuertes inversiones de empresas españolas en diferentes sectores (automovilístico, ferroviaro, construcción, alimentación, turístico, etc.). Pero quedan pendientes temas trascendentes que afloran de forma continua: Ceuta y Melilla, la barrera de la inmigración y la cuestión saharaui.

Han sido muchos los intelectuales, escritores y artistas plásticos españoles que se han relacionado con Marruecos bien porque acompañaron a las tropas (Núñez de Arce, Pedro Antonio de Alarcón) o eran parte de ellas (Ramón J. Sender, Arturo Barea), bien porque su curiosidad los acercó (Benlliure) o porque residían allí y tomaron testimonio de lo que veían (es el caso de Muller y Ros pero también de Bertuchi) o porque hay un recuerdo familiar que los relaciona con el protectorado (Álvaro Valverde). De hecho, coincidiendo con el tiempo en el que se exhibe esta exposición se realizará un homenaje el 4 de junio, durante la feria del libro de Valladolid, a un escritor que decidió residir en Marrakech gran parte de su vida, Juan Goytisolo.

No hay mejor manera de comprender algo que tender puentes, acercarse con la mirada abierta y dialogar con ello antes de opinar. Es lo que ocurre en la actualidad con Marruecos y España. España se ha mostrado siempre muy reacia a comprender y conocer a dos de sus vecinos, Portugal y Marruecos. Esta exposición no cumple del todo su propuesta inicial: hay un mal encaje entre las fotografías de Muller y Ros y las de los artistas contemporáneos. No está ni suficientemente explicado ni se comprende bien el salto entre ambas épocas más que como un mero marco conceptual. Tampoco se ha desarrollado una teoría crítica de lo que se ve y de lo que no se ve en la sala ni una propuesta que interrogue de verdad al espectador y se vea apelado por su propia relación con lo mostrado. Eso sí: todas las piezas que se muestran son dignas de contemplarse por su interés y calidad.

domingo, 12 de marzo de 2017

Mujer en tierra hostil. Shadi Ghadirian: Como todos los días


Ser mujer en épocas, culturas y países en los que se está muy lejos de la igualdad es vivir en tierra hostil. Si en los países occidentales, en los que las leyes y las ideas marcan la igualdad, se está a cierta distancia de conseguirla en todos y cada uno de los ámbitos, en los lugares en los que ni siquiera esta se halla en el espíritu de la ley ni en la mentalidad predominante en la sociedad la diferencia es brutal. Por eso, luchar por la visibilidad de la mujer en esos países y culturas es un acto heroico en el que muchas veces se arriesga la libertad o incluso la vida. Allí ser una mujer con una vida profesional pública o tener una vida creativa asociada con algún tipo de arte es muy difícil. Más aún en tiempos en los que las herramientas digitales, internet y las redes sociales abren una ventana al mundo y es imposible no cotejar la situación propia con la ajena. Ya no es que se intuya que en otras partes del mundo es posible otra realidad, no es que se sepa como algo lejano, es que la comprobación está al alcance de una pantalla. La globalización habrá traído muchas cosas negativas relacionadas con el mundo de las finanzas y el poder de las grandes corporaciones y la falta de regulación mundial que contrarrestre la especulación pero también ha traído muchas positivas. Y una de ellas es esta, la posibilidad de estar informado en tiempo real de lo que ocurre en el mundo, de acceder a aquello que nos preocupa sin el obligado filtro de lo permitido o descubrir que lo que pensamos normal por habitual y próximo no lo es en realidad. De ahí la obsesión de muchos países de controlar el acceso libre a internet o de limitar la posesión de nueva tecnología. No es que piensen en la maldad de la globalización financiera -con la que suelen establecer alianzas-, es que temen el libre pensamiento de sus ciudadanos y el acceso rápido a la información.

Shadi Ghadirian nació en Teherán en 1974. Su biografía atraviesa las últimas décadas convulsas de aquel país como mujer. Y como fotógrafa que toma conciencia de la situación de la mujer en su país. Como todos los días es la primera exposición de esta autora en España (comisariada por Mario Martín Pareja puede verse en la Sala municipal de exposiciones de San Benito de Valladolid hasta el 16 de abril). La mayor parte de las series mostradas reflexionan sobre esta cuestión. En Qajar (1998) se dialoga con antiguos retratos de hace más de un siglo en los que las mujeres iraníes posaban mostrando objetos que demostraban su posición social. En los suyos encontramos un decorado y un vestido tradicional con el que contrastan los elementos de modernidad que muestran estas mujeres. En Like Everyday (2000) el rostro de las mujeres es sustituido por objetos cotidianos asociados a lo doméstico (una plancha, una taza...). En West by East (2004) se interviene, imitando a los censores, tachando las partes del cuerpo femenino no cubiertas por la ropa occidental en las fotografías de jóvenes iraníes. Aunque la exposición está ordenada por cronología de las series, la siguiente debería ser Miss Butterfly (2011) en la que Ghadirian muestra sus emociones cuando se recluye en casa aterrorizada ante la posibilidad de ser detenida: ese tiempo de espera en soledad simbolizado por la tela de araña.

Siempre con la presencia de lo femenino, superan ese componente de denuncia de la condición de la mujer Ctrl+Alt+Del (2006), reflexión sobre el cuerpo humano en el mundo digital, y Nil Nil y White Square (2008), en las que hay un contraste entre lo cotidiano y la ruptura provocada por la violencia de la guerra.

La calidad técnica de Ghadirian se pone al servicio de la provocación que quiere la reflexión en el espectador. A partir de fuertes contrastes busca esta participación intelectual, el diálogo con quien ve las imágenes y se siente necesitado de opinar. Un arte comprometido que apela al receptor. No dejen de verla o de buscar las imágenes en internet.

domingo, 5 de febrero de 2017

José Zorrilla y El rostro de las letras. Escritores y fotógrafos en España desde el Romanticismo hasta la Generación de 1914



Con ocasión del bicentenario se ha dado un mayor relieve a la presencia de imágenes de Zorrilla y la reproducción a gran escala del famoso cuadro Los poetas contemporáneos. Una lectura de Zorrilla en el estudio del pintor, obra de Antonio María Esquivel. Pintado en 1846 supone un icono de época en todos los sentidos: retrato de los autores más importantes del momento procedentes de varias generaciones; posición central de la nueva figura, el joven dramaturgo que se hizo un hueco entre todos ellos por sus versos ante la tumba de Larra en febrero de 1837; testimonio de una costumbre de la época en la que los autores presentaban sus obras ante sus iguales; sentido artístico tanto del acto como de la propia pintura, etc. Ante la reproducción de este cuadro el visitante puede fotografiarse como si formara parte de la situación. Yo mismo intenté buscar sitio entre tanto poeta y me vi forzado a sentarme en el suelo sobre mi abrigo como hiciera Cervantes en su visita al Parnaso porque no vean cómo está el Parnaso hoy en día...

Aunque esta exposición (comisariada por Publio López Mondéjar y Lucía Laín y organizada por Acción Cultural Española, la Real Academia y el Ayuntamiento de Valladolid) no sea exactamente nueva, está bien ubicada como pórtico de los actos del bicentenario de Zorrilla, en los que participó en varias de las actividades organizadas tanto en Valladolid como en Sevilla, como iré dando cuenta por aquí. Está bien ubicada no solo porque en ella se muestren varias imágenes de Zorrilla sino por lo que supone la aparición de la fotografía en su época para los escritores. Como muchos, usaron de la fotografía personal como tarjeta de visita refinada, lo que suponía también un cierto culto a la personalidad como artista. Pero todos ellos fueron requeridos por los mejores fotógrafos del momento para que posaran en cuidadosas tomas de estudio en los que vemos sobre todo la pose como escritor, aunque también sucediera al revés, que muchos escritores encargaran fotografías de estudio en cuanto podían, conscientes del impacto de la imagen para sus carreras. Muchas de estas fotografías fueron usadas posteriormente por pintores para recrearlas al óleo.

La fotografía superó eficazmente y muy pronto a la pintura y al grabado para dar publicidad a la imagen de todas las personalidades públicas. En lo expuesto vemos la evolución en este género hasta ir alcanzando poco a poco la fotografía artística que intentaba tomar la personalidad del personaje retratado. Son muy conocidas varias de las imágenes que se muestran y han quedado en el imaginario colectivo como la forma en la que nos representamos a Galdós, a Valle o a Machado, por ejemplo. También interesan porque apreciamos en ellas los estudios de trabajo, las relaciones personales, las terturlias a las que acudían y su posición en ellas, las excursiones que realizaban, los componentes de las redacciones de un periódico, etc. Puede decirse que la fotografía fue lo que provocó la construcción masiva y popular de las imágenes públicas de los escritores en un tiempo en el que la mecanización de la imprenta y la aparición de las novedades en la prensa permitieron el crecimiento de un público de clase media que se interesaba no solo por la obra sino también por la vida de los autores más importantes y descubría la imagen como parte de todo el mercado de la escritura. Por una parte, una poderosa herramienta publicitaria para vender libros, por otra un poderoso culto a la personalidad exigida por los nuevos tiempos, cosa que, por otra parte, no ha hecho más que crecer.

Una última recomendación. Si les es posible, compren el excelente catálogo.

(Sugiero visitar los enlaces de esta entrada, en ellos se encuentran muchas de las imágenes expuestas.)


domingo, 15 de enero de 2017

Pablo Genovés. Cronologías y precipitados.


Cronologías y precipitados es el título de esta muestra artística de Pablo Genovés que se exhibe en Valladolid (Sala municipal de exposiciones de San Benito, hasta el 12 de febrero). Una buena oportunidad para acercarse a la obra de este artista para quienes no lo conozcan y un acierto más de esta sala vallisoletana que se ha consolidado entre las mejores de España por su programación.

Genovés muestra composiciones de gran formato en las que trabaja digitalmente con superposición de imágnes, algunas originales y otras tomadas de antiguas postales, fotografías y otros materiales. Nos hace pasear por un paisaje apocalíptico en el que grandes bibliotecas y salones lujosos quedan anegados por olas violentas, sepultados por capas de sedimento y tomados por la naturaleza salvaje. Observando las imágenes en el orden propuesto partimos de un desastre violento en el que las fuerzas naturales destruyen espacios antes dedicados a la cultura y la belleza hasta la construcción de un alucinado mundo con colores extraños en el que parece que se gesta algo nuevo que no se conoce aún. Del blanco y negro al color, de lo cultural a lo natural pero también de una forma de entender la cultura un tanto elitista y con lujo exquisito a la propuesta de una nueva basada en elementos naturales.

Genovés recupera el sentido artístico de la ruina, un motivo que atraviesa toda la cultura. La meditación ante la ruina de las civilizaciones pasadas o presentes, la observación de las ruinas de nuestras cosas. Los románticos hicieron de este tema una de las claves de su arte. Genovés añade el impacto del apocalipsis. No somos eternos, nuestra civilización tampoco lo es, pasará como todas. La forma en la que entendemos el arte o la belleza dejará de ser la guía de nuestras acciones -quizá ya esté pasando-. Estas fotografías de Genovés objetivizan este apocalipsis que vendrá con toda certeza, que ha sucedido otras veces, que quizá ya esté aquí. Hay desastres naturales que son, en realidad, desastres estéticos y aun morales.Que de estos momentos apocalípticos salgan cosas nuevas depende de nosotros. O quizá lo hermosos es eso, la ruina de la que ya somos meros espectadores.

domingo, 11 de diciembre de 2016

Paolo Ventura nos invita a soñar con la fotografía


Me ha resultado muy interesante esta muestra del artista Paolo Ventura (Milán, 1968), que expone por vez primera en España (Paolo Ventura. Obras de la colección Cotroneo, Roma, Sala municipal de exposiciones de San Benito, Valladolid, comisariada por Enrica Viganò) y que se clausuraba hoy. Ventura declara usar la fotografía buscando la sensación de verosimilitud en la recepción. Sus fotografías son el resultado final de una técnica mixta en la que cada una de las fases es ya, de por sí, una pieza artística. Concibe sus imágenes en series fotográficas para las que idea un guion y construye un decorado y un personaje o varios. Sus imágenes son una mezcla entre lo onírico y lo real (He trabajado como si tuviera que escribir los sueños apenas soñados, aquellos que se desvanecen después del café, según el folleto de la exposición), la maqueta y los antiguos dioramas (de hecho, ha utilizado alguno en sus obras). En todas ellas predomina una sensación de melancolía y meditación. Consigue que el ambiente y la historia atrape y provoca posteriormente -a partir de las emociones- el pensamiento del receptor o su capacidad de ensoñación. Como última fase de la creación, las series expositivas o las publicaciones de las fotografías a la manera de las antiguas postales. Cuando se tiene uno de esos objetos en la mano se desencadena en la mente recuerdos infantiles o de los antiguos viajes de los que uno volvía con estas imágenes como recuerdos. No le hacen falta palabras a estas historias seriadas: las imágenes llegan y se conectan de forma rápida con la imaginación de quien contempla los mundos de sus singulares personajes. De hecho, he redactado este texto en varias ocasiones porque es difícil trasladarlas a palabras. Invito a quien me lea a buscar en Internet su trabajo y dejarse guiar en ese juego al que Paolo Ventura nos invita, a veces lírico, irónico, filosófico, crítico. Siempre oportuno. Un acierto más de esta sala de exposiciones vallisoletana.

domingo, 9 de octubre de 2016

Más de 50 años de magníficos fracasos. Oliviero Toscani


Hasta el 16 de octubre permanece abierta esta exposición de la obra de Oliviero Toscani (Más de 50 años de magníficos fracasos, Sala municipal de San Benito de Valladolid). Toscani (Milán, 1942) es uno de los fotógrafos más conocidos en el mundo (incluso para aquellos que en principio no saben quién es) gracias a sus trabajos para las grandes revistas y marcas publicitarias internacionales. Cuando una marca lo contrata sabe que no podrá controlar totalmente su trabajo como sucede con otros profesionales. No es un publicista al uso sino un fotógrafo con un estilo personal que usa la imagen con la intención de provocar una reacción a veces incluso arriesgada (de ahí el éxito de sus campañas publicitarias) y crear conciencia crítica.

Cerrar un proyecto publicitario con este fotógrafo supone dejarle libertad para la provocación, una de las marcas personales de su estilo. Esa provocación se convertirá en un sello propio de la marca comercial, que asume, con todas las consecuencias, el riesgo y consigue, así, distinguirse en la selva comercial de hoy en día. Una alianza perfecta, por lo tanto, en la que no se discute el punto de partida (la marca necesita posicionarse, ser visible y vender su productos en un sector de la población determinado) porque se hace compatible con la ideología subyacente en la imagen. Aunque algunos cuestionen la validez de este uso y duden de la honestidad del fotógrafo, la larga trayectoria de Toscani y sus proyectos más personales han dejado ya muy atrás esta polémica para hacerle recorrer un coherente camino de estilo personal en el que utiliza la herramienta de la publicidad más comercial para introducir elementos disonantes. Toscani usa la provocación y el impacto de sus imágenes para obtener una respuesta crítica en el que las contempla, que lo lleva a pensar. En especial, sobre los temas preferidos de este fotógrafo: la lucha contra el racismo y cualquier tipo de discriminación y contra los convencionalismos que impiden la libertad individual y la creatividad. Se han hecho ya famosas sus campañas para United Colors of Benetton, que consiguieron crear la polémica buscada por el autor, a veces en el límite de lo soportable para las miradas de quienes solo buscan información en una fotografía de una marca comercial y no opinión ni ser interrogados por ella.

Sucede, como todo en este sistema capitalista basado en el consumo compulsivo, que pasado el tiempo su modelo ha sido asimilado en buena medida por el público y los que han copiado su estilo con fines exclusivamente comerciales, llevándolo a veces a situaciones extravagantes sin sentido crítico y solo de impacto estético. Pero muchas de las imágenes de Toscani para las grandes marcas comerciales (Benetton y Prenatal, sobre todo) siguen impactando en la retina y en el cerebro y provocando todo tipo de reacciones.

Esta exposición muestra un recorrido por las cinco décadas de su trabajo y ofrece un conjunto magnífico de imágenes que reivindican su calidad como fotógrafo, como publicista (aunque a él no le guste ser llamado así, consigue plenamente posicionar la marca para la que trabaja) pero también como creador de opinión. A mí me ha llamado poderosamente la atención las imágenes con una selección de su proyecto personal Razza Umana, en el que intenta mostrar la variedad de los seres humanos pero también -a través del mural que componen- la condición igual de todas las personas más allá de su género, religión o condición social.

lunes, 27 de junio de 2016

Frida Kahlo. Fotografías de Leo Matiz en la Casa Azul


Cuando uno entra en esta exposición (Frida Kahlo. Fotografías de Leo Matiz en la Casa Azul, Sala municipal de exposiciones de la Iglesia de las Francesas de Valladolid, hata el 28 de agosto) corre el riesgo de olvidarse del fotógrafo. Pienso que esto sucede por dos cosas. En primer lugar, porque el fotógrafo, Leo Matiz, ha buscado conscientemente no ser el protagonista de las imágenes sino poner toda su calidad técnica al servicio del objeto fotografiado. En segundo lugar, porque este, Frida Kahlo ejerce una atracción tan fuerte hacia el espectador como, sin duda, lo hizo con Matiz.

Es de justicia, por lo tanto, recordar en primer lugar a Leo Matiz (el colombiano Leonet Matiz Espinosa, 1917-1998), que supo poner el arte de la fotografía al servicio de lo que ocurría en América y, especialmente, en el México que él conoció, tanto al darnos un testimonio social relevante como, sobre todo, al tratar el mundo artístico de vanguardia de los tiempos que le tocó vivir. En México se relacionó con todos los grandes artistas que se encontraban allí a mediados del siglo XX y colaboró de una forma o de otra con ellos, incluido el cineasta exiliado Luis Buñuel, aparte de retratarlos y contribuir mucho a la imagen que hoy tenemos de varios de ellos.

Esta muestra recoge medio centenar de imágenes que tomara a la artista mexicana Frida Kahlo (1907-1954) en su casa de Coyoacán y en las proximadades, en los años cuarenta. La casa, pintada de azul por la artista, se convirtió tras su fallecimiento en Museo dedicado a su vida y obra. Se organizó para conmemorar los cincuenta años del fallecimiento de la pintora y después se ha recuperado en gira por España. El núcleo principal consiste en esas imágenes en las que Frida Kahlo es la protagonista, bien como modelo única bien como parte de un grupo de artistas en el que se encuentra también su esposo, Diego Rivera. Junto a estas, se expone otro material (obras de Germán Cueto y otros) que oportunamente contribuye a contextualizar la época artística. Solo una pega: la redacción del folleto informativo. Deberían evitarse repeticiones. Como últimamente son frecuentes estos defectos de redacción o la mera copia de la información de la Wikipedia sin citarla, he de suponer que nadie se encarga de revisarlos. Y es una pena porque afea la calidad de las exposiciones.

Paseando por la exposición, observando cada imagen, la evidente potencia icónica de Frida Kahlo se impone al espectador. Cuentan sus biógrafos que aprendió a posar y a apreciar el significado que la fotografía tendría en la vida del siglo XX con su padre, Guillermo Kahlo, fotógrafo de origen alemán. Sus estudiosos han vinculado su fijación por el autorretrato con la poliomelitis que sufrió de niña y en el accidente que de joven le rompió la columna y la pierna derecha, como si se tratara de un intento continuo de reconocimiento de su propio cuerpo. Quizá se puedan unir ambas cosas. Frida Kahlo, además de una de las grandes artistas contemporáneas, supo de la fuerza con la que había que construir en la modernidad la propia imagen del artista. De hecho, su imagen se ha convertido en un icono artístico y reivindicativo y es recreada continuamente. La fuerza de su imagen no es inventada por la posteridad, estaba ya en ella y supo potenciarla conscientemente, como se aprecia en estas imágenes: Frida apoyada en una pared con juegos de sombras, posando tumbada en la hierba, junto a otros artistas... A todo ello contribuyó, con su calidad artística, su mirada inteligente y su forma de caer en la admiración por el objeto retratado, Leo Matiz. Vean esta exposición allá donde la encuentren. Merece la pena.

lunes, 13 de junio de 2016

W. Eugene Smith. Capturar la esencia: Una excelente mirada al ser humano


Pocas veces he salido tan impactado por lo visto en una exposición fotográfica como en esta que recoge una muestra del trabajo de William Eugene Smith (W. Eugene Smith, Capturar la esencia. Sala municipal de exposiciones de San Benito de Valladolid hasta el 28 de agosto) y que circula por las ciudades españolas desde hace algunos años. La comisaria de la exposición, Enrica Viganó acierta plenamente con la selección y con los textos que ella firma -como con las frases del artista mostradas en los paneles-, aunque desmerece mucho que para la información general se utilice un corta/pega de la Wikipedia sin citarla (esto jamás debería hacerlo nadie y menos una exposición amparada por una institución pública, aunque sea ya algo frecuente como recurso fácil, cómodo y gratuito).

W. Eugene Smith (1918-1978) es, sin duda, uno de los grandes de la fotografía. Lo fue por la calidad de sus imágenes, por su mirada social y por su lucha reivindicativa para imponer los derechos artísticos sobre su obra a las grandes publicaciones. En esta exposición se muestran algunos de sus trabajos pertenecientes a las fotografías que tomó como reportero en la II Guerra mundial. En ellas llaman la atención los retratos de los soldados en mitad de los combates como seres desvalidos ante la brutalidad de lo que ocurre a su alrededor y sus consecuencias pero en los que se conservan algunos de los rasgos más notables de los seres humanos.

Sobrecogedoras son las imágenes que tomó en Deleitosa (Extremadura) en 1949 para la revista Life. En ellas supo partir del encargo inicial, teñido de intenciones que buscaban favorecer las nuevas relaciones entre el gobierno de Estados Unidos y el régimen de Franco visto ahora como aliado estratégico frente al comunismo (se quería documentar las consecuencias desastrosas del aislamiento internacional de España en la población), para conseguir de forma sutil un rechazo hacia la dictadura. Life retrasó la publicación del reportaje Spanish Village hasta 1951, después de firmados los tratados internacionales, con lo que diluyó el impacto de esta posición ideológica de Smith. Aún así sobrecoge esta mirada social y política del artista y su forma de documentar el atraso del mundo rural en España. Las imágenes tomadas del trabajo de las mujeres, a los guardias civiles y las del velatorio de un difunto son uno de los mejores retratos de aquella época. Una de estas últimas, El duelo, tiene una historia de esas que explican un tiempo y unas personajes y que invito a conocer en este enlace.

El resto de las series presentadas en esta exposición tienen igual interés: El médico rural (1948), La comadrona (1953), Un hombre piadoso (sobre el misionero alemán Schweitzer, con el que mantuvo una posición contradictoria) Pittsburgh, Minamata.

Un gran nombre de la fotografía del siglo XX, lleno de conciencia artística, mirada social y humana e interés. No se pierdan esta exposición si pueden verla.

viernes, 10 de junio de 2016

Las Fiestas de moros y cristianos de Alcoy en Castro Marim. Exposición fotográfica de Carlos Alfonso y José Luis Rúa



No conocía yo Castro Marim más que como silueta, recortada desde la orilla española del Guadiana. Subir andando las escarpadas cuestas del castillo de esta localidad del Algarve portugués en la tarde de un día caluroso es una experiencia que avala la creencia de que este enclave no haya sido conquistado nunca. Merece la pena, en todo caso. El castillo se levantó en el siglo XIII en un lugar estratégico con una vista privilegiada que domina la comarca y, sobre todo, el río. Anteriormente se han datado fortificaciones desde la edad de bronce y, por supuesto, de los tiempos de la dominación romana y musulmana. Tras ser utilizado por la orden del Temple fue la primera sede de la orden de Cristo en 1319 y después ha tenido uso militar hasta que fue abandonado y pasó a ser protegido por su interés monumental y turístico. El conjunto no ha sido reconstruido como en otros lugares con la idea de crear un parque temático que falsee su uso, sino consolidado y conservado, con lo que el visitante puede hacerse buena idea de lo que fue, especialmente a partir del siglo XVII. En él se celebra una de las fiestas medievales más importantes de la península y la más antigua de Portugal.

En la iglesia del Castillo -una estructura sencilla y castrense, como corresponde a las órdenes religiosas que lo mantuvieron inicialmente-, se expone hasta el 31 de julio Las fiestas de moros y cristianos de Alcoy, muestra fotográfica del portugués Carlos Alfonso y el español José Luis Rúa. Es posible que se prolongue hasta la celebración de las jornadas medievales de Castro Marim, a finales de agosto.

El trabajo de estos fotógrafos documenta el colorido, dinamismo y participación popular en las fiestas de moros y cristianos de Alcoy, las más antiguas fiestas medievales y que no han dejado de celebrarse desde que se constituyeron en 1276, aunque parece ser que el sentido profano y lúdico no se incorporó oficialmente hasta el siglo XVI. No importa ahora el sentido antropológico de estas fiestas sino alabar la treintena de fotografías de estos dos artistas, complementarios ambos. En las de Carlos Alfonso destaca su interés por el retrato mientras que en la de Rúa se aprecia sobre todo su forma de captar el ambiente y el grupo. Se acompaña la exposición de cartelería histórica y otros objetos relacionados con el tema.

Una visita recomendable para todos los que se acerquen por esta zona durante el verano. Tanto lo expuesto como el lugar que acoge la muestra fotográfica lo merecen.

Carlos Alfonso y José Luis Rúa Nacher, en la iglesia del castillo de Castro Marim, lugar de la exposición. Foto tomada del muro de Facebook del segundo (ignoro quién es el autor).

miércoles, 16 de marzo de 2016

Trenes y libertad, de Mike Brodie


Llega a España por primera vez esta exposición que muestra la obra de uno de los fotógrafos norteamericanos que más han llamado la atención en los últimos años. Mike Brodie (Mesa, Arizona, 1985) se subió a un tren de mercancías en el año 2002, a los 17 años, tanto para huir de un ambiente familiar más que difícil como para aventurarse a la libertad. Su historia podría ser la de tantos miles de adolescentes norteamericanos que hacen lo mismo y que viajan por la geografía de los EE.UU. saltando de tren en tren y viviendo su libertad a salto de mata sin pensar en otra realidad que el día presente. Muchos han sido arrojados de hogares destruidos pero otros han optado por ser vagabundos y romper con las convenciones de vida pagando, casi siempre, un alto coste personal a cambio de esa libertad.

Pero a Brodie alguien le regaló en el año 2004 una Polaroid SX-70 Sonar One-Step y comenzó a fotografiar lo que veía a su alrededor robando la película necesaria en las tiendas o comprándola con el dinero que obtenía sometiéndose a experimentos farmacéuticos. Cuando Polaroid dejó de fabricarla, se compró una Nikon F3 que usó desde 2006 hasta que decidió, repentinamente, abandonar la fotografía, graduarse como mecánico y vivir de este oficio. En el año 2008 obtuvo el Baum Award para artistas emergentes de América. Mike Brodie tiene, por lo tanto, todos los componentes para convertirse en un artista de leyenda norteamericana, algo a caballo entre artista maldito y juguete roto y no sería de extrañar que él mismo se convirtiera en personaje de novelas y películas. El tiempo dirá hacia dónde dirige su vida y si desarrolla o no esa maravillosa capacidad como artista que ha demostrado en su juventud.

Como fotógrafo, Brodie es un autodidacta con un gran instinto para la fotografía, cuya técnica fue perfeccionando a base de ensayos. Gran parte de su calidad artística nace de aquí, de su trasversalidad, del hecho marginal de no proceder del canon academicista. Su fuerza no nace solo de la mejor o peor calidad de las imágenes sino de su fuerte carga de testimonio de un tipo de vida que suele pasarnos desapercibida y de una emoción directa, apasionada y sincera. Mike Brodie fotografíaba la vida de jóvenes vagabundos siendo uno de ellos. Si al espectador puede llamarle la atención la suciedad o las penosas condiciones de vida en una primera mirada, poco a poco podrá apreciar en estas imágenes una solidaridad, ternura y amor por un tipo de vida no convencional. Y más allá de la suciedad de la ropa, la hermosura y la atracción por un tipo de vida con el que muchos han soñado sin atreverse a dar nunca el salto para subirse a un tren de mercancías.

Una exposición más que recomendable que sigue aumentando el prestigio de esta sala de exposiciones vallisoletana, aunque se empeñe en mostrar folletos y paneles mal redactados, con faltas de ortografía y todo tipo de repeticiones.
 (Sala municipal de exposiciones de San Benito de Valladolid, hasta el 17 de abril).

domingo, 25 de octubre de 2015

Topografías de Berenice Abbott


Esta muestra (Berenice Abbot, Topogafías, en la Sala municipal de exposiciones de San Benito de Valladolid, hasta el 6 de enero) es una excelente oportunidad para conocer de primera mano la obra de una de las personalidades más interesantes de la fotografía de la primera mitad del siglo XX. No solo por ser mujer en un mundo predominantemente masculino, sino por la calidad de su mirada.

Es un acierto de la comisaria Anne Morin completar la sección central de la exposición con una parte de la serie de retratos que en los años veinte y treinta hizo Abbott. La fotógrafa aprendió la técnica en el estudio parisino de Man Ray -que le tomara un retrato magnífico que también figura en esta muestra-. Bastaría su imagen de James Joyce o el retrato de Jean Cocteau con máscara para consagrarla. También es un acierto ilustrar su trabajo sobre motivos científicos porque explican parte de la experimentación del arte de la fotografía en aquellas décadas mejor que muchos libros. Y todo se culmina con el excelente documental audiovisual que se proyecta sobre la vida y obra de esta fotógrafa.

Pero es la parte central de esta exposición la que sorprenderá a quienes no conozcan la obra de esta artista. Durante años se preocupó en documentar en imágenes la trasformación de Nueva York en los años treinta, una obra que se reuniría en el proyecto Changing New York. Una ciudad en la que comenzaban a aparecer los rascacielos que terminarían por sepultar a la vieja metrópoli para levantar una imagen de modernidad radical en unos tiempos en los que convivía ese afán de trasformación con las huellas más evidentes de la crisis económica. Su forma de mirar toda aquella trasformación hacia la modernidad entendida como hormigón, acero y vidrio, los encuadres en los que trabajaba con la verticalidad, las líneas y el juego de las sombras, la arquitectura como paisaje, consagran una forma de entender Nueva York de la que aún hoy somos herederos, incluso para denunciar los movimientos especuladores.

Esta muestra, coproducción de la Fundación Municipal de Cultura de Valladolid que girará por el extranjero, es visita obligada para todos los amantes de la fotografía.

martes, 6 de octubre de 2015

Weegee. The Famous: Una forma de entender Nueva York


A Weegee (Arthur Fellig) no le interesaba por lo general el glamour de Nueva York, ni siquiera fotografiar escenas hermosas. O, al menos, lo que la mayoría de las personas consideran glamuroso o hermoso. A este fotógrafo autodidacta pero con gran instinto, le gustaba captar el momento en el que la ciudad deja las apariencias para sacar sus secretos a primera línea. Pero no grandes misterios sino los cotidianos, aquellos que no queremos ver pero están delante de nosotros. Hombres y mujeres en una fiesta cuando el alcohol y otras drogas se juntan con el cansancio y la falta de sueño, esos momentos en los que hasta el maquillaje se ha gastado, la ropa se ha arrugado y a la persona que fotografía ya no le parece importar. Incluso los famosos a los que fotografiaba. En esta exposición (Weegee. The Famous, Sala municipal de exposiciones de San Benito de Valladolid hasta el 18 de octubre) hay una fotografía de Dalí subido a una silla. Es Dalí, con su bigote y su gesto ensayado, pero es Dalí también en una situación en la que cualquiera que pasara por allí pensaría que no es Dalí sino un imitador de Dalí. 

Weegee (sobre cuyo trabajo se basó la más que recomendable película El ojo público) se pateaba la calle, instaló una emisora de radio conectada a la de la policía para llegar a los sucesos al mismo tiempo que los agentes o incluso antes, acudía a los locales de moda. Supo captar esa vida que sucede cuando las luces se apagan, escenas llenas de la necesidad de olvidarse del trabajo diario, llenas también de miseria, de agotamiento. Se especializó en sucesos violentos. Sus fotografías de asesinatos y criminales se hicieron famosas y contribuyeron a crear una imagen inolvidable de la gran ciudad que coincidía con las películas en blanco y negro que contaban las andanzas de la mala vida. No es que estas fotografías sean Nueva York, es que estas fotografías son también Nueva York. Una parte de la moneda sin la cual la gran metrópoli no puede entenderse. A fuerza de práctica y de rapidez en el disparo, más que de una depurada técnica, consiguió Weegee crear una manera de mirar la noche, personal e inconfundible, necesaria también.

Una buena razón para acudir a ver esta exposición. Eso sí, sería deseable que los folletos y los paneles de lo que se muestra fueran algo más allá de un refrito de la Wikipedia. Hasta las repeticiones ocasionadas por la separación producida por los epígrafes suprimidos se copian. No costaría más dinero sino tan solo un poco de amor al trabajo y respeto al público y mejoraría la impresión que recibe el visitante del excelente listado de exposiciones mostradas en esta sala.

miércoles, 25 de marzo de 2015

En el transcurso del tiempo: Retratos del siglo XX. Colección Lola Garrido


Aunque Lola Garrido, la comisaria y también propietaria de esta colección de retratos insiste en que no se agrupan bajo más criterio que su gusto personal, que reconoce heterodoxo, y la emoción que le ha provocado e impulsarle a adquirirlo, lo mostrado en ella nos aproxima, casi en su totalidad, a una visión de la mujer a lo largo de más de un siglo de fotografías.Quizá ella, como coleccionista, ni siquiera sea muy consciente de lo que regala al espectador de En el trascurso del tiempo. Retratos del siglo XX. Colección Lola Garrido (Sala Municipal de Exposiciones de San Benito de Valladolid, hasta el 17 de mayo): mujeres de todo tipo retratadas a lo largo de décadas por algunos de los más grandes artistas de la fotografía mundial y con una calidad indiscutible que hace obligada la visita para los amantes de la fotografía.

Mujeres. Desde las más sofisticadas, elegantes o deseadas hasta las que sufren las penurias de la necesidad en la recesión de los años treinta como las de Dorothea Lange, desde las que son retratadas por su condición de estrellas del cine hasta esa mujer de la imagen que aparece en el folleto que anuncia la exposición. Una mujer satisfecha de sí misma o, al menos, feliz en ese instante en el que el fotógrafo tomó la imagen, aunque esté alejada de los cánones tradicionales de belleza. Es feliz porque se siente feliz en un día de playa y por eso mismo es hermosa. Esta imagen dice mucho de toda esta mirada. Todavía hoy sofisticamos demasiado el posado. La costumbre actual del selfi lleva a posturas predispuestas por la moda que aprenden los jóvenes en las redes sociales, muchas veces forzando el gesto. No sé si la mujer de la fotografía del folleto era verdaderamente feliz en su vida pero eso ya no nos importa como espectadores: la imagen ha detenido para siempre ese fragmento de la vida en la que lo era. Junto a ella hay retratos llenos de glamour de Marilyn Monroe o de Marlene Dietrich o de una millonaria fotografiada en su coche de lujo junto al chófer. Pero la mujer que parece verdaderamente feliz por sí misma es esta, a la que el fotógrafo ha regalado un eterno día de playa. Eso es, en definitiva, un retrato: convertir en permanente un instante. Por eso mismo debemos pensar si queremos convertirnos para siempre en una mera postura o algo más.

domingo, 25 de enero de 2015

André Kertész. El doble de una vida


Hasta el día 15 de marzo se expone en la Sala Municipal de Exposiciones de San Benito de Valladolid la muestra André Kertész. El doble de una vida. La selección de fotografías recorre toda su producción, desde la que se supone su primera imagen (Jeune homme endormi, 1912, toda una declaración de intenciones) hasta su experimentación final con el color.

Contemplar estas imágenes de André Kertész (Budapest, 1894-Nueva York, 1985)  en un recorrido cronológico es asistir a la voluntad de estilo de uno de los fotógrafos fundamentales para comprender la evolución artística de este arte en una de las líneas menos conocida por el público en general pero más influyente para la consideración de la fotografía como una de las expresiones artísticas más importantes del siglo XX.  Buscó siempre los ángulos menos usuales, la ruptura de la ortodoxia académica y experimentó con la fotografía de la misma manera que hacían los pintores o los directores de cine vanguardistas de su generación (cualquier aficionado del arte de hace un siglo reconocerá inmediatamente ángulos usados por los grandes directores de aquel tiempo o posiciones y gestos que se hallan en los cuadros, de Buñuel a Picasso), nos legó también una forma de mirar personal y de enfrentarse a las realidades que le tocó vivir (la I Guerra Mundial, los felices años veinte, la vanguardia, Europa y los Estados Unidos a lo largo de casi un siglo). Convencido del poder del arte de la fotografía para trasmitir sensaciones pero también para profundizar en la reflexión estética abandonó pronto las placas para pasarse a la cámara compacta fabricada por Leica a finales de los años veinte (la Leica I se presentó al público en 1925), que provocó una renovación en este arte solo comparable a lo que ha supuesto la cámara digital compacta en los últimos años. En algún momento, Kertész manifestó que el mejor lenguaje en el que se comunicaba era el de la imagen fotográfica, dadas sus carencias para hablar en francés e inglés a pesar de los largos años vividos en Francia y en los Estados Unidos.

Toda una lección de arte, experimentación, voluntad de estilo y constancia que no debería perderse ningún aficionado a la fotografía.

domingo, 18 de enero de 2015

Llevando la luz, de Víctor Hugo Martín Caballero


A finales del 2007, en los inicios de este blog, publiqué Nocturno, un relato simbólico que tenía como punto de partida una serie de fotografías tomadas con una cámara digital compacta, de noche y exclusivamente con la luz procedente del flash. No pretendía que estas tuvieran una calidad y una nitidez que arrancara la admiración del que las contemplara, sino todo lo contrario: buscaban la alteración de los colores, la falta de nitidez e incluso el desenfoque. Mi idea era no ver para ver mejor, sorprender el paisaje nocturno, ese paisaje de los lugares que solemos frecuentar pero en los que la noche nos hace ser extraños. El paisaje, visto así, nos desvela no lo que oculta sino lo que nosotros vemos en un instante casi fantasmagórico.

Algo similar es el punto de partida de la más que recomendable exposición Llevando la luz de Víctor Hugo Martín Caballero (Sala Municipal de exposiciones del Teatro Calderón de Valladolid, hasta el 15 de febrero). Martín Caballero (Valladolid, 1982) tiene ya una sólida trayectoria artística que avanza por la experimentación con la imagen. En esta exposición usa la luz para desvelar no el paisaje sino la propia condición artística de nuestra mirada. No es el paisaje el que llama primero la atención del artista sino la condición del propio artista al crearlo dotándolo de una luz artificial que no pretende imitar la natural. Es una magnífica reflexión, a través de la imagen, de las relaciones entre arte y artista, entre lo natural y lo artificial, entre lo oculto y lo desvelado. Esos paisajes ya estaban ahí y a la luz del día no nos sorprenden por vistos muchas veces, ni siquiera están dotados del atractivo visual que buscan tantos fotógrafos para emocional al espectador. Es la inteligente forma de iluminarlos por Martín Caballero lo que les convierte en arte. A través de los focos de luz construye instalaciones que luego fotografía para reflejar ese instante cuya proyección en la imagen expone en un argumento en el que sin esconder el truco artístico en ningún momento el espectador queda atrapado por tantas sugerencias. Esta exposición es un ejemplo de una buena idea bien desarrollada. El formato y la calidad de las imágenes es magnífica, construyendo paisajes de sorprendente sugerencia a partir del elemento básico de la fotografía: la luz y la oscuridad. Se acompañan de dos vídeos en los que se completa la experimentación sobre la luz, el artista que la porta y el paisaje.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Arquitectura oculta de Rodrigo Macho. Una personal mirada fotográfica al Campus de la Universidad de Burgos.


Más que recomendable la exposición Arquitectura oculta del fotógrafo burgalés Rodrigo Macho (Biblioteca Central de la Universidad de Burgos, hasta el 22 de diciembre) que tenía pendiente de reseñar y que ha pasado prácticamente desapercibida quizá por el lugar en el que se expone, que no consigue entrar en los circuitos habitualmente visitados por los aficionados al arte. Encuadrada en los actos que conmemoran los veinte años de la fundación de la Universidad de Burgos, la muestra se centra en imágenes tomadas en el campus universitario. Estas imágenes son características del fotógrafo, que ha buscado siempre la mirada personal de los elementos arquitectónicos por los que pasamos a diario casi sin darnos cuenta. A través de la cámara encuadra geometrías y planos, pequeños segmentos de edificios y escaleras resaltando sus formas y dotando a los objetos protagonistas de las imágenes de una nueva lectura interesante y reveladora precisamente por la aparente sencillez con la que se muestran. Incluso en edificios tan anodinos y funcionales como los de los modernos campus universitarios existe la posibilidad de la hermosura precisamente cuando el fotógrafo sabe captar la abstracción (que es el rasgo estético de estas imágenes): el juego con los volúmenes, con las líneas y los ángulos. Y los contrastes entre luces y sombras, sabiamente buscados por Macho en estas fotografías. De esta manera, el sabio mirar de un buen fotógrafo puede conseguir belleza donde no esperábamos obtenerla, en aquello por lo que pasamos sin detenernos a mirar porque para la mayoría de las personas no es más que un lugar de paso, un tránsito rápido entre dos lugares. No somos conscientes muchas veces de que esas formas son las que empapan y educan nuestra mirada y consiguen llevarnos a una poesía de lo visual casi sin percibirlo. Para eso están los artistas, para mostrárnoslo. Rodrigo Macho, que también es un excelente retratista, consigue en estas miradas de lo que está a la vista pero no vemos mostrarnos la oculta belleza que está en la arquitectura funcional cuando se enfoca desde el ángulo adecuado. Deberíamos pararnos y aproximar nuestras miradas hacia estos aspectos que tanto nos rodean. A veces descubriremos la fealdad de nuestras ciudades, en otras ocasiones, como en esta, la belleza que radica en las formas y en la luz.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Vanessa Winship


En la Sala Municipal de Exposiciones de San Benito de Valladolid se expone, hasta el 13 de octubre, una muestra de la obra fotográfica de la británica Vanessa Winship. Organizada por la Fundación Municipal de Cultura del Ayuntamiento de Valladolid y la Fundación MAPFRE se trata de la primera exposición antológica de esta autora, una de las más interesantes del panorama europeo actual. Formada en los años ochenta, sus primeros trabajos notables datan de la década de los noventa cuando un viaje a los Balcanes le pemitió reflexionar sobre uno de los temas fundamentales de su obra: la identidad en territorios fronterizos no solo geopolíticos. Desde entonces hasta su reciente reflexión sobre el paisaje de Almería la obra de esta fotógrafa ha adquirido personalidad. A partir fundamentalmente del blanco y negro y del retrato de los personajes y los paisajes crea una atmósfera poética de notable interrogación hacia el espectador tanto por la estética como por la reflexión sobre nuestra época y su condición líquida que hace vivir a los seres humanos en un ambiente un tanto de irrealidad. No suele fijarse en paisajes bellos sino todo lo contrario pero el tratamiento de la luz y de la atmósfera convierten lo que mira en lugares propicios para la belleza desde lo más cercano. Basta con observar su serie sobre las escolares turcas o los luchadores o los personajes norteamericanos para comprenderlo. Los posados evitan la sonrisa franca. Supongo que porque retratan mundos en trasformación sobre los que la historia ha pasado más como elemento destructor que enriquecedor.

Excelente muestra que enriquece el catálogo de esta Sala de Exposiciones, una de las mejores de España en cuanto a su programación, a la que solo afea el poco gusto en la iluminación que aumenta el efecto de los reflejos en las obras y el espantoso olor a humedad y lugar cerrado que se ha adueñado por desidia de una de los mejores espacios dedicados a la fotografía en nuestro país.

miércoles, 9 de julio de 2014

El mar jamás se deja


- Sigues haciendo cosas extrañas con las fotografías.
- Es que a mí la realidad no me sale enfocada. Será cosa de graduarme la vista. Mira en esta: todas las ciudades de costa con paseo marítimo se parecen en una cosa, quieren abrazar el mar por la noche y este jamás se deja. Es su condición.