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domingo, 30 de octubre de 2011

El miliciano que saltó sobre Gadafi


Lo peor de esta fotografía no es la fotografía en sí misma. Omran Shaban, el miliciano libanés que ha declarado ser uno de los miembros del grupo de perseguidores que capturara finalmente a Gadafi cuando intentaba esconderse en una alcantarilla, posa con las pistolas que pertenecieron al dictador: una de ellas, la famosa pistola de oro. ¿Serán de oro sus balas también? Quizá Gadafi quisiera defenderse de los hombres lobos al no reconocerlos como hermanos o precisamente por reconocerlos de su condición. ¿Omran Shaban adoptó esta pose voluntariamente o fue el fotógrafo quien se la sugirió? Hemos visto a este milliciano en vídeos, tras el linchamiento del dictador. Dejaba que otros tomaran por un momento la pistola dorada, siempre atento a recuperarla para conservarla como trofeo. Posiblemente haya ensayado este gesto decenas de veces antes de hacerse esta foto: cuando llegó el fotógrafo la sangre se le había enfriado ya. Seguro que había contado en cientos de ocasiones su relato hasta hacerlo cada vez más lejano de la realidad. Lo peor de esta foto no es Omran Shaban. Quizá este joven miliciano haya visto muchas cosas en esta guerra que le hayan endurecido la mente, más que el rostro, que aun conserva la juventud necesaria para que le quede mucha vida por delante en la que esta foto pueda pesarle como una losa que lo aplaste o pueda llevarlo a ser considerado un héroe nacional. O simplemente, sea olvidado poco a poco y hasta sus amigos más íntimos huyan de él dentro de unos años para que no les vuelva a relatar cómo capturó a Gadafi en una alcantarilla. El azar le puso en el lugar adecuado para saltar sobre Gadafi cuando este quería huir. Quiénes somos nosotros para cuestionarle. Nosotros mismos podríamos encontrarnos en una situación de este tipo y dejarnos llevar por la sed de venganza colectiva: al llegar ahí sabríamos de torturas de amigos y familiares, habríamos visto morir en el frente a nuestros compañeros de armas y Gadafi se habría convertido en algo más y algo menos que una persona (un símbolo y una rata), arrebatándolo toda la humanidad sin dejar ni el gramo que hubiera bastado para tener piedad de él y entregarlo a la justicia. Lo peor de esta fotografía no es el fotógrafo, Cristóbal Manuel, que vio la oportunidad de hacer una fotografía histórica y la hizo aunque todo en ella sea previsible y recuerde a fotografías de otros ejecutores de dictadores o de aquellos héroes del oeste americano -ladrones de bancos o sus captores- o los personajes de decenas de películas de ficción que hemos visto tantas veces que podemos confundirlas unas con otras. Lo peor de esta fotografía no es que un medio de comunicación como El País la haya publicado en primera página: todos los periódicos del mundo lo hubieran hecho (esta sí, porque no todos quisieron publicar las fotografías o el vídeo del linchamiento en primera). Lo peor de esta fotografía no es que todos los lectores nos hayamos parado a mirarla en la portada del periódico, con la curiosidad de saber más detalles, incluso los menos relevantes y más miserables, de la muerte de Gadafi, cuyo tiranicidio no tuvo nada de la belleza de los que nos han transmitido las leyendas históricas.

Lo peor de esta fotografía es que el rostro de Omran Shaban se parece demasiado al nuestro y lo hemos visto cada mañana al peinarnos frente al espejo y que nadie, ni los tiranos, ni los grandes poderes que gobiernan el mundo, ni nosotros mismos, evitará que dentro de unos años vuelva a publicarse porque en otra parte del mundo haya sido imposible sacar del gobierno a un dictador sin que Omran Shaban haya tenido que saltar sobre él para capturarlo.

sábado, 22 de octubre de 2011

El tiranicidio solo es hermoso en la distancia histórica

Todos hemos visto las imágenes de la muerte del dictador libio, Muamar el Gadafi. Es difícil alegrarse por una muerte así. La conciencia democrática siempre pide un juicio y una condena. En cambio, en la historia (antigua y reciente) ha sido frecuente el linchamiento de los tiranos: la violencia con la que se han mantenido en el poder y, en especial, si se han aferrado a él hasta los últimos momentos provocando un baño de sangre lleva a su asesinato violento.

La leyenda y la literatura recubren de grandeza estas muertes: César fue asesinado y la leyenda le otorgó una frase que es toda una sentencia moral. Pero hoy la tecnología nos lleva en directo al centro del grupo que dispara al dictador después de golpearlo y arrastrarlo. El tiranicidio ha perdido toda altura trágica.