
Ayer se inauguró, de forma oficial, el curso en la Escuela Superior de Arte Dramático de Castilla y León. Es un centro de reciente creación pero, como quedó demostrado en la lectura de la Memoria del curso pasado, con un crecimiento y solidez fuera de toda duda. Ya lo hemos mencionado aquí.
Estos estudios, que, hasta ahora, no eran bien entendidos ni por los profesionales del mundo escénico ni por los del académico (un diálogo de sordos que perjudicaba a todos), tienen un espacio muy interesante dentro de los nuevos horizontes universitarios, en los que se han integrado de pleno derecho, aunque aun falten algunos aspectos normativos (se retrasa demasiado el Real Decreto que debe regularlos de forma definitiva en el Espacio Europeo de Educación Superior en España). Aventuro aquí que este tipo de estudios tendrán un enorme desarrollo en el marco del proceso de Bolonia porque cumplen con creces los requisitos y se ajustan a la perfección a su espíritu. Mejor que muchas de las carreras universitarias tradicionales.
La lección inaugural corrió a cargo de Patrice Pavis, uno de los máximos expertos europeos en el hecho teatral, profesor emérito de la Universidad de Paris VIII Sain-Denis y autor de varios de los libros imprescindibles que todo buen profesional y estudioso de la escena debe conocer.
Disertó sobre Hacia dónde va la puesta en escena del siglo XXI. Según él, con el final del siglo XX se ha terminado el poder absoluto del director de escena puesto que ésta sólo puede entenderse ya como una tarea colectiva. En contra de las reseñas que he visto hoy en la prensa, no pienso que Pavis se mostrara alarmista sobre la situación del teatro, sino sobre el teatro de gran espectáculo que ha vivido de la subvención y sin el público. En una época de crisis económica, este tipo de teatro está irremediablemente sentenciado. Y no oculto mi satisfacción. Quizá, con eso -así lo espero-, podamos volver al teatro, sin más.
Apunto aquí que tendré que volver a hablar de estos asuntos.