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sábado, 1 de septiembre de 2007

Santa Anastasia. (Hacia el Delta del río Ebro.)



Cuenta la leyenda que Anastasia fue discípula de los apóstoles Pedro y Pablo. Junto a Basilisa quiso recuperar los cuerpos de ambos. Denunciadas y apresadas, fueron martizadas y degolladas. Por esos méritos son patronas de Roma. No sé si es esta santa la que da nombre a esta población, puesto que en el martirologio cristiano hay varias. Como corresponde al contexto en el que fue fundada, Santa Anastasia no celebra en fiestas a la mártir, sino a Santiago.

Santa Anastasia es una de las quince colonias que el Instituto Nacional de Colonización levantó a finales de los años cincuenta y que Franco inauguró con toda pompa en 1959. Se intentaba convertir en regadío el duro secano de esta zona, aprovechando las aguas del pantano de Yesa, hoy tan cuestionado. Todos tenemos las imágenes de estas o parecidas inauguraciones en la cabeza, difundidas a través del No-Do y sonorizadas con aquella música tan característica y la voz del locutor, tan de otra época, que leía un texto lleno de elogios al dictador.
En la autarquía franquista, vivida en parte como utopía y en parte como fórmula de dominio moral y policíaco sobre la población, se embarcó a cientos de colonos en la aventura de trabajar una dura tierra, casi desértica.
En estos pueblos se cuentan dramáticas historias de supervivencia de aquellos primeros años. A cambio de unos animales, tierras y casas, las familias debían pagar con el producto de sus cosechas una cantidad de dinero elevada para sus circunstancias. Por aquí te hablan de la hermana o el hijo de alguien que murió a consecuencia de la desnutrición y las enfermedades. Eran ya los primeros años sesenta. Te dicen que se pasó hambre y que no había de nada. Las familias se encontraron con que el paraíso prometido de la colonia se convertía casi en subsistencia. Todo esto no viene en los libros de Historia ni salía en el No-Do.
Sin embargo, hay que reconocer que, como proyecto urbano, es racional y hasta óptimo si con un esfuerzo lo situáramos en el siglo XIX o lo descontextualizáramos de la Europa que en los años sesenta comenzaba a recuperarse de la Guerra Mundial. Todas las casas siguen tres o cuatro modelos que sólo se diferencian por el número de miembros de la familia que las iba a ocupar o por su función dotacional, en esa tendencia a la uniformidad controladora de todas las dictaduras que en el mundo han sido, independientemente de su signo político. Se plantaron pinos en los bordes del pueblo, para buscar un esparcimiento aprovechable económicamente. Las calles, rectas, dan lugar a manzanas cuadradas interrumpidas de vez en cuando por plazas. Finalmente, cuenta Santa Anastasia, como todos estos pueblos, con un gran espacio lúdico para frontón, piscina, campo de fútbol. Todavía recuerdo la insistencia en el ejercicio físico de la escuela franquista.
No se olvidaron tampoco de la iglesia, con una torre, en cuya cima anida una cigüeña quizá descendiente de la primera que la ocupó.
Hoy Santa Anastasia es un lugar agradable para vivir sin lujos y que conserva ciertos hábitos de cuando la gente tuvo que unirse para salir adelante. Aunque no tiene ayuntamiento propio verdaderamente dicho, conserva cierta autonomía con respecto a Ejea de los Caballeros y los habitantes se unen para las fiestas y otras actividades.
Desde Santa Anastasia partí hacia el mar de Tarragona. Seguía al Ebro en su curso y en el Delta, no sé bien por qué aun, quizá lo perdí todo.