Hay besos que no se terminan nunca: juego de palabras, labios y abrazos. Se entrecortan de frases cotidianas que se pronuncian sin que tengan más significado que retener a quien abrazamos un minuto más, tan solo un minuto. No te vayas, pensamos, mientras proponemos una cena improvisada o un trámite que apenas importa que solo es excusa para no romper el encuentro.
- Nuestro amor es bastante extraño. Porque a lo mejor tú no me quieres.
- Cuando deje de quererte ya te avisaré.
- Pero, ¿me quieres?
- Los actos importan más que las palabras.
Hay un momento en el que debemos salir al trabajo o a hacer un recado, pero nos llevamos ese beso dentro, celosamente guardado, para continuarlo, interminable y encadenado a sonrisas y tristezas, quizá a la tarde, quizá años después, mientras te llevo en brazos al bajar esa escalera y te subo al automóvil para alejarnos, donde el beso ya no pueda ser interrumpido por nadie. Mientras tanto, quizá, el mundo se esté terminando. Y qué importa ya si nada ha conseguido separarme de tus brazos y tus labios.