Escribir es dialogar con uno mismo o con otro, también con el objeto mismo de la escritura. Nunca la escritura es un largo monólogo. A veces he escrito para o contra mi pasado o con la esperanza de leerme en el futuro. Hay quien acostumbra a dejarse cartas en los cajones del armario para hallarlas en el siguiente cambio de ropa de temporada. A mí me sucede que no me reconozco en lo escrito unos años antes, sobre todo en los textos académicos. En otras ocasiones, en cambio, recuerdo hasta el pulso de mi mano y el peso exacto del silencio de aquella tarde de verano. Hay ocasiones en las que me enfurruño connmigo mismo y me dejo mensajes -pequeños insultos o advertencias para cambiar mi carácter- pero por lo general mis horas de escritura son de pequeños combates contra la propia escritura. A veces gana ella.
Esta semana he viajado a Logroño por motivos profesionales. Era miembro de la Comisión que juzgaba la Tesis Doctoral de Silvia Camarero Ausín, una antigua y querida alumna mía en la Universidad de Burgos con la que he mantenido contacto permanente desde entonces y que ahora ejerce como profesora en la Universidad de la Rioja y en un centro de secundaria de aquella ciudad.. Hacer una Tesis Doctoral en los tiempos que corren es ya un acto de heroísmo, escribirla sobre aspectos filológicos merece todos los parabienes. Esta Tesis, además, se propone algo todavía más osado: acercar los clásicos a los adolescentes. Tras un riguroso debate sobre la lectura y la literatura edita El marido más firme, de Lope de Vega, para alumnos de Secundaria.
Soy profesor de literatura desde los años ochenta. Y desde entonces, reforma tras reforma, la literatura ha perdido peso en la formación curricular de los españoles. Curiosamente, durante estos años se ha incrementado notablemente el número de artículos y libros publicados desde la filología y el rigor científico. Pero, a la vez, la literatura se ha convertido en una pesadilla para muchos adolescentes a los que sus profesores se empeñaban en hacerles leer unos libros que les resultaban odiosos antes incluso de abrir la primera página. No estoy de acuerdo en que los clásicos deban desaparecer de los niveles de educación no universitarios. Es un error sustituirlos por libros que parecen más cercanos a nuestros jóvenes pero que no tiran de ellos, no los intrigan, no los despiertan al cuestionar los misterios que guardan. Cuando se vendían libros, las editoriales fabricaron colecciones de libros por edades asesorados por expertos hasta el milímetro. La consecuencia de todo aquello la vemos hoy: los jóvenes españoles abandonan la lectura cuando entran en la adolescencia y solo leen los libros de moda entre ellos, que también terminan por abandonar. Porque nadie les ha enseñado que la literatura es uno de los mayores placeres y fuente de conocimiento, debate y conciencia de individualidad. Los libros de moda los leerán siempre porque todos los jóvenes quieren leer lo que leen los demás. En las aulas se deben leer los clásicos y una buena selección de los contemporáneos. Según la edad, en ediciones especialmente preparadas. Y siempre con la ayuda del profesor, que es quien debe despertar el gusto por la literatura. Pero a este profesor hay que prepararlo convenientemente, darle los medios y, sobre todo, las horas necesarias. Nuestros centros escolares, en los que buena parte del tiempo se dedica ahora a necesidades de educación cívica e integración y sociabilización, se han convertido, en lo académico, en un cúmulo de horas sin sentido en el que se resta tiempo a las cuestiones básicas que deben ser mostradas por el profesor no como si se dirigiera a futuros científicos sino a niños y jóvenes que deben ver cómo también la literatura es útil para ellos. Uno de los muchos errores que veo en algunos manuales y diseños curriculares es la intención de que un joven de quince años se convierta en un lingüista o en un experto en física elevada.
He tenido tiempo de pensar en el viaje a Logroño, como hacía semanas que no podía. También de conocer gente buena, que es lo que verdaderamente me importa en estos tiempos de cuchillos. Mi querida amiga Rita Turza, asidua visitante de La Acequia y autora de un blog de poesía y dibujos, me acogió en las primeras horas de mi estancia en la ciudad y me organizó un encuentro con algunos amigos suyos. Rita se ha forjado a sí misma. Es pura energía, sensibilidad y entrega. Con la constancia del que ama la escritura publica sus poemas perfeccionándolos día a día desde que comenzó a darlos a conocer. Ahora los ha reunido en un volumen, Se avecinan noches de tormenta. En él está lo mejor de ella, incluso en el título, que debe entenderse correctamente: la tormenta limpia y despeja el mundo para que sea mejor cuando amanece. Esta es la mejor definición de la forma de ser de su autora:
Se avecinan alegrías
llegadas de otros veranos
trasparentes como agua de piscinas.
No me lo había dicho. No me había dicho que había incluido en el volumen un poema que me dedicaba. Y me sorprendió en el camino de regreso, al pasar la hoja mientras leía el libro. Y me definió el momento en el que yo me encuentro ahora:
Fichas de dominó
sacadas de una chistera.
Rita tiene la alegría de las personas que saben que el mundo puede ser mejor tras todas las tormentas, como dice el último verso de un poema lleno de ternura que dedica a su hijo:
Con ojos transparentes como el alba.
El tren me dejó a las nueve de la noche en mi estación de llegada, de vuelta a casa. Miré al cielo para ver si me deparaba la dicha de la lluvia.