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domingo, 7 de septiembre de 2025

Un mar de estrellas

 


En un espeto de sardinas está quien las asa y la leña usada, la arena de la playa, el marinero que las pesca, el mar entero y así la primera gota de agua de este planeta, pero también tu cuerpo pantera y rompiente moviéndose en la noche entre las barcas hoguera para que yo te viera y no te viera. Tenías algo salvaje cuando te erizabas en el enfado: ojos de uñas y piel tensa. Arriba, un mar de estrellas mediterráneo.

sábado, 6 de septiembre de 2025

La ciudad en ferias

 



La ciudad celebra sus fiestas: habrá música, fuegos artificiales, casetas gastronómicas, peñas, música en la calle, tómbolas y tiro con carabina. Globos aerostáticos al amanecer y besos nocturnos en los parques antes de que el verano se despida. Vendrán después las primeras lluvias de septiembre y hará frío en las noches.

Tengo una brecha en la frente desde la adolescencia, fruto de un golpe con el volante de un coche de choque. Me lavé la sangre en la fuente, compré unos churros y me quedé un rato más por allí, a ver qué pasaba porque pasaba todo y nada. El suelo lleno de cartones de la tómbola, la algarabía, un faquir del barrio echado en el suelo sobre una manta pidiendo un duro para comenzar su espectáculo de tragarse bombillas y restos de cristales. Pasaban las parejas y yo encontraba demasiado pronto la salida del laberinto de cristal y me giraba y volvía a internarme en él. Pasaban las familias para comer perritos calientes con mostaza y kétchup en los puestos y los niños probábamos el vino dulce de la caseta de los maños: vino dulce con barquillo. Pasaban los días como si no pasaran. Yo tenía que atravesar las ferias vacías y sucias por la mañana, camino del colegio, con las banderolas fatigadas. Pasaba todo y nada pasaba. En verdad, pasaban tantas cosas esos días que al buscar la moneda para pagar la manzana dulce ya te habías hecho adulto y buscabas la cintura de tu novia y la abrazabas por los hombros por si tenía frío cuando anochecía.



viernes, 5 de septiembre de 2025

Un buque fantasma en mitad de la niebla

 


Me atraen los restos de la ciudad de antes en medio de la novedad del crecimiento urbano. No me refiero solo a lo que ha sido restaurado y respetado en su lugar, sino especialmente a lo que aún no ha sido demolido puesto que su interés patrimonial o económico es escaso para las pretensiones actuales, pero que no tardará en desaparecer. Tapias, viejos talleres, puertas, ventanas, muros de edificaciones con las que, de pronto, te topas en tu recorrido por la ciudad nueva y que reconoces. Son testigo de lo que conociste. Desencadenan en ti la memoria: aquí estuvo tal comercio, por aquí se iba a tal lugar. Sabes que no perdurarán, que están condenados a desaparecer antes o después, pero aún resisten y te apresuras a anotarlo para que no te ocurra como cuando buscabas un callejón en el que había un bar cerca de la Facultad en el que escuchabas rock mientras tomabas una cerveza y besabas y ya había desaparecido como por arte de magia. ¿Te gustaría que aún permanecería, oculto detrás de las paredes del edificio moderno que han construido encima? Quizá no existiera tampoco entonces, cuando creíste estar allí, y todo aquello no sea más que un buque fantasma en mitad de la niebla que ves pasar mientras anotas en el cuaderno unas cuentas ideas para un poema, sobre la mesa de la terraza en la que te tomas el café de media mañana.

miércoles, 3 de septiembre de 2025

Paisaje marino con sol de atardecida

 


Se nota ya el atardecer y la lentitud de la mañana. Queda un poco de verano, pero ya es otoño, quizá invierno. El mundo ensaya un simulacro de esperanza cada amanecer. Es bueno que muchos ignoren el trampantojo: más allá del como si la vida, está la vida misma.

martes, 2 de septiembre de 2025

El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos

 


Ilsa Lund mira por la ventana. Se escuchan unas frases en alemán, que ella traduce para Rick Blaine. El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos, concluye. Él solo acierta a decir que quizá no sea el mejor momento. Tiempo después, todos quieren ir al café de Rick, pero tampoco es buen tiempo para el amor. Qué más da, alguien tiene que sonreír de medio lado y buscar la salida de la niebla.

Alguien se preocupó en colocar los azulejos para adornar el pie de la pared, por colores, de dos en dos. Ahí están, quién sabe después de cuánto tiempo, aunque la pared se haya deslucido. Siempre hay un detalle de estos. Recuerdo las ventanas de las humildes casas molineras de mi barrio: en todas ellas había macetas de geranios. Ahora mismo, antes de cruzar el semáforo, una pareja de ancianos (él empuja la silla de ruedas): este hombre ha acariciado la mejilla de su mujer. En la terraza del café, un gorrión macho picotea al alcance mi mano las migas de pan. Hoy ha refrescado. El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos.

lunes, 1 de septiembre de 2025

De las afueras

 


Soy de ese tiempo de las afueras, de ese lugar en que el sabes que todo cabe en una mochila y aún menos. Un mundo que comienza en septiembre y guarda castañas asadas en un cucurucho, entre las manos, en el que la vida es tan frágil que puede irse si te quitas el verdugo para ir a clase, en el que los charcos se helaban y las nieblas duraban semanas y el camino a casa era un barrizal si llovía. Soy de ese tiempo de las afueras que siempre llevas dentro y por eso guardas aceite, pasta y lentejas por si acaso, de unas afueras que siempre te dice que en donde estás es solo una circunstancia y que de ahora no perteneces y es posible que tampoco de mañana.

domingo, 31 de agosto de 2025

La última canción

 


Así se cerraba agosto, con la banda tocando la última en Castro Marim. Hacía algo de fresco y te puse mi chaqueta sobre los hombros. ¿Nos vamos?, te dije. ¿Ya es septiembre?, me respondiste.

sábado, 30 de agosto de 2025

Leer en verano

 


Sé por qué eran más felices mis veranos de antes: porque era el tiempo de lectura. Lectura de los libros de la pequeña biblioteca de mis padres, que a mí me parecía inmensa; lectura de los tebeos y libros del puestecillo de la biblioteca pública de los Jardines de la Rubia, apenas una caseta; lectura de los libros que fui comprando con mi paga o que en casa fueron adquiriendo para los hijos y para mi madre, que siempre leía a escondidas. Recuerdo especialmente el verano en el que cumplí catorce años y mi voracidad lectora de ese año, que no se detuvo en los siguientes. Lecturas desordenadas de novelas, filosofía, historia y poesía, clásicos como El Quijote o de moda como Papillon junto El Jabato o Hazañas bélicas, todo lo que podía de la vieja Austral o las obras de Nietzsche publicadas en el libro de bolsillo de Alianza Editorial. Libros que me acompañaban gran parte de las horas de calor, en las que no había nadie en la calle, y que yo leía a la sombra del chopo plantado por mi padre o tirado en el suelo, en la frescura del portal de entrada de la casa. Quizá no tenga razón y era más feliz porque era un niño y todavía no tenía responsabilidades, pero el caso es que yo leía mucho y era feliz leyendo. No sé bien cuándo he dejado de leer así, con tanta voracidad. Extrañará que diga esto porque sigo leyendo mucho. Por razones de trabajo y de compromiso, por la gestión cultural que realizo, por estar al día. Leo, pero ya no leo como entonces: embarcándome en un mar inagotable que era mucho más amplio que la vida. Y ya no soy feliz. Miro ahora mi biblioteca, que desborda las posibilidades de mi casa y sé que es ahí donde podré hallar consuelo a tantas cosas.

viernes, 29 de agosto de 2025

Esas cosas que ahora ya no me pasan

 


A diferencia de la vida, la adelfa avisa de su toxicidad: es amarga.

Vivir es lo único importante mientras estás vivo, luego decae su interés.

Caminabas
como si nunca hubiera caminado
nadie.
Hacías así todo:
besarme en la mañana,
despejarte la frente
con la mano
mientras me sonreías,
buscarme de soslayo, 
dejar que te abrazara.
Esas cosas
que ahora ya no me pasan.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.


jueves, 21 de agosto de 2025

Pétalos blancos y hormigas aladas

 


Había en el suelo una rama rota de almendro, desgajada del árbol. Recogí los almendrucos y me los eché al bolsillo, a pesar de que aún falta un poco para que la almendra esté madura. Ya lo he contado: fui besado por primera vez bajo un almendro en flor cuando yo apenas salía de la infancia. Voy pensando que es el único beso que he recibido sin que se esperara nada de mí a cambio (el más puro, el beso por el beso mismo). Nevaban flores de almendro y ella me miró primero, antes del beso. Se quedó parada un momento, contemplándome, antes de acercarse. Tardé en comprenderlo todo. El caso es que he recogido los almendrucos y ahora los sostengo sobre la palma de mi mano, verdes, irregulares, promesa de fruto. Los observo intrigado, sin decidirme a abrirlos para comprobar su sazón. Con miedo, incluso, por si, al abrirlos, hasta ese beso perdiera la pureza con la que lo recuerdo, contaminado por todos los otros que vinieron más tarde. ¿Y si alguno de estos frutos contuviera la esencia de aquella estampa, como esos recuerdos que se guardan con gran cuidado en una caja, envueltos en papel de seda? ¿Y si al abrirlos se esparcieran por el aire todos los pétalos blancos y las hormigas aladas?

domingo, 17 de agosto de 2025

Sostenido en sus manos

 


Coplas del mar madreselva

Antes de todo, el mar,
pero antes lo creamos
buscando caracolas
en vuelo entre tus manos.

Si tú peinas el viento,
indicas el camino:
es una orden tu gesto
para darle sentido.

No soy más que un gran pozo
lleno de agua salada
esperando tu voz
en mitad de la playa.

Si se acaban los tiempos,
dejad flotar mi cuerpo
sostenido en sus manos
y herido por sus besos.

Antes de todo el mar,
pero, mucho antes, dedos
profundos en tus verdes
madreselva y al vuelo.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.


sábado, 16 de agosto de 2025

El monte incendiado

 


España y Portugal sufren una de las mayores oleadas de incendios forestales de su historia que coinciden con el intenso calor de  este agosto, como no se recuerda. El fuego ya ha entrado en uno de los espacios más intensamente grabados en mi memoria, el valle del Ambroz, y las columnas de humo se ven desde Béjar. En Puerto de Béjar han comenzado a caer pavesas. Si cierro los ojos puedo recorrer con la memoria muchos de los senderos ahora amenazados. Leo y escucho las soluciones fáciles de los oportunistas, circulan por las redes sociales y los teléfonos móviles imágenes falsas y bulos, como ha ocurrido en todas las desgracias naturales, epidemias y conflictos sociales de la última década. También muchos testimonios de los afectados, cuyo dolor e indignación debemos acoger (exijamos que, con ellos, las administraciones competentes cumplan su función). El comportamiento de las brigadas y voluntarios que combaten el fuego es heroico y va mucho más allá de su obligación. No hay solución fácil porque las causas son múltiples. La cuestión debe abordarse desde muchos ángulos y nos afecta a toda la sociedad. El campo que se incendia no es solo un lugar para hacerse fotografías para las redes sociales con los girasoles, la lavanda y los cerezos florecidos, ni un espacio para invadir y maltratar los fines de semana y las vacaciones, tampoco un espacio que pertenezca solo a los propietarios de los terrenos. Acoger ahora los discursos fáciles de algunos oportunistas sería irracional, pero este mundo se ha echado ya en manos de las vísceras cuando más hace falta la razón.

Javier Celán, gran artista de la fotografía y autor de películas en las que la imagen y la poesía se unen hasta hacerse la misma cosa, me entregó el otro día una copia de la fotografía de mi madre que habíamos usado para un cortometraje en el que he colaborado y que se estrenará en breve. Es un corto que tiene mucho que ver con este sentimiento doloroso que provocan los incendios en los bosques. En él el monte es parte de la experiencia del ser humano. Tiene razón Javier con sus metáforas visuales: el bosque es lo que nos hace humanos, en realidad, porque lo llevamos dentro. Nuestra relación con él nos define y de él nacen muchos de nuestros relatos ancestrales. Alejarnos del bosque nos hace menos humanos.

Hay algo que no queremos entender porque nos hemos desconectado de la naturaleza desde hace unas décadas. Cuando usamos el concepto de bosque primigenio, casi siempre erramos. Existen muy pocos bosques primarios en el mundo. La mayoría de las masas forestales que conocemos, incluso las más intrincadas y densas, son producto de la labor humana. Los bosques de castaños que se han quemado en las Médulas no han estado allí siempre, sino que fueron plantados, explotados y delimitados desde la romanización de la península (parece incorrecto pensar que el castaño no existía antes en España, pero no a ese nivel de explotación), como también son obra humana el Castañar de Béjar, las extensiones de fresnos, tan relacionados como la ganadería, o los grandes pinares de mi tierra. Los últimos descubrimientos han demostrado que gran parte de la selva amazónica es producto de la selección y trabajo de los seres humanos que la habitaron hace cientos de años. No cuidar estos bosques como debemos define nuestra época.

Javier Celán me entregó la fotografía de mi madre envuelta cuidadosamente con un papel rojo. No me dijo qué era y al retirar el envoltorio y  ver el rostro de mi madre me conmoví tanto que tuve que tomar aliento. Hace unos días se cumplieron seis años desde que no puedo abrazarla como hacía en los últimos años de su vida, tan pequeñita y frágil, pero con esa entereza que le hizo superar todo (una infancia de la postguerra, el trabajo infantil, la pérdida de la primera hija, la privación de tanto para darnos todo a los hijos), excepto la muerte de mi padre. Protestaba mucho cuando la estrujaba, porque le quitaba el colorete o la despeinaba, pero aún conservo la dimensión exacta de su cuerpo en el abrazo que yo sostenía durante segundos hasta que conseguía que riera. Javier me entregó la imagen trabajada como una prueba de autor a partir de una vieja fotografía deteriorada que yo conservaba y que usamos en la película. Veo ahora a mi madre muy joven, bellísima, no permitiéndose sonreír del todo, como si anticipara algunas de las muchas tristezas que le iba a deparar la vida, como si supiera que la felicidad de los humildes siempre es castigada. La oreja izquierda despejada, de la que pende el único adorno que necesitaba. ¿Qué edad tendría entonces? Menos de veinte, calculo. Javier ha titulado la imagen La paloma de Santa Clara, como la conocían en el barrio vallisoletano en que naciera. Mi padre le llevaba seis años y, por entonces, lucía un bigotillo de artista de cine que le hacía muy atractivo. Una pareja muy guapa.

Tengo encogido el estómago. Gracias  al cortometraje de Javier Celán, la imagen de mi madre se instaló como un poema en los paisajes que tanto han significado en mi vida los últimos años, ahora amenazados por el fuego. Desde el otro día, me adentro en mi propio bosque, para escuchar el picapinos lejano y el rumor de los regatos que buscan el valle. Ojalá el incendio no llegue hasta la sierra de Béjar porque yo ya llevo un incendio dentro que tardaré mucho en apagar. No puedo despedirme de tantas cosas.

viernes, 1 de agosto de 2025

El engaño de agosto

 


Comienza agosto: cumple su labor
de engañoso paréntesis.
Por ejemplo, tus ojos.
Alguien roba miradas
en la tarde de siesta los domingos:
no hay forma de que el mar
se apiade de la playa.
Agosto
ahora,
y ya todo es otoño.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.


jueves, 31 de julio de 2025

Solo un puñado de ellos

 


Apilas los veranos lo mejor
que sabes, sin pensar que serán leña
en el siguiente otoño. 
Algunos dan calor en el invierno
(no te hagas ilusiones,
solo un puñado de ellos).


martes, 22 de julio de 2025

Notas de julio

 


A mediados de julio, tiene la rosa tentación de sentirse eterna.

En las mañanas de verano, la casa de mis padres olía a luz de rosas y hierbabuena recién cortada.

Hay suficiente luz
en este amanecer
-abierta la ventana
que busca el frescor
del final de la noche
en el incierto julio-
para saber tu ausencia.

lunes, 21 de julio de 2025

Desarbolado

 


El vencejo caído
que nunca fue arbusto
pasado el mes de junio,
desarbolado.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.

sábado, 5 de julio de 2025

viernes, 4 de julio de 2025

Venus

 


A veces me doy cuenta (no preguntes),
sin más, de que estoy vivo.
Como verte salir con sol poniente
de la espuma del mar, estrujándote
el pelo con las manos y mirarme
como si en realidad 
estuvieras naciendo en esta playa
por esas circunstancias
que parecen escritas para los otros.
Lo recuerdo. Quizá
todo valió la pena
antes de recoger
el mar en el capazo.

© Pedro Ojeda Escudero, Del desconsuelo, 2025.