Soy de ese tiempo de las afueras, de ese lugar en que el sabes que todo cabe en una mochila y aún menos. Un mundo que comienza en septiembre y guarda castañas asadas en un cucurucho, entre las manos, en el que la vida es tan frágil que puede irse si te quitas el verdugo para ir a clase, en el que los charcos se helaban y las nieblas duraban semanas y el camino a casa era un barrizal si llovía. Soy de ese tiempo de las afueras que siempre llevas dentro y por eso guardas aceite, pasta y lentejas por si acaso, de unas afueras que siempre te dice que en donde estás es solo una circunstancia y que de ahora no perteneces y es posible que tampoco de mañana.
6 comentarios:
Buenos tiempos, sin duda.
La infancia sigue siendo nuestra patria, la de verdad.
Una confesión de tu identidad, que siempre llevas contigo.
Un abrazo
Se necesitan pocas cosas. Con unas dosis razonables de austeridad podemos aguantar y sobrevivir con lo que cabe el la mochila.
Saludos.
Lo que había valía; hemos perdido el significado del valor confundiéndolo con el precio.
Crecí con la despensa llena por si acaso y el frío pisando los talones de mi padre mientras traía el pan a casa para que nada me faltara. Las afueras en ese tiempo solo eran descampados donde los chavales jugaban a ser mayores y ver el sol en sus vidas. Un abrazo
Publicar un comentario