Amar no nos llena siempre de felicidad. Las personas que sienten el amor como parte esencial de la vida caminan siempre sobre la cuerda floja, pero no pueden buscar amparo en el suelo porque entonces la vida se convertiría para ellas en una sucesión de días sin sentido y se dejarían morir o caerían en la locura. Las personas que viven de esta manera, además, juzgan todo a partir de esa emoción y pueden llegar a ser injustas con los que les rodean, pero no pueden evitarlo: exigen lo que dan, como si dar creara una obligación en quien recibe. El amor siempre está muy próximo a lo patológico: conforta y duele. Y cualquier suceso puede empujar a quien ama a un estado psicológico que lo desequilibra. Desde muy antiguo, el amor se ha incluido en los tratados médicos.
Con La carta cerrada (Lumen, 2009), Gustavo Martín Garzo (1948), uno de los escritores actuales que mejor saben tratar las emociones, ha escrito una extraordinaria novela que contiene el retrato de una mujer que ama y vive en la fantasía de las emociones de una manera superior a la razón:
Con La carta cerrada (Lumen, 2009), Gustavo Martín Garzo (1948), uno de los escritores actuales que mejor saben tratar las emociones, ha escrito una extraordinaria novela que contiene el retrato de una mujer que ama y vive en la fantasía de las emociones de una manera superior a la razón:
-¿La razón? -replicaba ella-. Nuestra vida no cabe en una cosa tan pequeña.
Ana, la protagonista, vive en un mundo y un tiempo -una ciudad de provincias de la España de postguerra- al que siente no pertenecer. Se enamora apasionadamente, pero fracasa en la relación con su esposo. Tiene dos hijos a los que ama con locura pero pierde uno en un trágico accidente. Todo le conduce a lo contrario de lo que había esperado. En el fondo, su forma de sentir no puede encajar en la grisura de aquellos tiempos.
Conocemos su historia porque nos la cuentan dos voces en un diálogo literario: su propia voz y la de su hijo. El hijo indaga en las emociones de su madre con amor, recordando las circunstancias que trascurrieron desde sus primeros recuerdos hasta su entrada en la adolescencia, intentando comprenderla. Toda la red de amor se teje desde la perspectiva femenina: en las mujeres -como en casi todas las novelas de Martín Garzo- se deposita el cuidado de vivos y muertos, la conservación del amor incluso cuando se equivocan. Los hombres, más aún en la época retratada, no pueden o no saben expresar sus sentimientos y deben actuar con un rol que los bloquea: pero esto ni les salva ni les condena, porque también reciben todas las penas y las alegrías.
Todo en la novela está lleno de historias relacionadas con el sentimiento amoroso: hacia los otros, hacia los animales, hacia las cosas. Martín Garzo ha escrito una novela en la que hallamos una amplia gama de formas de sentir ese amor, desde las que construyen la felicidad hasta las que construyen el drama. Se ama o se rechaza el amor, pero todo gira en torno suyo.
El lector es testigo de ese diálogo y siente que ha entrado de puntillas en una intimidad de tan alto grado que no le importan tanto las circunstancias argumentales como la expresión de las emociones y las reflexiones de los protagonistas, salpicadas de breves relatos que los conducen hacia el final. No nos sentimos capaces de juzgar lo que leemos -lleno de idas y vueltas, rechazos y reconciliaciones- porque pronto comprendemos que todo nace de una exploración interior que no tiene que contener más verdad que aquella con la que uno siente las cosas. Toda la materia con la que se ha escrito esta novela es reconocible dentro de cada uno de nosotros, aunque no compartamos la conclusión de la protagonista, porque esta es sólo suya a partir de sus circunstancias: