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lunes, 21 de septiembre de 2020

Húrgura, de Fermín Herrero y Henar Sastre

 


Todo en este libro es excelente. Por separado, los textos de Fermín Herrero y las fotografías de Henar Sastre merecerían ser calificados así, pero la suma propiciada aquí y el tratamiento editorial que se le ha dado, hacen que el conjunto se convierta en uno de los mejores libros publicados en los últimos tiempos en España. La editorial Páramo ha acertado plenamente al entregar a lo lectores este volumen hermoso, delicado y estremecedor, completando un catálogo que ha crecido en extensión, diversidad y calidad en los últimos años, sin perder la personalidad como sello editorial.

Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, Soria, 1963) es una de las grandes voces poéticas españolas de la última década. Aunque su obra es muy anterior y apreciable, desde el 2011 ha dado a la imprenta una gavilla de poemarios que merecen cada uno de ellos la definición de obras maestras, mucho más allá del uso tópico de esta expresión: Tempero (2011, Premio Alfons el Magnànim), La gratitud (2014, Premio Jaime Gil de Biedma y Premio de la Crítica de Castilla y León), Sin ir más lejos (2016, Premio Jaén de Poesía y Premio de la Crítica de la poesía castellana). Antes habían venido Anagnórisis (1995), Echarse al monte (1997, Premio Hiperión), Un lugar habitable (2000), El tiempo de los usureros (2003) o Tierras altas (2006). A lo largo de su trayectoria, pero especialmente en los últimos años, Fermín Herrero ha conseguido un estilo propio, reconocible, basado en una forma de mirar el mundo hondamente reflexiva y con un especial vínculo con la naturaleza y el paisaje y una sintaxis poética personal a la hora de tratar el verso que adentra al lector en un terreno nada usual en los tiempos que corren. Pocos son los poetas que pueden presentar estos méritos en el balance de una obra.

Henar Sastre es una fotógrafa de largo recorrido. Vinculada profesionalmente al periódico El Norte de Castilla desde 1988, se ha acercado siempre al mundo de la cultura. A ella se deben gran parte de los mejores reportajes fotográficos en este campo de las actividades desarrolladas en Valladolid y algunas de las colecciones más importantes de retratos de escritores. También ha desarrollado un camino artístico de notable interés, es miembro del colectivo Simancas, villa del arte y de la asociación AVA, artistas plásticos. En su currículum hallamos un gran número de exposiciones y premios como el Nacional de fotografía por A través del espejo, el Ecoperiodista o el Premio a la trayectoria profesional Racimo.

En la nota final, Fermín Herrero explica el proceso de escritura de estos poemas a partir de los juéjù de la tradición poética china. Estos cuartetos tienen una predisposición rítmica y estructural compleja y están condicionados por el uso de un número máximo de caracteres, lo que obliga a los autores a trabajar minuciosamente la simbología sobre la sugerencia y la complicidad de la lectura. No es intención de Fermín Herrero la traslación automática de esta exigente fórmula a sus textos, sino partir de ella para profundizar en una de las características de su poética, la concisión. Aunque en los versos de Húrgura queden rastros intencionados del decir oriental, el viaje desde China hasta las tierras castellanas es uno de los grandes logros de este libro. Estos versos parecen nacidos naturalmente en las tierras sorianas, a las que se arraigan por el sabio y medido uso de palabras, expresiones y la hondura del pensamiento expresado sin adornos retóricos. Lo que en su origen era una estrofa china, queda enraizado en la tierra castellana como si nunca hubiera sido de otro sitio, otra de las características de la poesía de Fermín Herrero.

En la misma nota final, el autor da cuenta de la razón del título. Húrgura es un localismo soriano (de las laderas del Oncala), que a Fermín Herrero le lleva a los vientos más fríos del invierno acompañados de nieve y que él escribe con h por intuición y en singular porque así lo ha oído en su lugar natal, frente al uso sin h y en plural que hizo el escritor Abel Hernández, soriano de Sarnago, en Historias de Alcarama (2008). Una misma palabra en diferentes variantes empleada por dos grandes escritores, que de esta manera procuran su conservación para siempre y evitan su pérdida en la memoria de los hablantes. La palabra, de origen enigmático y sonoridad trágica, describe en gran medida este libro.

En Húrgura está presente una mirada reflexiva del poeta al paisaje. Es esta mirada constante a la naturaleza la que desencadena la imagen y el significado:

Están sumidas en el árbol, como disecadas,
las manzanas. Y cuelgan. Cuelgan
con ese desamparo. El nuestro. De hace
tiempo, después de tanto hielo, reblandecido.

La naturaleza es siempre generosa en su entrega, incluso cuando al ser humano no se lo parece porque se le antoja inhóspita. La mirada del poeta sabe ver esa generosidad, la condición más intensa del mundo. No siempre hay esta complicidad reflexiva con el paisaje en la poesía de Fermín Herrero, también hallamos perplejidad, una cierta extrañeza en la que choca el sentimiento y la razón humana, teñida de un cierto pesimismo, y la actitud de la naturaleza, seguramente más cierta:

Cantan los pájaros en cuanto sale
el sol. No los entiendo. Menos aún soy
que hormiga, mota, nada. Cantan los pájaros
en la puesta de sol, quién los comprende.

Por eso mismo, la unión más natural es aquella en la que la voz poética se fusiona con el elemento natural sin saber siquiera que lo hace:

He oído al nogal desperezándose
con las primera gotas del chubasco.
Las hojas se esponjaban y en su turbación
también estaba yo, sin entender sabiéndolo.

Por eso mismo, todo en la naturaleza parece sagrado. El poeta, al podar un arbusto, tira al suelo un nido que estorbaba y se queda mirándolo: "Y cómo / recogerlo ahora, después de profanarlo". Lo único que parece estar a la altura de esa condición, es la entrega de los seres humanos a su labor con la misma generosidad, sin esperar otra gratificación que el natural suceder de las cosas. Por eso, es especialmente importante en la poesía de Fermín Herrero el sentimiento de sucesión, respetuoso y admirado, entre padres e hijos. Aquí, el recuerdo de su padre vestido de domingo, subiendo el puerto en bicicleta para ver a su madre cuando eran novios ("Es mi primer recuerdo / y eso que yo no había nacido"), o la conciencia de pertenecer a un mundo que se concreta en el trabajo diario y en el hogar:

En el corral, uncir las vacas, fría
la noche. Escucho. En la cocina
la lumbre hace humo, bondad
morriña. Escucho. Así os recupero.

Acompañan y dialogan con los poemas las excelentes fotografías de Henar Sastre, que tienen la misma tonalidad del paisaje, la sutileza de la naturaleza, la delicada labor estacional del mundo, en el que la misión del ser humano debiera ser la del respeto a la cosas, para que sucedan en un orden natural. No se trata de una ilustración, sino de otra parte esencial de este libro, aportando en imágenes la mencionada condición de la naturaleza. La mirada de Henar Sastre reposa sobre el paisaje o sobre pequeños fragmentos de la naturaleza en los que está toda ella, su mismo sentido generoso de entrega y ciclo vital.

viernes, 23 de junio de 2017

Como si el pardal mismo no existiera


Discurso pronunciado como padrino en la ceremonia de graduación de la V promoción del  Grado en español: Lengua y literatura, de la Universidad de Burgos (22 de junio de 2017)


Sr. Vicerrector de Cultura, Deporte y Relaciones Institucionales, Sr. Decano de la Facultad de Humanidades y Comunicación, Sr. Coordinador del Grado de español, Sra. Directora del área de Literatura española, queridos alumnos graduados, compañeros, amigos y familiares:


Recuerdo el árbol del amor en el pasado mes de septiembre, agostado tras el verano. Cuando fuimos a visitarlo al inicio del presente curso, en una de nuestras clases, dudé si ya estaba muerto o si aún quedaba la esperanza de que floreciera de nuevo, como el viejo olmo de Antonio Machado. Como él, lo anoté en mi cartera y os pedí que lo recordarais.

Su apariencia era la de un árbol enfermo, en la parte final de su vida. Nos acabábamos de trasladar a las nuevas dependencias de la Facultad y aquellos días lentos con un sol todavía intenso invitaban a dar clase fuera del aula y yo no podía resistirme a vuestras ansias de luz. ¿Os acordáis del humilde árbol del amor, detrás de la antigua capilla, en el jardín trasero de este espacio que fue en su día Hospital Militar y que por fortuna podemos disfrutar nosotros ahora? Floreció en abril, al inicio de la primavera. Sus flores, de un intenso rosa, brotan antes que las hojas y marcan un fuerte contraste con el marrón oscuro y envejecido de los frutos, las legumbres que permanecen en el árbol desde la temporada anterior. La explosión sorprendente del color sabe al renuevo de la luz, a una juventud que exige ser mirada reivindicándose frente al tiempo de invierno. Lo nuevo junto a lo viejo, el color del fruto ya oxidado por el frío y la lluvia y la sonrisa fresca de los racimos de flor. Todo un símbolo de la Universidad. Pero los árboles no saben de metáforas: la naturaleza cumple sus ciclos con feraz perseverancia.

Los expertos hablan del Trastorno por déficit de naturaleza, un término definido por el periodista y escritor norteamericano Richard Louv en su libro El último niño en el bosque, publicado en 2005, en el que denunciaba uno de los males de nuestra sociedad, que tiene varios retos de primer orden que resolver. Entre ellos este, uno de los más graves. Mucho antes, en su Discurso de ingreso en la Real Academia, titulado El sentido del progreso desde mi obra, Miguel Delibes clamaba “contra la brutal agresión a la Naturaleza que las sociedades llamadas civilizadas vienen perpetrando mediante una tecnología desbridada”. Aquel discurso se pronunció en 1975 y desde entonces las cosas no han mejorado.

Nos hemos arrancado de la naturaleza y vivimos en un entorno cada vez más artificial. En España, en nuestra comunidad, el mundo rural se ha despoblado. Las cifras nos hablan de niveles demográficos propios de una zona desértica. Ya ni siquiera se vuelve al pueblo en verano como antes porque aquellos pueblos han sucumbido al abandono, a la desidia y no ofrecen las comodidades que exigimos. Una de las novedades editoriales de mayor éxito del año pasado fue La España vacía, del escritor Sergio del Molino. Aunque no estemos de acuerdo con algunos puntos de su análisis, el término que acuña brillantemente en el título nos define con exactitud el país. En efecto, hemos vaciado España abandonando el mundo rural al no saberlo apoyar en infraestructuras y servicios adecuados, convirtiéndolo solo en lugar de esparcimiento para seres urbanos que piensan que una excursión de fin de semana por el campo es lo mismo que pasear por un parque temático. Parece imposible un progreso que sea respetuoso con nuestros pueblos y que evite la desertificación de nuestras zonas de interior promoviendo su desarrollo y conservando la naturaleza de su entorno.

No sabemos cómo se llaman los árboles que nos encontramos ni las aves que vemos ni las flores silvestres que llevan todas las sorpresas de color mucho antes de que definieran los matices los sistemas universales de identificación y clasificación de los colores. No he visto rosas, morados, azules, amarillos o blancos mejores que en mis paseos por el campo.

No es solo que ignoremos los nombres. Como estudiantes de filología sabemos lo grave que es no saber nombrar algo, decir, por ejemplo, pardal y no saber que hablamos de un gorrión común. Es como si el pardal mismo no existiera. O ver un gordolobo en el yerbal que encontramos al salir de clase y no saber que se llama así al verbasco, esa planta con roseta basal de tacto de terciopelo a la que cada dos años le crece un largo tallo que se llena de un racimo de flores amarillas, como me enseñó a apreciarlo el naturalista Raúl Alcanduerca en una dehesa salmantina, entre zarzales llenos de moras, pozas de agua y encinas centenarias.

No es solo que ignoremos los nombres de la Naturaleza, es que tenemos con ella una relación problemática que viene de viejos conceptos ya superados como el conflicto entre civilización y barbarie o la expansión de un progreso basado casi siempre en la voracidad de los imperios y de las naciones y en las presiones financieras, que no suelen pararse a comprobar las consecuencias que tendrá para las generaciones posteriores la agresión a la naturaleza, de la que nos solemos creer dueños en nuestra soberbia. La literatura universal está llena de ejemplos que intentan justificar la destrucción de los entornos naturales para la consolidación de una forma de vida centrada en el desarrollo industrial y tecnológico, en la expansión de un modo de vida urbano y consumista.

En las ciudades nació la democracia y la libertad del ser humano como individuo, pero solo cuando estas eran refugio y sabían convivir con el entorno natural. En las últimas décadas hemos urbanizado los bosques, las playas, las sierras y por ello nos hemos creído legitimados para destruir otros bosques, otras playas, otras sierras. No miremos lejos: hace pocos años, en España, un gobierno declaró urbanizable todo el territorio, se cambió la ley de costas para que el cemento llegara a pocos metros del mar y todavía hay que explicar que una depuradora de aguas residuales no es un gasto sino una inversión necesaria para evitar la contaminación de los ríos. Aún encontramos voces que no ven problemas en continuar esta destrucción, que no creen alarmantes los síntomas del cambio climático definidos ya en un consenso científico, con el que se bromea fácilmente. Fuera del respeto a la naturaleza y con el tipo de vida que hemos aceptado, nuestras ciudades no serán más el refugio del ser humano frente a las arbitrariedades del poder sino exclusivas colmenas tecnológicas en el medio de un territorio cada vez menos natural, con todas las consecuencias que esto conlleva.

Desde hace unos años, Fermín Herrero, Premio de las Letras de Castilla y León 2014, ha girado su obra poética para asentarla en su pueblo soriano, Ausejo de la Sierra. Sus mejores poemarios nacen allí: Tempero, La gratitud, Sin ir más lejos. Singularmente, La gratitud, una obra maestra de la poesía contemporánea española. Cuando se abren sus páginas, los versos saben a tierra y cierzo. No solo porque hable de una geografía reconocible, de la naturaleza soriana marcada por las estaciones del año, sino sobre todo porque utiliza las palabras apropiadas para hacerlo, las que las gentes usan para nombrar su entorno:

El sol, el acebal, el ventarrón, la bardera
de nubes, los barbechos abajo, los rebollares
de la dehesa, chaparrales, el sotillo junto
al río, las cañadas, los tesos, barranqueras
y roturos, risqueras, herbazales y el tolmo
de la cuesta, sobre el jaral currucas
y tordillos, un aguilucho y un torzuelo arriba
y a mis pies uñagatas y mielgas, entre
aliagas, tobas y romero.

En Fermín Herrero hay todo un pensamiento sobre la naturaleza y la insignificancia verdadera del ser humano, cosa que se echa en falta en la mayoría de los escritores jóvenes españoles, a los que parecen haberles amputado el paisaje natural. Se aleja Fermín Herrero de la soberbia porque es la única forma de salvar el desapego que hemos marcado con nuestro entorno:

Ignoro por completo la naturaleza
de la savia, su pálpito, su sustancia. Cómo
he podido conjeturar tanto de los árboles
sin haberme jamás avecinado a sus entrañas
y aun sin sentir el pulso, la pujanza
o el letargo. Cómo he podido conmoverme
sin averiguar si en el fondo había algo
o sólo en la corteza lo ilusorio, un espejismo
donde regodear mi pensamiento, la torpeza
y el mismo chopo. El mismo chopo. Que es álamo.

Así, hasta integrarse en la naturaleza como un ser que observa de verdad, que observa para comprender de la única forma posible:

Ha caído una helada sorda, con niebla. Entro
en los barbechos. Soy. Los pardales están
contando su manera de vivir la luz. Poder
respirar, mi fortuna, ver cuajar mi aliento. Las manos
enganchadas de frío mientras busco en el invierno
la lucidez. Buscarla y no encontrarla. La dicha
de estar despierto y pleno porque la tierra
no se olvida. Un gorrión en el campo. Así
de sencillo, de neutro, ser. Los álamos junto
a la reguera, cómo han crecido desde entonces.

Hasta el cardo florece, dice en otro verso memorable. Y más allá, nos explica el mejor triunfo del ser humano:

Sé que la fuente está ahí, en el lugar
donde los berros se arraciman, porque procede
de la pureza su vigor. Que no se esconde de noche
ni en lo profundo, que si estuviese limpia se vería
manar el agua hacia la superficie, moviendo
en espiral el limo. Sé que podría quitar
los berros fácilmente y al aclararse el fango
mi vista gozaría a borbotones, al cumplirse
el deseo de posesión. Y de dominio. Sé también
que el cambio, destruye. Que lo que puedes
rechazar, eres.

Saber quedarse solo con lo justo, dice el poeta, que avisa contra la euforia humana:

De qué
le sirve si al salir de casa estuvo a punto
de pisar tres gurriatos caídos del tejado, todavía
en chichotas, latiendo, despanzurrados contra
el suelo. Y oye el canto de la perdiz. Y se pregunta.

Sabemos que la respuesta a esta pregunta es un trabajo más lento, pero llega más lejos, más profundo:

No me verá el plantón de encinas que están
poniendo en la ladera de la loma, pero será
su sombra tan discreta como acogedora, estoy
seguro, y tal vez llegue el día en que guarezca
a mi hijo, o al hijo de mi hijo. Se plantan para
ser amparo, no importa cuándo sino cómo, no importa
el qué, sino hacia dónde. Así mis padres
sembraron cada año, así mis abuelo, y antes
y después. Nadie es más que nadie. Frente al viento
perseverar: la rama. No hay ni aquí ni allá, pasamos.

Ahora comprendemos la razón de ser del árbol del amor. No de cualquiera sino del nuestro, el que se encuentra en el jardín, humilde y casi escondido. Perseverar. Renacer –rosa y marrón, joven y viejo- cada año. Seremos medidos por nuestro respeto hacia este ciclo que nos debería mejorar cada año, una conciencia ética que debería importarnos más que cualquier otro conocimiento, ostentación o medro. 

Habéis estudiado filología, uno de los campos sustanciales de las humanidades y os habéis acercado a la literatura como manifestación artística de las inquietudes del ser humano, a la lengua como vehículo de lo que llevamos dentro y de la comunicación entre los seres humanos. Dentro de unos minutos seréis llamados para imponeros las becas en esta ceremonia de graduación. No tenéis fácil misión a partir de ahora: perseverar, sembrar para que los que vengan detrás siembren frente a los que destruyen las cosechas, perfeccionar la sociedad comprendiendo que el planeta es parte de vosotros mismos, designar las cosas con sus nombres, buscar las palabras que nos ayuden a comprendernos y explicar cómo otros han usado esas palabras denunciando los casos en los que con ellas han querido comunicarnos para apartarnos de la naturaleza del ser humano, dejar que el árbol del amor –qué maravilloso nombre para un árbol- pueda florecer cuando le corresponde, sumando lo mejor de lo antiguo y lo mejor de lo nuevo. Vosotros sois lo mejor de lo nuevo, hacednos mejores a los antiguos.

Gracias.

lunes, 29 de mayo de 2017

La esencia de las cosas en la poesía de Fermín Herrero: Sin ir más lejos.



Adentrarse en la poesía de Fermín Herrero es  reconocerse en un territorio que debería estar en lo más profundo de cualquier ser humano. Frente a la ausencia del paisaje natural en gran parte de la poesía española contemporánea, el poeta se instala en él para hablarnos de las cosas importantes de la vida desde la humildad de quien se sabe un eslabón más en ella. No se trata de un paisaje abstracto o convencional sino concreto, por eso mismo, con una capacidad universalizadora de una altura poética y humana que no se logra con otro tipo de poesía.

Los últimos poemarios de Fermín Herrero han construido una voz propia con estas características, especialmente en esa obra maestra que fue La gratitud y que es muy reconocible en su último poemario, Sin ir más lejos (Premio Jaén de Poesía y Premio de la crítica nacional), que profundiza en la poética de la sobriedad de la expresión y en la construcción de un ritmo adecuado a lo que se poetiza como si hubiera nacido con él. Hay que estar muy ciego y desconectado de la naturaleza para no sentirse apelado por sus poemas. Fermín Herrero nos lleva al campo soriano no solo en la descripción de lo que ve sino también en las palabras usadas, en los conceptos que maneja para nombrar los vientos, los regatos, las tierras, la labor humana y los seres que lo habitan. Y desde allí, el poeta, pasea y piensa tras observar el paso del tiempo y su efecto sobre la naturaleza.

Fermín Herrero ha declarado en varias ocasiones sus preferencias lectoras por el ensayo y la filosofía y su concepción de la poesía como indagación para descubrir y nombrar aquello que está en la esencia de las cosas. Lo hace de una manera en la que no aleja al lector, sino que se sienta con él a meditar, hablándole con palabras de siempre, que no deberíamos haber olvidado:

(...) Está
muy nublo. Atiendo. Las palabras
del padre. A su través, la dignidad
y el aplomo, tener este sustento
con sus manos pacientes, como
si el paso de la luz fuese de piedra.

Hay gran altura de pensamiento en la poesía de Fermín Herrero pero también cercanía con la realidad, la que de verdad importa, la que existe más allá del vértigo histórico en el que se ha envuelto el ser humano y que ha tenido el alto coste de sacarlo del tiempo natural y del contacto con las cosas esenciales.

Sin ir más lejos busca la esencia del mundo –su sencillez- a través de la meditación sobre el paisaje, la condición del ser humano vinculada con él y la poesía como única forma posible de comprenderlo y expresarlo, como dice el poema inicial, toda una poética:

La poesía
es la conciencia

alejada de la palabrería y la impostura y próxima siempre a lo más humilde. A partir de ese punto inicial todo se explica, incluso la posición del ser humano en el ciclo natural:

Vivimos de milagro y eso es suficiente,

su capacidad de observación de lo importante que trasforma la estampa en verdadero pensamiento:

Alrededor del manantial
el musgo, berros en el reguero.
Se han espigado, observo su flor menudísima,
el fresno que se inclina sobre el agua.

El mundo sigue más allá del ser humano, incluso del poeta, que camina hacia el momento en el que regrese a la tierra y por eso Fermín Herrero afirma su circunstancia más importante, no como renuncia ni como aceptación, sino como esencia misma del ciclo que es la vida:

(...) Intenta,
al menos, desbrozarla
lo justo, sin herirla
en exceso.

(Esta reseña mía del libro Sin ir más lejos de Fermín Herrero se publicó en la sección Artes&Letras del ABC de Castilla y León del pasado sábado 27 de mayo.)

jueves, 11 de junio de 2015

Los otros en La gratitud de Fermín Herrero y noticias de nuestras lecturas, con anuncio de la última del curso.


Fermín Herrero estructura La gratitud para que toda la meditación sobre/en el paisaje -el poeta y la naturaleza no solo como marco para la reflexión o el hallazgo de sonidos y formas sino como esencia misma del hallazgo poético y vital que supone cada poema- de las primeras secciones nos lleve hacia la última en un movimiento tonal ajustado que va desencadenándose de forma suave. Tras La medida del mundo, Aflicción, Razón de ser y La energía oscura, este camino de conocimiento que es La gratitud nos desembarca en Lo propio y lo diverso. El poeta llega allí con una sensación agridulce, ha aprendido pero quizá sea demasiado tarde porque la vida se achica por delante:

Cuando se aprende algo de la vida y su tramoya
es demasiado tarde para muchos, desde luego
para mí. Porque entonces, no queda empuje
donde poder durar, no le cabe su proporción
al cuerpo.

Y, sobre todo, porque se establece una batalla contra el orgullo, que es quizá la última de las batallas que se debe dar para alcanzar el estado al que se aspira:

(...) Qué vergüenza que a pesar
de la edad uno no consiga reducir su ombligo
cargado de razón. Y límites.

Quizá por eso la voz poética se concentra en los otros. Se hace testigo, como en las secciones anteriores lo hizo con la naturaleza, de la vida de los otros, de los logros más exactos de los otros, que son los más humildes: la mujer a la que de niña, en los años cincuenta, cambian por una burra pero que ha conseguido salir adelante, el hijo que le declara su amor hasta la casa/ del tiempo y más allá, , la mujer a la que todavía debe amarse más. También el reconocimiento a los padres -ese eslabón de gratitud entre las generaciones anteriores y las venideras-. Sobrecoge el poema en el que los padres están presentes por las acacias que plantaron:

Qué solas, esta tarde, las acacias, qué tristes
sin vosotros, que las plantasteis. 
(...) Pendientes siempre, sobre todo
de mí, que en la farsante favor del mundo renegaba
de aquella voluntad tan pobre, tan honesta.

Presentes también en la casa ya vacía a la que se vuelve y que contiene, en su inicio, una de las definiciones del poemario: La raíz es el peso.

Es significativo que en esta sección se trabaje el lenguaje de una manera que nos trasporta ya no solo las cosas que nombra sino el uso que hacen de él las personas, con lo que consigue ponérnoslas delante, hacérnoslas presentes con esas pocas palabras que recoge de su boca: Y qué, casi casi, en teniendo, se esfogue, de nada nada, vamos. O en las acciones descritas en estos poemas, como la mujer asomada al ventanuco que ha ido a morir al pueblo y que sabe que la niebla oculta pero quizá hace más ciertas las cosas (Lo que en la niebla no se ve, está) y que se echa en la cama a esperar la muerte tras haber limpiado la casa

para que se encontrara todo bien recogido

Es en todos estos personajes cercanos, que dejan huella solo en los que los tratan y no en la historia falsa del ser humano, en los que se reconoce el autor y expresa finalmente el sentido de gratitud:

(...) Por quien
soy desde los demás, también por lo diverso.

Noticias de nuestras lecturas

Foto del acto tomada por Mª Ángeles Merino. 
De izquierda a derecha: Pedro Ojeda, Fermín Herrero, Manuel Sancho y Juan José García

El pasado martes, día 9, tuvimos la clausura académica del curso 2014-2015 del curso del Club de lectura en el formato presencial sostenido por la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Burgos. Aunque todavía nos queda un título más, este nos llevará a Tánger y no todos los participantes en el club de lectura presencial pueden acudir, lo que motivó el acto formal de esta semana. Allí, en esta ciudad del norte de África, cerraremos un curso lleno de tantas cosas. Daré cuenta de ello y haremos balance.

La clausura se celebró en el Museo del Libro Fadrique de Basilea, que tan amablemente ha acogido nuestros proyectos y es un lugar muy apropiado para hablar de libros, de escritores, de lectores y de cultura. En el presente curso, hemos celebrado allí también la inauguración del curso y el encuentro con José Antonio Abella, autor de La sonrisa robada. Las palabras de acogida de Juan José García, su director, expresan ese amor por la cultura y el libro que llenan todo el Museo. Intervino también Manuel Sancho, presidente de la AAAAUBU, y excusó su presencia el Vicerrector de Estudiantes y Extensión Universitaria de la UBU que tenía otro compromiso académico.

El acto académico central tuvo la forma de encuentro con el poeta Fermín Herrero. No se me ocurre nadie mejor para cerrar este año de nuestro club que el último Premio de las Letras de Castilla y León. La hora larga de conversación que mantuvimos con él sirvió no solo para comprender mejor La gratitud sino también para comprobar su calidad humana y aproximarnos a través de sus palabras a su mundo intelectual y poético. Mª Ángeles Merino reseña el encuentro con Fermín Herrero y la clausura académica del curso. Os remito a su entrada para un mayor conocimiento de lo que allí ocurrió. Por mi parte, expresar de nuevo mi agradecimiento a la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Burgos, al Museo del Libro Fadrique de Basilea y a Fermín Herrero, que tan amablamente se prestó a acercarse a Burgos y compartir tiempo con sus lectores.

Mª del Carmen Ugarte García comenta un poema que nos agarra nada más leerlo: por la forma de quebrar el tono anterior del poemario, por el tema. Y este comentario enlaza con la situación presente. No dejes de leerlo. Y al buen tuntún termina su lectura de esta obra en una exacto juego intertextual que es más que apreciable porque nos explica la profundidad de su lectura.

Luz del Olmo glosa la poesía de Fermín Herrero: un encuentro poético que debemos celebrar.

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os  agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

Anuncio de la próxima lectura



Terminamos el curso con las Crónicas periodísticas de la Guerra de África (1859-1860) de Gaspar Núñez de Arce. Este volumen recoge una de las primeras crónicas de guerra publicadas en un periódico español en el sentido moderno del término. Nos ocupará las próximas semanas y nos llevará hasta Tánger para clausurar definitivamente el curso 2014-2015.

- Hay edición moderna al cuidado de Mª Antonia Fernández en Madrid, Biblioteca Nueva, 2003. Sigue la versión publicada en las páginas del diario La Iberia durante el conflicto. Puede cotejarse con el acceso directo al periódico en este enlace.
- Bajo el título de Recuerdos de la campaña de África, Núñez de Arce publicó una versión sutilmente revisada de sus crónicas en 1860. Puede leerse y descargarse gratis en este enlace.

viernes, 5 de junio de 2015

La vivencia del tiempo en La gratitud de Fermín Herrero y noticias de nuestras lecturas.


Hay en La gratitud una personal vivencia del tiempo subrayada por el tono poético general de la obra y por el mismo ritmo de los versos. Estos, desbordados con un inteligente trabajo del encabalgamiento, nos llevan al tono de la meditación interior que no parece verso sin dejar de serlo. Consigue Fermín Herrero, como en el mejor Machado, que el lector se empape de esa conversación interior del poeta con su propia conciencia, que va describiendo las cosas que tiene delante -el paisaje, los seres humanos- para dotarlas inmediatamente de un significado que las trasciende. Un poema de la sección Aflicción nos aclara esta forma de trabajar el poema a partir de la enumeración de elementos iniciales:

El sol, el acebal, el ventarrón, la bardera
de nueves, los barbechos abajo, los rebollares
de la dehesa (...)

He cortado la enumeración, que continúa. Más que describir el personaje nos lo señala, nos lo indica como si lo tuviera delante, desde lo más lejano (el sol) hasta lo que tiene a sus pies el poeta:

y a mis pies uñagatas y mielgas, entre
aliagas, tobas y romero. (...)

El paisaje, en estos poemas, se hace esencia misma y no necesita adornos ni adjetivos ni metáforas para ser explicado, basta levantarlo con palabras seleccionadas para que sepan a la misma esencia de esa tierra a la que quiere remontarse. Finalmente, llega el momento de sacar la conclusión, en donde entra, como una rasgadura, el elemento humano que representa la misma conciencia del poeta:

(...) Nada. Puede
que sea mi carencia su sentido.

Quizá este poema es el que mejor nos indica lo más profundo de La gratitud. En él, todo -paisaje, el ser humano, el mismo poema- se hace presente. Presente en un doble sentido: lo tenemos delante gracias al portentoso trabajo léxico y rítmico de Fermín Herrero, pero presente también en cuanto al trabajo del tiempo, en donde se remansan el pasado y el futuro. El poeta ha conseguido renunciar a todo, incluso a sí mismo para encontrarse en el paisaje no solo como espacio sino también como tiempo. Esta misma sensación se desarrolla a lo largo de todo el poemario -la cadena del ser humano de la que hemos hablado en la entrada anterior-. En ella, la presencia -física y moral- humana debe intentar alterar lo menos posible las cosas, dejar la menor huella:

(...) Sé también
que el que cambia, destruye. Que lo que puedes
rechazar, eres.

Hay un trabajo personal que hacer, el de la aceptación propia del paso del tiempo biográfico sobre uno mismo que lo dimensiona en un espacio -y un tiempo, cíclico- que permanece. Por eso, para superar la aflicción -que es la propia vida en cuanto biografía personal- hay una renuncia que proviene, en gran medida, de la filosofía oriental, en la que ese estado de la renuncia consigue juntar el inicio y el final:

(...) No esperar
nada salvo lo simple, sin un después; mientras
se pueda, mantenerse lejos, como una flor
cerrada. En su regazo, bajo la luna llena
seguir imperturbable, ante lo atroz juntar
la nieve, hacerse niño en la rosa final.

Si lo conseguimos, estaremos en armonía, con nosotros y con nuestro entorno (Soy, dice el poeta al entrar en los barbechos). De ahí la referencia a un estado de aceptación de la propia condición, un estado que siempre se asocia con lo frágil, lo blando, un pequeño claro en la neblina, lo plácido:

(...) En cuanto empieza abril florece
el ciruelo. La placidez. La ventana da
a la sierra. La placidez. Hemos pasado otro invierno.

y si hay horizonte este solo puede ser el de la pérdida de uno mismo en un paisaje desnudo y solitario:

(...) Los atajos están
para perderse, sin estruendo, hacia la soledad
de las ermitas, con un sol recio, teresiano.

Es significativa, por otra parte, la unión de la mística castellana a la que alude este último verso y el sol propio de esas tierras -todo ya cantado por Unamuno, por ejemplo, pero también por otros autores como Jiménez Lozano- con esa sensación espiritual de la filosofía oriental.

Noticias de nuestras lecturas

Luz del Olmo nos lleva a La gratitud desde el paisaje y la vida del campo, para que podamos comprenderlo mejor.

Mª Ángeles Merino comenta la sección Aflicción del poemario de Fermín Herrero: entre lo agrio y lo tierno, el goce y el dolor, el engaño de los sentidos y su esencia. Acierta con el tono de esta entrada.

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os  agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

Encuentro de los clubs de lectura de Burgos
 en la Feria del Libro


Fotografía tomada por María Esperanza Martínez Martín.

En la Feria del Libro de Burgos -que se clausura este próximo domingo- se celebró ayer jueves una mesa redonda con los clubs de lectura de la ciudad, moderada por Carmen de Diego y Teresa Grasa.  Fue un encuentro muy interesante que debería repetirse con cierta frecuencia para debatir sobre la función de estos grupos, la dinamización de la lectura y la colaboración entre ellos en distintos proyectos. Intercambiamos opiniones y la información de lo que ha llevado a cabo cada uno de ellos, sus diferentes propósitos y las líneas de trabajo. Del Club de lectura de La Acequia pude hablar sobre sus orígenes en el año 2008 y de cómo ha ido creciendo el proyecto desde que la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Burgos sostiene el formato presencial. Entre todos expusimos una oferta amplia e interesante para los lectores. Y otro dato relevante: la Sala Polisón del Teatro Principal de Burgos se lleno completamente de público para participar en este encuentro y el posterior coloquio con Luis Landero, que presentaba su última obra, El balcón en invierno.


Foto facilitada por Carmen de Diego.

jueves, 28 de mayo de 2015

La gratitud de Fermín Herrero en su trayectoria poética y noticias de nuestras lecturas.


Fermín Herrero llega a La gratitud (Visor, 2014) tras una trayectoria poética continuada desde los años noventa en una docena de poemarios. Nacido en Ausejo de la Sierra (Soria) en 1963, licenciado en Filología Hispánica por la Universidad de Zaragoza y profesor de instituto, ganó el Premio Gerardo Diego en 1994 por Anagnórisis y a partir de ahí cosechó algunos de los mejores premios de poesía que se otorgan en España: Premio Hiperión en 1997 (Echarse al monte), Premio Alfons el Magnaním en 2011 (Tempero), Premio Jaime Gil de Biedma en 2013 (La gratitud). También ha recibido el premio de la Crítica de Castilla León en 2015 por La gratitud (había sido antes finalista de este premio en 2010 con De la letra menuda y en 2012 con Tempero). 

En este mismo año 2015 ha obtenido el Premio de las Letras de Castilla y León. El discurso que pronunció en el acto de entrega celebrado en Valladolid el pasado 22 de abril es un brillante ejemplo del pensamiento y la personalidad de Fermín Herrero. Recomiendo su lectura por dos razones: la primera circunstancial, porque sé que causó cierto revuelto entre algunas de las personalidades presentes al recordar cosas que parece se nos han olvidado en la locura de los últimos años; la segunda, esencial, porque en este texto se hallan las claves de la poesía de Fermín Herrero hasta el presente, una especie de guía literaria que culmina en La gratitud. Hay compromiso en el discurso, un compromiso de la mejor razón con el ser humano en el tiempo histórico. La afirmación inicial de que el mundo no tiene solución no le lleva al nihilismo sino a todo lo contrario:

No hay que cederle ni un palmo de terreno, que es suyo, pero que interinamente nos ha sido concedido, por una especie de enigmático milagro. Ahora bien, esta gracia regalada, este don sagrado lleva impreso un imperativo moral a favor de sostener el aliento para las generaciones venideras y un deber íntimo: religarse continuamente a lo numinoso, celebrarlo, nombrarlo.

Es en la belleza en donde radica ese enigma sagrado se halla mejor y en su trato el oficio del poeta encuentra su mejor defensa:

La poesía, en este orden de cosas, tiene una ventaja grande de partida: es una entrega en vez de oficio y, por añadidura, inútil, en cuanto evita de entrada cualquier trato con el pragmatismo.

Y sigue la mejor definición posible de la poética de Fermín Herrero:

No obstante, y eso es lo que quería decir al principio, para intentar arreglarlo, de tener arreglo, por lo pronto para no estropearlo más, hay que empezar en carne propia, sin arrogarse superioridad moral alguna, para después, a ser posible, salirse, mediante la bondad, de uno mismo y darse a los demás. Por ahí no podría empezarse en la búsqueda del sentido salvífico: por la defensa de lo menudo, de lo efímero, de lo frágil. Luchar también contra la pérdida de la memoria, que sostiene el hilo que nunca debe romperse, el de la tradición, para vislumbrar, siquiera sea de paso, el punto medio de la sabiduría. Hasta llegar al misterio más grande que engendra nuestra concienca, el amor, en el que no entraré por entender que, aun siendo sin ningún género de dudas el fundamental, se sitúa fuera de la naturaleza de este acto.

Esta es la mejor forma de afrontar la lectura de la poesía de este autor y la que más fielmente define La gratitud. Este poemario se agarra a la tierra -a la tierra soriana, de ahí muchos de los giros léxicos, el paisaje presente, el tratamiento de las estaciones como una realidad esencial que define el mundo y la relación que tiene con él la voz poética- y ni la cambia ni la agrede ni trata filosóficamente de explicarla sino que la acepta. El ser humano es parte de ese paisaje, una parte que a veces nos parece innecesaria porque es frágil y pasajero pero que encuentra su definición en la relación con esa tierra y en la aceptación -no resignada sino finalmente luminosa- de que es parte de una larga tradición y herencia y que su función no es otra que dejar el mundo lo mejor posible para los que vengan detrás. La gratitud a la que se refiere el título es esa: gratitud a la tierra, al paisaje, pero también a los que nos precedieron. El mundo poético entero de este libro se ilumina cuando comprendemos que nuestra mejor forma de estar en el mundo es la más humilde, aceptando que somos solo una parte de esa línea sucesoria y que debemos respetarla para bien de la memoria que nos precedieron y legado de los que vienen detrás de nosotros. De ahí la mayor parte de las imágenes del libro, como la inicial, la que trasforma al ser humano en viento:

Escucha a los alisos. Eres viento. Allí donde
te encuentres, sea en esta orilla o disertando
sobre el ser y la nada, eres viento.

para llevarlo a esa sucesión de seres humanos a la que pertenece y que le da la real dimensión de lo que es como individuo:

                                    (...) No queda gesto
alguno en la memoria, con los años. Escucha
al viento, óyete, es malo andar sin compañía.

La gratitud nos acompañará, en este club de lectura, los próximos jueves, hasta el 11 de junio.


Noticias de nuestras lecturas

Mª del Carmen Ugarte publica una sugerente aportación a nuestra lectura de La gratitud: agrupando las palabras dan, por sí mismas, el núcleo cierto de este poemario. Aquí su segunda aportación, en la misma línea. Excelente.

Mª Ángeles Merino decide entrar en la poesía de Fermín Herrero de una forma que sorprenderá al lector, llevándonos al momento de la infancia, cuando el paisaje y sus gentes eran algo tan natural que nutrirá para siempre la voz del poeta.

Encuentro en Burgos con Fermín Herrero

Fermín Herrero participará en la última sesión presencial del Club de lectura por este año. Aunque cerraremos el curso a finales de junio en Tánger, hasta donde nos llevará la lectura de las Crónicas de la guerra de África de Núñez de Arce, la clausura oficial tendrá lugar el martes 9 de junio. Ese día contaremos con Fermín Herrero para comentar La gratitud.

El encuentro está abierto al público general de forma gratuita y tendrá lugar en el Museo del Libro Fadrique de Basilea de Burgos -que tan buena labor cultural hace en la ciudad y con el que llevamos ya una larga y provechosa colaboración- a las ocho de la tarde. Se ruega puntualidad.


Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

jueves, 21 de mayo de 2015

España en Sefarad de Muñoz Molina, anuncio de La gratitud de Fermín Herrero y noticias de nuestras lecturas.


Escribir España en Sefarad, como he hecho yo en el título, es una redundancia. Sefarad es la forma en la que parte de la comunidad judía reconoce a España. De ahí que los judíos expulsados de Castilla en 1492 se denominen como sefardíes y su idioma -el castellano que hablaban y cuya conservación hasta nuestros días es una extraordinaria aventura cultural-, sefardí. Muñoz Molina titula Sefarad a esta novela de novelas y así se llama el último de sus capítulos o apartados. En el libro, ya lo hemos tratado en estos comentarios semanales, recoge historias de la gran tragedia del siglo XX europeo: el choque de las grandes ideologías totalitarias -fascismo, comunismo pero también capitalismo- con el individuo. Este adquiere condición de víctima de aquellas, como también del tiempo o de la enfermedad.

A lo largo del libro son varias las veces que recoge la historia de los judíos europeos en el siglo XX: desde el mundo opresivo de Kafka hasta el exterminio que decretaron los nazis. Aparecen también los sefardíes, como en la historia del director del Ateneo español de Tánger. No en vano, a pesar de ser una novela que se proyecta hacia la universalidad, la voz narradora es la de un español que teje la historia desde un ejercicio consciente y lúcido de memoria y autobiografía. Por eso, en el último apartado del libro coinciden el título del capítulo y el título de la novela: Sefarad. La memoria le lleva al narrador hacia su infancia y el recuerdo de la judería de Úbeda, cerca de la casa familiar. Y la propia historia se construye desde la memoria de los exilios de la historia de España: desde el destierro de los judíos castellanos en 1492 hasta el último, el de los desterrados por la guerra civil y la dictadura franquista, en un campo tejido de lápidas de nombres, algunos conocidos y otros anónimos:

Quién podría rescatar los nombres que fueron tallados hace doscientos años sobre esas lápidas, nombres de gente que existió con tanta plenitud como yo mismo, que tuvo recuerdos y deseos, que tal vez pudo trazar su linaje remontándose hacia atrás a lo largo de destierros sucesivos hasta una ciudad como la mía, hasta una casa con dos estrellas de David en el dintel y un barrio de calles muy estrechas que se quedó desierto entre la primavera y el verano de 1492 (...). Sepulturas modestas y fosas comunes jalonan los caminos de la gran diáspora española.

Y así cita las tumbas del padre de Lorca en los Estados Unidos, las Azaña o de Machado en Francia, la lista de los sefardíes de Rodas enviados a los campos de exterminio nazis. Y de aquí, de toda esta conciencia y materia real se ilumina la clave de esta novela, que es, en el fondo, la respuesta personal de Antonio Muñoz Molina al debate sobre la muerte de la novela que corría por los años en los que la escribía:

Cómo atreverse a la vana frivolidad de inventar, habiendo tantas vidas que merecieron ser contadas, cada una de ellas una novela, una rama de ramificaciones que conducen a otras novelas y otras vidas.

Toda esa reflexión sobre la historia de los totalitalismos, de Europa, de España, de sí mismo, termina encerrada en el recinto de la Hispanic Society pero no como una biblioteca o un archivo cerrado y polvoriento sino como un refugio para poder estudiarla, pensarla y meditar sobre ella sin perder la propia memoria y la propia esperanza, que se teje de cosas tan básicas como la concha encontrada por el hijo en la playa de Zahara de los Atunes y que le acompaña al narrador en su escritorio durante el proceso de escritura.

Noticias de nuestras lecturas.

El martes pasado tuvimos la reunión del Club de lectura en su formato presencial. La sesión, que celebramos en la habitual sala de la Biblioteca General de la Universidad de Burgos, resultó sumamente interesante y pusimos sobre la mesa todos los grandes temas de esta novela de Muñoz Molina. En la última entrada de Mª Ángeles Merino tenéis los apuntes que tomó de lo allí ocurrido, que puede servir de cierre y reflexión de esta lectura.

Luz del Olmo cuenta su experiencia última como lectora de Sefarad: la identificación con alguno de esos personajes, clave para comprender esta novela de novelas.

Lectura de La gratitud, de Fermín Herrero



Las próximas semanas las dedicaremos al comentario de La gratitud (Visor, 2014), el poemario con el que Fermín Herrero obtuvo el Premio Jaime Gil de Biedma y el Premio de la crítica de Castilla y León. Fermín Herrero ha sido galardonado también con el Premio de las Letras de Castilla y León. Nos acercamos, pues, a la palabra de uno de los poetas más importantes de España en la actualidad, en un título que es la culminación de una trayectoria que lleva a la indagación sobre los temas esenciales del ser humano sin perder nunca el contacto con la tierra. Sorprenderá la altura de esta voz y la certeza de la expresión a quien no conozca a este autor.

Después del libro de Fermín Herrero cerraremos el curso con las Crónicas periodísticas de la guerra de África, de Núñez de Arce, una las primeras escritas en este género en España.

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os  agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

miércoles, 11 de marzo de 2015

La gratitud, de Fermín Herrero, XIII Premio de la Crítica de Castilla y León


El Jurado del XIII Premio de la Crítica de Castilla y León, del que soy miembro, se ha reunido esta mañana en el Palacio de los Verdugo de Ávila para fallar el correspondiente al mejor libro editado por autor castellano leonés en el año 2014.

A la fase final habían accedido libros de una gran calidad y variedad: 

- Rukeli de Carlos Contreras Elvira (Madrid, Centro de Documentación Teatral, Premio de Teatro para autores noveles Calderón de la Barca 2013), una interesante obra de teatro construida a partir de la vida de Rukeli, un boxeador alemán de origen gitano que tuvo un final trágico en la época de la Alemania nazi.

- Mientras nieva sobre el mar de Pablo Andrés Escapa (Madrid, Páginas de Espuma), un bellísimo libro de relatos breves en los que se mezcla la vida y la literatura, la proyección de la imaginación sobre lo real,  la intervención de la literatura en el mundo, todo ello con un trabajo estilístico que dota a la prosa de lirismo y misterio.

in memoriam de Eduardo Fraile Valles (Valladolid, Tansonville), un paso más en el excelente proyecto  poético de recuperación de la memoria que lleva a cabo este autor tras la senda de Proust y en el que traza con precisión no solo pasajes y personajes de su biografía sino senderos en los que se puede reconocer toda una generación.

- Tierra violenta de Luciano G. Egido (Barcelona, Tusquets), una novela ambientada en Salamanca en la que está lo mejor de este autor, que conserva todo el vigor narrativo de sus mejores años. El trazo de personajes y caracteres sociales, de ambientes y de miserias es magnífico, hasta el punto de que el final -con una Salamanca devastada por una inundación bíbilica- no podría ser otro.

- El viento en las hojas de J.A. González Sainz (Barcelona, Anagrama), una colección de cuentos unidos por el valor simbólico de los elementos de la naturaleza. En estos relatos se recrea el ambiente de una urbe de provincias, con sus pasajes y personajes.

- La gratitud de Fermín Herrero (Madrid, Visor, XXIV Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma), un poemario que lleva a la culminación el trayecto estilístico de uno de los mejores poetas españoles actuales.

- Indies, Hipsters y gafapastas. Crónica de una dominación cultural de Víctor Lenore (Madrid, Capitán Swing), una de las sorpresas del mundo editorial desde que se publicó hace unos meses. A partir de la recreación de los gustos, modos y maneras de estas tribus urbanas de modernos actuales, Lenore lleva a cabo una inteligente crítica cultural y social que busca intencionadamente la polémica y el debate. Un ensayo, además, que se lee de un tirón.

- La puerta de los pájaros de Gustavo Martín Garzo (Madrid, Impedimenta), una novela en la que el autor vallisoletano vuelve a la literatura fantástica para proponer un mundo legendario en el que se hable de valores y comportamientos universales.

- Alabanza de Alberto Olmos (Barcelona, Random House), excelente novela con varias capas de lectura en la que se reflexiona sobre la literatura misma y las relaciones sentimentales. Desde su inicio hasta el final el lector queda atrapado en esta diversidad de propuestas.

- La vida mitigada de Tomás Sánchez Santiago (León, Eolas), un libro en el que se juntan apuntes, notas, relatos, retratos y reflexiones de diferente extensión e intención. Una interesante propuesta que permite su lectura completa o parcial siempre con aprovechamiento.

Finalmente, el Jurado otorgó el Premio al poemario de Fermín Herrero, un libro de sobrecogedora belleza reflexiva en el que el yo poético reflexiona sobre su circunstancia como parte de una cadena de la existencia. El paisaje soriano en su realidad y en su valor simbólico, la condición del individuo como hijo y como padre, la dignidad de la vida incluso en sus momentos más duros y un trabajo lingüístico de gran altura son las claves de este poemario en el que Fermín Herrero utiliza el clasicismo formal para romperlo y proponer una voz personal y honda.

Como me comprometí, este poemario pasa a ser el título que leeremos en el Club de lectura de La Acequia en el próximo mes de mayo.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Cuando la palabra indaga en lo que hay antes de la palabra (De la letra menuda, de Fermín Herrero).

Los poetas han sido conscientes de que la palabra es insuficiente. A veces, cuando está cargada de connotaciones y referencias, estorba e impide el significado exacto. Por eso, cada cierto tiempo, surge una estética que desnuda la palabra o la música o la pintura para recordarnos lo que al principio significaba.

Existe una línea poética -en España, cimentada desde Bécquer, pero con antecedentes en la lírica de los místicos, en especial San Juan de la Cruz- que ha buscado simplificarla, limpiarla para que busque el origen de la cosa que nombra. Otros poetas, en cambio, han sabido jugar con todo lo que una palabra arrastra cuando se escribe, cuando se pronuncia, cargada de culturalismo para que resuma la historia en el momento en que se dice y en ella esté todo lo anterior. Ambas son formas válidas de hacer poesía, pero diferentes. Es un interesante ir y venir en el proceso artístico en el que se encierra, en casi todas las ocasiones, los cambios de estética. Un camino que no puede terminarse porque es un ejercicio continuo dado que la palabra expresa todos los perfiles del ser humano. Pero es interesante comprender a los poetas en su tratamiento de la palabra, porque define su poética y su mirada como artistas.

Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, Soria, 1963) pertenece a la línea que busca la depuración en la expresión: que la palabra se desnude hasta ser la cosa misma. Es un proceso, como ya dijo Juan Ramón Jiménez, porque nunca se alcanza la meta y porque, a pesar de todo, las cosas se trasforman siempre en la mirada del poeta y nunca vuelven a sí mismas cuando son expresadas por él e introducidas en un mundo poético de referencias artísticas. Pero el sentido en el que trabaja un poeta sus versos dice mucho del mundo que quiere construir y del que parten sus poemas. La dificultad estriba en que esta poesía, siendo tan conceptual como es, se exprese de la manera más sencilla.

En De la letra menuda (Cálamo, 2009), Fermín Herrero parte de conceptos de un paisaje concreto, el del campo soriano en el que nació, presidido por el Moncayo y trabaja sus versos para que las palabras se carguen de su significado primero, el que más les acerca a lo que designan pero, a la vez, partan de imágenes de la naturaleza y lo cotidiano. De ahí que use expresiones locales o coloquiales -siempre con medida- que hagan que su verso tenga una proximidad al paisaje del que salieron. Lo expresa en el poema que inicia el libro:

En cualquier fuentecilla del monté está
el misterio, la creación. Las palabras
que oíste son mentiras repetidas,
mercancía, artificio. Ya lo ves, lo natural
fluye, se da: se da la conjunción que eleva
sin intérpretes, ni retórica y bien está
que así sea.

Es un arranque que recuerda mucho la propuesta de Don de la ebriedad de Claudio Rodríguez, con el que comparte tantas cosas Herrero. Este poema es toda una declaración poética: remontarse en el río del lenguaje hasta el manantial primero.

Las seis partes en que se divide el poemario llevan títulos que profundizan en esta clave artística: Lugar, Nieve, Lumbre, Ceniza, Mar, Hora. Las palabras de los títulos son conceptos que explican la simbología poética del libro. Fermín Herrero se abisma en la simbolización del paisaje de su tierra, en la memoria de las cosas más naturales y antiguas: hay un poema en el que el poeta escribe a la luz de una vela, otro en el que lee mientras la televisión está apagada. El trabajo se hace siempre desde ese silencio contemplantivo en el que los ojos se llenan de lo que ven casi sin intentar interpretarlo, dejándose llevar porque la voluntad se entrega a la meditación sin oponer resistencia a lo que le pasa:

El que aguanta en la niebla, podrá
guardar la clave; el que jamás
advirtió su deriva perseguirá a tientas
el ilusorio resplandor del héroe.

Es sólo desde la contemplación (de sí mismo, de lo que le rodea) desde la que el poeta puede ser consciente de la dimensión temporal y de su relación con el mundo. Sólo desde ese estado se es capaz de apreciar que la belleza de una eternidad son los dos días en los que tardan en secarse unos lirios en un jarrón:

Qué hermosura los lirios del jarrón
que trajimos, ayer, del prado.
(...) al fin se secarán, en cuanto chupen
todo el agua que les echamos. No duran ni dos
días. Pero esa debería ser, es, mi eternidad.


Todo lo que he leído de este poeta tiene la tensión de la gran poesía que permanece, la que se expresa con las palabras justas y los conceptos aparentemente más sencillos. Este poemario profundiza en este camino.