Mostrando entradas con la etiqueta Jacques Rivette. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jacques Rivette. Mostrar todas las entradas

lunes, 4 de agosto de 2008

Va savoir (Vete a saber)

Lo bueno de no poder dormir es que uno ve los cambios en la mente de los programadores televisivos (si es que los programadores televisivos tienen mente). Hace tiempo, llenaron las horas de madrugada con anuncios de teletienda. Ahora son los concursos en los que se engaña al ingenuo con fáciles premios. En alguna ocasión, he visto a la misma presentadora en dos canales y con diferente concurso telefónico fingiendo un directo imposible. O quizá sí es posible y la televisión de madrugada ha conseguido la ubicuidad virtual.

Lo bueno de no poder dormir es que descubres que aquellas películas que parecen desaparecidas de las franjas horarias que permiten conciliar el descanso y la vida laboral se acumulan a horarios extravagantes, para que puedan ser vistas por los que vuelven a casa después de unas copas o, como es mi caso, han decidido llenar su insomnio de palabras ajenas.

Una de estas noches pude ver, de nuevo, en un canal de cable, Va savoir (2001) del director francés Jacques Rivette. No se la recomiendo a aquellos que sólo gusten del cine de acción, lleno de efectos, trucos argumentales y vértigo narrativo. No se la recomiendo porque es, exactamente, lo contrario.


Camille es una primera actriz de una compañía italiana dirigida por Ugo, su actual pareja, que recala en París en medio de una gira europea. Camille aprovecha para ponerse en contacto con Pierre, su anterior relación, al que abandonó tres años antes. Pierre, profesor de filosofía que redacta una Tesis sobre Heidegger, ha rehecho su vida con Sonia, una mujer de pasado azaroso pero no ha podido olvidar a Camille. Ugo también aprovecha su estancia parisina para proseguir una búsqueda que le obsesiona: un texto inédito y desaparecido de Goldoni titulado El destino veneciano. La búsqueda le lleva a establecer contacto con los herederos de aquel a quien Goldoni regaló el manuscrito: una mujer que dedica sus horas a ser feliz ignorándolo todo y cocinar, y sus hijos Do y Arthur. Do (Dominique) es una atractiva joven que escribe su tesina sobre la fíbula y su presencia en el cine de romanos y que se enamora de Ugo cuando le ayuda en su búsqueda. Arthur es un joven calavera y sin escrúpulos que vive robando a su familia y seduciendo mujeres, como hace con Sonia.

Las historias cruzadas de estos personajes llenan la larga duración de la película (220 minutos en el montaje del director, 157 en el que se estrenó en España), ganadora del Premio especial del Jurado en la Seminci de Valladolid. Porque esta es una de las características de este director (una de sus películas, Out1 dura 13 horas en su versión larga): sabe que todas las historias tienen su tiempo y que, además, no pueden contarse en su integridad, como la vida. Sé que muchos detestan este tipo de cine. Es una lástima, pero lo comprendo. Desde siempre he podido ver películas de muy diferente tipo porque, al sentarme, aceptaba el género: eso me ha hecho disfrutar de una serie b del oeste y de películas como ésta de la que hablo hoy.

Va savoir se llena de diálogos y de silencios, de gestos pausados y miradas. Es una película tanto del director como de los actores. Por eso, uno tiene un impulso de asesinar a Bruno Todeschini (Arthur) por despreciar el regalo que le habían hecho con su papel secundario.

Es una comedia en la que se utiliza, de forma continua, el referente literario. La compañía monta una obra de Pirandello que tiene mucho que ver con las historias cruzadas: Come tu mi voi. Y en el decorado de esta obra tiene lugar el final de la película, puesto que el desenlace tiene mucho de teatral y algo de forzado de forma buscada porque sólo en la escena puede darse un final así a estas emociones íntimas.

Rivette sabe que, en la vida, todo deja una huella que no se borra como en el teatro cuando se apagan las luces: los amores perdidos, los amores encontrados, las renuncias y las marcas de cada carácter que dirigen, a fin de cuentas, el camino de cada uno.

Cuando terminó la película con la única melodía que suena en ella, Senza fine (es algo que nos sorprende, acostumbrados a tantas bandas sonoras evidentes, ruidosas e innecesarias pero sin las que parece no puede haber cine hoy en día), a las seis de la madrugada, salí a a la terraza a mirar la noche que se iba cerrando en día. Todo deja huella y herida, en efecto. Cuántas habrá tras esas ventanas que cotemplaba, algunas abiertas para dejar entrar, a bocados, el aire fresco de la mañana. Vete a saber cómo cicatrizan.

Mañana cumplo 45 años y voy lleno de huellas, cicatrices y heridas mal curadas, algunas de lejos y otras bien recientes y que aun duelen y sangran. Como todos, supongo.