Mostrando entradas con la etiqueta San Juan de la Cruz. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta San Juan de la Cruz. Mostrar todas las entradas

jueves, 3 de diciembre de 2015

El narrador en El mudejarillo de Jiménez Lozano y noticias de nuestras lecturas con anuncio de la próxima.


Curiosamente, el gran hallazgo de El mudejarillo es el narrador y no la figura de San Juan de la Cruz. Esta ya está dada. De hecho, la historia no se nos cuenta desde dentro de San Juan sino desde alguien que ha recabado información sobre él pero de una manera muy diferente a como lo haría un inquisidor o un encargado de recoger testimonios para la beatificación o santificación del fraile.

Este narrador de El mudejarillo es una persona normal, del común en apariencia, un escritor oculto -privado, dice él-, pero perseverante. A pesar de que la Inquisición le sustrae su primer manuscrito y de que terminará en la Casa Grande para recibir el correctivo necesario por su osadía. Poco a poco sabremos cosas de él: sabremos, por ejemplo, que es un morisco -un mudejarillo, él sí- y que por eso, ya de inicio, siente simpatía por la vida, la obra y la enseñanza de San Juan, que si no lo es, lo parece y se acerca a la mística musulmana mucho más de lo que les gustaría a los que quieren controlarlo. Sabremos también -al final-, que es amigo de Cervantes. Sabremos, por lo tanto, que es un personaje situado en lo fronterizo y que de ahí procede su visión.

Pero hay algo más que caracteriza este narrador que se nos va presentando poco a poco y que contiene todo lo más atractivo del estilo de esta novela: su aproximación a San Juan de la Cruz no es la de un erudito ni la de un teólogo. Este narrador se acerca a San Juan desde la oralidad, desde la sencillez y la naturalidad. De ahí su atractivo, su encanto y su forma de mirar a San Juan y al mundo desde los de abajo y la naturaleza. Un prodigioso acierto de Jiménez Lozano.


Noticias de nuestras lecturas

Mª Ángeles Merino resume con minuciosidad y celo la sesión del club de lectura presencial mantenida el 24 de noviembre pasado, en la que comentamos la novela de Jiménez Lozano. A ella remito para que os podáis hacer una idea.


Pancho comenta el pasaje de brujas vulgares de El coloquio de los perros... y no sé cómo, pero nos lleva hasta Tino Casal...

Anuncio de la lectura de Los pazos de Ulloa 
de Emilia Pardo Bazán




En estas próximas semanas y hasta la vuelta de vacaciones de Navidad, leeremos Los pazos de Ulloa, una de las novelas más importantes de Emilia Pardo Bazán y que conviene revisitar de vez en cuando. Hay muy buenas ediciones en el mercado, pero recomiendo la que preparó Mª de los Ángeles Ayala para la colección Letras Hispánicas de la editorial Cátedra. También está disponible una buena y gratuita edición digital en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes (en este enlace), en la que también puede hallarse un portal con información de interés (aquí).

Luz del Olmo nos regala dos reseñas aparecidas en la prensa tras la publicación de la novela de la Pardo Bazán. No os lo perdáis, tiene interés.

Excelente la entrada de Mª del Carmen Ugarte. Comienza situando la importancia del prólogo que la autora pone a esta novela... y termina con una pregunta bien oportuna.


En los próximos días daré a conocer el listado del resto de lecturas del curso.

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os  agradezco que me lo comuniquéis.

jueves, 26 de noviembre de 2015

San Juan de la Cruz y la ballena y noticias de nuestras lecturas.


Como a Jonás, en El mudejarillo hay un momento en el que una ballena se traga a San Juan de la Cruz. Antes ya había tenido una advertencia: un monstruo de esas dimensiones lo atacó cuando se bañaba siendo un muchacho en el río Zapardiel pero pudo escapar, azorado y sin atreverse a contarlo. Pero esta ballena se lo traga y, capítulos después, lo vomita. Pero no antes que del fraile no deje rastro de nada. Jiménez Lozano nos lleva al asunto casi con un juego infantil que contiene un prodigio vanguardista. Del fraile no queda nada después de que se lo tragara la ballena: la narración se adelgaza tanto para contarlo que, en efecto, el capítulo siguiente es un capítulo en blanco: Ni rastro de nada.

La ballena aparece en un momento en el que a San Juan y a todos los reformadores del Carmelo les persigue la jerarquía eclesiástica, que comienza a ver en el impulso puesto en marcha por Teresa de Jesús una peligrosa forma de socavar lo establecido, de poner en evidencia la hipocresía del sistema mantenido entonces por la Iglesia católica y su alianza con el poder. Aquella persecución casi logra poner punto final a la reforma. Solo la reacción inteligente de los sectores sociológicos que la apoyaban y la firme actuación de los implicados consiguió que la reforma continuara. Pero ya no sería lo mismo, evidentemente, se sentían amenazados, perseguidos y bajo la mirada vigilante de la jerarquía católica aliada con fuertes sectores del poder civil y controlados por la Inquisición. Todo esto simboliza en la obra la ballena. San Juan queda más frágil, más espiritual, más intensamente místico y poco hablador. Esta intensificación de la personalidad del fraile está magníficamente lograda por Jiménez Lozano casi de una forma indirecta. El fraile, poeta y místico no da lecciones, no explicita sus visiones ni sus creencias espirituales, solamente las pone en práctica, sin darse importancia, acentuando su humildad y su afán por no ser.

La próxima semana termino con el comentario de la novela de Jiménez Lozano y comenzamos el día 10 con la lectura de Los pazos de Ulloa, de Emilia Pardo Bazán.


Noticias de nuestras lecturas

Mª del Carmen Ugarte escribe un acertadísimo análisis del estilo de El mudejarillo, de su arriegada concepción por parte de Jiménez Lozano y de cómo se usa para acercarnos al personaje del que se trata.

Mª Ángeles Merino continúa narrando desde dentro la visión de San Juan y así lo lleva a estudiar latines, claro. Un libro tan pequeño en apariencia que nos da tanto...

Gelu ha conseguido hacerse con el libro y se lanza con acierto, como siempre, a seleccionar citas que subrayan lo importante de la novela e ilustrarla de tal manera que no enriquece la lectura.


Pancho demuestra, en su comentario sobre esta lectura nuestra del Coloquio de los perros que Cervantes hasta cuando habla de perros habla de los seres humanos... y, como casi siempre, llegó Sabina.


Luz del Olmo nos prepara la nueva lectura, que dará comienzo aquí el 10 de diciembre. Y lo hace de forma muy interesante: publica el anuncio de la novela que apareció en La Época el 27 de octubre de 1886. Conviene leerlo en su integridad para comprender el contexto: el auge del género novela y la afirmación del naturalismo de la obra.

Paco Cuesta también calienta motores con esta novela: y nos sitúa con acierto en la perspectiva de un autor (autora, en este caso) de novelas naturalistas.

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os  agradezco que me lo comuniquéis.

jueves, 19 de noviembre de 2015

"¿De dónde viene el pobre?": Cosas cotidianas y realidad social en El mudejarillo de Jiménez Lozano y noticias de nuestras lecturas


La primera parte de El mudejarillo la dedica Jiménez Lozano a darnos cuenta del substrato en el que nace el futuro Juan de la Cruz. Y que lo explica. El narrador no sermonea, no explica las cosas, casi se limita a enumerarlas, a pasar un vistazo -pero de los vistazos que profundizan- en los detalles. Son los pequeños detalles, no la gran historia la que se pone de relieve y las que explican todo mejor: pequeños diálogos de voces que no identificamos, fugaces localizaciones, relatos indirectos que terminan conectándose con la vida del santo.

El hambre, la pobreza, la necesidad de buscar el sustento y el alimento protagonizan en buena medida estas primeras páginas. La realidad social a ras de suelo, sin las grandes alturas de la historia ni épicas. Es la gente normal, con sus apuros normales. Como la necesidad de ocultar el origen de la familia de la madre, dificultado por su condición de pobre (Pero dineros llenan simas, y todo se allana con ellos). Porque es la pobreza la verdadera condición: Nunca se sabe quién es, ni de dónde viene un pobre.

Todo ello, en buena medida, afecta al pequeño hijo de Catalina, de carácter ensimismado, que cuando le pregunta el clérigo del hospital en el que quiere trabajar qué sabe hacer él responde que nada. Ninguno de los oficios anteriores le ha dejado huella porque no satisfacían su necesidad interior, al menos, la que quiere marcar Jiménez Lozano para interpretar desde ella el carácter de Juan de la Cruz. Una necesidad que solo se calmaba enumerando las cosas que están delante de todos pero que nadie ve por cotidianas a pesar de que son las cosas más importantes que tenemos, como cuando enumera todo lo que hay en su pequeño pueblo, Fontiveros y que a tantos les pasa desapercibido: estaba lleno de cosas y tenía la torre y la iglesia, las campanas y la cigüeña...

De esta forma entra Jiménez Lozano en la personalidad de Juan de la Cruz. desde lo más elemental, desde las cosas más sencillas y desde la realidad social que explican su diferencia.


Noticias de nuestras lecturas

María del Carmen Ugarte se aproxima a la novela de Jiménez Lozano con un texto entre el recuerdo y la acertada lectura de cómo se construye esta historia. Recomiendo no perderse esta entrada.

Paco Cuesta escribe un diálogo erasmista a pie de calle para hacernos desear la lectura de esta maravilla narrativa. Todo un acierto.

Luz del Olmo comenta la profundidad narrativa de Jiménez Lozano y demuestra, con un documento, que la aparente sencillez de la novela se basa en una firme documentación que lo aproxima a aquel tiempo.

La entrada de Mª Ángeles Merino de esta semana, que continúa escribiendo desde la memoria de San Juan de la Cruz, hace pensar sobre varias cosas. A mí me lleva hacia la sencillez desde la que elabora todo el pensamiento Jiménez Lozano.



Leyendo el excelente comentario de Pancho al Coloquio de los perros no pude dejar de pensar en la importancia que da Cervantes en todas sus obras a la conciencia del individuo por encima del amparo de cualquier grupo social. Toda una lección que termina con Fito.


Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os  agradezco que me lo comuniquéis.

jueves, 12 de noviembre de 2015

El prodigioso arranque narrativo de El mudejarillo de José Jiménez Lozano y noticias de nuestras lecturas.


El arranque de El mudejarillo de Jiménez Lozano es todo un prodigio. No se nos dice quién narra ni quiénes son los protagonistas. Se habla, sobre todo, de una situación. El tiempo narrativo se acelera a lo largo de este primer capítulo (La visita). Primero, de forma angustiosa para el lector: una enumeración descriptiva que no deja pausa, en la que se nos narra la entrada de un Visitador enviado por el obispo de Ávila a un pueblo cuyo nombre ignoramos aún. Después, con la reproducción de las palabras de este Visitador pertenecientes a un diálogo del que no se nos ofrece las otras partes, las que puedan expresar los interlocutores: son órdenes tajantes, breves, por las que manda despojar a la iglesia del pueblo de todo lo que tiene por medio de la venta o el empeño. Incluso el cáliz o un libro en griego que lleva en su propio bolsillo. Estas órdenes son interrumpidas con otras dirigidas a los nobles, hidalgos y clérigos allí presentes:

-Hago a vuestras mercedes cargo de esta pobreza.

Después del vértigo, el Visitador emprende rápido regreso a Arévalo y le asaltan las dudas sobre su acción:

-¿Y luego? ¿Y luego, cuando se lo hayan comido?

Quizá al lector se le haya pasado -por el tiempo narrativo, por la intensa y veloz descripción de personajes y situaciones- la clave para comprender este arranque de la novela. Es una frase muy corta con la que termina el primer párrafo, que dialoga con la inmediatamente anterior, en la que se describía a los pobres que asistían a los hechos para centrarse finalmente en sus hijos pequeños:

Cabezas llenas de greñas casi todas; bocas desdentadas y negras que reían, mientras los niños asidos de las manos de las personas adultas o a sus ropas miraban con pasmo y seriedad. O hambre.

Ese O hambre es la clave de todo este primer capítulo. La hambruna que afecta al pueblo, que pronto sabremos que se llama Fontiveros, y la reacción del Visitador. Para resolver el problema se venden todos los objetos valiosos de la iglesia y se responsabiliza de la situación a los nobeles, hidalgos y clérigos. Una acción del todo moral y ejemplarizante.

El ritmo veloz se ha ajustado a la necesidad de solucionar ese problema. Y pronto comprenderemos que uno de esos niños, el que sostiene una mujer llamada Catalina, que ya no tiene leche para amamantarlo, será el foco de toda la narración posterior, y que pasará a la historia como San Juan de la Cruz. Pero eso lo comprenderemos cuando ya el ritmo narrativo y lo que se nos describe -y el cómo- nos haya atrapado.

Este fragmento es un excelente arranque para toda la novela y resume buena parte de las mejores características narrativas de Jiménez Lozano. Y también de su perspectiva ideológica y moral a la hora de narrar: la descripción de una situación en la que son víctimas las personas más desfavorecidas y ante la que solo cabe acometer medidas a la altura de la coherencia de los principios. La espiritualidad cristiana buscada por Jiménez Lozano en esta obra, en la que tanto se hablará desde dentro de la necesidad de una reforma institucional de la Iglesia a partir de una reforma de la vivencia de cada individuo, se ajusta a esa acción enérgica del Visitador que despierta la conmoción y tristeza entre los nobles, hidalgos y clérigos, que llegaron a morir del pesar de su conciencia.



Noticias de nuestras lecturas

Paco Cuesta contextualiza la biografía de Juan de la Cruz como forma de comenzar la lectura. Nos ayuda, por lo tanto, a comprender perfectamente alguno de los rasgos de su personalidad.

Luz del Olmo relata la afanosa búsqueda de El mudejarillo hasta que al fin puede abrir las páginas del libro y disfrutar del arranque de esa deliciosa prosa póetica de Jiménez Lozano...

Mª Ángeles Merino se atreve a enfrentarse con un personaje principal y ya no con un secundario: sabréis cómo en su entrada, tras el relato de cómo descubrió hace años este texto y al autor.


Pancho continúa con la lectura de las Novelas ejemplares para hilvanar un juego intertextual más que recomendable a partir de la reflexión inicial sobre cómo nos acostumbramos a nuestras cadenas.

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis.

miércoles, 3 de febrero de 2010

Cuando la palabra indaga en lo que hay antes de la palabra (De la letra menuda, de Fermín Herrero).

Los poetas han sido conscientes de que la palabra es insuficiente. A veces, cuando está cargada de connotaciones y referencias, estorba e impide el significado exacto. Por eso, cada cierto tiempo, surge una estética que desnuda la palabra o la música o la pintura para recordarnos lo que al principio significaba.

Existe una línea poética -en España, cimentada desde Bécquer, pero con antecedentes en la lírica de los místicos, en especial San Juan de la Cruz- que ha buscado simplificarla, limpiarla para que busque el origen de la cosa que nombra. Otros poetas, en cambio, han sabido jugar con todo lo que una palabra arrastra cuando se escribe, cuando se pronuncia, cargada de culturalismo para que resuma la historia en el momento en que se dice y en ella esté todo lo anterior. Ambas son formas válidas de hacer poesía, pero diferentes. Es un interesante ir y venir en el proceso artístico en el que se encierra, en casi todas las ocasiones, los cambios de estética. Un camino que no puede terminarse porque es un ejercicio continuo dado que la palabra expresa todos los perfiles del ser humano. Pero es interesante comprender a los poetas en su tratamiento de la palabra, porque define su poética y su mirada como artistas.

Fermín Herrero (Ausejo de la Sierra, Soria, 1963) pertenece a la línea que busca la depuración en la expresión: que la palabra se desnude hasta ser la cosa misma. Es un proceso, como ya dijo Juan Ramón Jiménez, porque nunca se alcanza la meta y porque, a pesar de todo, las cosas se trasforman siempre en la mirada del poeta y nunca vuelven a sí mismas cuando son expresadas por él e introducidas en un mundo poético de referencias artísticas. Pero el sentido en el que trabaja un poeta sus versos dice mucho del mundo que quiere construir y del que parten sus poemas. La dificultad estriba en que esta poesía, siendo tan conceptual como es, se exprese de la manera más sencilla.

En De la letra menuda (Cálamo, 2009), Fermín Herrero parte de conceptos de un paisaje concreto, el del campo soriano en el que nació, presidido por el Moncayo y trabaja sus versos para que las palabras se carguen de su significado primero, el que más les acerca a lo que designan pero, a la vez, partan de imágenes de la naturaleza y lo cotidiano. De ahí que use expresiones locales o coloquiales -siempre con medida- que hagan que su verso tenga una proximidad al paisaje del que salieron. Lo expresa en el poema que inicia el libro:

En cualquier fuentecilla del monté está
el misterio, la creación. Las palabras
que oíste son mentiras repetidas,
mercancía, artificio. Ya lo ves, lo natural
fluye, se da: se da la conjunción que eleva
sin intérpretes, ni retórica y bien está
que así sea.

Es un arranque que recuerda mucho la propuesta de Don de la ebriedad de Claudio Rodríguez, con el que comparte tantas cosas Herrero. Este poema es toda una declaración poética: remontarse en el río del lenguaje hasta el manantial primero.

Las seis partes en que se divide el poemario llevan títulos que profundizan en esta clave artística: Lugar, Nieve, Lumbre, Ceniza, Mar, Hora. Las palabras de los títulos son conceptos que explican la simbología poética del libro. Fermín Herrero se abisma en la simbolización del paisaje de su tierra, en la memoria de las cosas más naturales y antiguas: hay un poema en el que el poeta escribe a la luz de una vela, otro en el que lee mientras la televisión está apagada. El trabajo se hace siempre desde ese silencio contemplantivo en el que los ojos se llenan de lo que ven casi sin intentar interpretarlo, dejándose llevar porque la voluntad se entrega a la meditación sin oponer resistencia a lo que le pasa:

El que aguanta en la niebla, podrá
guardar la clave; el que jamás
advirtió su deriva perseguirá a tientas
el ilusorio resplandor del héroe.

Es sólo desde la contemplación (de sí mismo, de lo que le rodea) desde la que el poeta puede ser consciente de la dimensión temporal y de su relación con el mundo. Sólo desde ese estado se es capaz de apreciar que la belleza de una eternidad son los dos días en los que tardan en secarse unos lirios en un jarrón:

Qué hermosura los lirios del jarrón
que trajimos, ayer, del prado.
(...) al fin se secarán, en cuanto chupen
todo el agua que les echamos. No duran ni dos
días. Pero esa debería ser, es, mi eternidad.


Todo lo que he leído de este poeta tiene la tensión de la gran poesía que permanece, la que se expresa con las palabras justas y los conceptos aparentemente más sencillos. Este poemario profundiza en este camino.