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jueves, 7 de mayo de 2015

Sefarad de Muñoz Molina como novela de testimonios y noticias de nuestras lecturas.


Como no podía ser de otra forma, el hecho de que Muñoz Molina manejara en Sefarad algunas biografías y hechos históricos ha levantado desde su publicación una polémica a la hora de interpretar  histórica e ideológicamente la novela. Tratar de acontecimientos tan sustanciales para la historia contemporánea europea como el nazismo, el stalinismo o la II Guerra mundial trae, como consecuencia, dejar sectores ideológicos descontentos. Ser igualmente crítico con unos y con otros, con el franquismo o con el capitalismo que implica la emigración económica y destruye el natural tejido de relaciones humanas, siempre provocará ofendidos. Abordar en una novela figuras como la de Willi Müzenberg -activista comunista que terminaría enfrentándose con Stalin y que murió en extrañas circunstancias y que también tuvo protagonismo en la Guerra civil española- supone, para algunos, cruzar una línea que no debe ser franqueada.

A esto se suma la animadversión que ha despertado siempre Muñoz Molina por igual desde sectores de la derecha y de la izquierda españolas que no le perdonarán nunca ni su éxito de crítica y público ni su aceptación de honores como la dirección del Instituto Cervantes de Nueva York, su condición de académico o el Premio Jerusalén. Aquellos no le perdonan su claro posicionamiento contrario al franquismo y su perpetuación en muchos aspectos de la democracia nacida en 1978, así como la defensa de la herencia civil de la II República española; estos que se desmarcara pronto de la ortodoxia de izquierda y se convirtiera en un defensor del camino hacia la socialdemocracia abandonando el marxismo. Un cuento suyo de la primera etapa cuenta (como si estuviéramos en una película de serie b) cómo todos los antiguos militantes de izquierda que siguen manteniendo la fidelidad a los pensamientos prosoviéticos se han convertido en muertos vivientes en una localidad fantasma a la que regresa el protagonista. En las reseñas críticas sobre estos aspectos de Sefarad siempre he detectado, tanto en las que provienen de un sector como en las que provienen de otro, cierto apriorismo ideológico que impide, lógicamente, que el que así se manifiesta pueda disfrutar de una sola línea de la novela.

Muñoz Molina pertenece a esa primera raíz de la postmodernidad que critica las grandes ideologías políticas y las creencias religiosas entendidas todas ellas como verdad única. Para comprender esta raíz nos debemos situar en una época en la que el mundo se había colapsado precisamente por el enfrentamiento entre todas estas verdades y ante ellas el individuo había quedado desarbolado, su condición destruida y su memoria liquidada. De hecho, esta misma condición que alerta contra verdades únicas es la que le ha llevado a escribir, recientemente, Todo lo que era sólido, que ya hemos comentado en este club, contrario al capitalismo financiero salvaje que nos ha conducido a la última gran crisis global y ha fomentado la corrupción.

En Sefarad Antonio Muñoz Molina no escribe un tratado histórico ni un ensayo sino una novela pero aún así no quiere renunciar a la verdad de lo narrado: da pereza o desgana inventar, rebajarse a una falsificación inevitablemente zurcida de literatura. Los hechos de la realidad dibujan tramas inesperadas a las que no puede atreverse la ficción. Pero el lector no debe engañarse por estas palabras. Estamos en el terreno de una novela -volveremos sobre esta cuestión técnica en otra entrada- en la que se entrecruzan varias voces narradoras y unas usan a otras no con la clave histórica que exigen muchos a Sefarad sino con otra. Más aún cuando los mismos hechos pueden ser interpretables y de hecho lo son por diferentes historiadores -¿Münzenberg se suicidó como afirmaba el gobierno de Vichy, fue asesinado por los nazis o por lo enviados de Stalin?, ¿fue de verdad un comunista convencido durante toda su trayectoria como activista, fue un espía doble, fue un traidor o una víctima, cuál fue su verdadero papel en la movilización en apoyo del bando republicano en la Guerra civil española?-. Siempre me ha resultado curioso que algunos historiadores exijan que un novelista cumpla lo que ellos interpretan que es la verdad cuando no hay un consenso mínimo entre los especialistas.

En realidad no hay ninguna polémica general sobre la interpretación de Sefarad, sino algunas voces que reaccionan contra la novela exigiéndole condición de ensayo histórico e interpretación según una u otra ideología recubierta de método científico. Hay que aclarar, también, que Sefarad no es una novela histórica. Entre otras cosas, porque está escrita en el presente del narrador principal que busca integrar en él el valor testimonial de lo acontecido en esa gran tragedia del siglo XX europeo en el que se enfrentaron los individuos desarmados contra la maquinaria totalitaria de ideologías diversas y que cubrió el continente -y el resto del mundo- de millones de víctimas -heridos, muertos, emigrantes, desplazados-. Ese narrador se convierte, así, en portavoz de esos testimonios concretos que selecciona y pone en orden para presentárnoslos no tanto porque esté de acuerdo con todos y cada uno de ellos sino porque se identifica con ellos en su condición de víctima, de desplazado, de indefenso ante las rigideces ideológicas, religiosas o morales sobre las que nos previene puesto que su presencia sigue siendo una tentación presente. No es, por lo tanto, objetivo ni lo pretende: trabaja desde la conciencia de que las ideologías totalitarias, los pensamientos únicos, las formas tan estrictas de regir nuestras vidas, han destruido a los individuos y han regado la historia del siglo XX de muertos y afectados de todo tipo. Y siguen haciéndolo.

No es la historia tradicional lo que predomina en Sefarad ni lo que busca el autor sino el valor testimonial de la voz del individuo que ha sido víctima suya. Sea este un emigrante andaluz a Madrid por motivos económicos y sociológicos, un joven fascista español alistado en la División Azul que comienza a cuestionarse la razón de su presencia en Rusia, un judío sefardí que se salvó de los campos de concentración o la viuda de un activista comunista caído en desgracia después de haber sido culpable por alimentar el monstruo que termina devorándolo. Y el testimonio de la víctima, por lo tanto, no tiene la misma razón que la certeza histórica sino otra, de raíz ética. Si no se es capaz de comprender este rasgo de la novela, no se podrá comprender nada de Sefarad y solo se la criticará desde la trinchera ideológica.


Noticias de nuestras lecturas

Mª del Carmen Ugarte García nos lleva hacia la historia de la Hispanic Society y sabe enlazarla -en la entrada y no os perdáis sus respuetas en los comentarios- con un núcleo esencial de la novela de Muñoz Molina.

Myriam Goldenberg presta atención en su entrada a la historia de la monja y el zapatero: estereotipos propios de un cuento tradicional español que termina convirtiéndose en un relato del país y de unos individuos en los que la libertad y la esclavitud no son siempre como pensamos.

Mª Ángeles Merino nos lleva, de la voz de sus personajes comentaristas, a varias historias -de Rusia al zapatero-, pero quiero resaltar cómo consigue, a través del diálogo de ambas, conectar con esa forma "liosa" de contar las historias de esta novela.

Luz del Olmo escribe una epístola a Igor -ella podrá aclarar si real o fingida- para emocionarnos al conectar las historias de Muñoz Molina con historias que nos llevan a la realidad de lo vivido.



Pancho llega a su acertadísima lectura de la novela de Martín Gaite con una entrada en la que remata las conclusiones de una historia que parece condenar a -casi- todos sus personajes a una vida en círculos. No os la perdáis.

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

jueves, 30 de abril de 2015

¿Qué harías tú si fueras la víctima que espera en Sefarad de Antonio Muñoz Molina? y noticias de nuestra lecturas



Muñoz Molina ya había relatado esta figura del que espera en Beltenebros, una novela que crece con el tiempo. De hecho, aquel relato era un juego entre el que espera y el que busca en el que, de pronto, pueden cambiarse los papeles. Pero es en Sefarad donde la figura de aquel que espera que lleguen a por él, que lo detengan o incluso lo maten, culmina en la narrativa de Muñoz Molina. No en vano la novela se inicia con una cita de El proceso de Kafka.

Una de las acciones más despiadadas del poder sucede cuando alguien ha puesto tu nombre en una lista sin que tú lo sepas. Puedes comenzar a percibir cosas extrañas: hay gente que ya no te llama, que deja de saludarte sin motivo, que te rehuyen si piensan que con eso pueden ser identificados contigo o ser acusados de poca lealtad al poder. Comienzas a tener problemas en tu trabajo, en tus tiendas de siempre, en tu barrio, entre tus vecinos. Una de las habilidades del poder en estos casos es convertir a la víctima en responsable y acusarla de cosas de las que no puede defenderse. La segunda fase de proceso es que la víctima se sienta culpable: busca en sus acciones la responsabilidad de lo que le ocurre, en sus relaciones y amistades, en lo que dijo o no dijo. Cuando el poder consigue esto, el perseguido se ha convertido ya en un reo aunque no esté en prisión, queda destruido y solo le queda esperar a que vengan a detenerlo si no tiene la posibilidad de huir tan lejos que no puedan ir a buscarlo. Muñoz Molina relata los casos de judíos que fueron entregados por Stalin a Hitler o aquellos que pudieron huir a países que después fueron conquistados por los nazis.

En esto se parecen todos los poderes autoritarios y así lo indica Muñoz Molina. Llega un momento en el que la víctima solo puede esperar a que vengan a detenerlo aunque pasen años desde que ha llegado a la conclusión de que ya está en la lista. Porque al principio uno se niega lo que ocurre y mira para otro lado cuando llegan, como en el poema de Bertolt Brecht, a por unos y a por otros. Porque así comienzan todos los poderes autoritarios: desagregando a la sociedad, atomizándola en grupos y quebrando la solidaridad para que los grupos resultantes sean tan pequeños y sin verdadera armonía ni fuerza que uno siempre tenga la posibilidad de pensarse entre los otros, los que no corren peligro.

Todo esto lo describe Muñoz Molina con tanta fuerza en Sefarad que uno siente la misma angustia que los ejemplos de individuos perseguidos por Hitlet o por Stalin. Como esa mujer que tiene lista la maleta para cuando vayan a por ella y tardan meses. Muñoz Molina resuelve este dilema narrativo apelando directamente al lector (en realidad el narrador se apela a sí mismo pero lo convierte en una pregunta para el receptor general del texto): Qué harías tú si fueras esa mujer perdida en una vasta ciudad extranjera y hostil, si te hubieran quitado tu pasaporte y el documento provisional de identidad (...). En efecto, qué haría cada uno de nosotros, que hasta ese momento habíamos vivido en la comodidad o en la interesada ignorancia de lo que ocurre a nuestro alrededor, si de pronto descubriéramos que estamos en la lista que alguien ha elaborado con nuestro cómplice silencio anterior y que solo es cuestión de horas, de días, de meses, que alguien llame a nuestra puerta por la noche y nos arranque de lo que hasta entonces llamábamos hogar sin que hayamos cometido más delito que pensar de forma diferente, dar nuestra opinión, pertenecer a una familia con una religión  o unas costumbres que no son las mayoritarias aunque esa religión o esas costumbres o incluso la familia de la que procedemos ya no signifique nada para nosotros. No podemos argumentar contra esa decisión porque no responde a razones lógicas. Quizá hasta estábamos de acuerdo en fases anteriores de su desarrollo, antes de que nos afectara personalmente, porque apreciábamos que daba cierta paz y orden a las cosas, daba una idea y unas consignas con las que nos sentíamos más o menos a gusto y todo, nos parecía, funcionaba como debe funcionar en una sociedad moderna. Esta es una de las lecciones cívicas de Sefarad: no deberíamos nunca dejar pasar las fases iniciales de un poder autoritario, el ciudadano debe estar siempre alerta ante las primeras manifestaciones, que se repiten tanto a lo largo de la historia porque cuando se ha hecho grande funciona como una trituradora de individuos y cualquiera de nosotros puede convertirse en víctima.

Pocas veces uno se siente tan interrogado como en esta obra de Muñoz Molina porque lo que nos cuenta, lo sabemos, no solo es una cosa de un pasado remoto sino de algo que pesa sobre nuestra condición de seres humanos. Y que sigue ocurriendo a nuestro alrededor. La pregunta fundamental de esta obra es esa, qué harías tú.

Noticias de nuestras lecturas

Luz del Olmo comenta Sefarad de la mejor manera: construyendo un relato que lo explica. Un reltao, por supuesto, de viajes y vidas.

Paco Cuesta halla la sustancia de la recepción de la obra. Todo un acierto. Y este acierto lo convierte en entrada de consulta imprescindible para que comprendamos la forma en la que Muñoz Molina compone esta recepción emocional de la obra y otra en la que da con una de las claves de la novela a partir del cruce de voces narradoras en una historia surcada de trenes cargados de historias individuales que tejen a su vez la colectiva.

Mª Ángeles Merino lleva eficazmente a sus comentaristas hasta el capítulo de Copenhague. Una Europa surcada de trenes y de historias...

Mª del Carmen Ugarte nos hace prestar atención a una clave de lectura de la obra: el testimonio de las mujeres que vivieron un tiempo atroz.

Myriam Goldenberg repasa la memoria del señor Salama, el judío sefardí de Tánger que recupera a los que ya no están después después del holocausto. Excelente entrada. No os perdáis las ilustraciones, oportunas.


Pancho continúa su comentario de Entre visillos, relatando cómo la autora va cerrando los relatos que nunca tendrán un final exacto porque todos ellos son fragmentos. 

Recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis. Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.


jueves, 23 de abril de 2015

El desplazado en Sefarad de Antonio Muñoz Molina y noticias de nuestras lecturas.


El lector entra en Sefarad y, de pronto, se encuentra en un territorio conocido, como si todo lo que se narrara en esta obra le contara su propia historia. Excepto aquellos que nunca hayan tenido que cambiar de lugar, los afortunados cuya vida no haya mudado apenas nada desde la infancia, los que no hayan sentido el pellizco de la añoranza y no logren comprender esa niebla tan húmeda y penetrante que es la nostalgia. Tampoco aquellos que no sientan como propia la historia del eterno exilio que es la historia humana.

Sefarad nos cuenta los relatos de los desplazados, de los exiliados, de los perdedores, de las víctimas de la historia como si fuera el nuestro. Aquel que no logre comprender este relato y emocionarse con él debería preocuparse (como el que asiste impasible ahora a la muerte de cientos de personas en el Mediterráneo cuando buscan una oportunidad para sus vidas). Una de las aportaciones perdurables de la época llamada postmodernidad en sus primeras décadas -que es la clave ideológica desde la que debemos abordar esta obra- es la de comprender el mundo desde otro ángulo: las grandes ideologías y creencias han arrasado millones de biografías al implicarse con los órganos del poder, al controlarlos de forma exclusiva. Religiones, capitalismo, colonialismo, nacionalismos, comunismo, fascismos, etc. Todas estas ideologías depredadoras se juntaron en el siglo XX para culminar la historia vista como Historia única. Debían triunfar sobre las otras formas, dominar la sociedad y organizar las vidas de los individuos sin dejar que estos tuvieran más que una aparente libertad. El resultado fue la muerte de millones de personas, la destrucción de las biografías de tantos como sobrevivieron pero apenas pudieron rehacer sus vidas. El mundo entero se llenó de desplazados a causa de la guerra, de personas que murieron en los campos de batallas, en campos de concentración, de hambre o enfermedades, de otros que no murieron pero sus vidas quedaron para siempre afectadas.

Pero Muñoz Molina no entra en este relato de relatos describiendo directamente esa tragedia por la que atravesó la humanidad en el siglo XX y que parece que ahora hemos olvidado o queremos olvidar como si solo fuera un capítulo más en un libro de historia de bachillerato del que extraer pocas consecuencias, quizá como si nos hablaran de la guerra de los Cien años. Muñoz Molina entra en la tragedia de la humanidad por la biografía concreta de individuos, describiendo sus emociones y sensaciones, convirtiendo al narrador en su portavoz emocionalmente implicado. Esta sensación de verdad llega al lector y este decide, desde la primera página, si quiere implicarse en ella o no.

Fiel a su estilo, Muñoz Molina entra en Sefarad convocando su propia memoria y nostalgia (en el tono narrativo, en los temas, en los personajes, en el estilo) y la de varias generaciones de lectores que ahora están por encima de los cuarenta años, a los que apela. El primer relato con el que se enfrenta el lector es la historia de toda una España de los años sesenta y setenta: los desplazados por motivos económicos. Millones de personas que tuvieron que emigrar desde sus pueblos o pequeñas ciudades provincianas a Madrid o a otra gran capital para buscar aquello que les prometía un futuro mejor. Hay un fuerte sentido de desarraigo: la gran ciudad -el capitalismo que ha construido el mundo actual- no les ha dado aquello que les prometía, lo que impulsó su primer gran viaje biográfico en busca de la felicidad y cuando regresan a su tierra natal esta se ha trasformado tanto que ya no es la suya. Están condenados, por lo tanto, a vivir en el mundo de los recuerdos, ese mundo de la infancia y la primera juventud en el que todo era más amable y los ritmos más humanos y que ya es imposible recuperar. Es significativo que en una obra con un mensaje tan universal y tan globalizador como Sefarad se comience por la propia experiencia biográfica de unas generaciones de españoles, relatada con ciertos tonos costumbristas y revelando el mundo personal del autor. Significativo y apropiado porque nos hace saltar con él de lo local a lo global. Todos pertenecemos a esa tipología de los desplazados.

Ese es el primer viaje en el que se reconocerán gran parte de los lectores porque bien ellos o bien sus familias tomaron aquellos trenes para instalarse para siempre en el mundo de los desplazados por muy lejano que se halle aquel día en el que iniciaron el viaje. Incluso aunque no se hayan movido de su ciudad han realizado este viaje: basta con cerrar los ojos y recordar la infancia. Hay un momento, como en todo relato nostálgico, en el que el paraíso de la infancia o la juventud se rompe, se instala en la memoria porque ya es imposible recuperarlo. Y en muchos casos esta ruptura no se debe a la evolución normal de una biografía que todos estamos en condiciones de aceptar sino a la intervención de elementos que un individuo no puede controlar: la industrialización despiadada de un país que decide los flujos migratorios en beneficio de un desarrollo cuestionable e insostenible, una guerra motivada por nacionalismos fabricados a partir de las emociones más elementales y groseras, la intervención del poder sobre las vidas de los seres humanos. Y se inicia, entonces, un largo viaje que parece no terminar nunca.

Noticias de nuestras lecturas

Mª Ángeles Merino recupera dos comentaristas de sus entradas sobre Todo lo que era sólido para comentar Sefarad. Y hace bien, porque en ese diálogo que establecen entre ellas todo fluye y se comprende: Sefarad, como algo que nos hace, que nos impulsa.

Mª del Carmen Ugarte sigue su comentario de la novela con el acertado sentimiento de regreso: la vuelta, a tantas cosas, que preside buena parte de esta obra de Muñoz Molina.

Myriam Goldenberg entra en Sefarad de una manera que nos aproxima a la recepción de esta novela de novelas, que puede incorporar también nuestro propio relato de vida. Lectura apasionante.


Pancho se centra en algunos pasajes sustanciales que nos ayudan a comprender a Natalia, la única persona que será capaz de salvarse de ese círculo pequeño de la ciudad de provincias. Nos os perdáis las fotografías de esta entrada.

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jueves, 16 de abril de 2015

El reto de escribir Sefarad, de Antonio Muñoz Molina, y noticias de nuestras lecturas.


A la altura de 2001, cuando se publica Sefarad. Una novela de novelas (este es su título exacto con el que debería citarse siempre, veremos por qué en una próxima entrada), Antonio Muñoz Molina ya era un nombre consagrado en la literatura española y se le consideraba como una de las voces más reconocibles de su generación, aquella que había nacido durante el franquismo pero no comienza a escribir hasta el inicio de la Transición a la democracia. Desde Beatus Ille (1986), que pasó prácticamente desapercibida para el público, hasta la anterior a Sefarad, Carlota Fainberg (2001), su obra creció sumando el aprecio de la crítica y el de los lectores. El invierno en Lisboa (1987) llamó la atención sobre aquel joven novelista que practicaba un tipo de literatura que se ajustaba tanto a los gustos y preocupaciones de un sector amplio de su generación. Siguieron Beltenebros (1989) y El jinete polaco (1991, Premio Planeta). Aquella una obra clave en su género y esta una demostración de un tipo de literatura que nunca ha abandonado a Muñoz Molina: el reflejo autobiógrafico de los cambios producidos en España desde mediados del siglo XX, que también está presente en Ardor guerrero (1995). La obra de Muñoz Molina creció también ensayos y artículos en la prensa, hasta convertirse en uno de los intelectuales con presencia más reconocible y opinión más coherente, sobre todo en su planteamiento de la herencia republicana y en la dignidad del ser humano frente al poder. En el año 1995 fue elegido miembro de la Real Academia Española y desde 1990 viaja por el mundo como uno de los autores más importantes del panorama español del último período. Así llegó a pisar, por primera vez, Nueva York, que se ha convertido en residencia habitual para él, repartiendo su tiempo entre América y España. Y esta es la clave en la que quiero encuadrar la escritura de Sefarad.

Antonio Muñoz Molina se propone en Sefarad un cambio profundo en su escritura. No en la temática central del individuo frente al poder, del enfrentamiento entre los derrotados de la historia y la sociedad de pensamiento único, no en la perspectiva de la reconstrucción de una identidad y una biografía. Estos temas le han acompañado siempre en todas sus obras. El cambio de Sefarad implica un crecimiento intelectual notable.

En 2001 Muñoz Molina era un nombre indiscutible en las letras españolas pero en toda su obra había manifestado la necesidad de apertura al mundo, tanto de la sociedad española como de la cultura. Al recalar largos períodos en Estados Unidos comienza a sentir la necesidad de novelar otras cosas que no se reduzcan a temática española y busca la universalización de su escritura, tanto en el tono como, sobre todo, en la forma de abordarlos. Y surge el riesgo temático y técnico de Sefarad. Una novela de novelas, en la que se hace materia narrativa la lucha de los individuos contra la sociedad totalitaria. Aunque parte -de ahí el título- de un motivo sacado de la historia española -el destierro de los sefardíes de la Corona de Castilla-, su propósito es elevar el tiro y tratar ese tema desde un ángulo que pueda ser comprendido en cualquier parte del mundo, que pueda interesar porque toca temas universales, que se han repetido a lo largo de la historia. Desde mi punto de vista, con esta novela -que es una obra maestra en su género- no solo presenta su candidatura al Premio Príncipe de Asturias de las Letras -que obtendrá en 2013- o el Premio Jerusalén -del mismo año- sino al Premio Nobel de la literatura. Al tiempo.

Noticias de nuestras lecturas

Esta entrada de Paco Cuesta serviría, por sí sola como una introducción a la lectura de Sefarad. Para no perdérsela.

Mª del Carmen Ugarte se suma también a esta lectura. Su forma de arrancar es precisa: cuestionar la forma de leer la novela, que te obliga, de pronto, a frenar y preguntarte por lo que estás leyendo.


Myriam completa su magnífico análisis de las relaciones sentimentales de la novela de Vargas Llosa con el planteamiento del juego amoroso que tiene su núcleo en la pareja de don Rigoberto y doña Lucrecia.

Como sabéis, el último martes tuvimos la reunión mensual del Club de lectura en su formato presencial para comentar, en este caso, El héroe discreto de Vargas Llosa. La reunión -apretada por necesidades de agenda- fue muy variada y divertida y en ella hablamos de esta novela y preparamos las lecturas de Sefarad de Antonio Muñoz Molina y La gratitud de Fermín Herrero. Podéis ver una completa crónica de lo ocurrido en esta entrada de Mª Ángeles Merino.



Si alguien se pregunta cómo se puede enlazar la ciudad de provincias de Entre visillos con Bruce Springsteen, que acuda a esta entrada de Pancho que, además, encuentra un núcleo de tratamiento de emociones de la novela y lo explica. Y si alguien quiere saber por qué Sabina, que vaya a esta otra, en la que se comenta uno de los capítulos esenciales para comprender el juego de perspectivas narrativas que usa hábilmente la autora.

Ya sabéis que recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis.

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jueves, 2 de abril de 2015

La fragilidad de los refugios personales en El héroe discreto de Vargas Llosa y noticias de nuestras lecturas.



De una manera o de otra, los personajes principales de El héroe discreto de Vargas Llosa buscan construir un refugio personal ante un mundo hostil y duro, lleno de insatisfacción, en el que casi nunca tienen éxito los valores positivos. Hasta lo logrado por el trabajo honesto y constante -remarcado continuamente por el autor como algo positivo- tiene la contrapartida de la amenaza mafiosa -como la tiene el coraje de quien se enfrenta a ella- o la mala cabeza de los herederos que dilapidarán lo que se construyó con tanto esfuerzo. Por eso algunos se afanan en construirse un pequeño lugar en el que refugiarse dado que pocas veces la familia, el amor, las relaciones laborales o la sociedad pueden servir para ello. Buscar un paraíso para encerrarse y vivir casi una vida paralela a la que trascurre fuera de él. 

Lo hace Felícito Yanaqué poniéndole casa a su amante, Mabel, y viviendo allí como si fuera un paraíso amoroso que podría parecer ajeno al ruido exterior. Fuera de esas paredes se encuentra un matrimonio infeliz, una vida de duro trabajo. Cuando Mabel regresa a casa después de su secuestro, es tan fuerte lo que siente Felícito ante el temor de la pérdida que no le importa manifestar sus emociones ante los policías y parecer débil y hasta poco digno. La misma Mabel, cuando teme perderlo todo siente esa relación con el empresario como su refugio más que como una cómoda forma de vida de la que se está aprovechando y se lamenta por su mala cabeza.

Pero donde más intensa aparece esta sensación es en el refugio construido por don Rigoberto. Un doble refugio porque ya lo es, en primer término, su matrimonio feliz y cómplice con doña Lucrecia pero en él se atisba el delicado juego de las relaciones sociales y el extraño comportamiento de su hijo Fonchito.  No le puede bastar a don Rigoberto con ese primer refugio puesto que en él anida el reproche a su propia cobardía por no haberse atrevido a vivir como él quiere desde su juventud. Y construye en el despacho de su casa ese segundo refugio que le llena: rodeado de libros, arte, música. Hasta ahora le ha bastado con eso y algún viaje por el mundo, en vacaciones, para disfrutar de exposiciones, lugares con encanto, espectáculos teatrales, que luego recuerda escuchando los discos grabados por sus músicos favoritos o repasando los catálogos de las exposiciones que visitó. Por eso mismo desea tanto llegar a su jubilación y poder vivir plenamente su vida como si toda ella trascurriera en ese paraíso, para eso ha ahorrado, para eso planea jubilarse antes de tiempo.

Sin embargo, el apoyo leal de don Rigoberto a la decisión de su jefe y amigo, Ismael, de contraer matrimonio con Armida derribará con facilidad las paredes de su refugio. Su nombre se ve implicado en el escándalo y traído y llevado por la prensa, las redes sociales y el cotilleo de la sociedad limeña, los herederos de Ismael desatan contra él un acoso personal y judicial, consiguen detener su jubilación anticipada y le acusan de comportamiento desleal contra le empresa. Vive todo ello con angustia y temor: "Ahora, con el escándalo, de nada le valía buscar la soledad del escritorio". Su verdadera vida, como él mismo se dice, es la que vivía en aquel despacho, lejos "de las pólizas y los contratos de la compañía, de las intrigas y menudencias de la política local, de la mendacidad y el cretinismo de la gente con la que estaba obligado a tratar a diario".

Sin embargo, todo refugio acaba por demostrarse frágil e insuficiente y el mínimo error de cálculo acaba por destruir cualquier espacio civilizado y propio, como concluye don Rigoberto, "la barbarie termina por arrasarlo todo". Y el mundo parece atisbar cualquier grieta.

El jueves de la semana próxima terminamos con los comentarios de El héroe discreto, de Mario Vargas Llosa. La siguiente lectura será Sefarad de Antonio Muñoz Molina.

Noticias de nuestras lecturas

Luz del Olmo recupera su ejemplar de la novela pero descubre que este le exige sus propios lugares de lectura y ritmos que se ajusten con el argumento.

Paco Cuesta se aproxima con mucha agudeza a mensajes diseminados por la novela más allá de la trama argumental: un abanico amplio de cuestiones que deja sobre la mesa Vargas Llosa para retratar en lo malo y en lo bueno la sociedad peruana.

Mª Ángeles Merino cuenta la historia en diálogo con Fonchito, un secundario que quizá también tenga algún pliegue más del que parece...

Myriam Goldenberg nos regala un análisis minucioso y plenamente acertado de las relaciones sentimentales entre Felícito y Gertrudis. No te lo pierdas.


Pancho escribe una excelente aproximación a los aspectos morales y religiosos de la sociedad retratada en la novela de Martín Gaite. Una buena forma de recordar esta lectura.

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jueves, 26 de marzo de 2015

Lituma escarba en su memoria (El héroe discreto de Vargas Llosa) y noticias de nuestras lecturas.


En un momento determinado, el sargento Lituma escarba en su memoria a partir de una intuición basada en un vago recuerdo: él conoció en su juventud a una persona que dibujaba arañitas como las que vienen en la firma de los anónimos recibidos por Felícito Yanaqué. Tras comunicárselo a su superior, debe comenzar a investigar por este camino. Sobre todo porque no tienen ningún otro sospechoso al que adjudicar la extorsión que sufre el empresario. Los lectores de novelas anteriores de Vargas Llosa conocen ya la personalidad  y algunos antecedentes de este policía, que se resumen en esta narración en unas pocas líneas. Un hombre que nos puede resultar incluso simpático pese -o quizá por ella- su desastrosa vida, su nada ejemplar pasado, su relativa pereza y torpeza mental. Como en ocasiones anteriores, Vargas Llosa lo utiliza como herramienta narrativa. Gracias a él la novela vuela hacia un pasado en el que Piura -Perú entero- no era un país próspero y en sus ciudades se juntaba el tercer y el primer mundo. Lituma debe volver a ese pasado suyo y no basta con el recuerdo. Su investigación le lleva a patear el territorio que recorría más de veinte años atrás, cuando era joven y junto a sus primos formaba la pandilla de los Inconquistables a los que se sumaría otro amigo sobre el que recaen, inicialmente, las sospechas. Al pasear las antiguas calles todo ha cambiado, apenas reconoce el territorio y se siente confuso, incluso el tipo de habitantes ya no es el mismo. Al poco encontrará la antigua casa de sus primos convertida ahora en un próspero taller y allí dará con uno de ellos, José y pronto con el segundo, Mono. Han cambiado, como ha cambiado la ciudad, han prosperado y parece que les va bien -no como a Lituma-, pero pronto el lector -incluso antes que Lituma- comprende que debajo de la capa de prosperidad, modernización y cambio, se conservan las huellas del pasado bien vivas. Como si aquello que fuimos nunca dejara de constituirnos por mucho tiempo que pase. Este juego entre pasado y presente se encuentra en toda la novela en diferentes medidas: es, por ejemplo, el impulso permanente de Felícito en busca de prosperidad y no dejarse pisotear, pero también se halla en su necesidad de amar y ser amado, le hace fuerte y, a la vez, débil. Se encuentra también en el resto de los personajes y en algunas de las obras más importantes del autor -por ejemplo, La Casa Verde-, pero en pocas ocasiones se detecta con tanta claridad como en ese paseo desorientado de Lituma volviendo a su barrio de juventud mientras le asaltan los recuerdos de un tiempo que está en la raíz de su presente.

Noticias de nuestras lecturas

Myriam regresa a su blog para aportarnos su visión de la sexualidad en esta novela de Vargas Llosa. Y tiene razón en todo lo que dice, especialmente en el hecho de que el autor no esconda sino todo lo contrario, la sexualidad a edades avanzadas, en un amplio abanico de casos. En esta primera entrada desbroza el panorama, que continuará estudiando en futuras ocasiones.

Josefita salta a la lista de secundarios de Mª Ángeles Merino, que ha sabido captar que esta mujer tenía una historia desde la que contarnos la de su patrón. Interesante perspectiva.

Paco Cuesta publica un extraordinario acercamiento a la novela de Vargas Llosa en el que juega con la actualidad y nos da algunas claves técnicas de la obra. No os la podéis perder.


Pancho continúa con el comentario de Entre visillos: llega a la salida de los toros y propone un resumen, unas ilustraciones y un arranque de su texto que hacen pensar y mucho.

Gelu también continúa oportunamente con la novela de Martín Gaite, para documentarnos los elementos fundamentales de aquella educación sentimental: libros, cine y música.

Ya sabéis que recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis.

Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

jueves, 19 de marzo de 2015

No todo es como lo pintan: la aparente felicidad del éxito de la burguesía peruana en El héroe discreto de Vargas Llosa y noticias de nuestras lecturas con una invitación cervantina


Felícito Yanaqué e Ismael Carrera son hombres de éxito: empresarios reputados en Piura y Lima, respectivamente. Felícito viene de abajo: ha trabajado mucho toda su vida hasta construir su propia empresa de trasporte desde sus orígenes como mero conductor. Ismael es la segunda generación de una sólida firma pero también ha trabajado mucho y ha conseguido que su empresa crezca más allá de donde la heredó. Ambos, a pesar de su diferente origen, pueden decirse emprendedores hombres de negocio instalados en los círculos burgueses de su respectivas ciudades. Su vida, por lo tanto, tiene la aparencia ante los demás de la felicidad. Muchos, sin duda, los envidiarán.

A partir de estos personajes y de sus vidas, Vargas Llosa teje El héroe discreto. Casi como quien no quiere la cosa, con buena dosis de humor y mucha ironía, nos va dando detalles de ambos que descascarillan esta aparente felicidad de la vida de dos triunfadores en un Perú que ha dado un salto económico.

Felícito no es feliz en su matrimonio puesto que nunca amó a su esposa, duda de que su primer hijo sea suyo y se ha refugiado desde hace tiempo en el amor de una mujer más joven que él cuyo oficio es el de cortesana. Ismael es viudo y tras sufrir un infarto comprueba no solo que sus hijos no lo quieren sino que desean su muerte para heredarlo. Por soledad y con mucha intención de venganza, decide casarse con su criada, Armida, para castigar a sus hijos. Sin embargo, pronto sabremos que Armida no tiene intenciones muy sanas en la relación con su antiguo señor.

Sutilmente Vargas Llosa nos lleva a la infelicidad de estos personajes -o la frágil felicidad que se han construido para soportar el día a día de su éxito- y nos atrapa con sus peripecias para pintarnos un retrato de un mundo, el Perú actual, en el que nada es como parece: ni las familias, ni las relaciones personales, ni la estructura social ni las instituciones. Todo, en efecto, es tan endeble que en unos días se puede venir abajo. Un retrato burgués que ya no es el decimonónico precisamente por esa fragilidad de la vida si la basamos en la felicidad.

A Felícito le hacen chantaje, precisamente porque tiene éxito, con unas cartas tan amables y tan bien redactadas que en vez de escritas por una asociación mafiosa parecen haber sido redactadas por una novia un poco enfadada. Como le dice el sargento Lituma -viejo personaje del mundo del autor- la de la extorsión es un impuesto inevitable por el crecimiento de Perú. Las noticias en los informativos aluden a que en ese momento de riqueza han aumentado los crímenes. Pero Felícito, hombre de carácter formado en el trabajo duro, sigue la única herencia que le legó su padre: la máxima de no permitir que nadie lo pisotea. Incluso llega a sospechar de la corrupción de la policía porque, como se dice en la narración, todo puede comprarse con dinero: amor, policía, jueces, políticos.

A Ismael el mundo se le vino abajo al quedarse viudo y comprobar hasta qué punto de crueldad podían llegar sus hijos. A pesar de su éxito solo puede contar con dos fieles testigos en su nueva boda: su chófer y Rigoberto, el gerente. Rigoberto parece feliz en su matrimonio y con la vida que se ha construido, en la que entran sus planes para jubilarse antes de tiempo y aprovechar para cultivar sus aficiones culturales. Con su mujer, doña Lucrecia, hay una complicidad sexual basada en juegos entre los que entra burlarse de la nueva relación de su jefe. Pero tampoco puede ser feliz de verdad: su hijo, Fonchito, tiene desde hace un tiempo unas visiones en las que se le aparece Edilberto Torres, al que Rigoberto identifica como el diablo.

En las primeras setenta páginas de la novela, aparentando escasa profundidad al jugar con una forma de contar amena y ágil, Vargas Llosa nos ha metido de lleno en el mundo de la burguesía peruana que ha levantado la economía del país en los últimos tiempos en la que toda la felicidad es pura fachada de débil estructura.

Noticias de nuestras lecturas

Mª Ángeles Merino inicia su comentario de la novela de Vargas Llosa con un salto desde el páramo castellano a Perú, para imbuirse de las palabras, objetos y personajes de esta narración. Buena forma de comenzar la lectura.

Luz del Olmo ha perdido su ejemplar de El héroe discreto y a partir de este hecho construye una sutil e interesante entrada que no puedes perderte.

Paco Cuesta acierta al ver El héroe discreto como un paso más a la hora de contar América tal y como quisieron hacer los autores del llamado boom hispanoamericano. Interesante entrada para pensar a partir de ella.


Pancho continúa con su comentario de Entre visillos y en esta entrada aborda la ciudad desde la perspectiva singular de Pablo Klein, el turista accidentalmente profesor de alemán...

Ya sabéis que recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis.

Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

Y ahora que se habla de Cervantes


Como decía en la entrada de ayer, ahora que se habla tanto de los huesos de Cervantes y que muchos quieren sacarse la fotografía publicitaria a su costa, el mejor homenaje que podemos hacerle es leer su obra. Os recuerdo que sigue abierta la lectura colectiva del Quijote que impulsé en el año 2008 y que muchos disfrutamos porque se convirtió en la primera lectura colectiva de la obra completa en la que se usaban las herramientas propias de Internet. Podéis acceder a través de este enlace: abierta y gratuita, sin agobios y siempre disponible para intervenir con comentarios, para aportar, para preguntar.  De aquella experiencia nació este Club de lectura. Recordad que el año pasado completamos esta lectura con la del Quijote apócrifo de Avellaneda.

jueves, 5 de marzo de 2015

El perspectivismo en Entre visillos para contarnos un fragmento de vidas cruzadas y noticias de nuestras lecturas, con anuncio de la próxima.


El perspectivismo es uno de los grandes aciertos de Entre visillos. No hay un único narrador en esta novela, sino varios. Y cuando aparece el narrador en tercera persona focaliza la acción a través de algún personaje, al que se pega. La historia, por lo tanto, no se nos cuenta con un único punto de vista y el lector la va construyendo según las visiones que le ofrece cada personaje. Singularmente a través de lo que narran en primera persona Natalia y Pablo pero también a través de lo que dicen en sus conversaciones el resto. Así, el narrador externo no sanciona directamente una única verdad y el lector tiene la sensación de que aquellos puntos de vista cruzados son como la realidad, un nudo en el que se juntan varias miradas cada una en posesión de su propia verdad. Poco a poco el lector comprenderá las razones de cada uno -es magnífica la formulación técnica que nos aporta, casi al final, del padre de Natalia- y entenderá las razones de sus actos. Incluso alguno de los que le parecían más nobles en sus primeras actuaciones -Elvira, Pablo- dejan en evidencia los lados más débiles de su carácter. Porque la realidad es así, poliédrica, y solo podemos llegar a comprenderla a través de aportaciones corales como en esta novela.

El lector ha asistido a tres meses en la vida de una ciudad de provincias. Falta mucho de esa vida: el mundo del trabajo, las clases más pobres... Se nos ofrece solo eso, un fragmento, una secuencia de una película que se vivía en la realidad y ante la que cada uno, como estos personajes, debía tomar sus propias decisiones de acuerdo con sus circunstancias y su psicología. También según los encuentros en el hilo que la vida teje cada día.

Me parece central el que tienen Natalia y Pablo. Aquella, para este, no es, en realidad nadie. Puede decirse que cuando habla con ella discursea. De hecho, el encuentro en la estación al final de la novela delata el verdadero carácter del profesor alemán: no quiere comprometerse con nada, en realidad. Sin embargo, lo que le dice a Natalia fortalece en ella la voluntad de vivir su propia individualidad por encima de cualquier presión familiar o social, para ella sí es trascendente porque le cambia la vida.

Otro encuentro en este cruce de vidas en tres meses se produce entre Elvira y Pablo. En realidad, Elvira tampoco es nadie para Pablo pero el encuentro con este supone una reacción violenta en la joven: es un hombre al que no podrá dominar y eso la lleva a buscar el control de aquel a quien sí puede tener a su servicio y adoptar la decisión de casarse lo antes posible, cosa que no esperaríamos al inicio.

Es curiosa la forma en la que Martín Gaite pone en evidencia a casi todos los personajes: tanto a los que se integran en la sociedad sin cuestionarla como a los que la cuestionan pero tampoco cuentan con una grandeza interior que pueda mejorarla a partir de su rebeldía. Cuando el tren sale de la estación, como lector, me agarro a la única esperanza de aquella adolescente que dejamos en el andén.

Noticias de nuestras lecturas


Mª Ángeles Merino se centra en su entrada de esta semana en el personaje de Elvira y sus circunstancias. Buen análisis para comprender a este personaje.

Paco Cuesta se fija en el luto como costumbre social para que podamos comprender mejor la sociedad que nos narra Martín Gaite en esta novela. Entrada iluminadora.

Coro Entreaguas se centra en las chicas pobres de la novela para llevarnos a las decisiones personales y un recuerdo propio. No os perdáis esta entrada.

Mª del Carmen Ugarte aborda un tema que en la novela aparece casi como sin darlo importancia pero que a muchos nos recordará conflictos familiares: la hora de regreso a casa, sobre todo para las mujeres jóvenes. Se jugaba más de lo que parecía.

El próximo martes día 10 de marzo tendremos la reunión mensual del Club de lectura en su versión presencial en el horario y lugar acostumbrados para comentar Entre visillos.

Próxima lectura


El próximo jueves comenzamos con los comentarios de la lectura que nos ocupará hasta el 9 de abril: El héroe discreto, la novela que Mario Vargas Llosa publicó en septiembre de 2013 en la editorial Alfaguara. Se trata de su regreso a la ficción tras haber obtenido el Premio Nobel en el 2010. Se ambienta en el Perú actual.


Ya sabéis que recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis.

Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

jueves, 26 de febrero de 2015

La vida en círculos de Entre visillos y noticias de nuestras lecturas.


A pesar de que entramos en la ciudad de provincias en la que se desarrolla Entre visillos en sus fiestas patronales, pronto veremos que debajo del ambiente festivo las personas se mueven en círculo. Durante la primera parte de la novela todas las conversaciones son sobre las mismas cosas, una y otra vez. Martín Gaite las aborda con una naturalidad estilística que consigue dar mayor realismo a esa sensación. Especialmente los jóvenes y, sobre todo, las mujeres, quedan atrapados en ese círculo de conversaciones, de actividades y de calles. Otra sensación que angustia más al lector -porque, además, responde a la realidad de ese mundo provinciano-: todo sucede, como dice el título, entre visillos. Es decir, todos están atentos a lo que hacen todos. Martín Gaite resalta las miradas que vigilan a los que bailan o a los que hablan con otras personas y también cómo llega a la intimidad de cualquier casa -incluso la que se halla cerrada por un luto- la noticia que más puede alterar la emoción de una joven que se ha sentido atraída por un recién llegado a la ciudad. El lector recibe la intensidad de ese círculo asfixiante y tiene la sensación de que si volviera al año siguiente a los espacios -públicos y privados- en donde trascurre la acción, poco o nada hubiera cambiado y las conversaciones serían iguales aunque los personajes cambiaran.

De ahí la fragilidad de aquellas vidas, especialmente las de las mujeres. Todo está supeditado a que alguien cruce el salón de baile para sacarte a bailar o que llegue la carta oportuna que te saque de la rutina y solucione tu vida o que alguien de fuera abra la posibilidad de que existe otro mundo más allá de los límites conocidos. Mientras tanto, sin que haya más tragedias que las normales de una vida de aquellos tiempos, la opresión del ambiente se cierra sobre la biografía de estos personajes.

Noticias de nuestras lecturas

Mª del Carmen Ugarte comenta con acierto lo que supone hablar de Madrid para los jóvenes de provincias de la España de los cincuenta tal y como percibimos en la novela de Martín Gaite.

Coro Entreaguas, a partir del personaje de Rosa, comenta de forma sutilmente iluminadora la situación de las pobres chicas malas que aparecen en Entre visillos.

Mª Ángeles Merino se centra en la aparición de Pablo Klein en la ciudad de provincias, su llegada en tren y su forma de hacernos ver que aquel no es su mundo... No os perdáis sus excelentes ilustraciones que ayudan a contextualizar la lectura.

Pancho nos hace entrar en tren en la ciudad, con todo lo que eso significa oportunamente. Y añade unas ilustraciones que contribuyen a que pongamos imagen a lo narrado en Entre visillos.

Gelu comienza sus aportaciones sobre Entre visillos con una entrada que puede servir de iniciación a la lectura y puesta en situación para extraer a partir de ella lo mejor de las páginas de la novela. No te la pierdas.

Paco Cuesta escribe una entrada que ayuda a comprender mucho de lo que ocurre en Entre visillos: las emociones a flor de piel de los jóvenes encerradas en una ciudad de provincias, esperando que algo pueda romper la dinámica. Más que recomendable.

Don Quijote, ballet, en este año quijotesco 
de nuestro Club de lectura



El viernes pasado celebramos una reunión extraordinaria de la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Burgos y el Club de lectura en el Museo del Libro Fadrique de Basilea de Burgos, que tan amablemente nos presta sus instalaciones para nuestras actividades. Con motivo de la celebración del cuarto centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote de Cervantes, el Aula de Danza de la Asociación promovió la proyección del ballet Don QuijotePara la ocasión se eligió la coreografía del ballet que para el American Ballet Theatre preparó en 1980 Mikhail Baryshnikov a partir de las clásicas de Marius Petipa y Alexander Gorsky. El ballet fue analizado por María López, profesora de Danza Clásica del Conservatorio Superior de Danza de Madrid María de Ávila y yo hice una aproximación al tratamiento escénico de la obra de Cervantes. Fue un encuentro agradable y académico que sirvió para iniciar las actividades quijotescas que llevaremos a cabo en el presente año.

Mª Ángeles Merino reseña el acto en una entrada en la que podéis encontrar fotografías y todos los detalles.

Y para recordarnos la lectura del Quijote que hicimos en este club, Luz del Olmo publica unos grabados quijotescos gracias a Miguel Vivanco, siempre tan atento con estas cosas.

Ya sabéis que recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis.

Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

jueves, 19 de febrero de 2015

Sobre el inicio de Entre visillos de Carmen Martín Gaite, noticias de nuestras lecturas y actividad para mañana viernes.


Sutilmente, Carmen Martín Gaite nos introduce en la materia que quiere novelar desde dos focalizaciones diferentes. El lector encuentra en el primer capítulo a Natalia, joven de 16 años, perteneciente a una familia de la burguesía acomodada; en el segundo, a Pablo Klein, un profesor nuevo de alemán en el Instituto de la ciudad en la que se ambienta la narración. La empatía que desarrolle el lector con estos dos personajes influirá en el resto de la recepción del texto.

Nos encontramos en las fiestas de septiembre de una ciudad de provincias de la España franquista de los años cincuenta, en la que todo debe suceder de acuerdo con unas rigurosas convenciones sociales que marcan el destino de los individuos, sus ritmos vitales y sus preocupaciones. Es todo tan previsible y asentado -incluido el desarrollo de los festejos según el programa oficial- que nada debería sorprendernos, ni siquiera las conversaciones en las que un grupo de amigas se cuentan sus historias sentimentales. El ritmo es tan lento como el que marcan las horas de la actividad diaria. Eso sí, ya aparece en la distancia un elemento que puede desestabilizarlo todo: Madrid, sus novedades y su influencia como ciudad más abierta y moderna.

Pero ahí es donde interviene la autora: nos hace entrar en ese mundo desde el foco de dos personajes que no se ajustan, que no encajan bien en esos ritmos y que nos provocan la extrañeza suficiente para darnos cuenta de que esa sociedad que rige todo de forma tan rutinaria no acogerá nunca al diferente ni amparará la individualidad.

El fragmento del diario de Natalia con el comienza la novela es un arriesgado prodigio. Un prodigio técnico puesto que imita la escritura de una adolescente de la época hasta representarnos su forma de hablar y sus preocupaciones. Todo en estos párrafos es relevante: la sintaxis, la sensación que manifiesta Natalia de que la dejen no sentirse mayor, sus diferencias evidentes con los pensamientos de su amiga. Pero también un prodigio ideológico. Al arriesgarse con unas líneas tan evidentemente mal escritas, Martín Gaite nos lanza el reto de que nos pongamos en la mente de Natalia y en su diferencia individual que la enfrenta con la sociedad. En sí mismo, este fragmento explica todo el resto de la novela. No podía continuar narrando desde la voz de Natalia de forma más extensa por una lógica cuestión de estilo y por eso pasa a la tercera persona para contarnos lo que ocurre con Natalia y su firme propósito de ponerse de largo a pesar de su edad y para darnos cuenta, a la vez, de las preocupaciones de otras jóvenes de su clase social -sus hermanas, la amiga de estas.

En el segundo capítulo nos encontramos con la narración en primera persona de la llegada de Pablo a la ciudad. Pronto percibimos que se trata de un hombre extraño con respecto al resto de los viajeros del tren o a los personajes con los que se encuentra en su trayecto al Instituto. Esa extrañeza se concreta cuando sube al autobús que lo llevará desde la estación hasta el Instituto y no logra encajar físicamente dentro de él. Pablo parece un ser perdido, un personaje del que tardaremos en saber su nombre pero del que pronto percibimos que tampoco se adapta muy bien en aquel ambiente de la ciudad que le recibe en fiestas, con una procesión religiosa que corta el tráfico y sin habitación para pasar la noche.

Martín Gaite ha seleccionado ya a su lector imaginado, provocando que perciba las grietas de una sociedad en la que, evidentemente, no pasa nada porque nunca pasa nada.

Noticias de nuestras lecturas

Luz del Olmo nos regala un testimonio sobre la personalidad de Carmen Martín Gaite que refleja la forma de ser de la escritora que nos ocupa en estas semanas. Imprescindible.

Coro Entreaguas nos enfrenta acertadamente con la llegada un tanto misteriosa de Pablo Klein a la ciudad de provincias para dar clase en el Instituto: a destiempo, como fuera de toda circunstancia lógica.

Para su comentario de Entre visillos, Paco Cuesta parte de una premisa bien cierta: la novela como herramienta metodológica para comprender mejor las circunstancias sociales de la España del nacionalcatolicismo de los años cincuenta en provincias.

Mª Ángeles Merino nos sitúa con todo acierto para comenzar la novela: sociedad de la época, literatura y recuerdos personales de un tiempo en el que debías ajustarte escrupulosamente a lo que se esperaba de ti.

Pancho consigue saltar de siglo en siglo para alcanzarnos al comienzo del comentario de esta novela de Martín Gaite y situarnos en la técnica de arranque empleada con la autora para ganarse la complicidad del lector.

Ya sabéis que recojo en estas noticias las entradas que hayáis publicado hasta el miércoles anterior. Si me he olvidado de alguna, os agradezco que me lo comuniquéis.

Podéis consultar el listado con los títulos del presente curso y las condiciones de participación en este enlace.

Ballet  Don Quijote de Minkus

Para celebrar el IV Centenario de la publicación de la segunda parte del Quijote de Cervantes (1615-2015), la Asociación de Antiguos Alumnos y Amigos de la Universidad de Burgos y nuestro Club de lectura organizan, a lo largo del presente año, varios actos de los que iremos informando oportunamente, alguno de ellos en colaboración con el Museo del Libro Fadrique de Basilea.

Mañana viernes día 20 de febrero, organizado por el Aula de Danza de la Asociación y el Club de lectura, proyectaremos el ballet Don Quijote de Minkus, con los comentarios de María López, profesora de Danza Clásica del Conservatorio María de Ávila de Madrid. Yo haré una introducción sobre la condición escénica de la novela cervantina.

En el Museo del Libro Fadrique de Basilea de Burgos (Travesía del Mercado, 3, El Hondillo), a las 20:00 horas. Entrada libre hasta completar el aforo.

jueves, 12 de febrero de 2015

Sobre literatura femenina para comenzar Entre visillos de Carmen Martín Gaite y noticias de nuestras lecturas.


Con Entre visillos de Carmen Martín Gaite, el Premio Nadal puso definitivamente en 1957 un debate en la realidad cultural española: ¿existe una literatura femenina? ¿Existe una forma de narrar diferente cuando el autor es un hombre o cuando es una mujer?

El Premio había comenzado su andadura en 1944, con Nada de Carmen Laforet (que hemos leído también en este curso). En años sucesivos se otorgó a Viento del Norte de Elena Quiroga (1950), Nosotros, los Rivero de Dolores Medio (1952), Siempre en capilla de Lluïsa Forrellad (1953). En 1969 se dio a Primera memoria de Ana María Matute. Curiosamente, tras provocar ese debate, no se volvería a otorgar a una mujer hasta 1981 (Cantiga de Agüero de Carmen Gómez Ojea). También se haría esperar el premio para Azul de Rosa Regás (1994) y a partir de ese momento es más regular: Lucía Etxebarria por Beatriz y los cuerpos celestes (1998), Ángela Vallvey por Los estados carenciales (2002), Maruja Torres por Esperadme en el cielo (2009), Clara Sánchez por Lo que esconde tu nombre (2010), Alicia Giménez Bartlett por Donde nadie te encuentre (2011) y Carmen Amoraga por La vida era eso (2014). Curiosamente, entre los finalistas solo hay seis nombres de mujeres.

Hoy el tema ha dado lugar a cientos de artículos, debates académicos, declaraciones provocativas en uno u otro sentido e incluso a un cierto hartazgo a la hora de abordarlo. De hecho, lleva años sin aparecer en los medios de comunicación y la mayoría de los que hacen declaraciones en este sentido -hombre o mujer- niegan las diferencias. Pero en aquellos años el debate sí estuvo en primera línea y, sobre todo, debido los fallos del jurado del Premio Nadal desde su inicio hasta 1969. El concedido a Carmen Martín Gaite fue la confirmación de que algo estaba ocurriendo en este sentido.

La creencia de que haya formas de narrar (o escribir poesía o teatro) diferentes entre hombres y mujeres es eso desde el punto de vista teórico: una creencia, no una realidad. No hay forma de distinguir entre lo que escribe una mujer y un hombre. Ni siquiera por el género en el que se expresa el poeta o el narrador. De hecho, hay manifestaciones literarias puestas en boca de mujer cuya voz femenina está seriamente cuestionada (por ejemplo, las jarchas), de la misma manera que muchos escritos de la Pardo Bazán no responden a la visión femenina tal y como se suele hacer.

Sin embargo, desde el punto de vista de la realidad social e histórica y de la oportunidad del planteamiento en algunos momentos concretos, no sucede así. En sociedades en los que los espacios públicos y las manifestaciones sociales se dividen tajantemente entre lo masculino y lo femenino, la aparición de la escritura realizada por mujeres aporta ángulos de visión a los que, por educación y costumbres sociales, no suele prestar atención el hombre. En algunos casos esto no es intencionado, sino producto de convenciones sociales, educación sentimental y roles tradicionales que no se cuestionan o no pueden cuestionarse y que en muchas ocasiones provocan formatos castradores a la hora de expresar las emociones o la ideología. Hasta el siglo XIX era frecuente que cuando una mujer escribía de temas tradicionalmente reservados en la sociedad para el hombre, se la denominara -como elogio- varona. No hay que decir que es un elogio que resta condición femenina a la escritora, por supuesto. Se era mucho más cruel con los hombres que escribían sobre las emociones de una manera convencionalmente femenina. Supóngase, además, el impacto de todo esto para la escritura de homosexuales o lesbianas que debieron durante siglos esconder su sexualidad y evitar ciertas maneras de escritura que pudieran significarlos.

En España se venía de una situación diferente Durante la II República, la igualdad de la mujer y el hombre en todos los campos había progresado mucho y en poco tiempo, aunque no se hubiera conseguido del todo en la práctica. En los años treinta apareció un nutrido grupo de científicas, profesionales de todo tipo y escritoras que ocuparon sin ningún rubor la primera fila de la cultura española. La Guerra civil y la dictadura de Franco terminó brutalmente con todo esto e implantó un modelo social en el que la mujer quedaba confinada a determinados espacios y su visibilidad cultural era muy difícil.

De ahí la trascendencia de que el Premio Nadal pusiera el acento, desde su primera convocatoria, en la literatura escrita por mujeres. Supongo que a estas alturas no seremos tan ingenuos de pensar que todo sucede de forma inocente. Aunque no se trate del Premio Planeta -el Nadal ha pasado recientemente a la órbita de Planeta y ha copiado los mismos modelos de actuación que la casa madre-, el Nadal optó por un tipo de literatura que apostaba por nombres nuevos y jóvenes y, especial y significativamente, por la literatura escrita por mujeres que planteaban precisamente eso, los problemas y circunstancias de las mujeres en la postguerra española. En la opción pesaría un poco de todo: innovación rupturista y valiente, cierta forma de oposición a la moralidad oficial del régimen, conciencia de que había que promocionar lo que en cultura estaban realizando las mujeres españolas cuya situación era peor para competir con lo que escribían los hombres y -por qué no- la búsqueda de un sector de público hasta entonces poco atendido por las editoriales de prestigio -el de la mujer que quiere leer novelas de calidad que le hablen de sus propios problemas y no reducirse a las novelas sentimentales de quiosco.

Con esto, el Premio Nadal no solo hacía justicia sino que promovía inteligentemente un tipo de escritura de mujeres novelistas que ponían encima de la mesa a través de sus obras una visión femenina que cuestionaba seriamente el papel reductor al que se la sometía sin que aparentemente fuera ese el objetivo de sus historias. La apuesta era inteligente: sin reivindicar directamente nada para no ofender al régimen, retratar la vida cotidiana desde la mirada de las mujeres que se veían constreñidas a unos espacios que, evidentemente, se les quedaban estrechos y así reivindicarse como mujeres y como escritoras en una época que las silenciaba si salían de su estrecho papel como esposas y madres. Y proponer unos textos que no eran solo de mujeres para mujeres sino de mujeres para la sociedad entera.

Noticias de nuestras lecturas


Mª Ángeles Merino nos da cuenta de cómo Rosita sigue asombrada de las novedades del tiempo. Pero me da a mí que esta mujer ya no puede volver al recato tradicional después de ver tanto ito...

Paco Cuesta cierra su comentario de los Usos amorosos abordando con todo acierto y vista uno de los núcleos de este ensayo: el uso de los términos. A través de la lengua se explican muchas cosas.



Pancho lleva a feliz término su locura de contarnos una locura sin término. De hecho, el loco acabó en el manicomio. No Pancho, sino este Quijote apócrifo, claro. Aunque prometía continuación...

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