
Existe la creencia generalizada de que la literatura española no ha tocado determinados temas. Así, se afirma, con demasiada ligereza, que no hay tradición en el tratamiento de las relaciones del poder político con el mundo empresarial y periodístico, que parece campo exclusivo de la literatura anglosajona y, en especial, de los autores del llamado Nuevo periodismo nacido a mediados del siglo XX.
Suele ocurrir que el que afirma estas cosas o es un ignorante o un snob que prefiere todo lo traducido a lo que está escrito en lengua propia. O ambas cosas. Gran parte de la responsabilidad de que haya pasado esto recae en el mundo académico, que ha establecido un canon en los manuales que repudia todo lo que no pertenece a la denominada gran literatura y sus autores consagrados. Además, el mundo editorial español tiene unas dinámicas perversas por las que prefiere apostar por cualquier valor económicamente seguro publicitado internacionalmente que por cuidar la historia literaria propia.
Algún día deberé abordar en La Acequia la desaparición del fondo editorial y cómo es imposible encontrar en las librerías determinadas obras y autores de nuestra literatura, a pesar de que su lectura documentaría que mucho de lo que admiramos en autores de otras lenguas ya estaba en la nuestra con igual o superior calidad artística. El problema es que, para reeditar estas obras hay que conocerlas y apreciar nuestra propia cultura. Gran problema en la España actual, sin duda alguna.
Algún día deberé abordar en La Acequia la desaparición del fondo editorial y cómo es imposible encontrar en las librerías determinadas obras y autores de nuestra literatura, a pesar de que su lectura documentaría que mucho de lo que admiramos en autores de otras lenguas ya estaba en la nuestra con igual o superior calidad artística. El problema es que, para reeditar estas obras hay que conocerlas y apreciar nuestra propia cultura. Gran problema en la España actual, sin duda alguna.
Se acaba de rescatar del olvido la novela de Luis Araquistain, Las columnas de Hércules, con un oportuno estudio preliminar de Jesús Rubio Jiménez (Madrid, Publicaciones de la Asociación de Directores de Escena de España, 2009). Luis Araquistain (1886-1959) es uno de los nombres más significativos del socialismo español, muy cercano a Largo Caballero. Político, periodista, crítico teatral, escritor, gran conocedor de la España de su época, vivió en el exilio la parte final de su vida. Participó activamente en el debate público de las primeras décadas del siglo XX sobre la mejor forma de sacar a España de su situación de abatimiento tras el desastre de 1898.
Es en ese clima de análisis de los males nacionales cuando escribe Las columnas de Hércules, publicada en la editorial Mundo Latino en 1921. En España, en las tres primeras décadas del siglo XX hay una producción de novelas mucho más abundante de lo que una consulta a un manual de literatura nos presenta: novelas similares a las que hoy consumimos de forma masiva sin ningún pudor y que nos sorprenden cuando caen en nuestras manos.
Esta novela no tiene grandes pretensiones literarias, pero se deja leer y atrapa tanto en su argumento como en el retrato de la sociedad española del momento. El argumento, con toques de farsa política, nos presenta a un joven periodista, Modesto Escudero, que se levanta un día con el propósito de no dejar pasar más tiempo sin hacer algo en la vida. Con esa pretensión entra en contacto con un empresario que vende píldoras de composición secreta contra la impotencia y que necesita publicitarlas para aumentar sus ingresos. Tras escucharle, Escudero le propone fundar un periódico, El Orden, cuyo fin oculto será difundir las bondades del producto. A partir de ahí, comienza una revista social -que, en la literatura española, tenía tradición desde Quevedo hasta Valle Inclán- en la que se repasan todos los sectores sociales: la Banca y los banqueros, el Congreso de Diputados y los principales políticos, la Prensa y los periodistas, el público, etc. En todos ellos predomina la hipocresía, la picaresca y la falta de escrúpulos. El periódico fundado por Escudero tendrá tal éxito que el empresario, Herculano Cacodoro, ve recompensado su propósito y aumentado su fin inicial, porque conseguirá entrar en los círculos políticos y en una conspiración internacional que pretende alterar las dinámicas de poder geoestratégico. En este punto, se prepara toda una estrategia para inciar una guerra que consiga manipular a la opinión pública del país.
Como revista social, de la mano del narrador entraremos en los círculos de la bohemia literaria del Madrid de principios de siglo, el análisis de la literatura española contemporánea, el debate sobre el incipiente feminismo, la necesaria autorregulación de los medios de comunicación a partir de comportamientos éticos, etc.
La novela, escrita para denunciar la corrupción política y moral del sistema político de la Restauración y de la falta de escrúpulos del Poder, se convierte en toda una lectura sobre la función de la Prensa para alterar el estado de las cosas y crear falsedades que manipulen a la opinión pública. Esta reflexión, en 1921, era de una perspicacia asombrosa. Y no me digan que no es actual.
Sin duda, una lectura entretenida, a la altura de cualquier best seller de la actualidad.