Quitameriendas, robameriendas, lirios de otoño. El prado, junto al refugio, estaba lleno. Al fin pude escaparme para subir, con los amigos, al inicio de la sierra, a celebrar el comienzo de la estación en la dehesa de Candelario. Hubo jolgorio y risas, también comida abundante, buen vino, orujo y su pizca de mezcal mexicano. Se celebraban cosas diversas pero especialmente la vida en todos sus tránsitos y etapas. Tenía yo ganas de sierra, que es como decir tener ganas de los amigos. Fue tal la alegría del reencuentro que el silencio se hizo imposible: se habló de todo para ponernos al día y en la sobremesa del tema serio del día, las relaciones entre el individuo y la sociedad, sobre la consideración de la bondad en ese ámbito y de lo que se debe o no ceder para vivir en grupo. Esperábamos al amigo Rousseau pero Juan Jacobo debió perderse por los caminos que suben a la sierra y bajan al Cuerpo de Hombre y no apareció en todo el día. Al final de la tarde -¡cómo se han acortado ya los días!- recordaba yo los quitameriendas del prado junto al caseto, la elegante manera que tienen de anunciar el otoño sin dar voces, dejando que la vida siga su curso.