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martes, 7 de mayo de 2024

Mirar atrás, de Elías Moro

 



En el mundo editorial, de vez en cuando, se produce la feliz coyuntura de un movimiento que va contracorriente, una pequeña grieta por la que aparecen impresos textos alejados de lo que convencionalmente llenan las mesas de novedades de las librerías y ocupan las páginas de los suplementos de los periódicos y las revistas especializadas. El lector interesado debe estar muy atento a estas novedades, que no son fácilmente accesibles puesto que nadie informa de ellas. No me refiero tanto a la rareza de un autor o de un tipo de poesía o de novela que pueda ir aparentemente contracorriente. Al fin y al cabo, estos libros tienen su colocación convencional en la estantería correspondiente. Hay algunos tipos de literatura difícilmente clasificables, géneros enteros. Sin embargo, una vez leído el texto que producen, el lector queda atrapado. En la historia de la literatura se producen fenómenos así, la aparición de una forma de decir diferente, textos que inventan géneros: las greguerías de Ramón Gómez de la Serna, la nueva configuración del aforismo, el microrrelato...

Mirar atrás de Elías Moro (Newcastle ediciones, 2023) se acoge al género del I Remember (1970) del norteamericano Joe Brainard (1942-1994), llevado a canon genérico por el francés Georges Perec (1936-1982) en Je me souviens: Les choses communes (1978). El escritor Elías Moro (Madrid, 1959, pero residente en Mérida desde 1982) ya se había acercado al género en Me acuerdo (Calambur, 2009).

En resumen, el género consiste en textos muy breves que parten de una misma estructura sintáctica repetida al inicio de cada uno de ellos (me acuerdo...). En ellos, la voz narradora recuerda cosas banales -emociones, anécdotas, personajes, costumbres, imágenes, libros, películas, noticias-, ninguna de ellas de gran relevancia histórica. La acumulación de recuerdos de la memoria individual tiene la virtud de trasformar el libro en una memoria colectiva de hechos comunes a todos o casi todos los lectores. De ahí que se hayan considerado los libros de Brainard o Perec como memoria generacional. Las diferencias con el microrrelato o el aforismo son radicales, aunque, en algunos casos, los me acuerdo puedan tender a lo lírico y, en otros, a lo aforístico. Sobre la autobiografía, tiene la ventaja de la desconexión entre los textos que así pueden introducirse en una gran variedad de cuestiones, también que no pretende explicar una vida desde ningún lugar de llegada sino desde la impresión por  acumulación de los recuerdos en sí misma.

Elías Moro sigue esa convención del género, pero la adapta a su propia memoria y circunstancia: su memoria es, en gran medida, la de todos los que nacimos en los últimos años del franquismo, aunque la fuerza evocadora de algunas imágenes no dejen de ser universales y válidas para generaciones anteriores y posteriores. Sin dejar de ser memoria individual -es una de las esencias del género que nunca debe perderse-, se trasforma, por la comunidad de vivencias, en recuerdo colectivo. De hecho, es quien mejor ha abordado esta literatura en España.

Los recuerdos que disparan la memoria a veces son imágenes que llevan al autor a recuperar también olores o texturas: Me acuerdo del enloquecido ballet de las sábanas húmedas secándose al viento y al sol en balcones y terrazas, de su olor a nieve y sal, de su dulce y blanca tersura. También vivencias o circunstancias personales en las que todos podemos reconocernos: Me acuerdo de cuando me enamoraba a cada poco porque ninguna de aquellas muchachas objeto de mi deseo me hacía el menor caso; Me acuerdo de que nunca he sido capaz de hacer el pino; Me acuerdo de no haber visto nunca llorar a mi padre. Inevitablemente, surge la nostalgia de un tiempo perdido, muchas veces asociado a una marca comercial: Me acuerdo de El Lobo, qué gran turrón. Muchos de los recuerdos provienen de una foto fija de las películas vistas, de las series de televisión antiguas o de los libros leídos que, sumados, son la biblioteca emocional generacional. A veces el motivo es una palabra: Me acuerdo de que el macho de la abeja se llama zángano, una palabra que siempre me ha gustado mucho. Muchos de los recuerdos no provienen estrictamente de vivencias personales al suceder antes de que al autor naciera, sino de cosas que se han leído o sabido en algún momento y que se han instalado en el olvido hasta el momento adecuado en el que retornan para acumularse con los otros recuerdos y formar una capa profunda que nos explica: Me acuerdo de la oreja mutilada de Vicent Van Gogh... En ocasiones, el texto se desborda hacia el presente y dota al recuerdo de una interesante continuación temporal: Me acuerdo de que el horizonte nunca estaba donde esperábamos encontrarlo. / Y que sigue sin estarlo. También de una frustración ante la vida que no pudimos ser o de la caída de ídolos o esperanzas. Sin embargo, no hay un resentimiento con la vida ni con el pasado en los recuerdos de Elías Moro. De ahí el uso frecuente del humor, la ironía o la ternura. A veces es suficiente con aflorar el recuerdo para que el lector se instale en su propio pasado.

Elías Moro también utiliza el género para posicionarse ante nuestra sociedad (el recuerdo de la revolución de los claveles en Portugal, de la contaminación del aceite de colza que produjo tantas víctimas, de las ruinas tras la explosión nuclear en Hiroshima, la condición asesina de casi todas las ideologías y religiones): Me acuerdo de que todos los días mueren de hambre miles y miles de personas sin que a casi nadie parezca importarle

Al pasar las páginas de Mirar atrás y leer los textos, el lector se reconoce en los recuerdos del autor, que le da también tiempo para recuperar los propios, matizar los leídos o ampliarlos. Elías Moro ha escrito un libro mayor con textos que no lo parecen, con un exquisito tratamiento del lenguaje -algo característico en su literatura-. A través de estos recuerdos comunes, sin aparente importancia, de la acumulación de imágenes, noticias, referencias a películas y libros, personajes populares, Elías Moro se adentra en su propia memoria para contarnos la nuestra. Y el lector lo agradece, como si en estas 100 páginas se hallara, en gran medida, el tesoro más auténtico de su propia biografía.

lunes, 29 de noviembre de 2021

Hasta que la muerte nos separe. Minicrímenes, de Elías Moro

 


Cualquier libro de Elías Moro (Madrid, 1959, pero extremeño de Mérida) resulta interesante para el lector sin prisa. No solo por su calidad literaria, sino porque el autor busca siempre ángulos diferentes en todo lo que hace. Moro no se permite la comodidad de lo ya conocido y explora territorios no usuales en la literatura en cada uno de sus títulos y, si lo son, procura transitar por la línea exterior de lo esperado, recuperando modalidades un tanto olvidadas en la línea comercial de las novedades editoriales.  Autor de cinco libros de poesía entre los que Hay un rastro y De nómadas y guerreros ya han sido reseñados en este blog, relato (Óbitos súbitos), diario (El juego de la taba), miscelánea (Manga por hombro), aforismos (Algo que perder, Morerías, Lo inseguro), microrrelatos (Microrrelatos domésticos) y memoria (Me acuerdo, Álbum de sombras), en cualquiera de estos volúmenes muestra ese riesgo del que hablo, pero también su cuidadoso manejo de los recursos literarios, el conocimiento de la tradición en la que se mueve y su compromiso ético con la escritura.

Hasta que la muerte nos separe. Minicrímenes (Eolas, 2021) es un perfecto ejemplo de lo que apunto. Desde la anotación inicial, desvela su fuente, los Crímenes ejemplares de Max Aub que, desde el año 2020, pueden leerse en un volumen editado por Reino de Cordelia en coedición con la Fundación Max Aub, con un completo estudio de Pedro Tejeda Tello, que suma veintidós textos a los antes conocidos. Aunque la primera edición saliera en 1957, recogía textos que vieron la luz, al menos, desde 1949. Con posterioridad, el libro ha sido publicado en numerosas ocasiones, recibió a título póstumo en Francia el Premio Forneret de Humor (entiéndase humor negro) en 1981 y en Italia ha sido llevado al teatro con buen éxito. En estos relatos, Aub mantuvo muchas de las características de la mejor vanguardia: utilización del humor, búsqueda de la ruptura de la expectativa del lector burgués, juegos lingüísticos y de estructura narrativa, etc. Lo hizo sin olvidarse de atraer al lector. Ahora, que la euforia de los monólogos de humor se ha extendido hasta la banalidad y la repetición, en estos textos tendría cualquier humorista material de primera categoría en el que inspirarse. Max Aub, uno de los grandes escritores españoles del siglo XX, fue otro de esos autores que buscaba siempre caminar por el lado exterior de la literatura y hacer una obra muy personal. Su exilio en México amputó dramáticamente su nombre de la literatura española y ha sido recuperado tarde, mal e insuficientemente hasta el punto de que hoy sigue siendo un gran desconocido para muchos lectores habituales.

Señalo lo anterior para que se entienda mejor que este volumen de Elías Moro no es una obra menor en absoluto y que desciende de una línea literaria de gran altura, que merece ser más conocida y apreciada, sobre todo cuando que el relato breve y el microrrelato están en auge. En la senda de Max Aub, Hasta que la muerte nos separe reúne ciento treinta y seis relatos breves -en extensión desde una línea hasta un poco más de una página-, en los que predomina el humor provocado por la sorpresa, sobre muertes violentas. En ellos se asesina por profesionalidad, ocasión o por cumplir con la palabra dada o el exacto contenido de una frase. A veces es un contrato, en otras la rabia momentánea, una simple manía personal o el hartazgo de una situación repetida. Abundan los casos en los que el asesinato se justifica por una frase hecha o porque alguien tienta la suerte deseando morirse por mala costumbre social o desahogo, ante quien no debe. Todos estos relatos se caracterizan por la inteligente habilidad para dar la vuelta a lo esperado, jugar con la moral convencional y el humor. Este deriva del ingenio verbal del autor, que consigue subvertir el significado habitual de las frases hechas y las palabras, dando valor a lo que aparece como desemantizado en el uso del hablante, y de la construcción de situaciones en las que todos los lectores pueden reconocerse bien en el lado de la víctima o bien en el del asesino (esta cotidianidad de los argumentos es otro de los recursos que Elías Moro maneja extraordinariamente bien). En muchas ocasiones, este último muestra su perplejidad ante la posible acusación por cometer un crimen, cuando se limita a cumplir con el significado literal de las cosas. Inspiran ternura estos asesinos que no son conscientes de que hayan hecho algo malo. Así, se puede morir por ser ingeniero y no saber programar una lavadora, por no saludar a quien te encuentras cada día, por no saber durante años dónde se han puesto las gafas o se puede ser criminal porque el negro le sienta bien al asesino.

Elías Moro se defiende muy bien en el terreno corto del relato breve, sabe jugar con las palabras con las expectativas del lector y condensar los tiempos narrativos para desencadenar la sorpresa al final. Ciento treinta y seis relatos para disfrutar a breves bocados, no vaya a ser que se le atragante uno al lector por ansioso y haya que escribir el número ciento treinta y siete.

miércoles, 26 de agosto de 2020

Espigas en la era. Micropedia de aforistas españoles vivos

 


Es evidente que la definición de aforismo que encontramos en el Diccionario de la Lengua Española se ha quedado corta hace mucho tiempo y se encuentra necesitada de revisión y ampliación en las acepciones que merece. También lo es que no se encuentra reconocida la palabra aforista de ninguna manera, ni siquiera como practicante del aforismo.

El aforismo literario ha crecido mucho a lo largo del siglo XX y, en la actualidad, vive un momento de esplendor asociado a múltiples razones, entre las que no es menor su ajuste perfecto al ritmo de la vida y las estrategias de comunicación del presente. En su origen, el aforismo podría parecer una sentencia que se cerraba en sí misma y pesaba en bronce o granito, con la categoría de lo incontestable, algo ceñuda, moralista y académica. Sin embargo, el aforismo literario, sobre todo en la actualidad, tiene más de propuesta abierta hacia nuevos territorios y necesita la complicidad lectora, el aforismo indica la dirección de un camino a desbrozar por quienes lo leen o escuchan. A partir de las dos claves que lo han caracterizado siempre (la brevedad y la condensación de significado), tiene variantes que lo llevan desde los rasgos humorísticos a los más filosóficos, desde el realismo más feroz hasta el lirismo más agudo, desde el juego verbal al pensamiento más profundo. Suele ocurrir que los mejores aforismos no tienen vertiente única sino que reúnen varias posibilidades enlazadas por la calidad literaria. El aforismo se ajusta, sobre todo, por la alta calidad de la escritura literaria dada la tensión que somete al lenguaje para llevarlo más allá de lo habitual, utilizando para ello todos los recursos posibles. El uso de estos recursos, junto a la atención a unos u otros temas es lo que puede ayudarnos a diferenciar unos aforistas de otros. También para separar a los escritores que practican el aforismo de verdad de aquellos que solo practican la ocurrencia o el chiste, que también son géneros, pero no aforismo. Estos han aumentado exponencialmente tanto por la facilidad de publicar como por el uso extendido de algunas redes sociales. En esto, el aforismo sufre los mismos problemas que la poesía.

El éxito actual del género debe mucho a los que lo mantuvieron vivo en la segunda mitad del siglo XX, pero también vuela por libre al extenderse el fenómeno a varias generaciones de escritores de diferentes estilos e intereses temáticos, puesto que, aunque algunos de quienes lo practican desde hace años quieran poner orden y coto erigiéndose en sus celosos guardianes, quizá con miedo a ser desbancados y con la intención de que no se olviden de ellos, cada vez aparecen más aforistas de calidad que amplían el campo hacia zonas que no se habían explorado. Desbrozando las ramas de los que se apuntan a la moda y repiten fórmulas, es posible reunir unas decenas de autores brillantes y con personalidad propia con relativa facilidad para publicar sus aforismos sueltos y sus libros, aunque las editoriales suelen quejarse del escaso número de ejemplares vendidos, cosa que parece afectar a todos los géneros literarios breves salvo el caso excepcional de algunos autores.

La crítica literaria persigue al aforismo desde hace un tiempo e intenta definirlo y categorizarlo, aunque siempre hay una esquina que se le escapa, porque el aforismo tiene condición de experto en fugas, también por su proximidad con otras fórmulas breves de escritura.

José Luis Trullo, que sabe mucho del aforismo, fundó en 2015 El Aforista. Ameno salón consagrado al género más joven, en donde se reúne gran parte de lo que hay que tener en cuenta para abordar el género hoy, puesto que se ha convertido desde su inicio en el lugar de referencia. Y también hay que tener muy en cuenta Apeadero de aforistas. Plataforma literaria gestionada por Cypress cultura. Cypress es una asociación cultural sin ánimo de lucro que radica en Sevilla, presidida por José Luis Trullo, que agrupa varios proyectos interesantes entre los que se encuentran revistas electrónicas y portales temáticos.

De la viveza del género dan señas continuas las novedades editoriales. Doy cuenta aquí de Espigas en la era. Micropedia de aforistas españoles vivos, una antología propuesta por Carmen Canet y Elías Moro, ambos magníficos ejemplos de aforistas. Cuenta con un breve, pero enjundioso prólogo de José Luis Trullo. Como todas las antologías, esta nace legítimamente con criterio subjetivo, pero su intención difusora del género y de un listado amplio de autores con libros ya editados es notable y no excluyente ni combativa, lo que se agradece. Su pretensión es sencilla y en eso estriba su utilidad, acierto y generosidad: dar a conocer el género tanto en España (se encuentra disponible gratuitamente en pdf) como fuera de ella, puesto que está prevista su traducción. De cada uno de los 115 autores, ordenados alfabéticamente, se ofrecen dos textos. ¿Suficientes para reconocerlos? En los buenos aforistas, sí.

viernes, 11 de mayo de 2018

Una reseña secreta: De nómadas y guerreros de Elías Moro.



Con las obras de Elías Moro (Madrid, 1959) tengo el mismo problema que cuando descubro un paisaje que me conmociona, un restaurante en el que se come bien y a buen precio en un ambiente confortable o un hotel con encanto de verdad más allá de la mera publicidad. Tengo la sensación de que aquello lo conoce menos gente de lo que merece y el pensamiento de guardarme para mí ese descubrimiento, no contarlo para que no se contamine o se distorsione, pero finalmente cedo a la tentación de decírselo en voz baja a los amigos: te aconsejo que vayas, pero no se lo digas a nadie, no se nos vaya a echar a perder.

Elías Moro, del que ya hemos hablado en este blog, aún en las obras que muchos podrían considerar menores tiene más literatura y poesía de la que les parecería a primera vista a los que no solo leen por la apariencia y siempre más calidad que la mayor parte de los que hacen ruido y ocupan los espacios culturales en internet y en los medios de comunicación tradicionales. No es solo que sepa llevar el sombrero como ningún otro escritor en España hoy sino que debajo de ese sombro hay un poeta pleno y lo demuestra continuamente en poemas, microrrelatos, pensamientos y aforismos. Parece que publica poco pero uno mira la lista bibliográfica de su obra y se da cuenta de la extensión y coherencia de toda ella. Lo que está claro es que Elías Moro no publica por publicar.

Siempre me ha pasado todo lo dicho con sus libros pero ha sido más intenso con De nómadas y guerreros (Le Tour, 2018) y solo cedo a la tentación de la reseña por cariño a Mario Quintana, su editor, que poco a poco va levantando un catálogo envidiable y que se acaba de meter a librero abriendo La selva dentro en Mérida, que ya es locura en los tiempos que corren.

El autor ha confesado las fuentes de partida de De nómadas y guerreros que, según parece, llevaba unos años en el cajón sin dar el salto al papel: Estampas de ultramar de Aníbal Núñez y la Antología de poesía primitiva de Ernesto Cardenal. Al primero había dedicado una serie de doce entradas en su blog, lo que permite al lector curioso seguir un rastro literario siempre de interés. Se entenderá mejor si se presta atención a la primera, publicada el 14 de enero de 2012. Ambas fuentes aclaran mucho de la propuesta que hallamos en el poemario.

En este libro, Elías escribe como si el mundo estuviera por descubrir, por trazar los mapas y los estudios antropológicos necesarios para comprender especialmente a aquellos individuos que se enfrentaron con el tipo de riesgos que esperan a quien vive en contacto permanente con la naturaleza. Estas voces y estos seres poetizados son parte de una comunidad pero se nos presentan en su calidad de individuos, personas que resumen la vida de esas comunidades a las que pertenecen pero que están en la primera línea, casi siempre solos, y solos deben afrontar el mundo a partir de las experiencias colectivas que han llegado hasta ellos: hay un masai, un papú, un samurai, un tártaro, un tuareg, un indígena americano, un pirata, etc. Son seres en continuo movimiento, que habitan la débil línea que hubo siempre entre la civilización y la naturaleza, el choque entre culturas y el riesgo físico y moral, que sobrellevan con la dignidad de quien no espera más ayuda que la propia. No siempre son ejemplo de lo que nuestra civilización entiende como moral, por supuesto: su vida es otra y su comportamiento no se ajusta a nuestras reglas:

Aunque ella lo ignora todavía,
navego, firme el timón,
a destruir Maracaibo.

Por eso mismo, cuando el mongol se sienta ante la televisión traiciona todo lo que le ha traído hasta el presente:

Ahora la televisión le confunde
y ha olvidado su memoria.

El estilo de este libro se aproxima a esos cantos primitivos que se decían ante la hoguera, al terminar el día celebrando estar vivos aún, el ritmo es propio de esos cantos.

Solo hay un texto que contradice y suspende lo anterior, precisamente por el carácter de quien lo protagoniza, Roles del cobarde, que no sale bien parado en su actitud ante la vida, en la que ni siquiera arriesga nada:

El que merienda café con bollos mientras firma sentencias de muerte y acaricia después el rostro de su nieta.

Finalmente, el último poema del libro (Museo de cera), que podría entenderse inicialmente como la explicación del volumen entero en el sentido de que el poeta ha entrado en uno de esos museos en los que se reproduce con mejor o peor habilidad efigies costumbristas (nuestra época ha terminado ya con este tipo de comunidades y los muestra como curiosidad museística), nos pone ante un espejo moral en el que quizá seamos nosotros los que hemos sido modelados en cera y no los protagonistas de cada uno de los textos.

Siempre que vean un libro firmado por Elías Moro, léanlo. Pero, ya saben, no se lo cuenten a nadie, no se nos vaya a echar a perder.

lunes, 10 de octubre de 2016

hay un rastro. Elías Moro


La colección de poesía Luna de Poniente de la editorial extremeña de la luna libros llegó en el mes de marzo del año pasado a la Z, que marcaba el final del proyecto dirigido por Elías Moro y Marino González Montero. Veintisiete volúmenes, cada uno correspondiente a una letra del abecedario, repartidos entre autores extremeños o relacionados con Extremadura. Se equivocará quien piense que se trata de un proyecto local y basta la relación de autores y títulos para sacar de ese error a cualquiera.

Cierra la colección uno de sus directores, Elías Moro (Madrid, 1959), poeta de pocos pero sólidos títulos y de una prosa tan atractiva e ingeniosa como la que hallamos en El juego de la taba (título también del recomendable  blog que mantiene desde el 2010) y sus impagables morerías. Y es un broche de oro para un proyecto tan acertado como éste.

hay un rastro ha tenido menos eco del que se merecía, tras las reseñas publicadas las semanas siguientes a que viera la luz. Es un poemario directo, contundente y necesario en el que se canta el sufrimiento y la muerte de tantos ante la barbarie criminal de los totalitarismos y, sobre todo, una denuncia dolorida pero clara del injusto silencio que cae sobre las víctimas en una doble muerte a la que son condenados por los que se declaran vencedores de las guerras. Su tono tiene varios registros, lo que es un acierto, desde el lírico hasta el más seco de la denuncia, pero conserva una fuerte unidad en todo el poemario gracias a su estructura y algunos recursos como la falta de puntos en los poemas y el estilo.

Se divide el volumen en seis secciones. La primera, Hay un rastro, nos muestra a la naturaleza entera sobrecogida por el dolor causado por el acto criminal de los fusilamientos y los cuerpos arrojados en fosas comunes o abandonados a su suerte en el campo. Asistimos a la violencia a través de sus repercusiones en los animales o en las plantas, con lo que se crea un ambiente que altera el orden natural de las cosas y un desasosiego que será necesario remediar (Ahora todo está invadido/ por hondas pisadas/ de un dolor reciente, inédito,/ al pie de los árboles quebrados/ que lloran una savia atroz/ a causa de las detonaciones/ y los gritos) para corregir el olvido y el sucio silencio que cae sobre las cosas. En la segunda, Interludio animal, serán los cuervos, las moscardas o los gusanos los que definan los momentos siguientes a la conmoción.  En la tercera, Tiro de gracia, nos hallamos ante los que dieron fríamente las órdenes que llevaron a la muerte a miles de personas, sentados en sus despachos y contiene uno de los poemas más dolorosamente líricos (astillas ya tan solo/ del cuerpo/ en donde ardían). El poeta define el acto: ¿Qué épica, qué gloria hay/ en matar a un hombre indefenso?/ si cruzas esa línea/ no hay retorno. La cuarta sección se titula Derrota y hambre y cuenta las consecuencias de la derrota, sobre todo el imperio del miedo (el miedo se hizo presente/ y habitó ente nosotros) y las penurias (En el tiempo gris de las derrotas/ el hambre se siente como en casa).

La quinta selección, Trilogía de los trenes tristes, eleva el tono y universaliza el mensaje a través de los extraordinarios poemas -auténticas elegías a los perdedores de todas las guerras contra las ideologías totalitarias- dedicados a Bohumil Hrabal, Stefan Zweig y Primo Levi. Estos nombres -la biografía de los tres y lo que significan- se suman al ramillete de autores citados para componer un marco de referencia (Ángel Petisme, Franz Kafka o un verso de la canción popular mexicana La llorona).

La última de las secciones, Los muertos hablan, contiene un giro en la voz poética: el poeta se la cede a los asesinados, a los que esperan en sus fosas dejar algún diá de ser huesos anónimos. Comienza con unos versos sobrecogedores en cómputo silábico creciente:

He aquí el pudridero de la piedad,
el ceniciento osario de la esperanza,
el túmulo cuyo nombre no se pronuncia.

El poeta recupera la voz en el poema final (o fragmento, porque, en realidad, excepto las secciones que sirven como paréntesis, el poemario es un largo y único poema fragmentado), en el que da las claves de su tono y su perspectiva:

Siento piedad por los perdidos

por los insepultos sin respeto
en el filo de la existencia
y los errantes sin rumbo,
por los muertos en vida
sin tener dónde caerse muertos,
por los desaparecidos una noche
en algún abismo de abandono,
por el desterrado sin misericordia
del paraíso de otro cuerpo

Elías Moro ha escrito uno de los mejores libros poéticos que yo haya leído sobre las víctimas de la violencia totalitaria, los muertos que sufren dos crímenes (la primera vez con la muerte física, la segunda con la desaparición de sus cuerpos y el decreto de su olvido). Y sería injusto que su eco no se prolongara más allá y permaneciera.

domingo, 15 de mayo de 2016

Elogio de la lectura de Elías Moro Cuéllar: ¡Desenfunda, forastero!


Con motivo de la celebración del Día Mundial del Libro, la Junta de Extremadura encargó el Elogio de la lectura de este año a Elías Moro Cuéllar dentro del Plan de Fomento de la Lectura. Quienes conocemos a Elías Moro alabamos su escritura (ha publicado poesía, relatos breves, diarios, misceláneas y aforismos y es autor de un más que recomendable blog, El juego de la taba) pero también su elegancia, su forma de ser y su actitud ante la vida. Estar junto a Elías Moro es sentirse bien, sobre todo. Me debo reseña de dos de sus últimos libros, hay un rastro y Morerías, ambos del 2015, pero no quería dejar pasar este elogio suyo a la lectura que me remitió tras pronunciarlo el pasado 23 de abril, ¡Desenfunda, forastero!

Me he sentido plenamente identificado con el autor en todo lo que dice cuando afirma que antes que reconocerse como escritor se reconoce como lector: fervoroso, impenitente, caprichoso, vago, pasional, infiel, desordenado... Ve la lectura como una forma de enfrentarse al mundo en las mejores condiciones y más:

La lectura es un hecho transgresor, rebelde, un acto, aparentemente pasivo, que sin embargo lleva implícito una gran valentía: la de la búsqueda en vez de la aceptación, la de osar antes que la de rendirse, la del querer saber frente a ese permanecer en la ignorancia que nos empobrece como personas. Leer, por tanto, no es sólo instrucción, conocimiento; también la otra cara de la realidad, esa que, tantas veces dura y terrible, se nos oculta por espurios intereses y a la que sólo se consigue acceder con la imaginación y el sueño. Y es que mientras se lee tenemos la aspiración de ser otro nuevo y distinto, acaso, y llevando al extremo tal anhelo, de ser uno mismo de otra manera.

Coincido con él en mi peripecia como lector (tebeos primero, luego novelas de quiosco, sobre todo del oeste -de ahí el título de su elogio- para pasar de forma desordenada a novelas de aventura y otras de mayor fuste). Nos habla Moro de su deslumbramiento ante la Ilíada y la Odisea de Homero y el descubrimiento de la poesía gracias a Machacho, Bécquer, Neruda... y termina, como no puede ser menos, con el elogio a quien decide salir al mundo a enmendarlo tras perder el seso por la lectura:

¡Bendita locura ésta de la lectura: nunca olvidéis que Don Quijote, aquel loco maravilloso, desfacedor de entuertos, paladín de damas en apuros, sostén del afligido, luchador incansable contra la injusticia y la crueldad, muere cuando recobra la razón y deja de serlo!

Hagamos caso a Elías Moro, leamos para salir al mundo mejor pertrechados y soñar que somos otros o los mismos, pero mejores. Yo no conozco otra forma para ser plenamente cada día.