martes, 7 de mayo de 2024
Mirar atrás, de Elías Moro
lunes, 29 de noviembre de 2021
Hasta que la muerte nos separe. Minicrímenes, de Elías Moro
miércoles, 26 de agosto de 2020
Espigas en la era. Micropedia de aforistas españoles vivos
Es evidente que la definición de aforismo que encontramos en el Diccionario de la Lengua Española se ha quedado corta hace mucho tiempo y se encuentra necesitada de revisión y ampliación en las acepciones que merece. También lo es que no se encuentra reconocida la palabra aforista de ninguna manera, ni siquiera como practicante del aforismo.
El aforismo literario ha crecido mucho a lo largo del siglo XX y, en la actualidad, vive un momento de esplendor asociado a múltiples razones, entre las que no es menor su ajuste perfecto al ritmo de la vida y las estrategias de comunicación del presente. En su origen, el aforismo podría parecer una sentencia que se cerraba en sí misma y pesaba en bronce o granito, con la categoría de lo incontestable, algo ceñuda, moralista y académica. Sin embargo, el aforismo literario, sobre todo en la actualidad, tiene más de propuesta abierta hacia nuevos territorios y necesita la complicidad lectora, el aforismo indica la dirección de un camino a desbrozar por quienes lo leen o escuchan. A partir de las dos claves que lo han caracterizado siempre (la brevedad y la condensación de significado), tiene variantes que lo llevan desde los rasgos humorísticos a los más filosóficos, desde el realismo más feroz hasta el lirismo más agudo, desde el juego verbal al pensamiento más profundo. Suele ocurrir que los mejores aforismos no tienen vertiente única sino que reúnen varias posibilidades enlazadas por la calidad literaria. El aforismo se ajusta, sobre todo, por la alta calidad de la escritura literaria dada la tensión que somete al lenguaje para llevarlo más allá de lo habitual, utilizando para ello todos los recursos posibles. El uso de estos recursos, junto a la atención a unos u otros temas es lo que puede ayudarnos a diferenciar unos aforistas de otros. También para separar a los escritores que practican el aforismo de verdad de aquellos que solo practican la ocurrencia o el chiste, que también son géneros, pero no aforismo. Estos han aumentado exponencialmente tanto por la facilidad de publicar como por el uso extendido de algunas redes sociales. En esto, el aforismo sufre los mismos problemas que la poesía.
El éxito actual del género debe mucho a los que lo mantuvieron vivo en la segunda mitad del siglo XX, pero también vuela por libre al extenderse el fenómeno a varias generaciones de escritores de diferentes estilos e intereses temáticos, puesto que, aunque algunos de quienes lo practican desde hace años quieran poner orden y coto erigiéndose en sus celosos guardianes, quizá con miedo a ser desbancados y con la intención de que no se olviden de ellos, cada vez aparecen más aforistas de calidad que amplían el campo hacia zonas que no se habían explorado. Desbrozando las ramas de los que se apuntan a la moda y repiten fórmulas, es posible reunir unas decenas de autores brillantes y con personalidad propia con relativa facilidad para publicar sus aforismos sueltos y sus libros, aunque las editoriales suelen quejarse del escaso número de ejemplares vendidos, cosa que parece afectar a todos los géneros literarios breves salvo el caso excepcional de algunos autores.
La crítica literaria persigue al aforismo desde hace un tiempo e intenta definirlo y categorizarlo, aunque siempre hay una esquina que se le escapa, porque el aforismo tiene condición de experto en fugas, también por su proximidad con otras fórmulas breves de escritura.
José Luis Trullo, que sabe mucho del aforismo, fundó en 2015 El Aforista. Ameno salón consagrado al género más joven, en donde se reúne gran parte de lo que hay que tener en cuenta para abordar el género hoy, puesto que se ha convertido desde su inicio en el lugar de referencia. Y también hay que tener muy en cuenta Apeadero de aforistas. Plataforma literaria gestionada por Cypress cultura. Cypress es una asociación cultural sin ánimo de lucro que radica en Sevilla, presidida por José Luis Trullo, que agrupa varios proyectos interesantes entre los que se encuentran revistas electrónicas y portales temáticos.
De la viveza del género dan señas continuas las novedades editoriales. Doy cuenta aquí de Espigas en la era. Micropedia de aforistas españoles vivos, una antología propuesta por Carmen Canet y Elías Moro, ambos magníficos ejemplos de aforistas. Cuenta con un breve, pero enjundioso prólogo de José Luis Trullo. Como todas las antologías, esta nace legítimamente con criterio subjetivo, pero su intención difusora del género y de un listado amplio de autores con libros ya editados es notable y no excluyente ni combativa, lo que se agradece. Su pretensión es sencilla y en eso estriba su utilidad, acierto y generosidad: dar a conocer el género tanto en España (se encuentra disponible gratuitamente en pdf) como fuera de ella, puesto que está prevista su traducción. De cada uno de los 115 autores, ordenados alfabéticamente, se ofrecen dos textos. ¿Suficientes para reconocerlos? En los buenos aforistas, sí.
viernes, 11 de mayo de 2018
Una reseña secreta: De nómadas y guerreros de Elías Moro.
Siempre me ha pasado todo lo dicho con sus libros pero ha sido más intenso con De nómadas y guerreros (Le Tour, 2018) y solo cedo a la tentación de la reseña por cariño a Mario Quintana, su editor, que poco a poco va levantando un catálogo envidiable y que se acaba de meter a librero abriendo La selva dentro en Mérida, que ya es locura en los tiempos que corren.
En este libro, Elías escribe como si el mundo estuviera por descubrir, por trazar los mapas y los estudios antropológicos necesarios para comprender especialmente a aquellos individuos que se enfrentaron con el tipo de riesgos que esperan a quien vive en contacto permanente con la naturaleza. Estas voces y estos seres poetizados son parte de una comunidad pero se nos presentan en su calidad de individuos, personas que resumen la vida de esas comunidades a las que pertenecen pero que están en la primera línea, casi siempre solos, y solos deben afrontar el mundo a partir de las experiencias colectivas que han llegado hasta ellos: hay un masai, un papú, un samurai, un tártaro, un tuareg, un indígena americano, un pirata, etc. Son seres en continuo movimiento, que habitan la débil línea que hubo siempre entre la civilización y la naturaleza, el choque entre culturas y el riesgo físico y moral, que sobrellevan con la dignidad de quien no espera más ayuda que la propia. No siempre son ejemplo de lo que nuestra civilización entiende como moral, por supuesto: su vida es otra y su comportamiento no se ajusta a nuestras reglas:
Aunque ella lo ignora todavía,
navego, firme el timón,
a destruir Maracaibo.
Por eso mismo, cuando el mongol se sienta ante la televisión traiciona todo lo que le ha traído hasta el presente:
Ahora la televisión le confunde
y ha olvidado su memoria.
El estilo de este libro se aproxima a esos cantos primitivos que se decían ante la hoguera, al terminar el día celebrando estar vivos aún, el ritmo es propio de esos cantos.
Solo hay un texto que contradice y suspende lo anterior, precisamente por el carácter de quien lo protagoniza, Roles del cobarde, que no sale bien parado en su actitud ante la vida, en la que ni siquiera arriesga nada:
El que merienda café con bollos mientras firma sentencias de muerte y acaricia después el rostro de su nieta.
Finalmente, el último poema del libro (Museo de cera), que podría entenderse inicialmente como la explicación del volumen entero en el sentido de que el poeta ha entrado en uno de esos museos en los que se reproduce con mejor o peor habilidad efigies costumbristas (nuestra época ha terminado ya con este tipo de comunidades y los muestra como curiosidad museística), nos pone ante un espejo moral en el que quizá seamos nosotros los que hemos sido modelados en cera y no los protagonistas de cada uno de los textos.
lunes, 10 de octubre de 2016
hay un rastro. Elías Moro
La quinta selección, Trilogía de los trenes tristes, eleva el tono y universaliza el mensaje a través de los extraordinarios poemas -auténticas elegías a los perdedores de todas las guerras contra las ideologías totalitarias- dedicados a Bohumil Hrabal, Stefan Zweig y Primo Levi. Estos nombres -la biografía de los tres y lo que significan- se suman al ramillete de autores citados para componer un marco de referencia (Ángel Petisme, Franz Kafka o un verso de la canción popular mexicana La llorona).
La última de las secciones, Los muertos hablan, contiene un giro en la voz poética: el poeta se la cede a los asesinados, a los que esperan en sus fosas dejar algún diá de ser huesos anónimos. Comienza con unos versos sobrecogedores en cómputo silábico creciente:
He aquí el pudridero de la piedad,
el ceniciento osario de la esperanza,
el túmulo cuyo nombre no se pronuncia.
El poeta recupera la voz en el poema final (o fragmento, porque, en realidad, excepto las secciones que sirven como paréntesis, el poemario es un largo y único poema fragmentado), en el que da las claves de su tono y su perspectiva:
Siento piedad por los perdidos
por los insepultos sin respeto
en el filo de la existencia
y los errantes sin rumbo,
por los muertos en vida
sin tener dónde caerse muertos,
por los desaparecidos una noche
en algún abismo de abandono,
por el desterrado sin misericordia
del paraíso de otro cuerpo
Elías Moro ha escrito uno de los mejores libros poéticos que yo haya leído sobre las víctimas de la violencia totalitaria, los muertos que sufren dos crímenes (la primera vez con la muerte física, la segunda con la desaparición de sus cuerpos y el decreto de su olvido). Y sería injusto que su eco no se prolongara más allá y permaneciera.