Baroja nos conduce sabiamente hacia el final de Mala hierba. Ha dejado que Manuel experimente fuertes alternancias en su estado en este tomo. Salió de la calle de la mano de Roberto, que le buscó acomodo en una esfera social propia de la clase media y le aconsejó que buscara en sí mismo la voluntad enérgica que le sacara de vivir al filo del hambre y la delincuencia, de vivir, en definitiva, sin más objetivo que sobrevivir día a día. Pero Roberto, finalmente, ha salido de su vida porque nada -según él pensaba hasta toparse con Esther- le podía apartar del objeto de la suya propia: trabajar infatigablemente en aquello que sabe hacer para obtener dinero a la espera de conseguir una añorada herencia que parece no llegar nunca. Y el mundo en el que le dejó demuestra ser tan falso como el otro del que procede Manuel. Aunque más refinado en la apariencia y en los métidos, todos allí se dedican a la mentira y al intento de vivir sin trabajar -desde los artistas bohemios hasta la Baronesa-. Manuel se ha refugiado en unos y en otros buscando un remedo de familia porque, en el fondo, el joven solo busca ser acogido con cariño. De allí sale para econtrar trabajo en una imprenta y cuando todo parece que le lleva a estabilizar su vida sucede un pequeño incidente que lo desbarata todo: una borrachera le lleva a dejarse ir y perder el trabajo. Observemos esto. Manuel siempre vive sin seguridad ninguna. Todo en su biografía está plagado de esos pequeños incidentes o encuentros causales que le pueden dejar, de nuevo, en la calle. De allí le saca su primo para asegurarle un bienestar de origen turbio, al servicio de una sociedad criminal peligrosa. La muerte de su primo a manos del Bizco -por causas pendientes del pasado- vuelve a cambiarlo todo en Manuel.
Pero hay dos cosas que guarda Manuel y que ambas nacen de una bondad natural que conserva a pesar de todos sus sinsabores. Una es la confianza en las personas que lo ayudan. Otra es el escrúpulo ante los actos criminales o los malos comportamientos sociales. De aquella nace una especie de solidaridad -es notable cómo se ayudan en este libro los que no tienen nada-; de este un instinto de conservación que le empuja a salir pronto de los lugares en los que puede peligrar su vida. Pero Manuel no ha podido encontrar esa voluntad dentro de él que consiga sacarle de la inestabilidad de la vida. Tampoco trabajar le ha servido de nada: los trabajos que se le ofrecen al alguien de su clase no sirven nada más que para subsistir en condiciones miserables. Y, por supuesto, la sociedad está regida por unas ideas que no protegen a los desfavorecidos, sino que los saca brutalmente del sistema. Baroja remata esta idea con algunos de los pasajes más contundes y de interés para la actualidad del momento en que se publicó: un sistema que se viene abajo denunciado por los veteranos de Cuba, lleno de corrupción implicada con la delincuencia, con un sistema policiaco y judicial torcido... Es decir, una estructura social que se resiente desde sus cimientos: una de las razones de la modernidad y actualidad de esta trilogía.
El reencuentro con Salvadora y Jesús -son nombres más que significativos- contribuyen a que el final de este libro sea más esperanzador que el primer volumen. Manuel no está solo, es acogido por uno de esos remedos de familia que siempre ha buscado. Y es acogico por algo más notable: Jesús le hace ver que es anarquista y que en el anarquismo está la verdadera esperanza para aquellos que, como ellos, sufren las desigualdades de la vida y el infortunio de la sociedad. Quizá sea ese el camino que le espere a Manuel en el tercer volumen, que comenzamos a comentar la próxima semana....
Noticias de nuestras lecturas
Mª Ángeles Merino sigue su certero diálogo con Manuel para llegar a los pasajes de mayor denuncia política de la segunda parte de la trilogía.
Paco Cuesta pone de relieve la dirección ideológica del final de la novela.
Gelu sigue con su finura en la selección de fragmentos de la novela.
Pancho aborda la resolución de trabajar de Manuel y su hallazgo de un nuevo grupo de amigos, pero quiero destacar de su análisis la forma en la que analiza el tratamiento en miniatura de los comportamientos sociales por Baroja, después comenta -e ilustra magníficamente- los pasajes en los que aparece, de una u otra manera, el amor en la novela. Necesario complemento de la historia que Pancho trata adecuadamente.