Antonio y yo nos preguntábamos las razones por las que entre los jóvenes poetas la naturaleza no exista y todo sea paisaje urbano y sensaciones apocalípticas que no llegan a la esquina del barrio. Yo recuerdo que Raúl Alcanduerca fue el primero que me habló del trastorno por déficit de naturaleza que comienzan a sentir las generaciones más jóvenes. Personas para las que la naturaleza no ha sido nunca más allá de un jardín o un parque, una visita de domingo o unas vacaciones playeras. Millones de personas de este mundo occidental tan desarrollado para las que la naturaleza no es más que una postal. Pierden elementos sensoriales y experiencias y también la verdadera conciencia de lo que somos en este planeta. Los jóvenes poetas urbanos españoles no pueden llevar el paisaje a su obra porque para ellos no existe. De hecho, voy pensando que, en gran medida, el que aparezca la naturaleza en la obra de un escritor es verdadero síntoma de madurez. No como mera referencia o telón de fondo, sino como esencia misma de la obra.
Con mis compañeros de la Asociación Cultural Libre Albedrío he disfrutado de un día del libro diferente al que he vivido otros años. Sumamos dos cosas que nos apasionan: la salida a la naturaleza y la literatura. En la Dehesa de Candelario nos hemos juntado a hablar de las relaciones entre ambas en la literatura española. Un repaso rápido desde Gonzalo de Berceo hasta la actualidad, del tratamiento simbólico a la vivencia real de la naturaleza en los textos literarios. No han faltado Garcilaso, Fray Luis, Antonio Machado, Miguel Hernández, Dionisio Ridruejo... y así hasta el reciente ganador del Premio de la Crítica en lengua castellana, Fermín Herrero. También la lírica popular o la referencia al menosprecio de corte y alabanza de aldea. Tantas cosas...
Me ha gustado cómo sonaban esos versos cuando el sol estaba en su cénit, rodeado de robles o junto al centenario castaño con forma de alma sufriente o amenazadora advertencia para aquellos que no respetan ese mundo que les pertenece más a ellos, los árboles, a las aves y a los jabalíes que remueven la tierra con sus hocicos buscando la secreta golosina.
Y pasaron las horas. Cayeron también bocadillos de panceta, buen hornazo y sabrosas empanadas, queso, jamón y uvas, varias botellas de buen vino tinto, una bota con la que saludábamos al cielo. Porque nada es incompatible y mientras se pueda hay que llenar el estómago igual que el intelecto. Jugamos al tute en confrontación discutida que traerá cola hasta la próxima partida. Y estuvimos juntos: subimos juntos a la sierra y de ella bajamos juntos. Y brindamos porque estamos vivos, que no es poco.