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martes, 22 de abril de 2014

Alternar con los monstruos


La única forma de vencer a los monstruos es tomárselos a broma y alternar con ellos. Si se dejan, claro. Algunos demuestran una persistencia atroz.

martes, 4 de febrero de 2014

Sótanos


La herramienta más eficaz de cualquier monstruo es un descorazonador. Lo usa siempre desde dentro, con lentitud meticulosa, hasta dejar la piel como recubrimiento blando. Por eso hay que descender frecuentemente a los sótanos y vigilar los cimientos, para cerciorarse del estado de la casa.

domingo, 24 de julio de 2011

El alimento de la bestia


Si alimentamos el odio por razones interesadas, siempre acaba estallando lo irracional en la cabeza de alguien que se cree el brazo ejecutor del destino.

martes, 28 de junio de 2011

Quien no se arriesga no pasa la mar


No dejes que la mentira te devore antes que los monstruos. Si has llegado hasta ellos, no te creas nada de lo que salga de su boca. Quien no se arriesga, no pasa la mar.

martes, 14 de diciembre de 2010

CT2570.L8.01


Nuestros monstruos sólo pueden tener los números que nosotros les asignemos. Nuestros gobiernos sólo serán nuestros monstruos si les dejamos guardar el secreto del código. Nadie dijo que la democracia fuera un sistema pasivo de ser gobernados.

viernes, 23 de octubre de 2009

Pandemia


No hay mayor pandemia que el miedo: nos hace crueles, débiles y nos entrega en manos de nuestros verdaderos enemigos.

martes, 28 de julio de 2009

Huellas de luz


- He dado mil vueltas a la imagen antes de publicarla y aun hoy no sé si hay una cierta demencia en la forma que fue concebida tal y como me lo insinuó. Si la ves toda negra, busca el ángulo exacto del monitor o modula su brillo y contraste, incluso puedes pulsar sobre ella para ampliarla. Es lo que me sucedió a mí: sólo entonces me di cuenta de que la luz deja un ligera huella sobre las cosas antes de abandonarlas, como un beso de despedida tenue, sencillo y amoroso. Después, ya no hay nada que nos pertenezca. Quizá fuera más exacto decir que retornamos a lo que somos y tememos.

viernes, 23 de enero de 2009

Asepsia


-Siempre me han dado más miedo los casos en los que el asesino deja el lugar del crimen limpio, con la asepsia de un quirófano. Hubo un tiempo en el que tenía una pesadilla recurrente: contemplaba cómo un asesino de aspecto serio y profesional, vestido elegantemente con traje caro y corbata de seda italiana, terminaba de despedazar el cadáver de su víctima sobre un mostrador metálico, lo envolvía en plásticos, recogía sus utensilios y dejaba todo en orden y sin manchas.

-Te despertarías con angustia.

-Depende de si sentía el plástico en mi cara o me miraba en un espejo corrigiendo el nudo de la corbata.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Tercera entrega de Cuadernos para una gótica.




No hay esperanza para nuestro amor: siempre nos mata de la peor manera.

Después de su muerte, sentía la necesidad de destruirlo todo. Aún la amo, como te amo a ti. Esta cadena de amor es también de dolor, pero nos ata los unos a los otros tan sólo para unirnos durante un breve tiempo en el que todo tiene sentido. No tengas prisa para comprenderlo porque la certeza llegará a tu cerebro en su momento, cuando todo sea ya consumado y el tiempo cobre para ti un nuevo significado.

Aún tenía su olor en mi piel y el sabor de su dulce sangre en mi boca. Apenas pude abrazarla unos minutos, mientras sus ojos apasionados iban cobrando vida para la muerte. No podemos llorar pero ella, en aquel momento, derramó una lágrima, sólo una lágrima, que fue resbalando por su mejilla con lentitud, mientras nos mirábamos a la profundidad de nuestras pupilas, como un horizonte de abismos en el que todo el cuerpo se precipita. Vi en sus ojos el reflejo de su reflejo en los míos y besé su último aliento: sus labios morían, al fin, en aquel beso, con una última frase:

-Me veo en ti.

Cuando me incorporé, ella ya había muerto.

Salí a la calle de aquella ciudad, en medio de la niebla húmeda y nocturna. No sé cuánto tiempo duró aquella etapa, una noche de noches en las que no quería aprender para no olvidarla, por el temor a perder su recuerdo para siempre. Todo me empujó a buscarla en decenas o cientos de cuerpos, a los que perseguía toscamente, abrazaba de foma salvaje e inexperta y destrozaba sus cuellos muy lejos del refinamiento que habéis dibujado en vuestra literatura sobre nosotros.

No podía llorar, pero me sentía ahogado. No hay recuerdos: sólo imágenes fugaces y desordenadas. Quizá formara parte del duelo o quizá sólo yo haya pasado por aquel dolor que me enajenó. Nunca podré saberlo y te lo relato desesperadamente por si la memoria pudiera salvarnos algún día.

Cómo la amo aún. Cómo te amo.
©Pedro Ojeda Escudero. Cuadernos para una gótica (2008).
Todos los derechos reservados

lunes, 13 de octubre de 2008

Segunda entrega de Cuadernos para una gótica.


A veces, en estos años interminables, me ha asaltado la desesperación. La inmortalidad no es tan bella como soñáis. Algún día te contaré mi origen y mi condición y por qué de nosotros sólo puede existir uno excepto en unas décimas de segundo. Pero esas décimas de segundo valen todos los años de soledad. Tenéis demasiadas supercherías sobre la pasión: el amor quema, destruye y crea de una forma tan extrema que ni podéis soñarla. Llega tan adentro que asfixia, te deja sin respiración y cambia cada una de las células de tu cuerpo. En ese momento, sabes que toda tu vida ha tenido una razón de ser: tu cuerpo se tensa hasta que explota y duele en el cerebro. ¡Qué suave dolor, qué muerte más bella!

Vas recuperándote mientras te notas cambiado: eres otro ya. Y adquieres esa conciencia de forma tan lenta que no sabes si todo ha pasado en minutos o años. Ya no importa: el tiempo se mide por pulsos diferentes.

Al final, puedes ver y levantarte. Yo puedo contarte lo que me dijo ella o lo que yo sentí, nada más: como tú se lo contarás al próximo. Ni siquiera sé lo que tú sentirás.

Cuando me incorporé, vi su cuerpo amado tendido en el suelo, muerto y lleno de cicatrices y desgarros. Igual que el mío, pero el mío sanó en unas horas. Ella me lo había dicho, yo lo sabía, pero no había querido creerla. Pensé que podríamos salvar nuestra tragedia. Pero no es así, no hay esperanza para nuestro amor: siempre mata. Poco antes la había tenido entre mis brazos mientras nos besábamos, ansiosos y feroces, hasta el mordisco y la sangre. Mi piel aún tenía la huella de la suya, su sabor y su olor. Qué lucha de abrazos y besos, mientras veía mis ojos reflejados en los suyos hasta abismarme. Sé que dejé de pensar para percibir cada una de sus sensaciones.
Nunca olvidaré los ojos de su cadáver, húmedos y humanos al fin. Tan hermosos que me dejaron sin aliento aunque yo ya no necesitaba respirar. Ni la sonrisa dulce de sus labios ensangrentados. Cómo la amo aún, a pesar del tiempo. Cómo la amo. No sé a los que vinieron antes que a mí, pero aquella pasión es lo que me ha empujado cada uno de los días: la he buscado en cada uno de vosotros que he desgarrado.
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©Pedro Ojeda Escudero. Cuadernos para una gótica (2008).
Todos los derechos reservados.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Anticipo de Cuadernos para una gótica. (Ejercicio de estilo.)




-Quien ha probado la carne humana nunca olvida su sabor.

Sois una especie desmemoriada. Así habláis de lo que desconocéis, para darle misterio a cosas que tenéis bien adentro y os repugna confesar en voz alta, para lo que habéis fabricado una ficción sobre vuestro pasado.

No queréis recordar, en verdad, que lleváis más tiempo comiéndoos que respetando el cuerpo del otro y cuando, en las excavaciones arqueológicas, alguien documenta un acto de canibalismo, os sorprendéis, a pesar de que ese ritual de devorar al vencido está en vuestra memoria más primitiva y en los gestos repetidos de vuestras magias.

Ahora habéis olvidado ya el sabor de la carne humana y, para acallar los demonios de la conciencia, lo habéis convertido en arte. Abro un libro de los que lleváis para leer en este tiempo estúpido que perdéis para ir al trabajo y que ni siquiera tiene la sintaxis ni la puntuación suficiente para poder pronunciar las frases. No son más que unas líneas tópicas:

-Cuando la sangre sale a borbotones de su cuerpo me satisface contemplarla durante unos segundos antes de morder la herida y beber el líquido rojo mientras le quito la vida.

Qué equivocados estáis.

Os he seguido durante tanto tiempo para alimentarme, que os conozco en todas vuestras debilidades. Y la primera es la exactitud de vuestra hipocresía cuando pensáis eso que se llama Historia.

Ya ni siquiera recordáis a qué sabe vuestra sangre y vuestra carne. Quizá porque preferís otros rituales de dominio sobre el otro que os hagan aparentar más civilizados, pero que tienen tanta crueldad como el más primitivo: o más, puesto que nacen de la creencia de que vivís en un mundo mejor y la ceguera que os impide verlo.

He recorrido tantas veces los túneles que excaváis bajo las ciudades, que sé sus rincones más escondidos: en el fondo son el mapa de vuestra mente.

No soy diferente a vosotros, sino que estoy dentro de cada uno.
Yo soy la memoria que te hará recordar a qué sabe la carne y la sangre humana: no tiene nada que ver con sensaciones físicas, sino con lo que se refleja en la mirada del que muere. Y, cuando llegue el momento exacto de que lo pruebes, sé que no podrás luchar contra mí, porque ya eres mía desde que aceptaste dejar que recorriera tu espalda con aquella caricia. Te enseñaré a cazar, puesto que eso es lo que quieres.
Elige víctima y no te confundas. Algunas no saben más que a aburrimiento y cansancio y te producirán vacío y sensación de tiempo perdido. Las que más me gustan son las que saben a mirada de entrega apasionada a la última de vuestras luchas. Después, todo se calma.

miércoles, 10 de septiembre de 2008

Ya estamos todos de regreso.


Qué estúpido. Qué estúpido he sido al creer que era la muerte la que estaba debajo de esos carteles encolados. Limpié con ansiedad de misterio desvelado la superficie y me engañé con su fantasma blanco, que aparecía fácil como un cebo. Qué estúpido: si eres tú, viejo monstruo el que está ahí. Ahora he vuelto a mirar la imagen y veo tu rostro, insinuantemente femenino hoy, aunque sé la facilidad con la que cambias de forma. Ya estamos todos de regreso, puede comenzar el baile.

domingo, 8 de junio de 2008

No podrás esconderte.

No podrás esconderte, aunque busques los refugios más inaccesibles. Sabes que vives destruyendo tu mundo, que has aceptado que todo se mueva contra la naturaleza de la que partes y reniegas, que no renuncias a todo tipo de comodidades que te llenan de falso progreso, que expolian la tierra que te sostiene, y que han sido fabricadas a partir de la explotación y el hambre de tus congéneres.
Por mucho que cierres los ojos, eres culpable de todo lo que está pasando en el mundo, aunque sea tan lejos que ni se oiga el rumor triste de los resignados. Has delegado parte de tu libertad para que te gobiernen pero, en el mismo acto, has querido remitir tu conciencia, renunciar a ella: yo no soy, no puedo cambiarlo, no puedo hacer nada, ya harán algo los que pueden. Mientras tanto, conoces todas las noticias que te demuestran que no es así, que aquellos en los que has delegado no son más que títeres del poder de otros y no les interesa que, con parte de lo que tú derrochas, otros se salven. En el fondo, sabes que toda tu vida cómoda, sorda y ciega tiene sus cimientos hechos de despojos de aquellos de cuya hambre, sufrimiento y muerte eres responsable aunque no estuvieras allí. Sólo quieres aislarte de la verdad y murmuras contra los pocos que han conseguido recorrer los miles de quilómetros del hambre y han llegado hasta la puerta de tu casa para limpiar tus cubos de basura.
Cierra los ojos si lo deseas, corre a esconderte en los sótanos y bloquear las puertas: no son ellos los que te persiguen, puesto que sus voces no tienen fuerza. El que te da caza ahora es tu propio fin, tu misma inercia. No podrás huir de mí y terminaré comiéndote las entrañas, lamiendo la sangre que mane de tus venas abiertas, mirándote a los ojos tan de cerca mientras te devoro que podrás sentir el pálpito de la vida que se te escapa reflejado en mis pupilas. No podrás huir de mí porque estoy tan pegado a ti desde tus inicios que soy de tu misma piel y aliento, de la misma armazón de tu desprecio.

miércoles, 21 de mayo de 2008

Las marcas del monstruo




Es una constante. De lo más profundo de nuestros miedos surgen los mitos del terror que nos explican en una ambigua sensación de atracción y repulsión. Shelley y Stoker construyeron sus creaciones literarias no sólo con ingenio y sintaxis, sino conociendo este sentimiento dual de nuestra especie. Ambos monstruos (Drácula, Frankenstein) se alimentan de lo más humano que tenemos. Ante el terror cerramos los ojos pero dejamos la mente de par en par expuesta porque, en el fondo, lo reconocemos sustancialmente nuestro.
Por eso hay que estar atentos a las marcas del monstruo, que no son visibles porque las llevamos dentro: tan dentro que sentimos las cicatrices porque nos ha vaciado por completo y, en la piel interior, trabajada como si la hubiéramos entregado a un taxidermista tosco, se perciben las cicatrices de las herramientas que ha usado para destriparnos. Seguimos caminando, como espantapájaros mecánicos, pero vamos llenos de vacío dentro tanto, que en el silencio de la noche se oye el rumor del roce de su navaja, infatigable, eficaz y nuestra.

lunes, 19 de mayo de 2008

Desde tu interior

Ayer, en una libreta, escrito de mi puño y letra a pesar de que no recuerde haberlo redactado, hallé el siguiente texto:
Me liberé de la piedra hace mucho tiempo, recorrí vuestras calles y bosques, aceché en los lugares menos frecuentados de vuestras ciudades para que me sintierais tan cerca que vuestra nuca se erizara. No sé si habéis comprendido mis advertencias puesto que habéis demostrado ser una especie ciega e ignorante, crecida por la fuerza de vuestra inteligencia colectiva pero vana y caprichosa en su desarrollo. No importa ya. Quizá algunos habéis entendido, al fin, que estoy dentro de vosotros, que soy vuestro más fiel amigo y vuestro más perverso contrario y que os estoy devorando sin que podáis hacer nada.
Quizá sea un párrafo escrito en la adolescencia, cuando todos sentimos cierta tentación a identificarnos con seres malditos y leemos con fruición novelas enigmáticas que nos hablan de aquellos que son elegidos para crear y destruir de manera épica, para los que no rigen las convenciones sociales. Pero de lo que sí estoy seguro es de que todos cargamos con un monstruo dentro. De cada uno de nosotros depende controlarlo o dejar que nos gobierne.

martes, 22 de abril de 2008

Desde vuestros miedos más ocultos

Decidí recorrer con curiosidad vuestros dominios y salí de los míos. Sé que percibís mi presencia en los subterráneos vacíos y en las esquinas más solitarias de vuestras ciudades, que notáis mi aliento en la debilidad de vuestra nuca. Conozco vuestros miedos más ocultos y por eso se cómo abriros la carne con mis manos y llegar hasta vuestras entrañas para arrancároslas. Hacéis bien en temerme: soy vuestra creación más lograda, la única que en verdad os pertenece.

viernes, 28 de marzo de 2008

El monstruo


Casi todos llevamos un monstruo sumergido en las tripas, que debiéramos buscar dejándole pequeños cebos, para atraparlo aun a costa de nuestra misma supervivencia. Algunos no son peligrosos más que para el que los porta; otros, en cambio devoran lo que hallan a su alrededor. El ser humano ha de luchar a lo largo de su vida contra la violencia de su propio puño, la crispación que nos hace bestiales, la inclinación al grito que acalla la conversación pausada. La victoria, consciente, en esa batalla nos civiliza a nosotros y a nuestros descendientes: es lo que debería predominar en la Historia y por lo que muchos nos levantamos cada día, esperanzados. Sin embargo, algunos de nosotros pierden esa batalla y se dejan arrastar hacia las zonas abismales de las aguas más lodosas y de ellas surgen, aprovechando las grietas del sistema social que nos hemos dado, para el luto de todos, las noticias que nos agarran de las entrañas y nos dejan desolados.
Mari Luz era hija de todos y cada uno de nosotros.

viernes, 1 de febrero de 2008

Serenidad


He recorrido todas las grietas desde el origen de las cosas. La ciudad me ha enseñado sus tripas y yo procedí a rajarlas con perplejidad de carnicero escéptico. Recuerdo cuando aun me temblaba la mano de la navaja, con la hoja afilada por los gritos mudos de las víctimas que debía examinar, para comprender el crimen. Hasta este punto en el que debo tomar la decisión última.

Sé cual es, sólo espero el momento.

domingo, 9 de diciembre de 2007

La sed primitiva. Rumor otoñal en la umbría de la Fuente del lobo.


A Javier Garcìa Riobó y Luis Felipe Comendador.
No me preguntéis por qué me ha salido un cuento de terror
tan directo e inusual en lo que escribo,
pero he pensado que las otras historias ya las habíais contado
con vuestras fotos de nuestra excursión por Béjar.
Además, me apetecía, en esta soleada tarde de domingo otoñal,
en la que las nieblas de los últimos días se han disipado,
jugar con este género, como si narrara una historia ante el fuego
de la chimenea, con una copa de ron, sabiamente envejecido, en la mano.

He marcado los árboles de mi camino con rasgos que sólo yo conozco. Sé que se perderán conmigo pero hay secretos que no deberían nunca acumularse en la sabiduría de ninguna especie.

Desde el monte vigilo a los habitantes de la ciudad y el valle como si me pertenecieran, presas fáciles a las que desgarrar los miembros cuando llega la ansiedad del hambre. Cuando bajo entre ellos, camino con sosiego y los sonrío, miro sus ojos débiles y las ataduras que los ligan a cosas insignificantes.

Algunos de ellos pensarían de mí, si me conocieran, que soy un asesino, pero me veo a mí mismo como un liberador.

En el café rasguño las servilletas con imágenes delirantes que escondo en mis bolsillos cuando alguien se acerca a ofrecerme su amabilidad o su consejo, que acepto mansamente, como el amor que me ofrecen algunas mujeres. ¿Qué les atrae de mí si aparento ser un individuo gris y tan común que podrían repetirse mi rostro y mis gestos en mil otros?

Esta tarde se me acercó una de ellas, a la que conocía desde hacía tiempo. En estas pequeñas ciudades todos resultamos conocidos y nuestros círculos tienen apenas sorpresas. Ella era una más, como otras y otros hubo antes: ellas siempre eran las mismas; ellos, en cambio, solían adoptar formas que fingían ser únicas pero también repetían patrones. No me acuerdo de los nombres. Las identidades con las que se nombran para saberse miembros de familias y clanes no me interesan.


Todo comenzó como siempre. Un paseo fatigoso, monte arriba, hacia la soledad de estos lugares. El primer fugaz abrazo, su mirada falsa de ingenuidad, la reticencia al beso. Para luego llegar a la entrega anhelante del más sencillo deseo, sobre una prenda extendida vulgarmente en el musgo, que crece sobre las piedras como la forma viva más exacta de estas tierras. Cómo me cansa dejarme utilizar para la satisfacción más estéril.


Junto a la muralla que rodea este espacio, agobiándolo como si los que la construyeron tuvieran miedo a lo que imaginan más allá cuando el terror está en su centro, se adecenta, con gesto tan repetido y predecible. Se recoge el pelo y pretende una vana conversación, pero ya es tarde. He saltado sobre ella y con las uñas y los colmillos rasgo su carne y me abro camino en sus entrañas, devorándolas en la única acción merecedora de ser narrada en las historias, manchando mi rostro de sangre. Sé, por sus ojos agónicos, que ha encontrado el verdadero sentido de la existencia humana.


Qué fatigado me siento, otra vez, por la rutina, mientras bebo de la fuente y limpio mi cuerpo de su sangre.